Neoliberalismo
progresista latinoamericano
29 de septiembre de 2018
Por Raúl Zibechi (La Jornada)
La feminista estadunidense
Nancy Fraser viene alertando sobre los problemas derivados del neoliberalismo progresista, que
identifica con los gobiernos de Bill Clinton, Tony Blair, el socialismo francés
y sus sucesores como Barack Obama (goo.gl/4GGTbX). En su
opinión, combina políticas económicas
regresivas, liberalizantes, con políticas de reconocimiento aparentemente
progresistas. Se trata del multiculturalismo, el ambientalismo, los derechos
de las mujeres y LGBTQ.
El reconocimiento de estos derechos y
colectivos sociales es, para Fraser, enteramente
compatible con el neoliberalismo financiero, ya que bloquea el igualitarismo.
El abordaje de las discriminaciones consiste en “asegurar que unos pocos
individuos ‘talentosos’ de grupos ‘subrepresentados’ puedan ascender al tope de
la jerarquía corporativa y alcanzar posiciones y remuneraciones paritarias con
los hombres heterosexuales blancos de su propia clase”.
Mientras una minoría consigue insertarse en
el capitalismo financiero, el resto continúa prisionero del capital, con lo que
el sistema adquiere mayores niveles de legitimación, amplía su base de apoyo y
consigue aislar a los críticos a los que, de paso, les endilga los motes de
masas atrasadas e incultas. Así, el feminismo
liberal, el anti-racismo liberal y el capitalismo verde son las únicas opciones críticas que el sistema legitima, calificando
toda otra resistencia o rebelión como populismo.
Creo que el análisis de Fraser es adecuado y enteramente
compartible para el norte del mundo, aunque creo que debe ser matizado para las
regiones del sur y en particular para América Latina. Aunque sus argumentos
pueden ser tomados como punto de partida, las diferencias con nuestro
continente son notables.
La primera es que el progresismo (neoliberal, porque
ese es modelo imperante) accede a los gobiernos como consecuencia de las luchas de los
pueblos originarios, afros, sectores populares y trabajadores que resistieron
la primera oleada neoliberal privatizadora y protagonizaron levantamientos,
insurrecciones y amplias resistencias del más diverso tipo.
Esta es la principal diferencia con los
procesos del norte. Las nuevas construcciones de poder, arriba y abajo, se bifurcan: en
el sur asistimos al fin de las democracias y de la soberanía de los
estados-nación, y a la neutralización de la política institucional como espacio
donde se construyen sujetos colectivos y se promueven los cambios de larga
duración. Pero el protagonismo popular es también una de las razones del
desborde de la represión y de la violencia estatal y paraestatal.
La segunda es que ese conjunto de resistencias han
abierto fisuras en la dominación, donde los de abajo estamos construyendo mundos
otros por fuera del Estado y del mercado. Postulo que esos espacios son los principales
obstáculos para la total implementación del neoliberalismo, tanto conservador
como progresista, con sus mega-emprendimientos mineros, monocultivos y grandes
obras de infraestructura.
Espacios como las 400 fábricas recuperadas en Argentina, los 100
bachilleratos populares y una red de medios antisistémicos donde se informa 15
por ciento de la
población. Sumemos: 5 mil asentamientos de reforma agraria en
Brasil, con 25 millones de hectáreas, habitados por 2 millones de sin tierra;
12 mil acueductos comunitarios en Colombia; decenas de miles de emprendimientos
colectivos y comunitarios en toda la región; áreas enterasliberadas de mercados y estados en varios
países, cuya referencia mayor son las juntas de buen gobierno zapatistas.
La tercera es que en América Latina los poderes que se
reconfiguran arriba, son el resultado de una amalgama o alianza entre grandes
empresas, narcotráfico y sectores del aparato estatal. Sobre esa base se van
creando desde narcoestados hasta diversas formas de dominación
(desde “guerras contra el narco”
hasta feminicidios) que a menudo cuentan con la bendición de las iglesias
evangélicas y pentecostales.
El análisis y la descripción de estos nuevos
poderes de arriba es necesario para comprender dónde estamos y hacia dónde
vamos, mientras adjetivos como fascista o ultraderechista,
aun siendo justos, no contribuyen a esclarecer la realidad. Cuánto
más avanzan los movimientos antisistémicos, más brutal es la reconfiguración
del poder de arriba, siendo México una referencia ineludible.
La cuarta es la conversión de las democracias en un
sistema excluyente, que crea enemigos internos para aislar a sectores enteros
de la población que perturban la lógica del capital financiero. Mientras en el
norte se bautiza como populismo toda transgresión de las reglas, en el sur se
emplea cada vez más una legislación antiterrorista, implementada tanto por
gobiernos conservadores como progresistas, entre los que cabe destacar casos
tan diferentes como los de Daniel Ortega y Dilma Rousseff.
Ante la nueva estructura del poder de arriba,
los márgenes de maniobra institucionales serán cada vez menores.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=247142