El despojo infinito:
México visto a
través de David Harvey
8 de febrero de 2018
Este ensayo retoma
algunas de las ideas principales del teórico inglés –en particular, su concepto
de “acumulación por despojo”– para pensar la realidad mexicana.
Por Alejandro de Coss
México está inmerso en
una sucesión interminable de catástrofes. Día a día las noticias de nuevas
injusticias y atroces muertes nos envuelven. Las redes sociales, físicas y
virtuales, se llenan de indignación para después paulatinamente decaer. Estos
hechos, algunos claramente interconectados y otros aparentemente distantes,
pueden ser explicados de forma sistemática a través del trabajo de David
Harvey.
Harvey (n. 1935),
geógrafo inglés, ha buscado a través de su obra explicar la forma en la cual la
acumulación de capital transforma el espacio. Constituye así una de las
principales aportaciones a la teoría marxista de los últimos cincuenta años. En
particular, su obra se ha enfocado en explicar la producción del espacio urbano;
el rol de la violencia y el despojo en la acumulación del capital, y el papel
que las finanzas juegan en el sistema capitalista y sus crisis. Los tres son
temas que fueron escasamente explorados por Marx, a quien Harvey estudia,
sigue, critica y complementa.
En este breve ensayo
buscaré explicar el torbellino de catástrofes que vivimos desde una mirada
guiada por el trabajo de Harvey. En particular, utilizaré su concepto de
“acumulación por despojo” para comprender cómo la producción de drogas, algunas
reformas jurídicas (en particular la energética), los cambios en la propiedad
de la tierra y la liberalización del comercio pueden producir procesos de
despojo que son necesarios para la acumulación de capital. Mirar México a
través de los ojos de David Harvey nos da, además, la posibilidad de entender
cómo se configuran resistencias actuales y posibles frente al despojo, la
catástrofe y la muerte que nos sobrecogen.
La historia moderna
del territorio que se constituye como México arranca con un proceso de despojo.
El folclore nacional lo retrata bien: detrás de la caricaturización del
indígena impoluto y el español que encarna el mal, procesos de saqueo bien
documentados arrancan la vinculación de estos territorios a un sistema global
interconectado que se fundamenta en la acumulación y circulación de capital
(Wallerstein 1988). La producción de la Nueva España es parte esencial del colonialismo,
un proceso que, mutado, perdura hasta hoy.
Este despojo acontece
por siglos. No se refiere solo a los recursos llevados a tierras europeas, al
oro que ingresa a las arcas de las grandes potencias. El despojo es también
interno. Es el de la expulsión forzada de campesinos y pueblos originarios; el
de la pérdida de los derechos sobre lo común; el de la transformación de las
diversas relaciones de propiedad a una sola: la privada; el de la supresión de
formas de producción y consumo alternativas; el de la monetización del
intercambio; el de la esclavitud y su comercio; el de la deuda, y, finalmente,
el del sistema crediticio (Harvey, “The ‘New’ Imperialism: Accumulation by Dispossession”).
El despojo, que Marx conceptualizó como
acumulación originaria, es continuo. No pertenece a un momento primitivo,
previo, único (Bonefeld 2001). De ahí que Harvey prefiera llamarle acumulación
por despojo y pensarlo como un mecanismo esencial para la reproducción del
capital. Además, las distintas formas en las cuales este proceso sucede no son
lineales. Es decir, no siguen una lógica de progreso inexorable: el despojo a
través de la deuda coexiste, por ejemplo, con la pérdida de los derechos sobre
lo común.
Así, el proceso de
despojo es esencial para la continua reproducción del capital. En escenarios de
sobreacumulación, donde la mano de obra y el capital son abundantes pero no
pueden ser utilizados de forma productiva, es un mecanismo que permite
transportar la crisis que aparece como inminente. Es decir, el capital
excedente y la mano de obra desempleada son utilizados en procesos de
producción de nuevos espacios de acumulación y reproducción de capital,
evitando la destrucción del capital y la rebelión de la mano de obra. Este
movimiento, necesario para el capital, conceptualizado por Harvey como un
“ajuste espacio-temporal” (Harvey 1982), es doble. Por un lado, implica la
apertura de nuevos mercados, a menudo por la fuerza. Por el otro,
requiere la producción a gran escala de infraestructura –la urbanización
contemporánea es un ejemplo impecable de ello (Harvey 1985, 1989, 2013).
El ajuste
espacio-temporal modifica el territorio. La producción de nuevos espacios que
sean útiles para la acumulación y reproducción del capital es cambiante. El capitalismo produce
espacios de acuerdo con sus necesidades temporáneas, para después destruirlos
cuando estos se vuelven insuficientes (Harvey 1982). Los altos edificios que
cada vez con más frecuencia se levantan en la Ciudad de México son un ejemplo
claro de cómo el capital destruye espacios previamente producidos, transforma
su fisionomía y modifica el tejido urbano y sus dinámicas.
Este proceso de perenne expansión implica
también, como decía, un cambio profundo para las relaciones de propiedad. La
Reforma a la Ley Agraria
de 1992 es un ejemplo de la institucionalización de un cambio de este tipo. La
intención de la reforma fue liberalizar el mercado de tierras con el objetivo
de fomentar la penetración de relaciones capitalistas de producción. El
ejidatario, ahora “liberado” de la tierra, se ve convertido en mano de obra
barata.
La liberalización
económica puede también generar y precipitar procesos de despojo. El ingreso de
México al TLCAN aceleró la transformación de la estructura productiva del
campo. El cultivo de autosubsistencia decayó con fuerza; los campesinos se
vieron desplazados y migraron. En San Quintín vemos a indígenas triquis sometidos
a un estado de casi-esclavitud, forzosamente desplazados por la pobreza y el
abandono de las políticas estatales. Los mecanismos de servidumbre legal que la Reforma Energética
plantea (la obligación de propietarios de tierras útiles para la producción y
transporte de hidrocarburos a ‘rentarlas’ por periodos de 50 años a las
empresas que las requieran) pueden agudizar este proceso de desplazamiento
territorial obligado, incrementando la oferta de mano de obra y, por lo tanto,
abaratándola.
La ley puede ser
entonces un mecanismo para avalar y fomentar estos procesos. En Colombia, por
ejemplo, la norma 9.70 de su Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos
retira a los campesinos el derecho de plantar sus propias semillas. No solo los
obliga a comprar las que han sido aceptadas por el gobierno, sino que les exige
adquirirlas cada año, al ser ilegal la práctica milenaria de separar las
mejores semillas y reutilizarlas. El TPP, que acaba de ser detenido en Estados
Unidos, al menos temporalmente, establece provisiones similares que afectarían
al campo mexicano. Los procesos de despojo se aceleran, penetran a espacios
insospechados, y pueden contribuir a agudizar las contradicciones entre trabajo
y capital, entre vida y muerte.
Así como las formas de
despojo no son lineales, las maneras de explotación tampoco lo son. Si bien el
capitalismo orienta su lógica en torno de la relación capital-trabajo
asalariado, existen otras formas de dominación con las que cohabita (Quijano
2000). La organización de la desigualdad en torno a líneas de raza y género es
muestra de la insuficiencia de la relación primordial del capitalismo para
explicar todo lo que ocurre en el sistema. Es decir, que sean indígenas triquis
quienes sufren la explotación y represión del Estado en Baja California no es
fortuito. Es resultado del racismo inherente a la colonialidad del poder
(Quijano 2000). Que el feminicidio sea un proceso estructural que azota a todo
el territorio, con focos notables en espacios donde la industria manufacturera prevalece,
como Ciudad Juárez, es parte del mismo conjunto de procesos.
La muerte y la
acumulación también se entrelazan en territorios que están sembrados de
cuerpos. Las fronteras entre el crimen organizado, la empresas que operan en la
legalidad y las instituciones del Estado se difuminan. La minería, el cultivo
de amapola y la supresión de la disidencia se entrelazan. En Guerrero, por
ejemplo, se ha perseguido, encarcelado y asesinado a quienes han comenzado una
lucha contra este llamado necrocapitalismo (Banerjee 2008).
Ahora bien, la acumulación por despojo
configura escenarios de lucha que se alejan de los cánones de la lucha
proletaria del marxismo clásico (Harvey 2003). Las alianzas que ocurren en
reacción a este capitalismo son de una forma distinta y se orientan a luchar
contra la
desposesión. Así , es posible entender que cada vez más luchas
autonómicas se organicen. Cherán, las policías comunitarias en el estado de
Guerrero, las comunidades zapatistas en Chiapas y ejemplos internacionales,
como el de la región autónoma kurda de Rojava (Graeber y Öğünç 2014), ilustran las formas en
las cuales la expansión de la acumulación a los espacios de reproducción de la
vida cotidiana genera nuevas formas de organización y resistencia frente al
capitalismo.
Una conclusión que se obtiene mirando México a
través de los ojos de David Harvey es, entonces, que la construcción de una
sociedad que produzca vida digna y no muerte pasa por una lucha compleja,
creativa, horizontal y plural frente al capitalismo. La era de las fórmulas ha
terminado.
Referencias: (…)
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Portada_Principal/Documentos/El_despojo_infinito_Mexico_visto_a_traves_de_David_Harvey2
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