Entonces, abajo y a la izquierda, precisamos generalizar la deliberación
popular sobre cómo se está destruyendo nuestro país-continente o sobre los
ecocidios-genocidios-etnocidios para tomar decisiones sobre el destino
común. Es hora de percatarnos de:
La
naturaleza americana y el orden colonial del capital
El
debate sobre el “extractivismo”
en tiempos de resaca
8 de marzo de 2017
8 de marzo de 2017
Por
Horacio Machado Aráoz
A la Memoria
de Berta Cáceres
“Desde su origen, el capital ha utilizado todos los recursos productivos del globo… tiene necesidad de disponer del mundo entero y de no encontrar límite ninguno en la elección de sus medios de producción”. (Rosa Luxemburgo, 1912).
Hace poco
más de un lustro ya, inmersos todavía en el clima refrescante de las
expectativas emancipatorias abiertas por el “giro a la izquierda” en América
Latina, asistíamos a la irrupción de las discusiones en torno a la matriz
socio-productiva y las estrategias económico-políticas seguidas en la región
como curso para salir y, eventualmente, superar el trágico estadío del
neoliberalismo. Por entonces, los debates sobre el “extractivismo” corrieron
como reguero de pólvora en las siempre agitadas tierras ideológico-políticas de
la región (Gudynas, 2009; Acosta, 2011; Svampa, 2013; Lander, 2013). Para ser
precisos, los revuelos causados por la materia, repercutieron con mayor fuerza
en el hemisferio ideológico de actores y referentes (políticos, intelectuales y
movimientos) de la izquierda. Pues como bien precisó en su momento Eduardo
Gudynas (2009), no estábamos ante una problemática que pueda decirse “nueva”;
más bien todo lo contrario. Lo ‘novedoso’ o lo extraño del caso residía en que
eran ahora gobiernos y fuerzas políticas auto-identificadas como de izquierda
los que asumían la defensa y el impulso de políticas centradas en la
profundización de la vieja matriz primario-exportadora, aquella misma con la que
nuestras sociedades fueran violentamente incorporadas al mundo del capital y su
estructura de división internacional del trabajo. (...)
(...)¿Crecer
para salir del neoliberalismo? Los espejismos del “crecimiento con inclusión
social”
“El capitalismo de crecimiento ha muerto. El socialismo de crecimiento, que se le parece como un hermano gemelo, nos refleja la imagen deformada de nuestro pasado, no la de nuestro futuro” (André Gorz, “Ecología y Libertad, 1977).
“El capitalismo de crecimiento ha muerto. El socialismo de crecimiento, que se le parece como un hermano gemelo, nos refleja la imagen deformada de nuestro pasado, no la de nuestro futuro” (André Gorz, “Ecología y Libertad, 1977).
Ver y comprender hasta qué punto el capitalismo no puede funcionar sino a expensas de la explotación extractiva de economías coloniales, podría no ser políticamente tan importante si no fuera que estamos viviendo y hablando de y desde Nuestra América. Entender y sentir hasta qué punto la explotación de la Tierra es, en sí misma, la explotación de los cuerpos, es algo crucial para quienes estamos situados en una perspectiva epistémico-política del Sur (Souza Santos, 2009). Pues precisamente, ello nos hace tomar conciencia de que la “riqueza” que el capital acumula y que (en sus versiones progresistas) promete “redistribuir” es la riqueza del valor abstracto, esa cuya acumulación se amasa a costa de la fagocitosis de los expropiados; de” los condenados de la Tierra” (Fanon, 1961).
Como ya señalamos en otras oportunidades, los extravíos de la razón progresista
nacen precisamente de aquella omisión. Al abrazar fervientemente la fe ciega en
el progreso (esto es, el credo colonial-capitalista del evolucionismo, el
cientificismo y la omnipotencia y la ‘neutralidad’ tecnológica), la razón
progresista cree firmemente en el crecimiento infinito como horizonte universal
y deseable de la historia y en la redistribución de ese crecimiento como
“camino” de la redención social.
Ese imaginario
colonial ha “atacado” de nuevo los esfuerzos emancipatorios nuestroamericanos
recientes. En las encrucijadas del capitalismo/colonialismo senil, los gobiernos
progresistas de América Latina, surgidos e impulsados por resistencias populares
contra el neoliberalismo, han recaído –una vez más- en la ceguera colonial de
las fantasías desarrollistas.
Han tentado romper las cadenas de la opresión histórica, profundizando sin
embargo, las sendas estructurales que las forjaron. Omitiendo que el problema de
fondo era y es el capitalismo/colonialismo, se optó por confrontar con el
“neoliberalismo”. Confundiendo “crecimiento” con “revolución social”, apostó al
crecimiento –sí, claro, con redistribución del ingreso- como “vía de salida”
hacia el “post-neoliberalismo”. Pese a todas las advertencias en contrario, la
obsesión por el crecimiento, por la expansión del consumo, el “ascenso de las
clases medias” como vía de “superación de la pobreza”, terminó provocando una
gravosa amnesia política sobre qué es lo que crece y sobre los efectos eco-biopolíticos
de ese crecimiento.
Ineludiblemente, lo que crece con el crecimiento (del PBI, de las inversiones,
de los empleos, y aún de los salarios y el consumo popular) es el capitalismo.
El crecimiento no nos saca ni nos aleja de éste; sino que nos hunde cada vez más
en sus fauces necro-económicas. Nuestro crecimiento, el de nuestras economías
latinoamericanas, es el crecimiento específicamente del capitalismo
periférico-colonial-dependiente. Por tanto, es la profundización de las
condiciones histórico-estructurales de súper-explotación (Marini, 1973); de
depredación de la Tierra y de los Cuerpos como materia prima para la realización
de la acumulación global. Nuestro crecimiento no nos alejó del capitalismo, sino
que fue funcional a su reactivación e intensificación. No sólo en términos
macro-geopolíticos, ya que el boom de los commodities alimentó el crecimiento
industrial chino, como locomotora del mundo; sino también en términos micro-bio-políticos,
pues la expansión del consumo opera como una gran fábrica de producción
capitalista de subjetividades, de sensibilidades y sociabilidades hechas
cuerpos, donde las formas de percepción de la realidad, los modos de
estructuración de las relaciones sociales y hasta los modos de pensar la propia
vida, los sueños, los deseos y el sentido de la existencia, están completamente
mediados y colonizados por la lógica fetichista de la mercancía.(...)
Nuestras críticas a los gobiernos progresistas en modo alguno buscaron “hacerle
el juego a la derecha”; todo lo contrario. Simplemente procuraron remarcar que
hablar de “capitalismo salvaje” es una tautología y que predicar el “capitalismo
humanizado” es un oxímoron.
El capitalismo
no admite adjetivaciones; es simplemente eso: un régimen de relaciones sociales
que opera la fagocitosis de las energías vitales como medio para la acumulación
pretendidamente infinita del valor abstracto.
En ese proceso consume la
vitalidad de la Tierra y la humanidad de lo humano.
Ahora, que se vienen de nuevo tiempos de “ajuste y recesión” bien vale la pena recordar lo que dijimos en tiempos de auge y expansión: el neoliberalismo no es apenas sinónimo de privatizaciones, ajustes, recortes de salarios y de las políticas sociales. El neoliberalismo es una fase del capital cuya característica central está dada por el predominio de procesos de acumulación por despojo (Harvey, 2004), vale decir, por la intensificación de las dinámicas de mercantilización mediadas por múltiples y crecientes recursos de violencia. El neoliberalismo es, ni más ni menos, que el capitalismo en su fase senil; la era de la acumulación en tiempos de agotamiento del mundo y de crisis terminal de las energías vitales, tanto las primarias (que brotan de la Tierra) como de las sociales (que surgen y se movilizan por el trabajo).
Ahora, que se vienen de nuevo tiempos de “ajuste y recesión” bien vale la pena recordar lo que dijimos en tiempos de auge y expansión: el neoliberalismo no es apenas sinónimo de privatizaciones, ajustes, recortes de salarios y de las políticas sociales. El neoliberalismo es una fase del capital cuya característica central está dada por el predominio de procesos de acumulación por despojo (Harvey, 2004), vale decir, por la intensificación de las dinámicas de mercantilización mediadas por múltiples y crecientes recursos de violencia. El neoliberalismo es, ni más ni menos, que el capitalismo en su fase senil; la era de la acumulación en tiempos de agotamiento del mundo y de crisis terminal de las energías vitales, tanto las primarias (que brotan de la Tierra) como de las sociales (que surgen y se movilizan por el trabajo).
Precisamente porque la economía política de la devastación (Foster, 2007) ha
llegado a sus límites, la fase del extractivismo neoliberal implica el inicio de
una nueva era: la era de la explotación no convencional.
Es que las
formas convencionales de la explotación (tanto de la fuerza de
trabajo-naturaleza interior, como de la Tierra-naturaleza exterior) han tocado
fondo. Es el agotamiento de las formas neotayloristas de disposición de los
cuerpos y extracción de las energías sociales; es el agotamiento de las formas
convencionales de extracción de energías en sus formas primarias (petróleo,
minerales, nutrientes, proteínas). Es, por consiguiente, el inicio de nuevos
regímenes de trabajo/tecnologías de extracción de plusvalía y de nuevas
tecnologías de extracción y súper-explotación de los “recursos no
convencionales”: la era de la del fracking, del shale-oil y el presal; de la
minería hidro-química a gran escala; de las mega-plantaciones también químicas y
carburíferas; la era de la transgénesis y de la intervención mercantilizadora
sobre las estructuras microscópicas de la vida (nanotecnología) así como de las
geo-ingenierías y los mercados de carbono, oxígeno, fósforo, nitrógeno, etc.
Bajo esta dinámica, el capital avanza creando nuevos regímenes de naturaleza
(capital natural) y nuevos regímenes de subjetividad (capital humano), cuyos
procesos de (re)producción se hallan cada vez más subsumidos bajo la ley del
valor. Ese avance del capital supone una fenomenal fuerza de
expropiación/apropiación de las condiciones materiales y simbólicas de la
soberanía de los pueblos; de las condiciones de autodeterminación de la propia
vida. Y todo ello se realiza a costa de la intensificación exponencial de la
violencia como medio de producción clave de la acumulación.
Así, pues, vivimos tiempos de agudización y explicitación de las violencias y los violentamientos expropiatorios. No casualmente, días atrás, el relieve sociopolítico de Nuestra América se ha visto sacudido por el brutal asesinato de Berta Cáceres, acompañado también de agresiones y de intentos de incriminación a Gustavo Castro Soto, otro compañero, aunados en las luchas contra los mega-proyectos hidroélectricos, de minería a gran escala y monoculturas extractivistas varias que implican, en el fondo, los nuevos “enclosures” del Siglo XXI. Incontrastablemente, el motivo de semejante crimen fue que Berta se había tornado en un duro obstáculo para los proyectos del poder. Como lideresa firme y clara, tenía plena conciencia que su vida corría peligro. Ella misma, unos meses antes de su asesinato denunciaba que el terrorismo, la militarización y las persecuciones que estaban viviendo campesinos, pueblos originarios, el pueblo Garífuna en Honduras, eran parte de una estrategia cuyo fin era “decapitar el movimiento social que está resistiendo en los territorios el avance del capitalismo”. En una entrevista de noviembre de 2014, el periodista le pregunta: “Berta, frente a esta ola de asesinatos, ¿temes por tu vida?”; y Berta contesta: “Sí, sí. Bueno, tenemos temor…(...) Leer
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