El humo del Amazonas
ya estaba en Argentina
26 de agosto de 2019
Corrimiento
de la frontera agropecuaria. Monocultivos. Explotación de recursos naturales
sin control. Negocios entre sectores empresarios y públicos. Los grandes medios
de comunicación en mute. El incendio de la Amazonía lleva décadas. Y acá en
Argentina, también.
Por
Marcelo Musante (*)
Qué
decir. Para qué. Para quiénes. Un filósofo alemán (Theodor Adorno) se
preguntaba si tenía sentido escribir poesía después de la experiencia asesina
de Auschwitz y el nazismo. Ahora la sensación es la misma. ¿Para qué sirve
escribir sobre un Amazonas que se incendia? ¿Para qué kilómetros de tinta? ¿En
qué modificará la tragedia medio ambiental y de las comunidades que ahí viven?
¿Pero qué nos queda si no?
La
práctica de incendiar bosques nativos para desarrollar negocios
multimillonarios con la agricultura transgénica y la ganadería extensiva es una
práctica que viene siendo denunciada desde hace años por organizaciones
ambientalistas, especialistas en el tema y -sobre todo- por organizaciones
indígenas y campesinas en los territorios.
Ellos
son los desalojados, incendiados y envenenados diariamente. Ellos son los
“daños colaterales”. Lo sufren, lo saben, lo dicen, lo gritan y los silencian.
Pero de repente se incendia el Amazonas y estallan los retweets, los
instagrams, los facebooks y todas las corporaciones mediáticas empresariales
comienzan a titular, a desgarrarse las ropas y a hacer informes con música de
catástrofe.
¿Cuándo
llegará el humo a Argentina?, preguntan todos los medios masivos de
comunicación. Pero el humo está en el país hace décadas: en la minería a cielo
abierto, en el fracking, en el corrimiento de la frontera agropecuaria para
sembrar monocultivos, en la utilización de agrotóxicos, en la explotación de
salares, en los desmontes, en los ríos poblados de arsénico.
El
humo ya estaba en Argentina en las escuelas fumigadas de la zonas rurales, en
la lucha de Sofía Gatica y las compañeras y compañeros de Malvinas Argentinas
para lograr evitar que se instale la fábrica de Monsanto, en Sandra Eli Juárez
que se murió de un paro cardíaco frente a una topadora en Santiago del Estero,
en los asambleístas de Gualeguaychú, en el histórico no a las minería en
Esquel, en Juana Segundo y la comunidad Pilagá de Penqolé denunciando a Techint
por la basura que dejó con el gasoducto que cruza sus tierras, en Fabián Tomasi
envenenado con agrotóxicos que peleó hasta su muerte el año pasado, la pelea
que le llevó la vida a Andrés Carrasco contra los negocios de corporaciones
académicas y las empresas multinacionales. En los textos de Maristella Svampa,
en los de Darío Aranda, en la REDAF, en el MOCASE, en Observatorio Petrolero
Sur, en la
Confederación Mapuche sus denuncias contra los pozos
petroleros.
Una
lista que está lejísimos de ser exhaustiva y que es injusta con muchas personas
y organizaciones nos vienen hablando hace muchos años.
La
Amazonía está ardiendo en miles de partes y hay más de cuatrocientas
comunidades indígenas que viven ahí. Están acorraladas por el fuego. Pero ya
estaban acorraladas por los sectores empresarios de los agronegocios, la
producción de alimentos y las madereras que necesitan reconvertir esos bosques.
Reconvertirlos en dinero, en ganancias privadas.
Los Estados son los responsables.
Y no sólo los gobiernos neoliberales del último lustro. Las políticas de
beneficios irrestrictos e incontrolados para empresas nacionales como Los
Grobo, IRSA y Don Mario, grandes estancias como Don Panos y grupos
transnacionales como Bayer/Monsanto, Benetton, Barrik Gold, Cargill, Nidera,
Dow/Dupont, BASF, entre muchos otros, es asunto también de las gestiones anteriores.
Las comunidades indígenas son
corridas de sus tierras hace muchos años y los discursos hegemónicos sobre la
necesidad unidireccional del progreso penden sobre ellas como una amenaza
constante. Las leyes contra los desalojos flotan entonces como palabra muerta
sino se aplican las legislaciones sobre los territorios. Los pequeños
campesinos son forzados a endeudarse, a vender sus tierras y son amenazados por
grupos parapoliciales sostenidos por empresarios locales y gobiernos
municipales y provinciales. Pero resisten, se organizan y siguen produciendo
sin agrotóxicos.
Falta
poco para las elecciones presidenciales en Argentina. Es tiempo de campaña
electoral. Es tiempo que digan qué van a hacer con los modelos de producción
extractivistas y de primarización de la economía. Y sobre todo qué digan qué van a hacer
con las personas que viven en esas tierras con bosques, cerros, salares y ríos
en los que los empresarios sólo ven soja, minas, litio y agua dulce.
Quizás
los grandes medios de comunicación avisen que ya llega el humo del Amazonas.
Pero acá, a los territorios los están incendiando hace rato.
(*)
Sociólogo
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Fuente: https://www.anred.org/?p=121024
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