Brasil: Caza al indio
17 de agosto de 2019
Decenas de indígenas son asesinados cada año en la Amazonia
brasileña por invasores que buscan expulsarlos de sus tierras ricas en
minerales. El último caso se produjo el 28 de julio cuando unos 50
“garimpeiros” apuñalaron hasta la muerte a un cacique de la etnia wajãpi.
Por Daniel Gatti.
La política del gobierno de Jair Bolsonaro de “liberar” cada vez
más zonas de la Amazonia a la explotación minera provocará, sin dudas, que la
matanza aumente en intensidad.
El domingo 28 fue el turno Emyra Wajãpi, cacique de 68 años de la
etnia wajãpi, atacado con arma blanca por decenas de mineros ilegales
(“garimpeiros”) que después de asesinarlo tiraron su cuerpo a un río.
Los wajãpi son una de las alrededor de 120 etnias que viven en
reservas en las zonas selváticas amazónicas desde que la Constitución de 1988
les otorgó protección y les asignó tierras supuestamente inviolables.
Son unos 1.300 y están concentrados en un territorio de 6.000
quilómetros cuadrados entre los estados de Pará y Amapá.
Hace tiempo que denuncian que los “garimpeiros” se mueven con cada
vez mayor libertad en sus tierras y realizan ataques nocturnos contra sus
aldeas y las de otros pueblos indígenas.
A decir verdad, a pesar de las protecciones otorgadas o
arrancadas, los indígenas nunca han dejado de ser atacados.
Según el Consejo Indígena Misionero (CIMI), dependiente de la
iglesia católica, en tres décadas –entre 1988 y 2018– 1.071 nativos han sido
asesinados por “garimpeiros” o mercenarios a sueldo de empresas nacionales y
extranjeras.
Y la Amazonia nunca dejó de ser violada. Entre 2006 y 2017 perdió
cuatro millones de hectáreas de cobertura vegetal, según la ONG Global Forest
Watch.
Deforestación y exterminio
Desde que bajo el gobierno de Michel Temer el Estado aceleró la
apropiación de tierras indígenas para fomentar megaproyectos mineros o
agrícolas, tanto una cosa como la otra (la deforestación y la desprotección de
los pueblos nativos) han aumentado de manera exponencial.
Bolsonaro ya había advertido años antes de que llegara a la
presidencia que algún día había que acabar con la “absurda” concesión de
reservas a los indígenas y con las protecciones ambientales “ridículas” a la
selva amazónica.
“Donde hay indios hay una gigantesca riqueza escondida”, dijo en
2017.
Lo reiteró en las últimas semanas. Y dijo más aún: las empresas, en
su gobierno, tendrán cheque en blanco para arrancar a la tierra el oro, el
manganeso, el hierro, el cobre que albergan. Y para plantar soja, of course.
Para ello hay que extirpar esas molestas e inútiles cosas verdes y
marrones llamadas árboles. En junio último, el nivel de deforestación fue 88
por ciento superior que el del mismo mes del año anterior, de acuerdo a datos
de organismos estatales.
Y también extirpar a los nativos, que “son tan pocos y tantos
derechos tienen”.
La caza al indio ha sido prácticamente lanzada oficialmente.
Con Bolsonaro, dijo recientemente Dinamã Tuxá, coordinadora de la
Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil, “se ha institucionalizado el
genocidio”.
Mientras Emyra Wajãpi era acuchillado en Amapá, el presidente
convocaba desde Brasilia a los “países del primer mundo, especialmente a
Estados Unidos”, a asociarse con Brasil en la explotación de los recursos de la
Amazonia.
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