8 de agosto de 2019
Por Juan
Barreto, Javier Biardeau y Héctor Sánchezi
“Hace
década y media, la izquierda oficial en Venezuela era una calamidad (desde
cualquier ángulo que se le mire). Quince años después, esa izquierda está en el
mismo lugar (solo que un poco más obesa por efecto del parasitismo de estado).”
Rigoberto Lanz
Soy Bolivariano y Chavista, ¿ergo de
izquierda?
Por
los márgenes de los viejos aparatos de izquierda (PCV-MIR-MEP-MAS) se coló el
fenómeno del proceso popular bolivariano y del “chavismo” que saltó
directamente a ser gobierno, descolocando por completo la agenda de la
izquierda tradicional e introduciendo un nuevo dinamismo, sobretodo, en el
“movimiento de masas” venezolano. Cabe decir que del primer atisbo aprista del
ARDI como semilla del PDN (1936) y luego de AD (1941), el “movimiento de masas”
en la Venezuela del siglo XX fue encuadrado en las filas del reformismo de
horizonte socialdemócrata.
Las
masas populares revolucionarias han sido las grandes ausentes de la historia de
las diversas “revoluciones” que los historiadores narran cuando tal palabra
aparece en boca de los actores protagonistas de las más modestas revueltas. No
es equivalente decir revueltas, rebeliones y revoluciones. No tuvo el mismo
objetivo de consolidar un movimiento de masas, el PCV (1931) cuya doctrina del
férreo “partido de cuadros” y procedencia hay que rastrearla en aquellos
marxistas, entre los que se encontraban los hermanos Eduardo y Gustavo Machado, Carlos León y Salvador de la Plaza,
quienes fundaron en México en 1926 el Partido Revolucionario Venezolano (PRV),
el cual fue un movimiento Nacionalista, Revolucionario y Antimperialista, que
puede ser considerado como uno de los núcleos iniciales del posterior Partido
Comunista de Venezuela (PCV). No hay que hacerse los tontos con las fechas.
Ya
en 1924 había desparecido Lenin de la escena. De modo que la herencia de lo que a la
postre será el PCV llevará a cuestas el inconsciente político de las luchas de
las tendencias en el interior de la
URSS. En 1927 se hablaba incluso de una “oposición de
izquierda” dentro de la URSS.
Ya tempranamente en la revolución rusa, el debate estaba
encendido entre populistas, marxistas legales, socialdemócratas, marxistas
revolucionarios y libertarios. Tal escena era mucho más que decir estalinistas,
trotskistas y reformistas. El estalinismo tiene vieja impronta en Venezuela, al
menos inhibió una crítica fundante de la propia naturaleza de la URSS desde
1917. ¿Fue en realidad socialista, un estado obrero degenerado, una nueva
figura del capitalismo de estado o un colectivismo burocrático?
Esas
preguntas parecían estar ausentes como debate de aquella izquierda venezolana
donde no aparecía por ningún lado la caracterización de la URSS como socialismo
de estado o como socialismo burocrático, más allá de la polémica encendida
entre socialdemócratas oficiales, la III internacional y los que se quedaban en
la mitad, en el dos y medio. Lo que dominaba el debate era la postura
anti-imperialista y la cuestión de la autodeterminación de las naciones, una
vía para acceder a la modernidad política luego de los caudillismos, los
liberales y los conservadores.
El
PRV-México (1926) elabora un programa político y funda una revista, Libertad,
desde la cual llevan adelante una campaña contra el gomecismo y en favor de las
luchas anti-imperialistas. No obstante, en el terreno propiamente intelectual,
es decir, en lo que se refiere a las aportaciones teóricas de cara a la
profunda crisis paradigmática de la vieja izquierda, los resultados desde
entonces hasta hoy son más que modestos. Es doloroso reconocerlo, pero la
izquierda venezolana fue tributaria del mito del carácter revolucionario de la
URSS durante el estalinismo. Con la muerte de Stalin, las noticias que llegaron
de la URSS afectaron la tesitura de tal complejo ético-mítico y de la doctrina
monolítica de una manera molecular, hasta que los viejos hombres y mujeres del
Partido Comunista comenzaron a sospechar en el propio relato con el cual se
convencieron por décadas tenía no solo lagunas, sino que era una “mentira
oficial”.
Luego
de la segunda guerra mundial y del corto período del Browderismo, la revolución
cubana, vino a compensar la posibilidad de una total recaída en un duelo
melancólico hacia la URSS. De
las divisiones de AD, la fuerza insurgente del MIR atravesó las luchas por la
democratización del poder que colateralmente animaron al PCV desde sus
orígenes, ante su lealtad férrea a la “Patria Socialista ”
Soviética. Todavía el PCV le reclamaba a los Miristas sus razones de reclamarse
como “marxistas-leninistas”, si el partido marxista-leninista era pues el PCV.
Pero en medio de los conflictos en el interior del campo soviético, con el
conflicto Chino-Soviético, con las interpretaciones disímiles sobre el carácter
y destino de las revoluciones en Nuestra América, también allí las polémicas
entre el MIR y el PCV estaban marcadas por el horizonte de dos mitos: la “lucha
guerrillera” y el “asalto al palacio de invierno”. Las figuras de Fidel y de
Guevara destacaban para el primer horizonte. Las de Lenin y los bolcheviques
para el segundo. También, la vieja socialdemocracia adeca (con Betancourt
hegemonizando su agrupación partidista de masas) se movió a sus anchas para
arreciar en la propaganda reaccionaria y la acción represiva, con apoyo activo
de los EE.UU y sus operaciones contra-insurgentes de largo alcance en todo el
continente, profundizando todos sus aparatos y dispositivos en contra del
“CastroComunismo”. Tan fuerte impronta dejo aquella propaganda que hasta hoy se
reactivan sus consignas.
Luego,
ya con el olor de la derrota final muy cerca, hasta el PCV terminó polemizando
con Fidel y la dirección política cubana sobre el devenir de la lucha
revolucionaria venezolana. Vale la pena pasearse por aquellos documentos para
entender lo que estaba en juego. En Venezuela se dio la derrota militar de la
izquierda insurgente desde mediados de los años 60. Esa fue la verdadera
realidad y condición de posibilidad de la llamada “línea pacífica y electoral”.
Y una revolución derrotada tiene deudos que no quieren cobrar ninguna cuota
parte de tal legado. De allí muchos de los silencios del inconsciente político
de aquella época, como si fuera imperativo el silencio, las ausencias, la
censura y las inhibiciones. De allí surgieron mil divisiones y disoluciones, el
típico movimiento de degradación molecular de una fuerza constituyente.
Eso
contrasta con el entusiasmo de masas que estaba presente en aquella “Junta
Patriótica” de Fabricio Ojeda y el derrocamiento del Dictador Pérez Jiménez y
de su círculo militar-policial más estrecho. Como si se tratara de historias
paralelas, el devenir de aquella junta estaba aparejada del otro pacto: el
Pacto entre Elites que va de Nueva York a Punto Fijo: la democracia electoral y
representativa como Dulcinea del Toboso al decir de Domingo Alberto Rangel.
Luego de aquel escarceo armado, el repliegue táctico llevo a la resistencia
estratégica. Surgieron innovaciones (MAS y Causa R, por ejemplo) desde
divisiones del PCV, así como reintentos testarudos (Organización
Revolucionaria, Liga Socialista, Partido Revolucionario Venezolano y Bandera
Roja) tanto del PCV como del MIR. La “izquierda” y la “ultraizquierda”
configuraron el espacio de las izquierdas según la nomenclatura de la mediática
oficial de los años 70, en proceso ya de consolidar su propia industria
cultural televisiva, además del despliegue de toda la malla de cooptaciones en
instituciones culturales, becas y universidades.
Tal
cooptación fue clave para comprender muchas de las auto-censuras, las
inhibiciones y los silencios. Abreviando algunos pasajes, es preciso destacar
las recaídas del MAS en la socialdemocracia reformista, en la tan cuestionada
“democracia liberal” y la “partidocracia”, ya sin proyecto anticapitalista,
mostrando precisamente hasta dónde puede llegar un arco de potencia de una
iniciativa constituyente, cuando no hay agenciamiento de recursos, capacidades,
motivaciones, afectos, estética y ética-política. El MAS construyó sus
tendencias internas a modo de zoografía y bajo la inercia de agrupaciones que
van tras la estela de un caudillo. De la crisis de la aquellas izquierdas,
surgió un terreno huérfano y fértil por donde irrumpió la Rebelión Militar
del 4-F. Por supuesto, no sin antes dar cuenta de una revuelta popular como el
27-F. Tal revuelta popular fue sobrecargada de connotaciones mitológicas, luego
que una orquesta de simbolizadores (nuevos intelectuales) re-inventaron un mito
de insurgencia popular. Se inspiraban en Juan Uslar Pietri y sus valoraciones
de Boves (Historia de la rebelión popular de 1814). El terreno de los
“caudillos populares” se iba labrando molecularmente. Sin embargo, del
estallido social, de aquella protesta popular masiva con destemplada violencia
expresiva a una insurgencia política es preciso un largo trecho de
“concientización, organización, movilización y lucha de masas”. Incluso alguna
voz que clamaba en el desierto, analizó ese pasaje de la “Subversión Social
a la Subversión
Política ”.
Eran
sólo esbozos de desobediencia social ante una legitimidad social y política
rota. El pacto de elites quedaba como el Rey desnudo. Se comprende que las
exigencias de “querer llegar a ser gobierno” y de ser parte de una “gestión de
gobierno” consumió por otra parte la energía de mucha gente comprometida.
Muchos consolidaron dos estereotipos en su territorio subjetivo: “Se había
perdido mucho tiempo”, “No se puede hacer una revolución sin plata”. El sistema
dominante en crisis intento cooptar muchas energías irredentas.
Lo logró a medias,
incluso con aquellos Comandantes del 4-F. Lo que no se comprende es que se
intente hablar hoy en clave de “Revolución” en medio de una tal precariedad
reflexiva, es decir, desde los vacíos teóricos (crisis de fundamentación, de
consistencia y de legitimación de las formulaciones teóricas y los proyectos
revolucionarios) en los que está postrado todo el pensamiento político heredado
de la modernidad occidental. El “árbol de las tres raíces” fue un síntoma del
aquel cuadro de los años 90. Para los modernizadores, un simple e insulso
anacronismo. Sin embargo, puede leerse en otra clave. Una reactivación del
inconsciente político de lo nacional-popular, cargado de las ambigüedades,
ambivalencias y polivalencias del sustrato popular plebeyo venezolano.
La
potencia plebeya se había quedado ya casi sin palabras, estaba labrando con
usos innobles, sus propios códigos y gramáticas. Estaba apelando a la
generación de los muertos, a la pesadilla que aprisionaba el cerebro de los
vivos, que evocaba Marx iniciando aquellos pasajes historiográficos sobre el
Bonapartismo y el 18 Brumario. La potencia plebeya estaba viviendo su
encrucijada entre el trabajo intelectual muerto y el trabajo intelectual vivo.
También en Venezuela, un encumbrado del positivismo había hablado en otra época
y contexto del “Cesarismo Democrático”. Evocar a Bolívar podría dar lugar a
viejos cultos y viejos toboganes interpretativos.
La
revolución bolivariana, el proceso popular constituyente, el proceso
bolivariano revolucionario o más sencillamente, el “proceso”, declinó en el
significante del “Chavismo”. Hoy el “Chavismo” parece hacerse legión de
composiciones en sus apuestas frente al legado de Chávez y la coherencia de un
liderazgo sobre las tareas políticas y de gobierno, con los más diversos
matices, corrientes y tendencias que evocan su procedencia aluvional. Por
supuesto, como en todas las lenguas, hay una tendencia centralizadora y
domesticadora que lo lleva al terreno del “oficialismo”. Pero tal fuerza
centrípeta no puede bloquear márgenes, periferias y subversiones de la lengua
oficial. Sobre el Chavismo hay también un “conflicto de interpretaciones”. Y
con hondas consecuencias políticas.
En tal contexto,
nosotros apostamos a una renovación radical de las izquierdas venezolanas, de
las corrientes nacional-populares de izquierda, de cara a una multitud
mundializada y por una secuencia de acontecimientos de democracia absoluta. No
queremos legitimar las trampas al poder constituyente, a la triada de
resistencia, insurgencia y poder constituyente, a las postulaciones del
contrapoder y la contra-hegemonía para una operación de razón de estado, de
alta burocracia y de bajo maquiavelismo político.
Las
izquierdas con mentalidad de aldeano vanidoso, siguen aún postradas en el
espejo de un imaginario político derruido por todos los costados. Y frente al
Estado algunos vanidosos sacan del cajón de sastre a Hobbes, Hegel y Carl Schmitt.
Debemos reconocer que el “Rentismo” genera su propio campo cultural, es una
infraestructura que determina la peor condición posibilidad para el esfuerzo
teórico-intelectual. También la corrupción, el oportunismo crematístico, la
mentalidad de funcionario y la adulancia son obstáculos epistemológicos, no
solo sociales y políticos.
Lo fundamental para la
renovación del campo de las izquierdas será superar la entronización del
“marxismo soviético”, como ordenamiento pre-categorial (prejuicios), con sus
correspondientes prácticas estalinistas (habitus-habituación), como único
referente para imaginar, pensar, decir y hacer algo llamado “revolución”. Por
ahora, la revolución democrática ha sido bloqueada y truncada.
El propio proceso
popular constituyente, liderado por Chávez no logró aún profundizar en el punto
de quiebre que significó la articulación entre “revolución democrática”, casi
calcada de las viejas tesis leninistas de las dos tácticas de la
socialdemocracia rusa (presente en el propio léxico de Betancourt y el etapismo
de la “revolución nacional-burguesa”), con el horizonte de la “democracia
revolucionaria” y aquella “democracia popular bolivariana” del Libro Azul,
secuencia indistinguible, reiteramos, de la resistencia, la insurgencia y el poder
constituyente originario, como contrapoder/contra-hegemonía para una nueva fase
de acontecimientos instituyentes.
En la precariedad
reflexiva, en su condición histórica de posibilidad, en su territorio
existencial, fue que se instaló la frase “Socialismo del siglo XXI”. Así, se
trataba de desbordar la vieja dicotomía entre reformismo socialdemócrata y
comunismo marxista-leninista. Evoquemos fragmentos de historia. Ni siquiera el
experimento de “Fuerza Comunista”, nomenclatura originaria luego conocido como
el MAS (Movimiento al Socialismo), logró desde algunos elementos del
eurocomunismo y de los ingredientes Gramscianos, superar tal dicotomía tan
limitadora.
En otras latitudes ya
se hablaba de reformas radicales y de subversión del significante revolución, para colocar a la insumisión y la impugnación política
como acontecimientos de ruptura de una idea cíclica y pendular de
“Revolución-Termidor”. Tampoco logró consolidar su impulso rupturista la Causa R ni el PRV-Ruptura
(Tercer Camino). Eso significa la necesidad de replantear todo el terreno
teórico-político, incluso
político-espiritual, desde aquellas viejas polémicas de Marx frente a los
“Socialismos franceses” existentes y luego frente al “anarquismo”, hasta llegar
a los candentes debates que valoran el marxismo occidental, el legado de la
teoría crítica, el socialismo real, el impacto de las revoluciones del Tercer
Mundo, el eurocomunismo, la
Tercera Vía liberal-socialdemócrata, el autonomismo y los
retornos a la vieja autoridad intelectual de los Comités Centrales de los
Partidos de izquierda de inspiración Leninista, incluyendo además a sus
coordinaciones mundiales.
No
debemos mencionar aquí otros problemas inmensamente reales: la tendencia a la autoridad despótica, el personalismo,
el burocratismo, el centralismo, la concentración del poder, la adulancia
palaciega, la corrupción, el patrimonialismo y el duro clientelismo para
repartir prebendas y lealtades. Así se comprende el cierre de la cadena
discursiva: “Traidores nunca” Todavía para las izquierdas Venezolanas, la
pérdida física de Chávez es un asunto a tramitar en el terreno de las ideas y
valores sustantivos. Cabría un debate sobre el “Legado de Chávez” desde las
perspectivas de izquierda realmente existentes. No estamos hablando de duelos
sentimentales ni de apelaciones propagandísticas. Estamos hablando de la
orfandad de ideas-fuerza.
Ante
una gigantesca encrucijada de crisis orgánica de hegemonía, de recomposiciones
imperiales y del cuadro económico-social, hay que poner toda la tradición del
pensamiento de izquierda sobre la mesa de discusión, sin censuras,
inhibiciones, miedos y desesperanzas.
¿Quiénes
se atreven? Como diría aquel cretense en su paradoja: ¡Esto es una provocación!
i El presente es solo una entrada de nuestro más reciente
ensayo de elaboración y compilación de una suerte de para-texto, diccionario o
recopilación de palabrasclaves, próximo a ser publicado como Nueva Lengua
Rebelde (NLB), que ante la pregnancia de una neolengua despótica, ponemos a
disposición del debate de los agenciamientos colectivos de enunciación. Próximo
a ser publicado.
Fuente: http://www.rebelion.org/docs/259146.pdf
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