La estrategia socialista no es cambiar figuritas
16 de febrero de 2018
Por Rolando
Astarita
En esta nota deseo plantear una cuestión que parece haber sido
borrada en el pensamiento marxista. Se trata de que la política del marxismo no
debe tener como eje los cambios de gobiernos (o de funcionarios, por más altos
cargos que tengan). Esto se debe a que el objetivo del socialismo no es cambiar
“las figuritas que gobiernan”, sino el
sistema social. Naturalmente, podemos plantear como objetivo
inmediato derrocar un determinado régimen político, por ejemplo, una dictadura.
Pero lo que no tiene sentido es, bajo un régimen democrático burgués, convocar
a echar un gobierno burgués… sabiendo que será reemplazado por otro gobierno
burgués. Esto con independencia de que ese cambio se produzca por elecciones o
a consecuencia de algún levantamiento popular.
Es que los gobiernos hacen las veces de fusibles que absorben
tensiones y protestas sociales, en aras
de preservar la continuidad del sistema. Con el agravante de que
esos desplazamientos entre burgueses, lejos de generar algún avance en la
conciencia, organización y nivel de la lucha de la clase obrera, la más de las
veces llevan a la frustración y al desánimo. Para colmo, poner el acento en que
“el problema” de las masas trabajadoras es tal gobierno (o ministro; o
gobernador, etc.), es funcional a políticas de conciliación de clases con corrientes
burguesas opositoras que se presentan como “progresistas”.
Algo de esto se puede
ver en la historia de Argentina en las décadas transcurridas desde 1983. Cuando
el gobierno de Alfonsín entró en crisis, a fines de la década de 1980, lo
“revolucionario” fue exigir su renuncia. La demanda “triunfó” y Alfonsín dejó
el gobierno, anticipadamente, en 1989. Pero el “triunfo popular” parió a Menem,
con sus ajustes y privatizaciones. Luego, hacia finales de la década de 1990,
cuando se iniciaba una nueva crisis económica, la mayoría de la izquierda y el
movimiento nacional pusieron en primer plano el “Fuera Menem”. Menem entonces
perdió las elecciones a manos de la Alianza, que se presentó como “la tercera
vía”. Pero al gobierno de De la Rúa le estalló la crisis de la Convertibilidad,
y la exigencia pasó a ser “Fuera De la Rúa”; a la cual le siguió el “que se
vayan todos”. La gente se sublevó, De la Rúa salió en helicóptero de la Casa Rosada (dejando
un tendal de muertos), y por todos lados se habló de un nuevo “triunfo del
pueblo”. El cual desembocó en la presidencia de Duhalde, el reacomodo de muchos
que habían estado con Menem o con la Alianza; y el recambio de varias
“figuritas”.
El gobierno de Duhalde, producto genuino del “triunfo del 19 y 20
de diciembre”, terminó de realizar el ajuste (centralmente, una caída en picada
de los salarios) que había quedado a medio hacer por la Alianza. Así , en mayo
de 2003, con la economía en franca recuperación, asumió como presidente
Kirchner; y más tarde Cristina Kirchner, hasta 2015. Significativamente,
durante los gobiernos K la izquierda no agitó la consigna de “fuera el
gobierno” (más bien hubo expresiones en ese sentido entre sectores sociales que
apoyaban al Pro y la UCR). La razón la podemos encontrar en uno de sus discursos
más repetidos por aquellos años: “los radicales y el Pro son lo mismo (que los
K), pero la
derecha neoliberal son
los radicales y el Pro”.
Sin embargo, el resultado de 12 años de gobierno “nacional y
popular” fue el ascenso de “la derecha neoliberal”. Por lo cual hoy se vuelve a
poner en el primer plano el objetivo de derribar “al enemigo inmediato”, en
alianza táctica (siempre es “táctica” esta alianza) con el peronismo K y
aledaños. De esta manera, objetivamente se abona el terreno para un nuevo recambio
“en las alturas” que preservará el sistema cuando el fusible Cambiemos se
funda. El programa tipo socialismo vulgar (véase aquí) que agitan algunos
partidos de izquierda, encaja en esta estrategia. También la idea de que basta
con incentivar la lucha por reivindicaciones económicas para que se supere la
conciencia burguesa del sindicalismo (véase aquí).
Por supuesto, la
táctica de promover cambios de gobiernos burgueses por gobiernos burgueses se
aplicó en muchos países y lugares. Por ejemplo, ¿recuerdan cuando el “triunfo”
de la movilización por el “Fuera Collor de Mello” dio lugar a la presidencia de
Itamar Franco, y después a Henrique Cardoso? Para presentar otro caso: durante
la década de los 1990 en Jujuy se sucedieron los levantamientos contra
gobernadores que aplicaban políticas de ajuste; quienes renunciaban para dar
paso a otros gobernadores que seguían aplicando los ajustes. Y así hasta que el
movimiento se desinfló, porque no había perspectiva.
A pesar de estas
experiencias, muchos grupos siguen reivindicando esta táctica como si fuera la
quintaesencia de la política del socialismo revolucionario. Pero la realidad es
que tiene poco que ver con las tradiciones del marxismo. A Marx, por caso,
nunca se le ocurrió decir que los problemas fundamentales de la clase obrera
inglesa se solucionaban cambiando a Gladstone por Disraeli; o a Disraeli por
Gladstone. Más aún, el marxismo jamás planteó como objetivo echar a un gobierno
burgués si no hay alternativa socialista. No tiene sentido.
Lo decimos una vez más: el marxismo tiene como eje la
independencia de clase. Esto es, la ruptura de la clase obrera con todas las
variantes burguesas y pequeño burguesas, por más “radicales” o “socialistas”
que se presenten. En este respecto, decir que “todos los partidos burgueses son
iguales” es una tontería. El programa de Macri, por ejemplo, no es igual al que
defienden Boudou o D’Elía. Pero esta no es la cuestión principal, sino que ninguno de ellos representa una
salida progresista para la clase obrera. Por eso, reemplazar a Macri
por Boudou, o por Cristina Kirchner, no es ningún paso adelante para los
trabajadores (como no lo fue el reemplazo de CK por Macri). Aunque Macri,
Boudou y Cristina Kirchner sean distintos.
En conclusión, hay que desinflar los “triunfos populares”, inflados
por la hipócrita demagogia de la clase dominante. No hay triunfo de la clase
obrera cuando sólo se trata del vulgar y repetido reciclaje de la dominación
burguesa. Y esto hay que decirlo públicamente, para romper de raíz
cualquier posibilidad de conciliación con la oposición burguesa de turno.
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Fuente: https://rolandoastarita.blog/2018/02/16/la-estrategia-socialista-no-es-cambiar-figuritas/
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