Construcción colectiva de saberes
3 de septiembre de 2018
"En
el trabajo en la Sierra
Huichol donde estuvimos involucrados entre 1996 y 2006,
desarrollamos una 'metodología' de trabajo que denominamos metodología del
sujeto. También la llegamos a llamar free-jazz, ya que estaba basada en el
diálogo permanente de saberes. La llamamos así porque cuestionaba frontalmente
la dinámica que imponía la metodología oficial (por así llamarla) de 'el
proyecto' sobre el sujeto."
Por Yessica Alquiciras, José Godoy y
Evangelina Robles(Colectivo por la Autonomía)
Julio, 2018
Del trabajo en la sierra al entramado del
saber. En el trabajo en la Sierra Huichol
donde estuvimos involucrados entre 1996 y 2006, desarrollamos una “metodología”
de trabajo que denominamos metodología del sujeto. También la llegamos a llamar
free-jazz, ya que estaba basada en el diálogo permanente de saberes. La
llamamos así porque cuestionaba frontalmente la dinámica que imponía la
metodología oficial (por así llamarla) de “el proyecto” sobre el sujeto. Una
dinámica que negaba permanentemente el objeto o contexto de la realidad social,
ambiental, técnica, cultural, espiritual, al mismo tiempo que discriminaba las
grandes capacidades del pueblo huichol para autogestionar su territorio.
Los programas y proyectos siempre se han
creado en instituciones ajenas a la realidad local, regional y nacional a la
cual se pretenden aplicar y promover.
En cambio, los resultados del modo de trabajo
conjunto y autogestionario con las comunidades derivaron en un
autoreconocimiento y crecimiento generalizado de las capacidades técnicas
(geográficas, legales, ecológicas, etcétera), económicas y organizativas. Las
asambleas crecieron en presencia en un 1000% (de 200 a 2000 comuneros activos
en una comunidad) al comenzar a solucionar una amplia gama de problemáticas
internas y externas para la “reconstitución integral de su territorio”,
recuperando y ocupando efectivamente 60 mil hectáreas en 300 juicios; haciendo
un trabajo de vinculación “igualitaria” con profesionistas de todas las ramas
del conocimiento y otros pueblos. Todo con la firme creencia de que, antes que
otros, cada quien es protagonista de su propia realidad.
Esta experiencia de reconstitución territorial
sería imposible de llevar a cabo sin el conocimiento histórico, jurídico,
geográfico, ambiental del problema, por parte de las comunidades y sus propias
autoridades tradicionales. Esto no se reconoce fácilmente aunque sea obvio.
Encontramos en las prácticas narrativas una
herramienta para poner en interlocución nuestros paradigmas y reconocer la
historia que nos lleva a la práctica colaborativa. Busquemos dar algún contexto
de nuestra práctica.
Es importante hacer el esfuerzo práctico de
reconocimiento de las diferentes epistemologías, (principios, fundamentos y
métodos del conocimiento humano): rural, urbano, infantil, indígena, etcétera.
Preguntarnos qué se conoce, como se conoce y cuál es el universo que conoce.
Cuál es su experiencia de vida que define su relación con lo que se conoce.
Cómo es la formación de individuos capaces de
elaborar conocimiento y saberes colectivamente y desde diferentes fuentes.
Cuáles son los principales retos personales y grupales; incluso
institucionales.
Cómo enfrentamos el racismo, la marginación y
el desprecio que afectan la percepción y validez que otorgamos a una aportación
cognitiva. Cuándo nos “imaginamos” que el otro no sabe.
Un ejemplo que poníamos como reto a los
“manejadores y ordenadores territoriales” era que comprendieran la concepción
del suelo y el ciclo del agua de los wixaritari (así se llaman los huicholes a
ellos mismos), lo cual implicaba poner en juego todas las capacidades técnicas
y los paradigmas científicos y éticos. A la vez que encerraba en gran medida
sus saberes técnicos ancestrales y la garantía de su prevalencia como pueblo
—más el ejercicio de un idioma diferente y el establecimiento de mecanismos de
traducción.
La transdisciplinariedad nos lleva también a
crear nuevos conceptos.
Es un reto a la creatividad establecer un
lenguaje que nos comunique efectivamente y describa realidades como, también,
las provocadas por la agroindustria.
Es mucho más urgente la investigación
transdisciplinaria para resolver problemas que para crearlos. Las ciencias y
tecnologías “aisladas” que generan una “solución” en su laboratorio sin voltear
a ver el contexto en el que se desarrollará su “Frankenstein” deberían pasar
por un filtro multidisciplinario que revisara los límites de las soluciones
aisladas. Ejemplos de esta situación hay miles en la industria.
Sin embargo la solución al problema generado
demanda una complejidad y una integralidad de saberes y conocimientos que
superan o exigen grandes esfuerzos transdisciplinarios y colaborativos.
Desconozco las discusiones sobre la
subjetividad del conocimiento científico. Pero creo que es importante reconocer
la impronta subjetiva del conocimiento científico. Nos parece ilustrativo el
debate de los últimos años sobre el cáncer que provocan los alimentos
transgénicos y su consecuente paquete tecnológico de agroinsumos. Unos
científicos “demostraron” que no causaba cáncer dando maíz OGM tres meses a
ratas. Otros demostraron que sí causaba cáncer dándolo 6 meses en ratas. Como
mexicanos con sentido común diríamos: “ni somos ratas, ni consumimos 3 o 6
meses, ni en cantidades despreciables” ya que lo consumimos mucho y toda la vida. Y pensábamos: qué
pasa cuando la investigación la hace un chino o un nórdico, ¿influye la
experiencia y el interés personal, es decir la subjetividad? Entonces en gran
medida ¿los límites y temas los impone la experiencia subjetiva y el interés
político y económico?
Uno entiende la alarma y preocupación de la
Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad en México y de la doctora Elena
Álvarez-Bullya cuando descubren con apoyo de comunidades indígenas y campesinas
de todo el país que los productos de maíz “comunitario” son mucho más limpios
en términos de glifosato y transgénicos que los productos industrializados que
se encuentran en las tiendas de conveniencia y que están en un 80% o más
contaminados y la gente los consume masivamente como botanas, cereales,
etcétera.
Es mucho más probable que sean los saberes
ambientales populares los que nos saquen del atolladero o crisis ambiental
global actual que la suma de políticas y programas o “falsas soluciones” a esta
crisis. Los valores y principios que implican las nuevas formas de diálogo, investigación
y práctica son un asunto de supervivencia.
Como ejemplo en el ámbito alimentario y ambiental el saber
indígena, campesino y popular sobre el agua, el viento, el suelo, los bosques y
las selvas es el que puede, región por región, alimentar a los habitantes del
planeta, limpiarlo y ofrecer calidad de vida, y orientar la investigación y la
praxis científica y técnica hacia verdaderas soluciones prácticas y que, de
forma colaborativa, alcancen a ver y prever sus limitantes y sus límites, así
como a pensar con responsabilidad la capacidad de responder a la pregunta de
quién puede reparar o dar mantenimiento a la herramienta generada. Sea ésta
producto de la ingeniería, el derecho, etcétera.
Con temor a ser insistentes sería bueno
elaborar la pregunta: ¿Qué implicaciones o problemas propicia una innovación o
propuesta técnica-científica? Y ¿qué disciplinas tendrán que conjuntarse para
resolverla?
Un reto es arribar, cada vez más, a la
creación transdisciplinaria, dialógica y colaborativa. Que se refleje en el
reforzamiento del sujeto, como individuo con capacidad de proyecto, y en el
objeto, como contexto donde se resuelve colectivamente la crisis de la
existencia del sujeto.
Nosotros encontramos en la asamblea indígena
el espacio de diálogo, definición de problemas y búsqueda de soluciones en un
contexto de intercambio de saberes igualitario donde la palabra de todos no
sólo es necesaria sino indispensable en el desarrollo de las actividades
humanas. Es la experiencia más amplia que hemos conocido del diálogo
multitudinario y la construcción colectiva del saber. Es en la asamblea (del
pueblo wixárika) donde hemos conocido y comprendido la creación, identificación
de prioridades y análisis de contextos más creativa, de la cual se desprende la
práctica comunitaria.
La perspectiva transdisciplinaria y
colaborativa también nos propicia la amistad. La necesidad de enamorarse de la
disciplina, el saber y la práctica de el otro.
No son precisamente las metodologías, modelos
y conceptos sino los valores y capacidades generadas lo que genera los
resultados de este tipo de investigación. Lo que Iván Illich en su “sociedad
desescolarizada” llamaba el curriculum oculto de la educación, los valores
intrínsecos que produce la vida académica, es esa especie de bullyng que nos
hace sentir ignorantes y no complementarios entre las materias y los grados de
estudio.
Es en efecto, “otra estética cognitiva”, de
las emociones la que plantea relaciones horizontales en la búsqueda de
información y supuestos o hipótesis, así como del desarrollo de sus argumentos.
Vista desde fuera, la ciencia “dura”,
“formal”, o como quiera que podamos llamarla, reprime aparentemente la
subjetividad a tal grado que tiene más claro “lo que no le toca” que “lo que le
toca”. El discurso que conlleva esa represión puede manifestar una negación de
las consecuencias o alteridades de la estricta percepción científica.
Se podría pensar en un glosario y en algún
tipo de evaluación-preparación para el trabajo transdisciplinario (diálogos,
talleres, charlas, viajes de prueba), donde se comprendan, por ejemplo la
trascendencia de las bases epistemológicas y subjetivas, las capacidades de
escuchar, la curiosidad por el otro.
Así lo hacía Iván Illich en sus talleres de
verano del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), por allá en la década
de 1960, donde llegaban los misioneros del desarrollo del primer mundo a
“prepararse” para su dispersión por América Latina. En estos seminarios se
estudiaban idiomas y se discutía críticamente el concepto de desarrollo y la
sociedad industrial, logrando que la mayor parte de los promotores en vez de
seguir su llamado colonizador se regresaran a sus países de origen a revisar
más en detalle lo que iban a proponer, logrando volver a revisar
introspectivamente su práctica hasta 90% de los candidatos.
Igual la experiencia en la sierra huichol era
de ida y vuelta: los teiwaris (mestizos) se preguntaban ¿Cómo pueden vivir así
los wixaritari?, mientras los wixaritari se preguntaban ¿Cómo pueden vivir así
los teiwaris? Muchísima gente, más de la que imaginamos, no aguanta esto. Eso
nos llevó a pensar que lo que pasa en un territorio se gestiona
fundamentalmente al modo y con el saber y la sabiduría del pueblo involucrado.
La imaginación es ilimitada (sobre todo cuando
se jugó mucho de pequeño) y nos facilita crear y creer en mundos y formas
diferentes. Propicia nuestra libertad y hace florecer la sabiduría popular.
Como dice John Berger “El ingenio popular es generalmente invisible. Algunas
veces, cuando se lo recobra para alguna acción política, se visibiliza. El
resto del tiempo se utiliza a diario para la supervivencia personal
clandestina”.
Es importante definir o explorar los límites
de la perspectiva monodisciplinar para el objeto de estudio e iniciar una
crítica que justifique la alternativa propuesta. Que se refleje en el
reforzamiento del sujeto, como individuo con capacidad de proyecto, y en el
objeto, como contexto donde se resuelve colectivamente la crisis de la
existencia del sujeto.
Reconocer quién ejerce o ha sido afectado en
su soberanía en un territorio concreto para establecer un vínculo legítimo con
el derecho histórico de los sujetos (colectivos).
En nuestra práctica también han sido
importantes los talleres de saberes y geopolítica. La construcción colectiva
del mapa local o regional, en el contexto global para enfocar mejor las
decisiones y prácticas en torno (por ejemplo) a la defensa ambiental contra
represas, trasnacionales agroalimentarias, mineras, industrias. Y en la
construcción de alternativas agroecológicas, cooperativas, etcétera.
Quién ejemplifica mejor la
transdisciplinariedad y colaboración es la comunidad en cualquiera de sus
dimensiones. En nuestra experiencia la mejor manera de elaborar sistemas de
información geográfica (SIG) para la defensa del territorio es la formación
técnica de las comunidades, que sumada a las capacidades adquiridas desde la
infancia dieron resultados espectaculares que simplemente habrían sido
imposibles en nuestras manos. Los talleres que realizamos en el Instituto
Técnico de Educación Superior de Occidente (Iteso) y la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) sobre estos temas fueron de gran
construcción e intercambio de saberes.
Creemos que la oportunidad y habilidad de
descubrir otros o nuevos lenguajes es uno de los retos “académicos” de una
investigación.
Es crucial describir las limitaciones,
obstáculos, contradicciones y marginaciones generadas por el Estado que
trasgreden las relaciones reales entre individuos (y propician la
deshabilitación del sujeto) para influir en su entorno imponiendo falacias que
suponen que las comunidades desconocen por falta de pericia, especialización o
autoridad. Puede pensarse un indicador para reconocer el nivel de intervención
del Estado y las instituciones privadas directamente derivado de esta ceguera.
Del documento de estudio se puede derivar un
principio que nos ha parecido fundamental en la investigación colaborativa: la
investigación y el conocimiento que surge de lo social es colectivo,
comunitario, es la mejor defensa de los resultados de la investigación,
dejarlos efectivamente en la comunidad o el ámbito social que los vuelva
aprovechables y los sume al bagaje del conocimiento o del saber para todos.
Jalisco gigante
agroalimentario (la “agricultura empresarial”.
“gigantes pero
ecológicos”.)
Dos imágenes:
1. Invernaderos y
granjas en edificios inocuos y con sistemas electrónicos de iluminación y riego
de lujo para plantas y animales. A un lado albergues precarios para jornaleros
sin ningún servicio y trabajo acasillado o esclavo.
2. Se promueve la
inocuidad en el campo y rocían glifosato sobre las poblaciones rurales de
México: la gente se pregunta ¿estamos en guerra?
La desocupación del campo para establecer sus
soluciones agroindustriales, que incluyen la generación súper contaminante de
“energías limpias” como los biocombustibles, la energía solar o eólica, ya es
forzada o bajo amenaza, ya sea de los promotores oficiales o de los grupos
criminales. Una vez establecida esta dinámica comienza la trata de personas y
la entrada de estupefacientes para aguantar las jornadas y condiciones de
trabajo promovidas por los emprendedores y promotores de la transformación del
trabajo campesino en asalariados proletarizados. Posteriormente se ve un
paisaje desolado, aunque con una gran presencia de infraestructura de metal y
plástico, la contaminación, la disolución del tejido social, la enfermedad, la
miseria y la muerte.
La agroindustria de Jalisco el “gigante
agroalimentario de México” produce empaquetados de aguacate, bayas, moras,
azúcar, agave, forrajes, papas para frituras y carne con clembuterol. Por si
alguien pensaba que producen alimentos.
“El trabajo del campesino es pesado y poco
productivo”: éste es el argumento de los funcionarios defensores de la
agroindustria para promoverla. Sí, es pesado, pero no te mata, te da
satisfacción y es falso que no sea productivo. En cambio el trabajo en la
agroindustria es pesado, intoxica y en largo periodo mata y no es tan
productivo como parece.
Incluso tienen que hacer zonas económicas
especiales para justificar la explotación y la miseria.
Las comunidades que resisten hacen un doble
esfuerzo para seguir reproduciendo sus alimentos y su forma de vida de un modo
independiente. Están resistiendo esta agresión que penetra la comunidad y la
familia y seguir haciendo comunidad para resguardar los saberes y en algún
sentido la especie de utopía postindustrial de la que hablaba illich hace
cuarenta años. Cuando en su libro La convivialidad dice: “Las dos terceras
partes de la humanidad pueden aún evitar el atravesar por la era industrial si
eligen, desde ahora, un modo de producción basado en un equilibrio
postindustrial, ese mismo contra el cual las naciones superindustrializadas se
verán acorraladas por la amenaza del caos”.
Vemos en Facebook la infografía de dos grandes
soluciones tecnológicas juntas: un plantío de 3 mil hectáreas de celdas solares
transformando altiplanos, selvas o bosques en áridas zonas desertificadas,
bañadas de glifosato para “sellar” el suelo. Y la segunda: un súper invento de transformar
toda la basura plástica de la ciudad en una “pintura” blanca que supuestamente
reduzca el calor en 3 grados. Los usuarios de la red lo reproducen y se
desviven en likes a las soluciones “ecológicas”.
¿En qué momento perdimos el sentido común y pensamos
que un plantío de esta naturaleza es una propuesta ecológica? Cualquier
concentración, retomando a Illich, cualquier superproducción industrial de un
bien o servicio tiene resultados catastróficos que se revierten a la propia
solución.
Me quedo pensando, volviendo a los resultados
catastróficos, que en la escuela nos enseñaron que en esa selva o bosque sólo
viven ositos y leones: cuando en realidad hay toda esa riqueza natural junto
con comunidades que son arrancadas de esos territorios. En el caso de Jalisco
hay una comunidad que antiguamente fue un bosque y ahora se dedican al
monocultivo de maíz y alguna que otra moda agroindustrial. Los jóvenes se han
organizado porque se imaginan que su comunidad llamada Palos Altos vuelva a ser
un bosque con producción campesina. Ahora a los padres endeudados por la
agroindustria les ofrecen sembrar celdas solares por varias décadas, ya que el
precio del maíz no les está resultando. Los jóvenes ven que conforme creció la
oferta tecnológica se fue hundiendo su sueño.
Volviendo a Illich, en nuestra propia
instrumentación “resulta difícil imaginar una sociedad de herramientas simples,
en donde los humanos pudieran lograr sus fines utilizando una energía puesta
bajo su control personal. Nuestros sueños están estandarizados, nuestra
imaginación industrializada, nuestra fantasía programada. No somos capaces de
concebir más que sistemas de hiperinstrumentalización para los hábitos
sociales, adaptados a la producción en masa”. La celda solar tendría que
adaptarse según el espacio, donde realmente se requiriera.
Por miles de años la técnica fue una herencia
de la humanidad para cultivar el alimento, calentarse, hacer el techo o la
vivienda, sanarse, y convivir con las bestias.
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