La nueva tesis once
28 de febrero de 2018
"La nueva tesis once debería tener hoy
una formulación del tipo: 'Los filósofos, filósofas, cientistas sociales y
humanistas deben colaborar con todos aquellos y aquellas que luchan contra la
dominación en el sentido de crear formas de comprensión del mundo que hagan
posibles prácticas de transformación que liberen conjuntamente al mundo humano
y al mundo no humano'. Es mucho menos elegante que la undécima tesis original,
es cierto, pero tal vez nos sea más útil. "
Por Boaventura de Sousa Santos - Doctor en Sociología del Derecho.
Profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Winsconsin-Madison
(EE.UU.).
En 1845, Karl Marx
escribió las célebres Tesis sobre Feuerbach. Escrito después de los Manuscritos
económicos y filosóficos de 1844, el texto constituye una primera formulación
de su propósito de construir una filosofía materialista centrada en la praxis
transformadora, radicalmente distinta de la que entonces dominaba y de la que Ludwig Feuerbach
era su máximo exponente. En la célebre tesis undécima, la más conocida,
declara: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el
mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. El término “filósofos” se
utiliza en un sentido amplio, como referencia a los productores de conocimiento
erudito, pudiendo incluir hoy todo el conocimiento humanista y científico considerado
fundamental, en contraposición al conocimiento aplicado.
A principios del
siglo XXI esta tesis plantea dos problemas. El primero es que no es verdad que los filósofos se
hayan dedicado a contemplar el mundo sin que su reflexión haya tenido algún impacto
en la transformación del mundo. Y aunque eso haya ocurrido alguna vez, dejó de
ocurrir con el surgimiento del capitalismo o, si queremos un término más
amplio, con la emergencia de la modernidad occidental, sobre todo a partir del
siglo XVI. Los estudios sobre sociología del conocimiento de los últimos
cincuenta años han sido concluyentes en mostrar que las interpretaciones del
mundo dominantes en una época dada son las que legitiman, posibilitan o
facilitan las transformaciones sociales llevadas a cabo por las clases o grupos
dominantes. El mejor ejemplo de ello es la concepción cartesiana de la
dicotomía naturaleza-sociedad o naturaleza-humanidad. Concebir la naturaleza y
la sociedad (o la humanidad) como dos entidades –dos sustancias en la terminología
de Descartes– totalmente distintas e independientes una de otra, tal como
sucede con la dicotomía cuerpo-alma, y construir sobre esa base todo un sistema
filosófico es una innovación revolucionaria. Choca con el sentido común, pues
no imaginamos ninguna actividad humana sin la participación de algún tipo de
naturaleza, comenzando por la propia capacidad y actividad de imaginar, dado su
componente cerebral, neurológico. Además, si los seres humanos tienen
naturaleza –la naturaleza humana–, será difícil imaginar que esa naturaleza no
tenga nada que ver con la naturaleza no humana. La concepción cartesiana tiene
obviamente muchos antecedentes, desde los más antiguos del Antiguo Testamento
(libro del Génesis) hasta los más recientes de su casi contemporáneo Francis
Bacon, para quien la misión del ser humano es dominar la naturaleza. Pero
fue Descartes quien confirió al dualismo la consistencia de todo un sistema
filosófico.
El dualismo naturaleza-sociedad, en razón del
cual la humanidad es algo totalmente independiente de la naturaleza y ésta es
igualmente independiente de la sociedad, es de tal manera constitutivo de
nuestra manera de pensar el mundo y de nuestra presencia e inserción en él que
pensar de modo alternativo es casi imposible, por más que el sentido común nos
reitere que nada de lo que somos, pensamos o hacemos puede dejar de contener en
sí naturaleza. ¿Por qué entonces la prevalencia y casi evidencia, en los
ámbitos científico y filosófico, de la separación total entre naturaleza y
sociedad? Hoy está demostrado que esta separación, por más absurda que pueda
parecer, fue una condición necesaria para la expansión del capitalismo. Sin tal
concepción no habría sido posible conferir legitimidad a los principios de
explotación y apropiación sin fin que guiaron la empresa capitalista desde el
principio.
El dualismo contenía
un principio de diferenciación jerárquica radical entre la superioridad de la
humanidad/sociedad y la inferioridad de la naturaleza, una diferenciación
radical que se basaba en una diferencia constitutiva, ontológica, inscrita en
los planes de la creación divina. Esto permitió que, por un lado, la naturaleza
se transformara en un recurso natural incondicionalmente disponible para la
apropiación y la explotación del ser humano en beneficio exclusivo. Y, por
otro, que todo lo que se considerara naturaleza pudiera ser objeto de
apropiación en los mismos términos. Es decir, la naturaleza, en sentido amplio,
abarcaba seres que, por estar tan cerca del mundo natural, no podían
considerarse plenamente humanos. De este modo, se reconfiguró el racismo para
significar la inferioridad natural de la raza negra y, por tanto, la “natural”
conversión de los esclavos en mercancías. La apropiación pasó a ser la otra
cara de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Lo mismo ocurrió con las
mujeres al reconfigurarse su “inferioridad natural”, que venía de muy atrás,
convirtiéndola en la condición de su apropiación y sobreexplotación, en este
caso consistente en la apropiación del trabajo impago de las mujeres en el
cuidado de la familia.
Este trabajo, pese a ser tan productivo como el otro,
convencionalmente fue considerado reproductivo para poder devaluarlo, una
convención que el marxismo rechazó. Desde entonces, la idea de humanidad
necesariamente pasó a coexistir con la idea de subhumanidad, la subhumanidad de
los cuerpos racializados y sexualizados. Podemos, pues, concluir que la
comprensión cartesiana del mundo estaba involucrada hasta la médula en la
transformación capitalista, colonialista y patriarcal del mundo.
A la luz de esto, la
tesis once sobre Feuerbach plantea un segundo problema. Es que para enfrentar
los gravísimos problemas del mundo de hoy –los chocantes niveles de desigualdad
social, la crisis ambiental y ecológica, el irreversible calentamiento global,
la desertificación, la falta de agua potable, la desaparición de regiones
costeras, los acontecimientos “naturales” extremos, etcétera– no es posible
imaginar una práctica transformadora que resuelva estos problemas sin otra
comprensión del mundo. Esa otra comprensión debe rescatar, a un nuevo nivel, el
sentido común de la mutua interdependencia entre la humanidad/sociedad y la
naturaleza; una comprensión que parta de la idea de que, en lugar de
sustancias, hay relaciones entre la naturaleza humana y todas las otras
naturalezas, que la naturaleza es inherente a la humanidad y que lo inverso es
igualmente verdadero; y que es un contrasentido pensar que la naturaleza nos
pertenece si no pensamos, de forma recíproca, que le pertenecemos a la naturaleza.
No será fácil. Contra
la nueva comprensión y, por tanto, nueva transformación del mundo militan
muchos intereses bien consolidados en las sociedades capitalistas,
colonialistas y patriarcales en que vivimos. La construcción de una nueva
comprensión del mundo será el resultado de un esfuerzo colectivo y de época, o
sea, ocurrirá en el seno de una transformación paradigmática de la sociedad.
La civilización capitalista, colonialista y
patriarcal no tiene futuro, y su presente demuestra eso de tal modo que ella
solo prevalece por la vía de la violencia, de la represión, de las guerras
declaradas y no declaradas, del estado de excepción permanente, de la
destrucción sin precedentes de lo que continúa asumiendo como recurso natural
y, por tanto, disponible sin límites. Mi contribución personal a ese esfuerzo
colectivo ha consistido en la formulación de lo que denomino “Epistemologías
del Sur”.
En mi concepción, el
Sur no es un lugar geográfico, es una metáfora para designar los conocimientos
construidos en las luchas de los oprimidos y excluidos contra las injusticias
sistémicas causadas por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado,
siendo evidente que muchos de los que constituyen el Sur epistemológico
vivieron y viven también en el Sur geográfico. Estos conocimientos nunca fueron
reconocidos como aportes para una mejor comprensión del mundo por parte de los
titulares del conocimiento erudito o académico, sea filosofía o ciencias
sociales y humanas. Por eso, la exclusión de esos grupos fue radical, la
exclusión resultante de una línea abisal que pasó a separar el mundo entre los
plenamente humanos, donde “solo” es posible la explotación (la sociabilidad
metropolitana), y el mundo de los subhumanos, poblaciones descartables donde
son posibles la apropiación y la sobreexplotación (la sociabilidad colonial).
Una línea y una división que prevalecen desde el siglo XVI hasta hoy.
Las Epistemologías del
Sur procuran rescatar los conocimientos producidos del otro lado de la línea
abisal, del lado colonial de la exclusión, a fin de poder integrarlos en
amplias ecologías de saberes donde podrán interactuar con los conocimientos
científicos y filosóficos con miras a construir una nueva
comprensión/transformación del mundo. Esos conocimientos –hasta ahora invisibilizados,
ridiculizados, suprimidos– fueron producidos tanto por los trabajadores que
lucharon contra la exclusión no abisal (zona metropolitana), como por las
vastas poblaciones de cuerpos racializados y sexualizados en resistencia contra
la exclusión abisal (zona colonial). Al centrarse particularmente en esta
última zona, las Epistemologías del Sur prestan especial atención a los
subhumanos, precisamente aquellos y aquellas que fueron considerados más
próximos a la
naturaleza. Los conocimientos producidos por esos grupos,
pese a su inmensa diversidad, son extraños al dualismo cartesiano y, por el
contrario, conciben a la naturaleza no humana como profundamente implicada en
la vida social-humana, y viceversa. Como dicen los pueblos indígenas de las Américas:
“La naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza”. Los
campesinos de todo el mundo no piensan de modo muy diferente. Y lo mismo sucede
con grupos cada vez más vastos de jóvenes ecologistas urbanos en todo el mundo.
Esto significa que los grupos sociales más
radicalmente excluidos por la sociedad capitalista, colonialista y patriarcal,
muchos de los cuales fueron considerados residuos del pasado en vías de
extinción o de blanqueamiento, son los que, desde el punto de vista de las Epistemologías
del Sur, nos están mostrando una salida con futuro, un futuro digno de la
humanidad y de todas las naturalezas humanas y no humanas que la componen. Al ser
parte de un esfuerzo colectivo, las Epistemologías del Sur son un trabajo en
curso y todavía embrionario.
En mi caso, pienso que aún no alcancé a
expresar toda la riqueza analítica y transformadora contenida en las
Epistemologías del Sur que estoy proponiendo. He destacado que los tres modos
principales de dominación moderna –clase (capitalismo), raza (racismo) y sexo
(patriarcado)– actúan articuladamente y que esa articulación varía con el
contexto social, histórico y cultural. Pero no he prestado suficiente atención
al hecho de que este modo de dominación se asienta de tal manera en la dualidad
sociedad/naturaleza que, sin la superación de esta dualidad, ninguna lucha de
liberación podrá ser exitosa.
La nueva tesis once debería tener hoy una
formulación del tipo: “Los filósofos, filósofas, cientistas sociales y
humanistas deben colaborar con todos aquellos y aquellas que luchan contra la
dominación en el sentido de crear formas de comprensión del mundo que hagan
posibles prácticas de transformación que liberen conjuntamente al mundo humano
y al mundo no humano”. Es mucho menos elegante que la undécima tesis original,
es cierto, pero tal vez nos sea más útil.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/La_nueva_tesis_once
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