La segunda vuelta en el
Ecuador
¿Pueden suicidarse los pueblos?
31 de marzo de 2017
31 de marzo de 2017
Por Atilio A. Boron (Rebelión)
En 1984 Bárbara W. Tuchman publicó un libro apasionante. Su
título: La marcha de la locura. La sinrazón
desde Troya hasta Vietnam. En él la autora pasa revista a una serie de
situaciones que tienen un común denominador: gobiernos y pueblos actuando en
contra de sus propios intereses.
No pude dejar de pensar que la disyuntiva que se abre en el
Ecuador el próximo domingo podría, según fuese el resultado de la elección
presidencial, aportar un nuevo y triste ejemplo de esta serie de desatinos que
causaron indecibles sufrimientos a sus protagonistas. Porque, al escuchar a
encumbrados dirigentes de diversos movimientos sociales y autoproclamadas
fuerzas de izquierda decir una y otra vez que preferían un banquero neoliberal
a un dictador recordé inmediatamente el libro de Tuchman y sus valiosas
enseñanzas. Que organizaciones supuestamente representativas de los intereses
populares enuncien tesis políticas como esa y que se acuse al presidente Rafael
Correa de dictador, de corrupto, de demagogo, ¡de neoliberal!, cosa que sus
críticos hacen con total impunidad a través de la vasta red de medios de comunicación que controla la derecha no
puede sino evidenciar la ominosa presencia de un “sentido común” completamente
extraviado por el odio y el fanatismo, de una ceguera histórica que puede
conducir a un pueblo a su suicidio. Porque basta con un pequeño soplo de
sobriedad para caer en la cuenta del absurdo que encierra aquella tesis.
Por más desaciertos que puedan atribuírsele al gobierno del
presidente Correa y por más escozor que provoque su irascible personalidad, los
aciertos de su gestión superan ampliamente sus errores, sus equívocos y hasta
sus desplantes. Y si ese hálito de sobriedad no está presente los críticos del
correísmo deberían mirar a su alrededor y tomar nota del holocausto que los
amigos y cofrades de Guillermo Lasso están haciendo en Argentina y Brasil,
países cuyos gobiernos están llevando a la práctica una lúgubre eutanasia de
los pobres, de los ancianos y de los niños, despojando a sus pueblos de
derechos conquistados mediante arduas luchas a lo largo de varias décadas. Todo
eso fue barrido por un vendaval político, si bien apelando a distintos
instrumentos.
En el caso argentino, apelando a un “empresario exitoso” que hizo
una campaña demagógica prometiendo conservar los avances registrados en la
década kirchnerista. Bastó con que Mauricio Macri pusiera un pie en la Casa Rosada para que
comenzara a demoler, sistemáticamente, las conquistas sociales de la década
anterior y promover un ajuste salvaje que en menos de un año acrecentó en un
millón y medio el número de pobres en la Argentina. La
derecha miente, se viste con piel de cordero pero es un lobo feroz que actúa
con mucha astucia: primero engaña, con cantos de sirena como los que hoy entona
Lasso en el Ecuador. Pero una vez en el gobierno arrojan por la borda todas sus
promesas y, fieles a sus intereses de clase, proceden metódicamente a subyugar
a los pueblos y a favorecer descaradamente a las grandes fortunas, dando origen
a una regresión social que, a partir de un enjundioso análisis del caso español
Arantxa Tirado Sánchez y Ricardo Romero Laullén, no han titubeado en
caracterizar como una “neoesclavitud” en un libro de reciente aparición. Y lo
mismo vale decir del gobierno de Michel Temer en Brasil, causante de una
restauración oligárquica que en algunos aspectos hace retroceder a ese país
medio siglo.
Desgraciadamente los pueblos, y los gobiernos pueden suicidarse, y
hay sectores en la sociedad ecuatoriana que, enceguecidos por sus pasiones,
parecen dispuestos a hacerlo, sumiendo al país en una catástrofe que demoraría
décadas en ser reparada. Que esto no suceda dependerá de la sensatez con la
cual el pueblo ecuatoriano se maneje, de su capacidad para reflexionar,
discernir y anticipar las consecuencias de sus actos. De la consciencia que
tengan de lo fácil y rápido que es desandar el camino y revertir los logros,
pocos o muchos, conseguidos en la década correísta. Y de percibir con nitidez
que un banquero, por más que se disfrace de demócrata y que pronuncie frases
bonitas, siempre será el fiel ejecutor de la lógica despótica del capital. Y en
esa lógica, las clases populares están irremisiblemente condenadas. Serán
llevadas al cadalso por un verdugo que, obedeciendo a las reglas del “coaching”
político, se presentará como un personaje bonachón y sonriente pero que,
llegado el momento, no vacilará un segundo en ejecutar sin piedad a quienes
confiaron en sus promesas. Si tal cosa ocurriera tarde aprenderían la
diferencia existente entre un banquero neoliberal y un “dictador” como Rafael
Correa. Ojalá que el noble pueblo ecuatoriano sea librado de tan infausto
destino.
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