La seminsurrección de
los chalecos amarillos
3 de diciembre de 2018
Desde 1968 Francia no ha conocido
ningún movimiento social tan vasto como la actual rebelión campesina y rural,
de las clases medias pobres del campo y de la ciudad, de los jubilados, de los
desocupados reunidos en los Chalecos Amarillos. Esta es una ola social de fondo
y arrastra por consiguiente a capas atrasadas y a los bajos fondos, que
comparten el odio a las clases dominantes y su establishment o, simplemente,
aprovechan para saquear.
Por Guillermo Almeyra
Desde 1968 Francia no ha conocido
ningún movimiento social tan vasto como la actual rebelión campesina y rural,
de las clases medias pobres del campo y de la ciudad, de los jubilados, de los
desocupados reunidos en los Chalecos Amarillos. Esta es una ola social de fondo
y arrastra por consiguiente a capas atrasadas y a los bajos fondos, que
comparten el odio a las clases dominantes y su establishment o, simplemente,
aprovechan para saquear.
Tanto puede degenerar como servir de
base a la derecha nacionalista y fascista o apoyar, si avanza políticamente, un
ala socialista anticapitalista Macron, como ministro de Economía del anterior
presidente socialista de derecha François Hollande, al aumentar los impuestos
indirectos sentó las bases de esta actual crisis social y política que tiene
fuerte impacto económico en la producción y en el comercio.
Como presidente, cerró ramales ferroviarios,
canceló frecuencias de trenes e hizo todo lo posible para preparar la
privatización de los ferrocarriles enfrentando incluso una huelga de tres
meses. Al mismo tiempo retiró de las zonas rurales oficinas de impuestos,
escuelas, maternidades y hospitales obligando a los habitantes a depender de
automóviles viejos y contaminantes que no pueden renovar.
Redujo también el personal en escuelas,
oficinas, hospitales, casas para ancianos y en las cárceles, aumentando así la
intensidad de trabajo y de explotación a quienes se salvaron de esa poda
salvaje.
Simultáneamente, les quitó a los
alcaldes hasta el 10 por ciento de su presupuesto impidiéndoles así hacer
reparaciones u obras y convirtiéndolos en pararrayos de la ira de los
ciudadanos, se negó a discutir con los sindicatos su política antiobrera y
modificó unilateralmente la legislación laboral para favorecer a los patrones,
a los que eliminó el impuesto a la renta y favoreció en todo mientras cargaba
de impuestos indirectos a todos los demás.
Macron igualmente dejó cerrar grandes
empresas que había jurado defender, logró que los jueces y abogados se
declarasen en huelga por la modificación sin consultarles de su profesión y,
para colmo, actuó como si fuese un rey.
Eliminó en efecto los organismos estatales
de mediación (sindicatos, alcaldías, Parlamento, al que ignora a pesar de
contar con la mayoría absoluta).
Realiza casi diariamente declaraciones
provocadoras y defendió tan abiertamente a su gorila principal -culpable de
disfrazarse de policía para golpear gente el primero de mayo- que tuvo que
desmentir públicamente que aquél era su amante.
El episodio provocó la renuncia de su
ministro del Interior y, después, hizo renunciar también al ministro del
Ambiente porque se tragó sus promesas de reducir las usinas nucleares y,
además, autorizó la caza libre.
De este modo los ingresos reales de los
franceses cayeron diez por ciento en los últimos diez años y la riqueza se
concentró descaradamente en cada vez menos manos. El aumento del impuesto al
diésel (el principal combustible de los autos de los pobres que, además,
dependen de su vehículo para ir a trabajar o hacer trámites) fue la chispa que
hizo estallar toda esa pólvora movilizando contra él y el poder a la Francia
profunda, que en un 60 por ciento se había abstenido en las elecciones
presidenciales e incluso había en parte sufragado por su partido nuevo y
desconocido por repudio a los otros y por temor al fascismo de Le Pen.
Esta ola de fondo rechaza la pasividad
y el institucionalismo de las burocracias sindicales y a los partidos de la
izquierda tradicional (socialistas, socialdemócratas, comunistas) por su
electoralismo y cretinismo parlamentario.
Está formada por gente que se lanza a la acción. Si ella rompe
las vitrinas de los barrios ricos, quema los autos de lujo o escribe en el Arco
de Triunfo palabras soeces contra Macron es porque jamás va a esos barrios ni
los monumentos a las victorias militares son sus monumentos, cosa que los
patrioteros como Macron no entienden.
Territorializa su protesta, como hizo
la Comuna al destruir la columna de la Plaza Vendôme , dedicada a las glorias militares
de Napoleón. El de los Chalecos Amarillos es un movimiento que pone en primer
plano a la gente común, trabajadora, mueve una gran cantidad de mujeres (lo
cual indica la profundidad de la ola social) y de jubilados, que son pobres
pero cuentan con experiencias de lucha a sus espaldas.
A diferencia de las idioteces de Laclau
y de Chantal Mouffe que creen que los movimientos de este tipo necesitan un
Líder, éste evita la delegación y la representación y, como en los Clubes de la Revolución Francesa
o en la Comuna, elige dirigentes ad hoc, no líderes ni caudillos. No tiene un
programa formal pero sí exigencias programáticas comunes a todo el país: menos
impuestos a los pobres y más a los ricos, servicios públicos de calidad,
trabajo, aumento de jubilaciones, defensa del ambiente, más transporte
colectivo, ocho horas efectivas. No es fascista.
Incluso la TV mostró chalecos amarillos
que echaban a trompadas a fascistas organizados y otros, en el Sur, marchando
con la CGT y los sindicatos más combativos. Pero, si no encuentra un canal a su
anticapitalismo primitivo, podría servir a la extrema derecha que tratará de
sacar provecho en las elecciones europeas a costa de la République en Marche
(el movimiento-partido de Macron). Eso plantea un gran desafío a los
revolucionarios que deben participar en la lucha tal como es y por los
legítimos intereses generales sin tratar de sacar de ella provecho para el
partido si quieren ser escuchados y organizar.
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Fuente: http://www.anred.org/?p=107643
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