Chile. Ya
nada será igual
Por Miguel Mazzeo, Resumen Latinoamericano ,
28 octubre 2019
El pueblo Chileno ha perdido el miedo y
la inocencia. Ya
nada será igual. Ni para Chile ni para Nuestra América. El neoliberalismo ha
sido impugnado masivamente en la que, se suponía, era una de sus ciudadelas más
fortificadas; prácticamente inexpugnable y amurallada de empresas privadas,
centros comerciales, zonas francas, emprendedorismo, abstracciones financieras
y resignación popular.
Una de las versiones más pervertidas de
la democracia ha entrado en crisis y junto con ella la costumbre de sustentar
las políticas más reaccionarias en nombre del apoliticismo y la “normalidad”.
Es el fin de la impunidad del Palacio. De todos los Palacios.
En un par de días se cayeron todas las
máscaras y proliferaron los signos precursores. Se puso en evidencia el grado
de incomprensión, extrañamiento y estandarización de las clases dominantes y la
ineficacia de sus recursos hegemónicos. Fracasaron las teatralidades de quienes
gobernaron Chile durante las últimas décadas. La verdad se presentó abrumadora.
También se puso en evidencia la arbitrariedad y la violencia estructurales del
régimen. Como contrapartida, constatamos la efectividad de las armas
intangibles, de esas armas que jamás podrán ser requisadas: armas morales,
subjetivas, afectivas.
El pueblo chileno vive un acontecimiento
fundante: el Octubre chileno. Una partida de nacimiento: de una confianza
enorme, de una subjetividad rebelde. Un nacimiento que no deja de ser un
renacimiento porque, conciente o inconscientemente, se está retomando el camino
de una dignidad antigua. Pero el Octubre chileno también es una partida de
defunción: del oscurantismo neoliberal, de la libertad como falsedad.
Sentimos que, desde cada barricada,
desde cada piquete, desde cada movilización, los jóvenes chilenos y las jóvenes
chilenas anuncian al mundo el fin de la era de la senilidad: ¡ya basta de
viejos y viejas de 20 años (o de 80)! Anuncian el fin de la era del fatalismo y
del enmohecimiento. Anuncian que los explotados y las explotadas, los jodidos y
las jodidas ya no están dispuestos y dispuestas a aceptar que el sistema les
transfiera su fracaso y siga eludiendo sus responsabilidades. Anuncian la
alegría de fugar de la condición lúgubre del infierno burgués (que hasta hace
unos pocos días era pintado como un paraíso). Anuncian el nacimiento de su
amistad con los vértigos.
Ya nada será igual. Ni para Chile ni
para Nuestra América.
Ahora se presentan los típicos
interrogantes que suceden a la hora cero de toda rebelión popular de tamaña
magnitud: ¿podrá el pueblo chileno asumir la responsabilidad de lo que desató o
la depositará en otros/otras? ¿Podrá hacerse cargo del antagonismo? ¿Podrá
sustraerse de la influencia de las “elites políticas virtuosas” que de seguro
proliferarán como aves carroñeras dispuestas a canalizar, desviar y/o
institucionalizar toda su potencia formidable? ¿Caerá rápidamente en la
seducción de un imposible capitalismo reformado y piadoso y dizque
“antineoliberal”? ¿Se dejará engañar por alguna aristocracia filantrópica?
¿Existen márgenes para una “revolución pasiva” en los marcos de una estructura
económica y social como la de
Chile ?
¿Cómo instituir un régimen de fidelidad
al acontecimiento que conserve y potencie sus costados más disruptivos? ¿Cómo
crear condiciones para próximos auges y escapar a la tentación de meter el océano
en una botella? ¿Cómo evitar que un nuevo “Gran Otro” venga a asignarle sentido
a los actos de los y las que se han rebelado tiñendo de rosa los atardeceres de
las principales ciudades del país?
¿Cómo hacer para que la bronca se
convierta en proyecto alternativo de sociedad y de nación? Porque de eso se
trata finalmente, ¿verdad?: de instalar nuevamente la idea de la necesidad y la
viabilidad de un proyecto alternativo al capitalismo, un proyecto emancipador,
un horizonte político que dignifique a cada una las praxis populares; la idea
de una plurinación democrática e igualitaria. Un proyecto que se plantee la
recuperación del patrimonio nacional enajenado, de las riquezas básicas, del
poder del pueblo.
No se pueden anticipar respuestas para
estos interrogantes. La praxis tendrá la primera y la última palabra.
Lejos de ejercer el oficio de los
augures, desprovistos de formulas fulminantes y de ojos avezados, apenas
intuimos que la institucionalidad de base que emerge de los colectivos y las
asambleas –junto con las viejas instituciones dispuestas a modificar sus
lógicas, roles y cosmovisiones y abiertas a las heterodoxias más insólitas– es
el mejor laboratorio para elaborar un proyecto emancipador y labrar la unidad
combativa de todos los sectores populares de Chile.
También abrigamos una certeza: al “Gran
Otro” sólo se lo reemplaza con poder popular.
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