viernes, 30 de agosto de 2019

"Hemos visto la naturaleza, desde inicios de la revolución industrial, como una fuente ilimitada de materias primas para su transformación en bienes para la venta. No obstante, desde hace ya algunos años, comprobamos de formas muy contundentes, que la entropía de dicho proceso es altamente tóxica e insostenible para el ambiente, y además tiende a agudizar las desigualdades económicas, al olvidar establecer los medios adecuados para garantizar el bienestar de las grandes mayorías".

La Amazonia y
los límites del desarrollo
30 de agosto de 2019

Por Mauricio Ramírez Núñez (Rebelión)
Los acontecimientos suscitados hacen ya más de dos semanas en la Amazonia Sudamericana nos generan más que preocupación. Además de las cantidades de flora y fauna destruidas, mismas que no serán sencillas de recuperar en corto tiempo, nos obliga a reflexionar con profundidad sobre otra variable; nuestro modelo global de desarrollo. Ese patrón rígido que prioriza el hiperconsumo frente al uso racional de los recursos escasos y que, de cara a la crisis climática mundial, ofrece acelerar más los procesos de explotación irracional de la madre tierra.

Entremos en detalle y veamos porqué afirmamos esto. La lógica de nuestra economía moderna, que de paso ha dejado de lado aspectos humanistas básicos, se basa en la acumulación infinita de riqueza, un crecimiento desmedido y sobreexplotación de recursos naturales o materias primas. Esto implica que hay tres variables que gravitan en función de esa dirección, a saber; desarrollo tecnológico y avances científicos, de gran importancia y aportes para la evolución de las sociedades, pero que al mismo tiempo generan una dependencia significativa de todas las naciones.

Como segunda variable nos encontramos nosotros, la humanidad; vistos como medios para un fin y no como uno en sí mismo, donde cada vez importa menos el cómo nos sentimos, y se vuelve difícil entender la vida desde concepciones que no sean estrictamente productivas. La siguiente es igual de relevante; la naturaleza, que, desde inicios de la revolución industrial, hemos visto irresponsablemente como una fuente ilimitada de materias primas para su transformación en bienes para la venta. No obstante, desde hace ya algunos años, comprobamos de formas muy contundentes, que la entropía de dicho proceso es altamente tóxica e insostenible para el ambiente, y además tiende a agudizar las desigualdades económicas, al olvidar establecer los medios adecuados para garantizar el bienestar de las grandes mayorías.

Esto es un tema serio, debemos recordar que, al referirnos a la naturaleza nos introducimos en un mundo de recursos naturales escasos y la correspondiente dependencia de las naciones hacia ellos, es hablar de extinción masiva de especies, así como degradación climática y de la vida marina. Por supuesto que las guerras por estas razones no se van a hacer esperar en contextos políticos complejos, donde las divisiones políticas internas de los países tornan difícil el arte de gobernar con equilibrios.

De cara a estos acontecimientos, algunos autores y expertos en el tema han empezado a hablar de ecocidio, concepto que llama la atención porque nos mueve a reflexionar al respecto. Es tiempo de repensar el modelo global y local de desarrollo, el crédito ambiental que venimos viviendo cada año (actualmente necesitamos 1,7 planetas tierra para complacer nuestros niveles de consumo) es una señal inequívoca para sumar en la lista de compromisos por adquirir en lo relativo a nuestro futuro como humanidad.

Para entender cómo iniciar un cambio de rumbo, podemos recordar la vigencia que tienen las palabras de Don Pepe Figueres en su texto “Cartas a un ciudadano” de 1955, cuando nos recordaba sobre la razón de ser del crecimiento económico y del desarrollo: “Con demasiada frecuencia cometemos el error de creer que la abundancia puede ser un fin en sí misma. Que nuestros empeños y nuestros sacrificios por tener más cosas se justificarían simplemente por el hecho de tenerlas o de disfrutarlas. Eso no es así; el verdadero fin de nuestros esfuerzos, el producto final, debe ser, no la riqueza sino el hombre. La calidad del ser humano que nuestra sociedad ayude a formar, la cantidad de ciudadanos que logremos modelar conforme a las más elevadas concepciones del espíritu: esa ha de ser la prueba del buen resultado de nuestros empeños”.

Esta sabia reflexión no solamente nos motiva y llena de entusiasmo para trabajar en la dirección correcta, sino que nos muestra luces en medio de tanta nubosidad en relación con el norte de hacia dónde debemos enrumbar el nuevo paradigma del desarrollo. La revolución digital, el desarrollo de energías renovables de bajo costo cada vez con mayor eficiencia, y las oportunidades que el mundo nos ofrece en esa dirección, son propuestas concretas en la ruta del Bien-vivir, ese anhelo por vivir una vida con propósito, menos consumista, en armonía y responsabilidad con uno mismo, los demás, y sobre todo, con la naturaleza. 

En nuestras manos está el darle espacio a la innovación, la tecnología, el humanismo y el respeto profundo por el medio ambiente. Eso pasa por hacer un esfuerzo de voluntad y conciencia para reflexionar sobre los hábitos de consumo y producción que nos dominan, un alto en el camino no está mal y una pregunta como: ¿esto realmente me llena y me hace feliz?, es parte de un paso por ese buen camino. Lo que está sucediendo en la Amazonia es una señal, una alarma mundial y un punto de inflexión que no podemos brincar para seguir como si no ha pasado nada. 

Las soluciones en lo global y local existen, es cuestión de un poquito de voluntad política, que nos pongamos de acuerdo entre todos los sectores. Costa Rica debe ser pionera y liderar una visión diferente por esta nueva senda, contamos con grandes ejemplos históricos, cuyos hechos demuestran que si se puede. Recordemos los años 40, primero con la gran Reforma Social, donde Monseñor Sanabria, el Dr. Calderón Guardia y Don Manuel Mora protagonizaron uno de los episodios más memorables, mientras que años después, en 1948, Don Pepe junto con Don Manuel Mora, nos vuelven a confirmar con el Pacto de Ochomogo que dio fin a la guerra civil, que el diálogo franco y constructivo, poniendo siempre el interés país por delante antes que el particular, es una herramienta muy poderosa para compartir ideas y salir delante de cualquier circunstancia compleja que nos toque enfrentar.

Mauricio Ramírez Núñez es profesor de Relaciones Internacionales.

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