Quien siembra jetones recoge garcas: ¿socialismo o
pospolítica?
25 de agosto de 2017
Por Miguel
Mazzeo
Miguel Mazzeo[1] responde a los interrogantes que le
hizo llegar Contrahegemoniaweb sobre las recientes elecciones y la intervención
de las izquierdas
- ¿Qué estrategias de
construcción tendría que darse la izquierda revolucionaria y con qué
práctica política?
Una izquierda revolucionaria, radical, socialista, no
debería abjurar de una estrategia orientada a la construcción de espacios de
autorregulación de la convivencia social más allá del Estado y más allá del
capital. Una estrategia tendiente a revertir el proceso de descolectivización
social y política, que otorgue cuotas de materialidad a la fuerza del pueblo
trabajador y que contribuya a la identificación/diferenciación de sus
intereses, que ponga en acción una fuerza práctica orientada a la realización
de ideas emancipatorias. O sea, una izquierda que aspire a la condición de
revolucionaria debería fundar una política emancipatoria desde las bases,
construir espacios autogestionarios de reproducción de la vida y espacios de
deliberación y politización no liberales y reconstruir la polis. Debería
articular nodos de una democracia radical (autogobierno) y comunalizar el
poder. Y si bien ésta es una formulación muy general y ambiciosa, queda
claro que buena parte de la izquierda argentina que en algún momento se le
arrimó, en los últimos tiempos tiende a abandonarla, sobredimensionando las
posibilidades que ofrece un campo delineado por y para las clases dominantes,
siguiendo la línea de menor resistencia, sin cuestionar los
condicionamientos del capital y en función de gestar –en algunos casos
abiertamente– una nueva vía reformista. (Usamos una palabra del viejo lenguaje
político pero aclaramos que no nos convence del todo). La izquierda
tradicional, por su parte, mantiene en alto los fundamentos anticapitalistas y
las banderas del socialismo. Lo que constituye un mérito enorme en este
contexto y hay que reconocerlo y valorarlo. Pero como sigue igual a sí misma:
dogmática, vertical, sectaria, desarraigada, no tiene muchas chances de
masificarse y convertirse en alternativa real de poder.
En general, consideramos que existe
una tendencia de la izquierda a adaptarse cada vez más a los juegos de la
política convencional, lo que en algún sentido refleja su aceptación de la
subjetividad dominante respecto de lo posible. Y, hoy por hoy, lo posible es
una restauración, un retorno a los tiempos del “capitalismo con rostro humano”
y al neo-desarrollismo “con inclusión”. Pocas veces en las últimas décadas, ha
resonado tan reiteradamente la expresión “no hay otra”. Que, en realidad, en
muchos casos, podría decodificarse: “no hay otra… que sumarse al kirchnerismo,
tardía y culposamente como la única forma de resistir al reflujo”. ¿Acaso no
puede verse esta postura como una forma de aportar una cuota más al reflujo
desde la izquierda?
Creemos que existen otras formas de resistencia que no alientan
la integración/disolución de los espacios más críticos, que no ponen en juego
su sobrevivencia. En los últimos años se acumularon demasiados indicios
respecto de las limitaciones de las vías llamadas “progresistas”: el no
reconocimiento del carácter sistémico de la crisis del capital, su desinterés
en modificar las estructuras económicas y sociales junto con las tendencias a
la profundización de la matriz extractivista, su orientación a la
redistribución del ingreso por la vía del consumo sin socialización y
democratización de los medios de producción, su aceptación a rajatabla de la
vieja institucionalidad, sus compromisos con las clases dominantes, su temor al
protagonismo social directo, su incapacidad para promover cambios en las superestructuras,
etcétera.
Entonces, cuesta entender que, justo
cuando estas taras quedan bien expuestas en el plano nacional y continental,
una parte de la izquierda, algunos movimientos sociales y algunas
organizaciones populares decidan que es el momento de subirse a ese tren (que
antes no abordaron en aras de la fidelidad a un proyecto emancipador) para
recomponer la vía reformista. Es difícil no ver en esa opción una especie de
intento de oportunismo fallido y extemporáneo. El avance de la derecha en el gobierno,
en el Estado y en la sociedad, es un dato fundamental pero no alcanza para
explicar dosis tan elevadas de conformismo y la renuncia a construir un
proyecto que vaya más allá de la gestión progresista del ciclo y las reformas
democráticas. Luego, en líneas generales, la izquierda cae en las redes
de la representación y la delegación, en las redes del electoralismo,
incluyendo a la izquierda tradicional. O sobre todo la izquierda tradicional.
Percibimos que es cada vez más marcada la identificación de la
izquierda con la figura política burguesa del gestor o el/la que resuelve
problemas. Eso no sólo remite a una coincidencia formal o táctica con la
ideología dominante, se trata de una coincidencia ideológica, de fondo. La
izquierda, de este modo, contribuye con los procesos de despolitización de la
sociedad civil popular o promueve formas de politización que son verticales y
acotadas. El discurso de la política como gestión (para colmo de males: una
gestión individualizada) genera sujetos a-críticos y conformistas, no produce
sujetos políticos críticos y rebeldes, obtura cualquier confrontación
auto-consciente de los trabajadores y las trabajadoras. Se trata de una
política de la despolitización, abiertamente antipedagógica que no hace más que
alimentar la representatividad social y electoral de la derecha.
Entonces, para quienes se niegan a renunciar a un horizonte de
transformaciones radicales pocas veces el escenario político argentino se
presentó tan pero tan opaco. Entre otras cosas porque las intervenciones
políticas de la izquierda se deterioran cada vez más y deterioran la conciencia
de las bases. Sus referentes públicos se asemejan a administradores de
consorcios o algo por el estilo. El problema de fondo es que la praxis política
de la izquierda termina convirtiendo en referencia social organizativa a los
formatos tradicionales de las clases dominantes. Naturaliza el mercado, la
gestión, la empresa privada, junto con la representación, la delegación,
etcétera. No promueve formas de ser y estar en el mundo que sean alternativas a
las hegemónicas. Por el contrario, termina ratificando estas últimas.
La campaña electoral y las PASO de agosto de 2017 pusieron en
evidencia que buena parte de la izquierda está atravesada por los modos de la
denominada “pospolítica” con sus técnicas gerenciales a las que presenta como
“técnicas neutrales”. Con un agravante: no logra utilizarlas con eficacia. O
sea, cambia la formación militante y la pedagogía crítica por el marketing y la
manipulación de la militancia y las bases, las tareas de organización popular y
la solidaridad de clase por las decisiones técnicas, el desarrollo de las
formas autónomas de producción y reproducción de la vida por las formas
heterónomas auspiciadas por las “políticas públicas”. También ahueca el
discurso, busca disociarlo de las ideologías (lo que no deja de ser una
maniobra ideológica), despolitiza al Estado. Todo eso, sin “réditos” de ninguna
especie. Quiere incursionar en el espacio intra-sistémico y encima le sale muy
mal. En lugar de revertir el
proceso de despolitización popular impulsado por el kirchnerismo (o el proceso
de politización acotada y subordinada) busca aprovecharse del mismo. Pero en
ese terreno tiene mucha competencia. O sea: renuncia a la celebración de la vida,
la militancia y la rebeldía, pero también al goce del poder. Al abjurar
de sus rasgos más auténticos, se torna patética, decadente. Gradualmente
desdibuja sus mejores perfiles.
Creemos que, de no rectificar el rumbo, de no ofrecerse como un
componente más de la argamasa para algo nuevo, sus dirigentes, cuadros y
referentes, expuestos a los típicos procesos del “transformismo”, probablemente
terminen integrándose a alguna elite política del sistema. Por cierto, algunos
y algunas ya han avanzado en ese sentido. Cabe señalar que los movimientos
sociales y las organizaciones populares no han estado y no están exentas de
caer en los modos del gerenciamiento pospolítico. Existe una especie de círculo
vicioso de la pospolítica que degrada, a la vez, a los colectivos populares y a
las organizaciones políticas referenciadas con ellos. Usamos el concepto
de pospolítica. También podríamos recurrir a un lenguaje un poco más riguroso y
decir: alienación o superstición política que dan cuenta, claro está, de un
abanico de alienaciones y supersticiones.
- Cuáles serían las potencialidades y los
límites para desarrollar esas estrategias?
Desde los
proyectos que enfatizan los roles de lo instrumental y tratan de compatibilizar
las necesidades de valorización del capital local y transnacional con agendas
sociales básicas, hasta los proyectos que invocan el anticapitalismo pero no
logran exceder lo testimonial mientras persisten en anacronismos evidentes y promueven
el sustitucionismo, el sectarismo y las lógicas de aparato, sin promover
decididamente los procesos autodeterminación popular. Los diversos
espacios políticos que hace algunos años entusiasmaron a una generación, hoy
están en crisis. No lograron coagular en una referencia política común y además
no lograron contener la dispersión de su base social. Los acontecimientos que
instituyeron la autoconfianza y el orgullo de sus militantes quedaron muy
lejos. Y no se instituyeron otros nuevos. No se han encontrado los modos más
adecuados para recrear y enriquecer la memoria de la rebelión de 2001. Y el
juego de la política convencional no hace más que abonar esa crisis. En
estos días, se hace difícil encontrar espacios de debate político estratégico.
A pocos y pocas les interesa generarlos. Se discute poco y nada sobre políticas
anticapitalistas de largo plazo, sobre las formas de sustituir el trabajo
informal –o apenas asalariado– por el trabajo asociado. Es el tiempo del
reformismo pragmático, del tacticismo. Es el tiempo de una obsesión por la
política convencional: representativa, espectacular y pro-sistémica que relega
lo social emancipatorio a segundo plano. El riesgo del “tacticismo” de la
izquierda es que puede terminar absorbido por la táctica de la derecha o de lo
que no es de izquierda (reformismo o como quiera llamárselo).
·
¿De
qué manera la izquierda debería intervenir en el panorama electoral?
Consideramos que hay que rechazar
cualquier tipo de acumulación electoral que signifique desacumulación
estratégica o deterioro de una territorialidad propia. Porque eso es pan para
hoy y hambre para mañana y siempre. Luego, también creemos que son muy
contraproducentes las incursiones en espacios virtuales que no hacen más que
deslegitimar a las construcciones reales. Una cosa es visibilizarlas y otra muy
distinta es mancillarlas. Por ejemplo: el o la referente barrial que obtiene
unos pocos votos más (¡o menos!) que el candidato de la ultraderecha o que el
candidato cavernícola que insiste con su trilogía (“garrote, garrote,
garrote”); el o la dirigente de un espacio sindical combativo y
democrático que no llega al 1%, y así, los casos abundan. Lo ideal sería
generar una herramienta político electoral muy amplia, generosa, y no hipostasiada.
Que exprese un espacio ecuménico donde confluyan los y las que asumen un
proyecto contra-moderno, anticolonial, antiimperialista, anticapitalista,
desmercantilizador, anti-patriarcal, ecológico. El objetivo de esa herramienta,
no debería ser otro que potenciar los espacios y las experiencias de base
realmente existentes: sindicales, campesinas, estudiantiles, territoriales,
culturales, identitarias, etcétera. Dadas las condiciones actuales esto
parece prácticamente imposible. Entre otras cosas implicaría romper con
aspectos negativos de la cultura de izquierda que están muy arraigados. ¿Cómo
exceder las lógicas de aparato, el elitismo, el dirigismo, el sustitucionismo,
el lugar ético de la inoperancia, la competencia chiquita al interior de la
izquierda, la jactancia y la soberbia fundadas en los votos “cualitativos”, los
malos hábitos de la especialización política, el vedettismo de entre-casa y los
caudillismos en miniatura? Seguimos pensando que la intervención de las organizaciones populares en los espacios de la institucionalidad vigente sólo adquiere sentido emancipador si se construyen, en paralelo, espacios propios, territorios propios, autónomos y autogobernados; en fin: poder popular, aunque suene formula reiterada. La experiencia demuestra que quien siembra jetones, recoge garcas. Luego, creemos que es importante tener siempre presente que los gobiernos populares pueden colaborar con los procesos emancipatorios, pero que no son, ni pueden, ni deben ser, el sujeto privilegiado de la transformación.
O sea,
insistimos en la importancia de asumir, desde el vamos, un desplazamiento del
eje de la política desde Estado y el poder instituido hacia la sociedad civil
popular y el poder instituyente.
·
¿Cómo
ve el escenario después de las PASO, tanto de cara a las elecciones de octubre
como posteriormente, ante los anuncios de más ajuste?
En primer lugar vemos un escenario
signado por una inédita concentración de poder de la derecha en todos los
campos, material, social, político, judicial, mediático, cultural y simbólico.
De este escenario se deriva una marcada polarización entre “capitalismo
salvaje”/democracia restringida y “capitalismo con rostro humano”/democracia
susceptible de ser ampliada. En la medida en que el primer maridaje,
representado por el gobierno de Mauricio Macri y El 2019 está muy cerca. Y ese partido también lo juega el espacio de Sergio Massa y sus aliados, pero con menos posibilidades. Sabemos que esa contradicción entre versiones del capitalismo es falsa, o en todo caso es superficial y, como queda a la vista, nos propone un horizonte muy pobre. Es de un conformismo tremendo y cínico aceptar que “es mejor” un 25% de pobreza que un 50%. Obviamente, es mejor luchar por ampliar derechos que por recuperarlos. Pero, si de izquierda y socialismo se trata, debemos militar por cambios estructurales profundos en las relaciones de producción y propiedad; debemos generar las condiciones para una democracia radical; en fin, tenemos que asumir compromisos en pos de las acciones y los pensamientos que hagan posible la consolidación y el avance de un proyecto popular desde abajo y no auspiciar reformas desde arriba que perpetúan la dominación social del capital y dejan abiertas las puertas de la regresión.
Esto no significa que haya que desistir de la construcción de espacios de resistencia y movilización más amplios y buscar acuerdos básicos con sectores de lo más diversos. No quedara otra alternativa frente a los intentos de las fracciones de las clases dominantes que buscan imponer las políticas neoliberales en su versión más cruda, frente a la concentración de poder de la derecha más retrógrada. Sería una irresponsabilidad no plantearse estas articulaciones. Claro está, lo óptimo (que además es lo necesario a mediano y largo plazo) sería hacerlo desde un espacio crítico-radical, con inserción e influencia extendidas en la sociedad civil popular, un espacio que logre construir una posición sólida. Muchos y muchas insisten en que el gobierno de Macri y
Proceso al que han hecho su aporte los gobiernos denominados progresistas, sea dicho de paso. Todo esto, creemos, es rigurosamente cierto. Pero también existen costados que demuestran que gobierno de Macri y
Esto incluye el
fortalecimiento indentitario y programático del campo popular para evitar la
consolidación de las alternativas intra-sistémicas, siempre dispuestas a
capitalizar los avances populares. Por ahí –creemos– transita una eficacia
política a la que adherimos. Una eficacia política que instaure un principio de
ruptura, que haga posible el despliegue de una inteligencia política que esté
en exceso respecto de los límites de “la política”. La única eficacia afín a
los intereses del pueblo trabajador.
[1] Profesor de Historia y Doctor en Ciencias Sociales. Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Lanús (UNLa). Escritor, autor de varios libros publicados en Argentina, Venezuela, Chile y Perú, entre otros: Piqueter@s. Breve historia de un movimiento popular argentino; ¿Qué (no) Hacer? Apuntes para una crítica de los regimenes emancipatorios; Introducción al poder popular (el sueño de una cosa); El socialismo enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su concepto de “socialismo práctico”; El Hereje, apuntes sobre John William Cooke. Colaborador de los portales Contrahegemonía.web,
Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/quien-siembra-jetones-recoge-garcas-socialismo-o-pospolitica
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