Cómo la industria de los
hidrocarburos ha contaminado hasta la política.
12 de agosto de 2019
En vez de financiar soluciones que
frenen la crisis ambiental, los gobiernos del mundo han dedicado 5
billones de dólares por año a las subvenciones de combustibles fósiles
Los
activistas que se enfrentan a estas políticas e industrias contaminantes son
sujetos a un proceso de demonización, impulsado por lobbies de financiación
oscura, que culmina en la criminalización de la protesta social
Filipinas
encabeza la lista de gobiernos que incitan el asesinato
de ambientalistas, según la ONG Global Witness
Por George Monbiot
La tragedia de nuestro tiempo es que el derrumbe
acumulativo de los sistemas ecológicos ha coincidido con la era del
anti-servicio público. Justo cuando deberíamos estar mirando más allá del
interés propio y del corto plazo, tenemos a los gobiernos del mundo
representando los más mezquinos y asquerosos intereses. En Estados Unidos,
Reino Unido, Brasil, Australia y muchos otros países, los que mandan son los
plutócratas responsables de la contaminación.
La descomposición de los sistemas de la
Tierra está ocurriendo a una velocidad asombrosa. Los incendios forestales arrasan Siberia yAlaska, llegando en muchos lugares a la turba del
subsuelo, lo que libera nuevas emisiones de metano y dióxido de carbono y
contribuye, por tanto, a más calentamiento global. Se estima que, solo en
julio, los incendios forestales del Ártico liberaron la misma cantidad de
carbono que Austria en todo un año. El círculo vicioso de la
retroalimentación climática ya ha comenzado.
Por el deshielo del casquete glaciar
en Groenlandia caen
torrentes de agua, derritiéndose ante una anomalía de 15 grados centígrados en
las temperaturas. Este nivel de pérdida diaria de hielo debía haber ocurrido
dentro de 50 años, como estaba previsto en los modelos climáticos para
2070. Según un artículo de la revista Geophysical Research Letters,
en el Alto Ártico canadiense el deshielo del permafrost ya superó al
derretimiento proyectado por los científicos para 2090.
En Europa, las temperaturas récord del
mes pasado provocaron molestias y trastornos, pero en el suroeste de Asia se
acercan a los límites térmicos del cuerpo humano. El aire acondicionado se está
haciendo fundamental en cada vez más zonas del mundo, no solo por comodidad
sino como una mera cuestión de supervivencia. Otro círculo vicioso: el aire
acondicionado requiere un uso gigantesco de energía. Y los que no puedan
permitírselo se mudarán o se morirán. La degradación del clima ya es responsable de más
desplazamientos forzados que la pobreza o los conflictos, fenómenos
en los que también contribuye.
Según un artículo reciente de la revista Nature, tenemos pocas
esperanzas de evitar un calentamiento global superior a los 1,5 grados celsius
si no damos de baja las infraestructuras de combustibles fósiles actuales. Lo
más probable es que las emisiones de carbono de nuestra capacidad ya instalada
nos hagan sobrepasar ese umbral, aunque no construyamos más centrales
eléctricas de gas o de carbón y tampoco hagamos más carreteras ni aeropuertos.
Sólo si desmantelamos parte de nuestra infraestructura antes de que termine su
ciclo de vida podremos confiar, con un 50% de probabilidades, en mantenernos
dentro del límite acordado en París en 2015.
Pero lejos de desmantelar esta máquina
de matar al planeta, los gobiernos y las industrias de casi todos lados están
echando más leña al fuego. El plan de la industria del gas y el petróleo es
gastar otros 4,9 billones de dólares durante los próximos 10 años en
exploración y desarrollo de nuevas reservas de hidrocarburos que no podemos
permitirnos quemar. Según los datos del FMI, la suma de las subvenciones a
combustibles fósiles de los gobiernos de todo el mundo es de 5 billones de
dólares (€4,47 billones) por año, muchas veces más de lo que gastan para
resolver nuestro dilema existencial. En EE.UU., esos disparatados subsidios son
10 veces mayores que el presupuesto nacional de educación.
El año pasado, el mundo quemó más combustibles
fósiles que alguna vez
en su historia. Según un análisis de Barry Saxifrage publicado porThe National Observer de Canadá, desde 1990 hasta hoy hemos
quemado la misma cantidad de combustibles fósiles que en la suma de todos los
años anteriores a esa fecha. En este período también ha aumentado el suministro
de energía renovables y nuclear pero la diferencia entre energía derivada de
combustibles fósiles y la baja en hidrocarburos no se ha reducido. Al
contrario, no ha dejado de crecer. Si queremos evitar que el calentamiento
global se nos vaya de las manos, lo más importante no son las cosas buenas que
estamos empezando a hacer sino las cosas malas que tenemos que dejar de hacer.
Terminar con la infraestructura de los
hidrocarburos requiere de la intervención gubernamental. Pero en muchos países,
la intervención de los gobiernos no es para proteger a la humanidad de la
amenaza existencial que representan los combustibles fósiles sino para proteger
a la industria de los hidrocarburos de la amenaza existencial que representan
las protestas. En 18 estados de EE.UU. hubo legisladores presentando proyectos
de ley que penalizan las protestas contra
los oleoductos, con el objetivo de desmantelar la
disidencia democrática en beneficio de la industria petrolera. En junio, el
Gobierno de Trump propuso una ley federal que prevé cárcel de hasta un máximo de 20
años para los que
interrumpan la construcción de oleoductos y gasoductos.
Según el observatorio mundial Global
Witness, Filipinas encabeza la lista de gobiernos que están incitando el asesinato de manifestantes
ecologistas. El
proceso comienza con la retórica.
Primero demonizan la protesta civil, llamándola extremismo y terrorismo; y
luego legislan para criminalizar los intentos de proteger la vida en el
planeta. Al calificarlo como delito, se legitiman las agresiones físicas y los
asesinatos.
En el Reino Unido hemos asistido a uno de estos procesos
de demonización con la publicación, por parte del lobby financiado con dinero
negro Policy Exchange, de un informe en el que se difama al movimiento
Rebelión contra la Extinción. Como ocurre siempre con este tipo de
informes, la BBC le concedió varios y grandes soportes de difusión, con su
habitual falta de curiosidad para averiguar quién financió el informe.
Lobbies de oscura financiación, como la
Alianza de Contribuyentes, el Instituto Adam Smith y el Instituto de Asuntos
Económicos, han proporcionado algunos de los asesores clave en el
gobierno de Boris Johnson. El
nuevo primer ministro también ha nombrado a Andrea Leadsom, una entusiasta
defensora del fracking, para llevar el departamento de política
climática. Y Grant Shapps, que hasta hace un mes presidía el Grupo de
Infraestructura Británico, donde promueven la expansión de carreteras y
aeropuertos, será ahora el secretario de Transporte. Según los documentos revelados la semana pasada por The Guardian, la empresa dirigida por
el aliado y asesor de Johnson, Lynton Crosby, es responsable de producir
anuncios en Facebook, sin nombre y en defensa de los intereses de la industria
del carbón.
Estamos ante lo que parece la Paradoja de la Contaminación. Las industrias más
contaminantes son las que menos apoyo público tienen y, por ello, más
incentivos para gastar dinero en política y obtener los resultados que ellos
quieren y nosotros no. Financian partidos, lobbies, centros de estudio, falsas
organizaciones comunitarias y oscuros anuncios en las redes sociales. El
resultado: la política termina siendo dominada por las industrias más
contaminantes.
Nos dicen que temamos a esos
"extremistas" que protestan contra el ecocidio, que le plantan la cara a las industrias
contaminantes y a los sucios gobiernos que esas industrias tienen en nómina.
Pero los extremistas a los que debemos tenerle miedo no son ellos, sino los que
están en el gobierno.
Traducido
por Francisco de Zárate.
https://www.eldiario.es/theguardian/industria-hidrocarburas-contamina-politica_0_929507150.html
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