Un
balance de 2016
El año más largo
El año más largo
3 de marzo de 2017
Por Reinaldo Iturriza López
I. A finales de agosto pasamos un par de días en Puerto La Cruz. Veníamos de
Margarita y decidimos hacer una pausa para saludar a la familia antes de
continuar el viaje de regreso a Caracas. Diez días antes habíamos salido de
casa llevando un pequeño mercado con nosotros, porque viajábamos con muy poco
dinero, pero sobre todo porque estábamos seguros de que nos costaría mucho
trabajo conseguir alimentos en la isla, sin hablar de los precios, históricamente
más altos que los de la
capital. Dos días en Los Robles fueron suficientes para
darnos cuenta de lo equivocados que estábamos: conseguíamos pan, leche líquida
o queso con relativa facilidad, en contraste con la situación a la que nos
habituamos en Parque Central, pero además a precios similares o más bajos que
los de Caracas. Pocos días después fuimos a comprar vegetales y frutas:
cebolla, tomate, lechoza, cambur, piña. En Caracas lo comprábamos casi todo al
mismo precio, con el añadido de que lo hacíamos en el lugar con los precios más
accesibles que conocíamos: en cualquier supermercado, los tomates o las piñas
duplicaban y hasta triplicaban el precio. Cada vez teníamos menos dudas de que,
a diferencia de cualquier otra coyuntura durante los últimos quince años, el
ataque contra la economía nacional se expresaba con mayor virulencia en
Caracas.
Llegamos a Puerto La Cruz por la tarde, dormimos en el apartamento
de los suegros y al día siguiente, muy temprano, fuimos a comprar algunas pocas
cosas para hacer tres, tal vez cuatro comidas. Desorientados, por mala fortuna
o por la razón que fuera, terminamos en el peor lugar posible: la Avenida Principal
de Lechería, y probablemente en uno de los peores lugares de toda la avenida,
un lugar de nombre "Le Marché", un automercado con pretensiones de
bodegón, mini-market o como quiera que se les llame a los establecimientos
comerciales que ofrecen a su "distinguida clientela" productos
importados a precios impagables por el común de los mortales. No más entramos
nos dividimos, a ver qué conseguíamos. Caminé al lado de una cola de quince o
veinte personas que cargaban, cada una, dos, tres, cuatro paquetes de arroz y
azúcar. Me extrañó no tanto que se consiguieran estos productos, sino las
marcas: no conocía ninguna. Al fondo del local, del lado izquierdo, había dos
pilas de paquetes: una de arroz y otra de azúcar. Dos empleados del automercado
los ofrecían para la venta, a precios exorbitantes, entre los dos mil y tres
mil bolívares. También ofrecían aceite, a un precio similar. Importados de
Colombia y Brasil. No tan caros como los precios del mercado paralelo e ilegal,
pero mucho más caros que los precios regulados. La escena era tan repulsiva que
decidimos irnos. Saliendo del local escuché a una señora que justificaba todo
aquello: "¡Carísimos, sí! Pero, bueno, también es que ésta es una zona
exclusiva".
Regresamos a Caracas con la cabeza puesta ya no en el contraste
entre la situación de Caracas y la de Margarita , sino en el contraste entre Los
Robles y Parque Central y la zona más rica de todo el estado Anzoátegui.
Sabemos perfectamente que en Caracas, como en muchas otras ciudades de
Venezuela, abundan los lugares del tipo "Le Marché", y que los hay
muchísimo más "exclusivos", pero ellos pertenecen a un universo al
que no pertenecemos nosotros y al que nunca hemos deseado pertenecer. Supongo
que intentar comprar alimentos en Lechería en agosto de 2016 nos afectó tanto
como haber vivido en San Antonio de Los Altos en 2002: ahora, como entonces,
observamos al monstruo desde dentro y atestiguamos la podredumbre moral que
predomina en las burbujas que habitan las clases medias y altas.
No pasaron dos meses cuando, a mediados de octubre, fue puesto en
marcha el Plan de Abastecimiento Complementario (PAC) en ocho puntos de
Caracas. Precios exorbitantes, aunque no tanto como los del mercado paralelo e
ilegal. Por más que intentamos, no fuimos capaces de desentrañar la
racionalidad política y económica de la iniciativa. Tal
vez entendimos, pero no quisimos aceptarlo. Tal vez preferimos hacer como que
no entendíamos. Luego de meses escuchando a voceros del equipo económico
afirmar que no había otra alternativa sino el ajuste de precios como
precondición para que los alimentos aparecieran, el PAC en Caracas vino a ser
como la consumación de una derrota material y simbólica. Había que ajustar
precios, quién puede dudarlo. Pero los precios resultantes, la no normalización
de la distribución de alimentos, la persistencia del ataque contra la economía
nacional por parte de las fuerzas económicas que controlan el mercado, sugieren
que, más que un simple ajuste de precios, se trató de una peligrosa concesión:
una cuasi liberación de precios que, lejos de aplacarlas, fortaleció aún más a
las élites económicas rebeladas contra la democracia venezolana.
En el campo de lo simbólico el retroceso es
hondo y se expresa nítidamente en los cambios operados en el sentido común:
"Que aumenten los precios, pero que se consigan los productos",
"el problema son los subsidios", "hay que acabar con la
regaladera". No es que antes fueran pocos quienes se expresaban de tal
manera. El problema es cómo este sentido común ha ido ganando terreno. Hasta
hace poco resultaba muy sencillo sustraerse de aquel universo de valores y
además muy gratificante combatirlo de manera entusiasta. Hoy ese universo es
cada vez más el nuestro. Como si nuestro mundo estuviera a punto de ser
engullido por un agujero negro. Como si Venezuela se estuviera convirtiendo,
poco a poco, e irremediablemente, en una gigantesca Lechería.
II.-
El chavismo no sólo no ha sido derrotado: durante este largo 2016 ha vuelto a demostrar
que sabe aprovechar muy bien las ventajas que otorga el antichavismo. Ensoberbecida por el
triunfo electoral de diciembre de 2015, parte de la clase política antichavista
incurrió en el despropósito de ponerle plazo a la salida de Nicolás Maduro de
la Presidencia: seis meses como máximo. Lo cierto es que el referéndum
revocatorio nunca encabezó la lista de opciones. Demagógica a extremos
insospechados, prometió a su base social algo que no sería capaz de cumplir.
Dicha falsa promesa obedeció, además, a dos razones: a la brutal disputa
interna por el liderazgo político de la oposición, pero sobre todo a la
subestimación de la fuerza del pueblo chavista. Muy difícil estimar
correctamente la fuerza de un sujeto político cuya existencia se niega de
manera sistemática.
El pueblo chavista volvió a aprovechar la ventaja que supone la
subestimación de su propia fuerza, pero además decidió emplearse a fondo:
resistió cada embate, cada provocación, y lo sigue haciendo. El chavismo no ha
renunciado a sus deseos de pelear. Pero el precio que ha debido pagar ha sido
muy alto y negarlo sería irresponsable.
Ahora mismo, el chavismo está atravesando por
un importante proceso de mutación. Esta mutación se expresa, entre otras cosas,
en la progresiva desafiliación política de las mayorías populares. No estoy seguro de
que sea correcto hablar de despolitización creciente. Al contrario, sospecho
que una población muy politizada se siente cada vez menos identificada con la
clase política en general y con la clase política chavista en particular. Esta
severa crisis de las mediaciones políticas produce el efecto de una retirada
popular de la política, que viene a sumarse a la retirada parcial del espacio
público como consecuencia del boicot a la economía nacional, que a su vez ha
dado paso al predominio de lógicas de supervivencia. La misma retirada se ha
traducido en una tendencia a desplegarse en otros frentes: el bachaqueo es uno de
ellos. Otro sería el productivo: individualidades, pequeños grupos familiares o
comunitarios y organizaciones populares que se han desplegado en pequeñas y
medianas extensiones de tierra cultivable para producir algunos rubros, casi
siempre para el consumo a pequeña y mediana escala. Como se viene haciendo
costumbre afirmar, el difícil trance histórico ha sacado a relucir lo peor y lo
mejor del pueblo venezolano. Estos frentes ilustrarían esta verdad
elocuentemente.
Es necesario hacer algunas precisiones respecto de esta crisis de
representación política. En primer lugar, ésta no constituye ninguna novedad histórica.
Hacia mediados de los 90, la intelectualidad europea de izquierdas comenzó a
usar el término de "pensamiento único" para referirse a este fenómeno,
al que consideraban el correlato político de la hegemonía neoliberal en boga
desde inicio de los años 80. ¿Cómo interpretar el ascenso de figuras como
Donald Trump o la creciente popularidad de políticos de ultraderecha en varios
países de Europa: como signos del agotamiento de la onda expansiva neoliberal o
como la radicalización de sus líneas de fuerza más antipolíticas? Sea como
fuere, el chavismo es, sin duda alguna, producto de la crisis de
representación. Es la respuesta política del pueblo venezolano frente a tal
crisis. Es la manera como la clases populares en Venezuela se movilizaron para
hacerle frente al agotamiento de las formas tradicionales de representación
política. Parte de las fuerzas económicas e incluso políticas que, al final de cuentas,
terminaron haciendo parte del antichavismo, intentaron, en su momento,
capitalizar esta crisis de representación. Sin ningún éxito, como es evidente.
La oligarquía venezolana, los partidos reunidos en la Mesa de la Unidad Democrática ,
el gobierno de Estados Unidos, sus aliados políticos y económicos en el
continente y el resto del mundo, siguen sin ser capaces de capitalizar
políticamente la misma crisis de representación política, tal y como se expresa
en el actual momento histórico. Y esa es otra de las razones por las cuales
Nicolás Maduro continúa en la Presidencia. Sobre todo durante los últimos
cuatro años, el antichavismo ha sido muy eficaz minando las bases sociales del
chavismo, destruyendo poco a poco los vínculos sociales construidos por la
revolución bolivariana. Pero está muy lejos de constituirse en una alternativa
política real para la mayoría de la población. El antichavismo es, fundamentalmente, una fuerza
destructiva, "destituyente". Una fuerza que durante 2016, y desde la Asamblea Nacional ,
volvió a mostrar su verdadero rostro, que moviliza a una parte minoritaria de
la base social del antichavismo, la misma que fue radicalizándose conforme
avanzaban los meses y el Gobierno no caía, y que exigía marchar sobre
Miraflores al costo que fuera. No hay que desestimar el detalle del verdadero
rostro del antichavismo: desde 2006, cuando Manuel Rosales fue el candidato
presidencial opositor, el liderazgo no era ejercido por una figura plenamente
identificada con lo peor del pasado político en Venezuela: Henry Ramos Allup.
Pero en el campo popular y revolucionario las
cosas no están mucho mejores. Habiendo insurgido contra las formas
tradicionales de representación política, sólo cabía esperar del chavismo la
superación de la vieja cultura política y el predominio indiscutible de lógicas
democráticas participativas y protagónicas. Y vaya que logró avanzar a pasos
agigantados durante algún tiempo. Más recientemente, sin embargo, sólo cabe hablar de
franco retroceso. La obstinación en desconocer esta tendencia peligrosamente
regresiva no hace sino agravar el problema. La burocracia política, en buena
medida despolitizada, pragmática al extremo, distraída en disputas grupales y
limitándose a asegurar sus cuotas de poder a través de redes clientelares,
tiene el control casi total del partido, de sus "equipos políticos".
La falta de iniciativa que le caracteriza, su desconexión de las dinámicas
territoriales y, en general, su nivel de postración frente a los problemas
cotidianos de la población han llegado a tal punto que sólo un muy severo
estremecimiento interno haría que recuperara algo de la vitalidad perdida. Un
verdadero sacudón.
En un nivel más superficial, otros fenómenos se han manifestado a
lo interno del chavismo durante 2016. Por una parte, está la forma muy
particular como este proceso de desafiliación política se expresa en la clase
media chavista. Como me desenvuelvo en un entorno predominantemente clase
media, me ha tocado padecerlo muy de cerca y con mucha frecuencia, sobre todo
durante el primer semestre. Más allá de lo anecdótico, que en realidad no
aporta nada, me parece importante anotar que en este caso la desafiliación está
asociada principalmente con pérdida de estatus o privilegios. Esto nos obliga a
revisar, una vez más, muchos de nuestros supuestos, claramente equívocos: como
aquel según el cual la formación académica universitaria garantiza mayores
niveles de politización. Antes al contrario, la institucionalidad
universitaria, incluida la creada en revolución, parece seguir siendo
concebida, fundamentalmente, como una oportunidad para el ascenso social, y
continua funcionando como un espacio que promueve el desclasamiento. En los
casos más extremos, cuando la desafiliación da paso a la identificación con el
antichavismo, se hace presente la característica virulencia de los conversos:
denostan de Maduro mientras reivindican el "legado" de Chávez,
evidentemente como forma de justificar su conversión. Parte importante de la
"masa crítica" contra Maduro provendría de la clase media conversa.
Un fenómeno que ha pasado más desapercibido, y que se manifiesta,
al menos en parte, como respuesta a la manera como se expresa la desafiliación
política en la clase media chavista, es el de los "irreductibles". Yo
mismo he llegado a considerarme uno de ellos. Quienes sufrimos esta suerte de
"complejo de irreductibilidad" incurrimos en el grave error de
considerar al desafiliado como débil, equivocado o incluso traidor. Sólo
nosotros somos fuertes, sólo a nosotros nos asiste la razón, sólo nosotros somos
leales. El problema con nosotros, los irreductibles, es que cada vez somos
menos y más los desafiliados. Estamos condenados a convertirnos en reducto
porque abandonamos cualquier vocación hegemónica: no somos capaces de sumar
porque no sabemos u olvidamos o no tenemos voluntad para lidiar con la
diferencia, con el que piensa distinto, incluso, y en ocasiones pareciera que
menos que menos, si se trata de otro chavista. Nótese cómo es que esto supone
desaprender la forma chavista de hacer política. Sólo nosotros somos chavistas
y mientras más claros estamos, menos claro está el resto del mundo. Presumimos
de nuestra autoridad moral. No nos interesa la pedagogía, aleccionamos
constantemente. Somos infinitamente soberbios: actuamos como una partida de idiotas
compitiendo por quién muere primero con las botas mejor puestas. Este
"complejo de irreductibilidad" afecta a la clase media que todavía
"resiste", a la burocracia política y al funcionariado que anda en el
mismo plan de "resistir" y que no tiene nada que perder salvo sus
cuotas de poder, pero también a lo más lúcido del chavismo: el "chavismo
de corazón".
Sobre "el chavismo de corazón" ya
escribí en diciembre de 2015 (1). Antiburocrático, anticlientelar, durante 2016
lo he visto protagonizando las iniciativas más audaces y exhibiendo una
claridad política que ya quisiéramos fuera la norma en nuestro liderazgo
político. Es muy improbable que comprenda más que algunos pocos centenares de
miles, lo que podría parecer una cifra insignificante en un país con treinta
millones de habitantes. Sin embargo, son estos hombres y mujeres quienes
sostienen, literalmente, la revolución bolivariana. No hay política de
contenido revolucionario del Gobierno bolivariano que no los tenga como
principales protagonistas, y permanecen, en el territorio, muy a pesar de todas
las dificultades, disputándole a los poderes fácticos, incluidos los que medran
a lo interno del chavismo, garantizando un grado mínimo de vínculo social, de
organización, de vitalidad, de aliento, a partir del cual tendríamos que ser
capaces de reordenar y sumar fuerzas.
III.-
La patria se desangra en alcabalas y peajes. Una verdadera
contrarrevolución es la que están protagonizando funcionarios policiales y
efectivos militares que, muchas veces a la vista de todos, roban para permitir
el flujo de alimentos y otros productos. Ésta es una de las expresiones más
ignominiosas del proceso de franco deterioro de los vínculos sociales, de la
sociabilidad construida en revolución. Una de las tantas que no se puede atribuir
al antichavismo. Impóngase la autoridad democrática en alcabalas y peajes y se
habrá ganado la mitad de la guerra.
IV.-
Durante los primeros meses de 2016 la derrota parecía inminente.
El tiempo se acababa. Contra todo pronóstico, el presidente Nicolás Maduro
logró imponer el diálogo. Sí, la política chavista, la que practica su clase
política, es cada vez más una política cupular. Pero es un error calificar la
mesa de diálogo como un espacio en el que un puñado de cúpulas
"negocia" de espaldas al país. Con la mesa de diálogo ha terminado
imponiéndose la alta política y la que ha sido siempre, debo insistir, la
bandera del Presidente. Al menos temporalmente, Maduro ha sido capaz de
neutralizar al antichavismo más violento y puede que al chavismo más "irreductible"
y, en consecuencia, más proclive a la baja política. Ha sido una victoria de la
política, a secas, y como tal hay que celebrarla, por más reservas que
tengamos. Parece claro que la inmensa mayoría del país está realmente harto de
la "diatriba" entre políticos y desea que unos y otros se concentren
en resolver lo que, de manera muy eufemística, el lenguaje periodístico y la
encuestología llaman "problemas económicos". El "país
real". No el país imaginario que construyen a conveniencia todas las
encuestadoras, sin excepción.
V.-
Hoy disponemos del tiempo que no nos alcanzaba a comienzos de año.
La pregunta es: ¿tiempo para qué? Una manera de verlo es que, por los momentos,
tenemos poco más de seis meses hasta la próxima contienda electoral, lo que
quiere decir que, guardando las distancias, estamos en una situación similar a
la de comienzos de 2016. Poco más de seis meses para que la política económica
retome su carácter decididamente popular, democrático, revolucionario. Poco más
de seis meses para que se produzca el necesario sacudón político a lo interno.
Caso contrario, podríamos estar a las puertas de un nuevo, y tal vez
catastrófico, revés electoral, antesala de nuevas y más dolorosas derrotas. El
tiempo es para aprovecharlo.
VI.-
El chavismo todo, pero en particular su liderazgo político, debe
ser capaz de hablarles a las mayorías populares. A todas: chavistas y
antichavistas. Convocarlas a una cruzada dirigida a neutralizar a quienes
promueven el odio como forma de ejercicio de la política. Para esto
no basta con hablar de paz. No es cuestión de retórica. Hay que reconstruir el
sentido perdido. Recomponer los vínculos sociales fracturados, restituir los
derechos económicos vulnerados, recuperar el orgullo mancillado.
VII.-
En agosto pasado (2), puesto a valorar el liderazgo de Nicolás
Maduro, consideré necesario hacerles frente a quienes, desde dentro del
chavismo, jugaban a presentarlo como un hombre débil e incapaz de timonear el
barco. Tal apreciación, sobre todo si evitaba hacer mención de la lucha de
clases, y de la forma que ésta asume a lo interno del chavismo, me parecía
ligera a irresponsable. Hoy reitero esa posición. Y quisiera agregar: si hemos
llegado a esta fecha, eso se debe a dos cosas: a la voluntad de lucha del
pueblo venezolano y a Nicolás Maduro. Sí, el hombre es presa de las
circunstancias, con frecuencia luce impotente y tal vez sea cierto que más que
lo hecho, es lo que ha dejado de hacer. Pero en esto también cierro filas con
el "chavismo de corazón", sin pensarlo dos veces: una de las cosas
que no ha hecho Nicolás Maduro es defraudar al pueblo venezolano. Ojalá pudiera
decirse lo mismo de muchos de quienes lo rodean.
Referencias:
(1) Chavismo de
corazón. 18 de diciembre de 2015.
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2015/12/18/chavismo-de-corazon/
(2) Chavismo y
revolución. ¿Qué pasa en Venezuela? 29 de agosto de 2016.
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/2016/08/29/chavismo-y-revolucion-que-pasa-en-venezuela/
* Reinaldo Iturriza
López fue Ministro del Poder Popular para la Cultura y Ministro del Poder
Popular para las Comunas y Protección Social de la República Bolivariana
de Venezuela
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