Revitalizar el
pensamiento crítico
en América Latina
17 de febrero de 2018
Por Decio Machado (Brecha)
Los debates de la izquierda han gozado históricamente de una gran
riqueza intelectual y teórica.
En el mundo
del socialismo real, pese a la deriva totalitaria de sus estados, hubo potentes
debates tales como si era posible el “socialismo en un solo país” entre los
partidarios de León Trotsky y Iósif Stalin; la hoja de ruta para superar la
oposición entre el trabajo intelectual y manual entre dirigentes y dirigidos
surgidos en China durante la revolución cultural; o la controversia sobre la
ley de valor de Marx en las sociedades de transición que protagonizaran el Che
Guevara, Ernest Mandel y Charles Bettelheim, con la participación de Paul
Sweezy entre otros pensadores marxistas.De igual manera, los debates de la izquierda en los países capitalistas tampoco fueron baladíes, revitalizándose las elaboraciones respecto a la caracterización de la naturaleza de clase del Estado y el papel de la democracia al interior del pensamiento marxista y la teoría crítica. Estos debates abarcaron desde las formulaciones de Louis Althusser en relación con la naturaleza y papel de los llamados aparatos ideológicos y represivos del Estado hasta los análisis de Michel Foucault sobre los diagramas y dispositivos de poder-saber y la matriz disciplinaria del panóptico moderno. Por su parte, la ratificación de la naturaleza de clase del Estado y las formas particulares que adopta la dominación política supondrían también la aparición de nuevos estudios tanto desde la perspectiva subjetivista como desde las visiones estructuralistas, generando grandes duelos teóricos como la polémica entre Ralph Miliband y Nikos Poulantzas. Incluso tras la caída del Muro de Berlín, las posiciones de Toni Negri y Michael Hart frente a John Holloway, con sus diferentes posiciones sobre la dialéctica y las diferentes perspectivas entre el autonomismo y el marxismo abierto son de gran riqueza intelectual en el ámbito del debate teórico de fin del pasado siglo.
Quizás por ello causa tanta congoja y vergüenza ajena el nivel
teórico esbozado por algunos de los académicos latinoamericanos que se han
caracterizado en los últimos años por ser los legitimadores intelectuales de
los regímenes progresistas. En el campo de la izquierda nunca se había visto
tan extensa combinación entre simplificación del pensamiento y actitud
conformista en el campo del saber.
Diría Pierre
Bourdieu que el intelectual está obligado a desarrollar una práctica de
autocrítica. Que deben llevar a cabo una crítica permanente de los abusos de poder
o de autoridad que se realizan en nombre de la autoridad intelectual; o si se
prefiere, deben someterse a sí mismos a la crítica del uso de la autoridad
intelectual como arma política dentro del campo intelectual mismo. Para este
destacado representante de la sociología contemporánea, todo académico debería
también someter a crítica los prejuicios escolásticos cuya forma más persuasiva
es la propensión a tomar como meta una serie de revoluciones de papel.
Ironizaría Bourdieu indicando que esto llevó a los intelectuales de su
generación a someterse a un radicalismo de papel confundiendo las cosas de
lógica por la lógica de las cosas.
Sin embargo, a lo que hoy asistimos por parte del establishment
académico de propagandistas de los regímenes progresistas no es otra cosa que
lo que el zapatista subcomandante Galeano llamara “histeria ilustrada de la
izquierda institucional”, esa que ingenuamente llegada al poder se convierte en
un clon de lo que dice combatir, corrupción incluida.
Es evidente
que a la producción de pensamiento reaccionario debemos oponer la producción de
redes críticas desde la intelectualidad específica. Hago referencia a la noción
teórica elaborada por Foucault por la cual se define una actividad inscrita en
un campo acotado en el que el intelectual practica su labor singular. Algo más
parecido a la figura del experto que a la del opinador generalista que habla
indistintamente sobre cualquier cosa en cualquier contexto. Pero esto debe
hacerse desde la honestidad, al igual que cualquier tipo de intervención
política, y ahí, volviendo al sup Galeano, “hay que reconocer que esa izquierda
ilustrada es de deshonestidad valiente”, pues no le importa hacer el ridículo.
En el fondo, el rol de esta intelectualidad progresista se asemeja
bastante al de los propagandistas del viejo régimen estalinista, aquellos a los
que el mismo Stalin –el menos intelectual de todos los bolcheviques que
protagonizaron la
Revolución Rusa – bautizaría como “los ingenieros del alma”.
Así Vladimir Putin es comparado con Lenin; Rafael Correa con el Che Guevara;
las elecciones en Ecuador con la batalla de Stalingrado o el juicio a Lula por
sus implicaciones en la
trama Odebrecht con el hipotético vía crucis de Jesuscristo
en su camino al Calvario.
Sin embargo, hay que hacer memoria de la represión correísta sobre
el paro/movilización que tuvo lugar en Ecuador entre el 2 y el 26 de agosto de
2015, donde hubo 229 “agresiones, detenciones, intentos de detención y
allanamientos en todos los territorios donde se realizaron movilizaciones y
protestas” (informe del Colectivo de Investigación y Acción Psicosocial
Ecuador) o la impunidad en los casos de asesinatos a destacados opositores al
modelo extractivista como José Tendetza, Freddy Taish o Bosco Wisuma. Hay que
recordar también cómo el gobierno del PT criminalizó y agredió la protesta de
jóvenes brasileños en las calles de todo el país en junio de 2013 y
posteriormente durante el Mundial de Fútbol de 2014, o cómo se ha disparado el
número de asesinatos de jóvenes negros en las zonas de favela en una lógica de
política de “limpieza social” sobre todo a partir de la aprobación –con el
apoyo del gobierno de Dilma Rousseff– de la ley antiterrorista en el
Legislativo. De igual manera, ya no podemos mirar a otro lado ante el nivel de
violencia desplegado por las fuerzas de seguridad del Estado en Venezuela, las
violaciones de derechos humanos y el alarmante nivel de deterioro de la
democracia en ese país.
Ante esta
realidad me viene a Aquí, ¿cómo no?, conviene rememorar también al palestino Edward W Said, quien sentenciaría en uno de sus más famosos textos: “Básicamente, el intelectual (…) no es ni un pacificador ni un fabricante de consenso, sino más bien alguien que ha apostado con todo su ser a favor del sentido crítico, y que por lo tanto se niega a aceptar fórmulas fáciles, o clichés estereotipados, o las confirmaciones tranquilizadoras o acomodaticias de lo que tiene que decir el poderoso o convencional”.
Como podemos apreciar, nada que ver con el –en palabras del sup Galeano– “pensamiento perezoso” del progresismo criollo de estos tiempos. Entender el porqué de este deterioro intelectual tiene que ver con razones que van desde las aspiraciones personales de algunos académicos respecto a su capacidad de influencia política en el poder, hasta con una simple falta de conocimientos científicos o históricos que procura esconderse tras una supuesta superioridad analítica, todo ello sin olvidar las limitaciones derivadas del pensamiento binario por el que el mundo se divide simplemente entre derecha e izquierda.
Pero hablemos claro. No existe el pensamiento crítico funcional a gobiernos progresistas o partidos de la izquierda institucional, eso es una falacia. En realidad, la modernidad no se imagina la política sin un proyecto intelectual, por superficial que este sea, motivo por el que toma sentido la intelectualidad progresista actual. Así de tristes son las actuales relaciones entre el saber y la política convencional latinoamericana.
En todo caso, no puede haber un pensamiento crítico que no tenga
su anclaje en la propuesta de pensar históricamente y por lo tanto cuestionar
la impuesta aceptación de que siempre ha existido y existirá el capitalismo, lo
que reduce la cancha del juego a proceder solamente a “humanizarlo”. El
pensamiento crítico es en realidad un pensamiento radicalmente anticapitalista.
En eso no hay negociación, pues de ello depende el futuro de la humanidad.
De igual manera, el pensamiento crítico implica profundizar sin concesiones
el estudio de los mecanismos que mantienen la dominación –procedan éstos de
donde sea–, lo cual no admite espacios para la seducción por parte del poder. Y
requiere superar lo que podríamos llamar ortodoxia marxista, incorporando
lógicas libertarias, ecologistas, feministas, anticolonialistas e indigenistas
entre otras tantas.
Al mismo tiempo el pensamiento crítico parte de una acción
comprometedora, está embarcado en la acción política y es por ello despreciado
desde el poder. No es premiado con salarios de analista para medios de comunicación “progresistas”, no hace
consultorías gubernamentales y tampoco forma parte del actual y extendido
business académico.
https://brecha.com.uy/
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=237988
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