Involución
y
resistencias
en América Latina
11 de agosto de 2019
Movimientos antisistémicos: entre el fin del
ciclo progresista y el auge de las nuevas derechas
Raúl Zibechi
La década de 1990 se caracterizó por la
potencia destituyente de los movimientos populares (sociales y sindicales), que
fueron capaces de poner en retirada al sistema político neoliberal privatizador
en la mayoría de los países de la región. Veinte años después, cuando agoniza el
período progresista, podemos trazar un breve mapeo de la situación que atraviesan
los movimientos en nuestra región.
A modo de síntesis, el panorama general
presenta dos realidades aparentemente opuestas: la potencia del movimiento
feminista, con una gran capacidad de movilización e impugnación, por un lado, y
en paralelo una debilidad de fondo del conjunto de movimientos que les impide
volver a jugar un papel central en el escenario político, mermando la capacidad
de impugnación que tuvieron en la década de 1990 y comienzos de 2000.
Recordemos que entre el Caracazo de 1989 y la segunda guerra del gas en 2005
(en Venezuela y Bolivia, respectivamente), los sectores populares derribaron
una decena larga de gobiernos en la región sudamericana.
Sin embargo, existen
muchos movimientos, algunos ya veteranos y otros muy nuevos, que despliegan sus
capacidades a escala local o regional sin la posibilidad de jugar un papel
decisivo en el escenario nacional. Esta limitación proviene de varios aspectos,
pero uno decisivo es que las políticas de los gobiernos progresistas provocaron
cooptación, fragmentación y pérdida del horizonte emancipatorio en la inmensa
mayoría de las organizaciones populares.
Es probable que esa limitación comience a ser
superada en los próximos años, siempre que se registren potentes movimientos
que solo se articularán en momentos de grandes movilizaciones.
La cooptación progresista
Una larga década de progresismos en los
gobiernos de la mayoría de los países de la región sudamericana ha producido
enormes cambios en la realidad y en la organización de los movimientos.
Por un lado, los gobiernos han erosionado las
bases sociales de las organizaciones populares con sus políticas sociales
destinadas a combatir
la pobreza. Desde
los sectores populares se interpretaron esas políticas como formas de
reconocimiento que se tradujeron en una importante adhesión que se plasma en el
respaldo electoral, político y, a menudo, en una actitud de apoyo a personas
concretas como son los casos de Lula, Cristina Fernández y Evo Morales. El
resultado ha sido que la alianza entre gobiernos y movimientos forjó una nueva
gobernabilidad, que facilitó a las administraciones progresistas contar con
bases sociales afines a sus proyectos y modos de hacer.
En segundo lugar, la década y media de
estrechas relaciones de los movimientos con los gobiernos ha generado cambios
internos en su estructura organizativa y en los modos de hacer. Esto sucedió en
gran medida como consecuencia del flujo de recursos hacia las organizaciones
populares, que progresivamente promovieron la aparición de “jerarquías,
presupuestos fijos, fuentes de recursos regulares, formación política y técnica
propia, equipamientos y sector administrativo” (Ricci, 2009 a ).
La institucionalización de los movimientos
fue de la mano de cambios en las formas de acción y en las culturas políticas.
Se comenzó a priorizar las relaciones con los Estados, gobiernos y municipios y
la aceptación de las transferencias monetarias como algo normal y legítimo, lo
que colocó en el centro la gestión y administración de esos recursos
debilitando la pelea por la transformación de la realidad. El modelo
extractivista sigue siendo denunciado, pero hacen mayor hincapié en las
consecuencias ambientales y sociales que en la necesidad de romper con este
modo de acumulación por desposesión.
En todo el continente asistimos a una pérdida
de la frecuencia y la centralidad de las asambleas como espacios de democracia
directa, ya que muchos dirigentes y militantes dedican más energías a las
relaciones con las instituciones que a trabajos de base como la formación y la movilización. En Brasil ,
el 75% de los municipios tiene alguna modalidad de participación social para
determinar las prioridades de inversión, por lo que el sociólogo brasileño Rudá
Ricci, con base en la experiencia en su país, asegura que “los movimientos
sociales que antes exigían inclusión social ingresaron al Estado y fueron
engullidos por la lógica de la burocracia pública” (Ricci, 2009 b).
Por otro lado, las políticas sociales
promovieron la integración a través del consumo, lo que constituye una profunda
aberración desde el punto de vista de la emancipación, con nefastas
consecuencias para los movimientos autónomos (Machado y Zibechi, 2016). En los
barrios populares de las grandes ciudades la deserción de la militancia volcada
hacia las instituciones dejó el campo libre a la derecha, en sus dos versiones:
las iglesias evangélicas, por un lado, y el narcotráfico y los grupos
violentos, por otro. De hecho, tanto en las ciudades de Colombia como en las de
Brasil se está gestando una alianza entre la ultraderecha paramilitar y las
iglesias pentecostales, con la aparición de una figura que algunos periodistas
denominan como “narcotraficante evangélico” 1/.
En Brasil, “narcos y
pentecostales atacan la cultura negra para disciplinar a los más pobres, que
encuentran en las religiones de origen africano formas de relacionarse sin
mediaciones, horizontales y con cierta autonomía en espacios propios, como
los terreiros. En apenas cinco años las denuncias por
intolerancia religiosa crecieron un 4.960%, de 15 en 2011 a 759 en 2016” 2/.
Sin embargo, la
conflictividad social sigue su curso porque las razones de fondo que la
provocan no solo no han cesado, sino que se profundizaron: el extractivismo
minero y los monocultivos, la desigualdad, la violencia y la militarización de
los barrios populares para blindar la dominación.
Los movimientos
actuales
Para abordar lo que están haciendo los
movimientos en estos años, quisiera hacer un breve repaso de tres situaciones
concretas que se registraron en los últimos meses, en tres sectores sociales
diferentes: un movimiento urbano en Brasil, una articulación de movimientos
rurales en Colombia y el movimiento indígena en Chile. Las tres son luchas que
se han producido entre diciembre y abril; o sea, tienen estricta actualidad.
Los movimientos sociales brasileños
recuperaron las calles durante el primer mes del gobierno de Jair Bolsonaro.
Entre el 10 de enero y el 5 de febrero, el Movimiento Pase Libre (MPL) realizó
cinco manifestaciones en Sao Paulo, en pleno verano, contra el aumento de la tarifa
del autobús a 4,30 reales (un euro cada trayecto). Lo que supone que una parte
considerable del salario mínimo (de 230 euros) debe ser invertida para moverse
por la ciudad.
Recordemos que el MPL fue el movimiento que protagonizó las
jornadas de junio de 2013 protestando contra el aumento del transporte en plena
Copa de las Confederaciones, y demandando por el acceso igualitario a la ciudad. Cinco años
atrás las movilizaciones del MPL fueron duramente reprimidas y en respuesta
salieron a la calle 20 millones de personas durante el mes de junio,
protestando contra la desigualdad.
Ahora, el MPL vuelve a las calles, que en
realidad nunca abandonó. Las cinco manifestaciones tuvieron características
comunes, que se pueden seguir en las crónicas del artista plástico e
historiador Gavin Adam 3/. Participaron mayoritariamente jóvenes, varones
y mujeres, en general estudiantes activistas, desafiando la masiva presencia
policial, con tanques antidisturbios llamados caveiroes (por la calavera pintada que tienen), blindados
que se usan habitualmente en las favelas. También había soldados, motocicletas
y coches policiales, en un despliegue intimidatorio evidente. La represión con
balas de goma y gases lacrimógenos fue constante, así como los cercos a los
manifestantes (kettling, una técnica inaugurada en Brasil durante el
Mundial de Fútbol 2014 por el gobierno de Dilma), que inmovilizan a cientos de
personas.
Las manifestaciones del MPL fueron
combativas, tanto por los lemas que se coreaban como por haber hecho frente a
la policía con firmeza y serenidad. Los jóvenes se dispersan en pequeños grupos
para evitar que nadie quede aislado y sea víctima de los verdes. La
participación en las marchas fue importante, con picos de hasta 15.000
personas, cifras importantes ante el clima de furor bolsonarista que se respira
en Brasil. Existen otros movimientos urbanos activos en Brasil, como el MTST
(Movimiento de Trabajadores Sin Techo), integrados por militantes organizados,
que están dispuestos a salir a la calle contra viento y marea, desafiando el
aislamiento y la represión.
La Minga indígena (trabajo agrícola colectivo
en quechua), afro y campesina de Colombia, iniciada el pasado 10 de marzo, duró
casi un mes con cortes de carreteras contra el Plan de Desarrollo del gobierno
de Iván Duque. Un dato mayor es que recibieron apoyo solidario de sectores
urbanos que poco a poco se van implicando en la movilización. El
sector político social más implicado en estas movilizaciones fue el del
Congreso de Pueblos y la
Cumbre Agraria y Campesina, articulaciones de los más activos
movimientos sociales del país, que ya en 2013 protagonizaron un paro agrario
tan contundente que el gobierno de entonces se sentó a negociar.
La movilización no fue improvisada, sino el
resultado de consultas y coordinaciones que vienen de tiempo atrás. En febrero
se reunieron 380 delegados de 170 organizaciones para poner en común opiniones
sobre el Plan Nacional de Desarrollo (PND) del gobierno. Constataron que no
había un capítulo dedicado a los pueblos originarios que, desde el principio,
temen que no haya inversiones significativas según lo acordado con el gobierno
anterior.
Esta vez la Minga fue más amplia que en
ocasiones anteriores, ya que no solo involucró a los pueblos del Cauca, sino
también del Huila, Valle del Cauca, Caldas y Risaralda, departamentos en los
cuales la paralización fue importante, aunque no tan contundente como en el
primero. Movilizaron entre 20.000 y 25.000 personas en las carreteras durante
un mes, con toda la infraestructura necesaria para dormir, alimentarse y
trasladarse, construyendo baños, fogones y quemaderos de basura, en base al
trabajo solidario de cientos de comunidades.
El tercer ejemplo del vigor de los
movimientos sucedió en Chile luego del asesinato del comunero mapuche Camilo
Catrillanca por la policía en noviembre pasado. Las reacciones al crimen fueron
extensas e intensas, no solo en la Araucanía sino en todo el país. Aunque el
epicentro fue la ciudad mapuche de Temuco, hubo una masiva reacción de la
población chilena con movilizaciones en por lo menos 30 ciudades, incluyendo
las del lejano norte. En Santiago se contaron cien cortes de calle, con
barricadas y hogueras, durante horas, con cientos de vecinos. Muchos de los que
no salieron golpearon cacerolas asomados a las ventanas, sobre todo en la periferia. En
algunas zonas las movilizaciones se prolongaron durante 15 días.
Las organizaciones aseguran que el mundo
mapuche está en plena expansión, con especial énfasis en la recuperación de
tierras, de la lengua y una solidaridad que no para de crecer a lo largo del
país. La recuperación de tierras es el aspecto más evidente, y el más
reprimido, de este crecimiento mapuche. La provincia Malleko
es el epicentro. Es una amplia faja al norte de Temuco, desde la cordillera
hasta la costa, que involucra nombres históricos y emblemáticos: Angol,
Collipulli, Traiguén, Lumaco, Ercilla, Renaico. Sitios que integran la zona roja que concentra los conflictos desde la Colonia. Allí nació
en los 90 la
Coordinadora Arauco Malleko (CAM), hace una década la Alianza Territorial
Mapuche , y además funciona el parlamento Koz Koz, una
organización joven y horizontal que recupera tradiciones y espacios donde se
reproduce la vida y la cultura.
En esta región, y en la costera de Cañete y
Tirúa, se concentró la resistencia al conquistador, por comunidades que les
propinaron las mayores derrotas que conocieron los conquistadores en las
Américas. La memoria larga de los mapuches se completa con la usurpación de sus
tierras en la segunda mitad del siglo XIX, en la mal llamada Pacificación de la
Araucanía.
En algunas áreas, como el triángulo entre
Ercilla, la costa de Tirúa y Loncoche (al sur), las recuperaciones de tierras
van conformando una mancha de poder comunitario mapuche. En las 1.200 hectáreas del
exfundo Alaska, recuperado en 2002, viven hoy dos comunidades (Temucuicui
Tradicional y Autónoma), en tierras que fueron de la Forestal Mininco
del grupo Matte, que posee 700.000 hectáreas usurpadas a las comunidades.
Por último quiero mencionar un caso muy
particular, como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), por tres razones:
nace en los mismos territorios donde había sido fuerte el movimiento piquetero
entre 1997 y 2002, en especial en la periferia de la ciudad de Buenos Aires;
recupera algunas prácticas de aquel movimiento, incluyendo algunos cuadros; es
una alianza rural-urbana, que tiene un carácter estratégico para los
movimientos.
La UTT proviene del Frente Darío Santillán y
la mayor parte de las 10.000 familias que integran la organización son
migrantes de Bolivia, expertas en la producción agrícola. Ocupan tierras para
producir, se orientan hacia la agroecología, se organizan territorialmente en
grupos de base y cuentan con grandes almacenes para la venta directa a los
consumidores, que en ocasiones también realizan en calles y plazas de la
ciudad 4/.
La autonomía de ayer y la de hoy
Pese al reflujo y la cooptación, los
movimientos han experimentado un profundo avance, si comparamos la situación
actual con la de dos décadas atrás. Cada vez que puedo, recuerdo estos datos.
En Colombia existen 12.000 acueductos comunitarios que suministran el 40% del
agua a las zonas rurales y el 20% a las ciudades. Cada acueducto fue construido
y es sostenido por una o varias comunidades.
En Brasil hay 5.000 asentamientos de reforma
agraria, la mayor parte vinculados al Movimiento Sin Tierra (MST), que ocupan
25 millones de hectáreas recuperadas del latifundio improductivo, donde viven
dos millones de personas y funcionan 1.500 escuelas gestionadas por el
movimiento, además de cooperativas de producción y distribución.
En Argentina existen casi 400 fábricas
recuperadas y cien bachilleratos populares donde finalizan la secundaria los
adultos que no han podido terminar sus estudios. Son gestionados por docentes y
alumnos de forma igualitaria y los modos de aprendizaje están inspirados en la
educación popular de Paulo Freire. Además, hay 200 revistas culturales
autogestionadas (impresas y digitales) que ocupan a más de 1.500 trabajadores y
son leídas por cinco a siete millones de personas.
Los problemas que tiene el campo
anticapitalista no consisten en la falta de experiencias ni de movimientos más
o menos importantes, sino en dos cuestiones: la dificultad para sostener los
emprendimientos existentes y la falta de una visión más global que permita
superar el localismo. Algo así sucede con los debates y las prácticas
autonómicas, que luego de una larga década de gobiernos progresistas parecen
haber mutado; abandonaron el escenario y se han refugiado en los pliegues menos
visibles de los movimientos antisistémicos.
Algo similar sucedió, también, con la tensión
anticapitalista, que se ha debilitado considerablemente. En este cambio han
confluido varios procesos. Por un lado, las políticas de los gobiernos
progresistas han neutralizado los rasgos anticapitalistas de las
organizaciones. Por otro ha ganado terreno la propuesta de jugar en la cancha grande, como denominan algunos a competir en el terreno
electoral, ya que consideran que las islas de autonomía no
logran conmover al sistema. En este punto quisiera enfatizar: el problema no
está en acudir a las elecciones sino en desmontar el trabajo de base, en
particular el arraigo territorial, que fue la característica distintiva de los
movimientos de la década de 1990, que les permitió derrotar el modelo
neoliberal.
Sin embargo, una de las mayores dificultades
que enfrentan los movimientos es interna: los colectivos que trabajan de forma
autónoma tienen enormes dificultades para sostenerse en el tiempo, en base a
sus propios esfuerzos, y tender puentes hacia otros grupos similares para
emprender acciones más potentes y desafiantes. En resumen, no pasamos por
buenos momentos quienes apostamos por la construcción de espacios de autonomía,
con estilos de trabajo que se apoyan en la autoconstrucción de mundos nuevos.
Un recorrido por diversos espacios realizado
en 2018 por una decena de movimientos latinoamericanos me permitió auscultar
otros debates y modos de trabajo 5/. Uno de ellos es la diversificación de
lo que se entiende por autonomía, al punto que muchos colectivos se consideran
realmente autónomos aunque reciben fondos de los Estados. Separan la
autogestión del espacio propio de los aportes financieros que perciben.
Aunque en principio resulta una posición algo
incómoda y difícil de aceptar, lo cierto es que las prácticas autónomas no solo
no han desaparecido, sino que se sostienen en numerosos colectivos, más allá de
las definiciones de cada quien. Intuyo que la autonomía como propuesta política
goza de mayor simpatía que la capacidad de ser realmente autónomos; que las
prácticas autónomas son bastantes más que los colectivos que solo dependen de
sus esfuerzos.
En suma, que la realidad se ha vuelto mucho
más compleja y no admite simplificaciones. Sin embargo existen decenas de
organizaciones autónomas, por lo menos en las provincias mencionadas. Tienen
algunas características comunes que quiero desglosar:
La primera es que esas prácticas anidan en
grupos muy variados, no dedicados a lo que se entiende por política, en el sentido de disputar el poder en la sociedad,
sino volcados hacia actividades culturales (música, danza, radios libres,
editoriales y revistas independientes), sociales (educación popular, comercio
justo, alimentación sana) y productivas (elaboración de pan y otros alimentos
orgánicos, artesanías y reciclajes).
La segunda es que estos grupos suelen
compartir ideas y prácticas ambientalistas o ecologistas, se niegan a plegarse
al consumismo, conforman redes de resistencia a la minería y a los monocultivos
como la soja, pero también a la especulación inmobiliaria urbana.
No todos son totalmente autónomos, en el
sentido de que se apoyan en sus propios recursos, pero cuestionan la
participación en las elecciones y gestionan sus espacios y sus tiempos según
sus propios criterios. La mayoría ha construido espacios de autoformación, lo
que contribuye a potenciar las prácticas autónomas.
En tercer lugar, se trata de un sector muy
amplio, aunque no suele estar vinculado por una estructura organizativa
estable. La tendencia es que los colectivos se agrupen para una actividad
concreta o para campañas acotadas en el tiempo, y luego cada organización sigue
su propio rumbo. En realidad existen vínculos estables entre muchas de ellas,
pero no están sujetas a un aparato orgánico que las supera.
Existen coordinaciones nacionales, regionales
y sectoriales. Pero cada grupo que las integra, en este caso se aplica
perfectamente, es autónomo a la hora de tomar sus decisiones sin tener que someterse
a la coordinación a la que pertenece. Por eso creo que la autonomía abarca
muchos más espacios que aquellos que se definen como autónomos.
La autonomía se ha transformado profundamente
desde que emergió en la década de 1990, influida por el zapatismo, la debacle
de los partidos de la vieja izquierda, el neoliberalismo que destruyó los
Estados del bienestar y un sindicalismo funcional al sistema. La mayoría tiene
claro que las políticas sociales de los Estados buscan domesticar a los
movimientos y parecen haber aprendido a neutralizarlas.
En uno de los varios encuentros en los que
participé, uno de los grupos de trabajo destacó la importancia de trabajar en
“cómo nos abrazamos desde abajo”. Mientras avanzan en reconocer las
dependencias que mantienen, no solo del Estado sino también del mercado,
también crecen en dilucidar los modos de relacionarse, para ampliar
resistencias y luchas, mientras tejen lo nuevo. No es poco para tiempos tan
difíciles.
Raúl Zibechi es investigador y autor de una
larga lista de obras y artículos sobre los movimientos sociales en América
Latina
Notas
1/ Ver “El aumento de los
narcotraficantes evangélicos en Brasil”, en Univisión, https://bit.ly/2PIoPAd
2/ El País (edición
Brasil), 3 de noviembre de 2017 en https://bit.ly/2lMyvyd
3/ Véase su serie de notas en https://outraspalavras.net/author/gavinadams/
4/ Para más información: http://uniondetrabajadoresdelatierra.com.ar
5/ En marzo de 2018 participé en el
encuentro anual de la Universidad Trashumante , en Cosquín, Córdoba. El
mismo mes estuve con el Encuentro de Organizaciones, una confluencia de
colectivos territoriales de la ciudad de Córdoba, y en tres actividades en
Traslasierra: en el centro cultural de Los Hornillos, en la biblioteca popular
y en la radio comunitaria de La Paz, en las que participaron en total unos 200
activistas. En julio estuve en Celendín, en Cajamarca (Perú), en la Escuela Hugo Blanco ,
donde la población resiste a la minera Conga. En agosto, en Paraná en el
seminario de los Vecinos Autoconvocados de Hersilia y la Red de Técnicos en
Agroecología. En octubre en un encuentro de comunidades en la sierra Tarahumara
(México), organizado por COMUNARR. Ese mismo mes compartí con la comunidad Timbau ,
en la favela La Maré ,
en Río de Janeiro, encuentros con grupos de jóvenes. En diciembre con
colectivos mapuches rurales y urbanos en Temuco y Santiago (Chile). A fin de
año participé en San Cristóbal de las Casas y en Oaxaca en encuentros con redes
de apoyo a movimientos contra el extractivismo. La mayoría de estos grupos
mantiene debates sobre qué es ser autónomo en este período
Referencias
Machado, Decio y Zibechi, Raúl (2016) Cambiar el mundo desde arriba. Los
límites del progresismo. Bogotá: Desde
Abajo.
Ricci, Rudá (2009 a ) “Com o fim da era
dos movimentos sociais foi-se a energía moral da osuadía”, inclusive, 2/12.
Accesible en http://www.inclusive.org.br/arquivos/12835
(2009 b) “Fim da era dos movimentos sociais”,
en Folha de Sao
Paulo, 20/10. Accesible en https://www1.folha.uol.com.br/fsp/opiniao/fz2010200908.htm
https://www.vientosur.info/spip.php?article15015
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Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2019/08/11/movimientos-antisistemicos-entre-el-fin-del-ciclo-progresista-y-el-auge-de-las-nuevas-derechas/
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