“La gente tiene que saber que sus privilegios
son a costa del sufrimiento de muchos pueblos”
8 de diciembre de 2018
Por Arianna Giménez Beltrán.
Esto también es Colombia: la ganadora
del Premio Goldman -conocido
como el Nobel Ambiental-, mujer afro y descendiente de personas esclavizadas,
comparte experiencias con la comunidad colombiana en la diáspora, en Barcelona.
Escuchan en silencio. Francia
Márquez Mina, lideresa social y defensora incansable de los derechos
humanos y medioambientales, es ejemplo de lucha, pero también del precio que
ésta tiene en su país: el desplazamiento forzado o la muerte.
Márquez ha sido galardonada con este
premio por su lucha contra la minería ilegal en Colombia. La hondureña Berta Cáceres y el mexicanoIsidro Baldenegro también recibieron este reconocimiento
por su lucha contra el proyecto hidroeléctrico de Agua Zarca y la tala irregular en la Sierra Madre Occidental
(México), respectivamente. Ambos han sido asesinados.
A miles de kilómetros del parche -como la población colombiana
llama al grupo de amistades-, los asesinatos a lideresas y líderes sociales
están a la orden del día. Y es que dos años después de la firma de los acuerdos
de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia), el país americano está enterrando los primeros
muertos de lo que podría ser un nuevo genocidioen el país.
—¿Por qué quieren acabar con ustedes?
¿Quién está detrás de esta matanza?
—A mis ancestras las esclavizaron por un modelo económico
de desarrollo. Si hablamos de comercio internacional, la primera
comercialización que hubo fue la de personas. Les cosificaron, quitándoles su
don de seres humanos y les volvieron cosas. Hoy existe el mismo modelo, pero
basado en una economía extractivista que saca recursos naturales de los
territorios donde vivimos. Ya no pueden volvernos cosas, pero nos desechan
igual. Para nosotros, estos territorios no son fuente de riqueza acumulativa
sino de vida para las próximas generaciones y nos
oponemos a la entrada de las multinacionales y a su saqueo. Por eso nos matan. En Colombia no están matando a la
gente porque sí, sino porque defienden los derechos humanos y dentro de éstos,
los colectivos. A la
alimentación, a un ambiente sano, al agua. A vivir tranquilos. Matan o
desplazan a la gente porque se enfrenta a un modelo económico de muerte -la minería,
por ejemplo- que, si uno mira, es el mismo modelo económico histórico.
Punto. A mí me han declarado objetivo militar por oponerme a la entrada de
multinacionales en mi territorio. Nosotros hemos estado allí desde 1636, cuando
llevaron a nuestros ancestros de África y, ahora, que hemos hecho comunidad y
establecido relaciones en el lugar, somos un obstáculo para el
desarrollo. Europa y el mundo tiene que replantearse su forma de vida. La
gente tiene que dejar de consumir tanto y saber que sus privilegios son a costa
del sufrimiento de muchos pueblos como el nuestro. Lo que hoy está pasando con
la migración africana no es gratis: a África la han saqueado y violentado. Y,
si no, uno puede preguntar ¿de dónde llegan las armas a África que ponen a la gente
a matarse? ¿Cuáles son las industrias que las mueven para que la gente se mate?
¿Cuáles saquean y ponen a la gente a aguantar física
hambre? Estos países que dicen ser desarrollados tienen que cambiar su
lógica de ver la vida, porque de lo contrario nosotros
seguiremos poniendo los muertos y
ellos gozando de sus privilegios que,
a veces, ni se dan cuenta que tienen.
— No es la primera vez que
Europa comete un genocidio en nombre del desarrollo. Usted dice que el
conflicto en Colombia no solo es cuestión de estos últimos 60 años, sino que
debemos remontarnos a la época en la que los españoles invadieron América
Latina.
— Este conflicto se ha degradado, pero
no se puede separar del conflicto histórico. Para el pueblo afrodescendiente,
el conflicto no empezó hace 60 años. Desde la colonización, cuando nos trajeron
de África a América, hemos estado en medio de la violencia. La
invasión de América por España y Europa, de alguna manera, generó las
condiciones para que luego la gente se levantara en armas: la concentración de
la tierra, la desigualdad, el racismo
estructural… esas situaciones no son de ahora, empezaron durante la época
colonial. Se hacen estadísticas de los líderes que están muriendo este año,
olvidando los de los años anteriores. Eso me parece terrible. Se va olvidando
esa memoria. Ha pasado lo mismo con la violencia histórica: la
violencia que importa es la de hace 60 años, pero la violencia que vivimos como
pueblos étnicos, afrocolombianos e indígenas, no. Ahora se
habla de reparación a las víctimas del conflicto armado pero, como pueblo
afrodescendiente y pueblo indígena ¿cómo va a ser la reparación?
— ¿Cómo tiene que ser esta
reparación?
El primer paso es que estos países no
sigan saqueando nuestros pueblos. Mostrar una fe de reparación implica, por lo
menos, dejar de destruir los territorios. Son las presiones económicas que
están matando a la gente. Yo
no estoy pensando en una reparación económica simplemente para que me den plata
y ya. La reparación tiene que llevarnos a dignificar nuestro ser, porque nos
quitaron ese ser de humanos. Tiene que ser la dignidad humana y la vida digna,
permitirnos vivir en condiciones dignas en los territorios a los que hemos
llegado. Una reparación real tiene que permitirnos vivir en libertad como
pueblos afrodescendientes, como pueblos indígenas. Permitirnos ejercer nuestra
propia democracia y no una democracia impuesta basada en el discurso del
desarrollo.
— Empezó su activismo con apenas
15 años, para defender el río Ovejas. Consiguieron que el Gobierno de entonces
no desviara el río hacia la presa de Salvajina, lo que hubiera supuesto un gran
impacto para la gente y el medioambiente. ¿Qué la llevó a decir “hasta aquí”?
— Nosotros disfrutábamos mucho del río. Era todo
para nosotros y, de un momento a otro, se había construido una represa. Unión
Fenosa, una empresa española, era la dueña del embalse y quería desviar el río a otra represa, la Salvajina, para
aumentar su capacidad productiva. La comunidad se opuso y yo me hice parte de
esa lucha. Salvajina ya nos había generado muchos impactos ambientales,
culturales, económicos, de salud…y la gente dijo no. Así de sencillo. Hacíamos
obras de teatro durante las reuniones y allí fui formándome, reconociéndome
como una mujer afrodescendiente. Me fui empoderando y metiendo en los procesos
organizativos y comunitarios. En 2014, un grupo de mujeres nos movilizamos para denunciar cómo la
minería ilegal estaba destruyendo el territorio, igual que la minería
inconstitucional [Márquez a menudo se refiere a la minería con este término],
entendida como aquella que el Gobierno ha promovido sin consulta previa durante
el conflicto armado, concediendo derechos a terceros y negando nuestros
derechos ancestrales sobre el territorio. Inicialmente salimos 15 mujeres y
llegamos a Bogotá 80. Nos constituimos en la Movilización de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los
Territorios Ancestrales. Como mujeres, usamos nuestro amor maternal
para así, igual que cuidamos a nuestros hijos, sacar nuestro amor para cuidar
nuestro territorio para las próximas generaciones. Hoy soy parte del Proceso de Comunidades Negrasnacional, que es
una de las organizaciones más grandes del país y que ayudó a hacer la Ley 70
del 93, empujando el derecho a la consulta y al consentimiento previo, libre e
informado que tenemos como pueblo afrodescendiente cada vez que un proyecto o
una ley nos vaya a afectar.
— La lucha de 2014 le valió
amenazas de muerte y tuvo que abandonar su tierra. Imagino que es imposible
resumir o explicar en palabras lo efectos psicológicos o afectivos que usted ha
sufrido por este desplazamiento…
— Son muchos: esto te cambia la vida. Uno termina
dejando a veces de ser feliz, de vivir los sueños que tiene. Como persona, uno
termina poniendo todo a la
lucha. Cuando salí desplazada sentí que el mundo se me venía
encima, que mi vida ya no tenía sentido y que todo se me estaba acabando. Tenía
que seguir luchando por mis dos hijos y por una comunidad que también estaba en
riesgo. No es un trabajo individual de Francia, es un trabajo colectivo que ha
pasado de generación en generación. A veces he tenido frustraciones y pensar
que no es posible, pero ha habido momentos en que me ha llegado mucha
inspiración que me dice: “Sí, hay que seguir”. Tener esperanza ha sido
importante para mí. Yo amo la lucha. Creo en la justicia para la humanidad, el
territorio y el planeta. Apelo a la necesidad de aplicarla y luchar por ella.
Como seres humanos hemos sido muy egoístas. Destruimos el planeta: nuestra
casa. Toca que repensemos todo esto.
— Muchos colombianos y
colombianas que se encuentran en la diáspora también sufren efectos
psicológicos y afectivos muy fuertes –sobretodo los considerados en plano
institucional como ilegales–. Estos días en Barcelona, usted ha podido hablar
con algunas de ellas y de ellos. ¿Cómo se pueden tejer redes con tanta
distancia de por medio?
— Hay que trabajar en la educación para
la libertad, la autonomía y la vida porque la de hoy es la educación para la
muerte. ¿Cuánta gente estudia para ponerse al servicio de la muerte, de las
multinacionales, violentando el derecho de las comunidades? También discutimos
sobre las situaciones económicas de la gente: cómo repensar alternativas al
desarrollo que permitan otras economías. Salió una estrategia de articulación
inicial, de empezar, al menos, a comunicarnos.
— Como desplazada por el
conflicto armado, fue invitada a La Habana para dialogar con los negociadores
del Gobierno de Juan Manuel Santos y de las FARC. Actualmente, pertenece al
Consejo Nacional de Paz y Convivencia que se encarga de velar por la
reconciliación en el país. Con casi 400 líderes y lideresas sociales asesinadas
en los dos últimos años, ¿qué está fallando de acuerdos?
—La paz no ha llegado a los territorios donde había
violencia. Hay que tener muy claro que los acuerdos de La Habana se firman para
la dejación del conflicto armado como un paso muy importante para la paz, pero
que no son la paz en sí. La paz implica transformaciones sociales, cerrar las
brechas de inequidad y desigualdad, acabar con el racismo estructural. Implica
terminar con ese modelo de muerte que hizo que personas se levantaran en armas. Si
no se acaba con las razones por las cuales se generó el conflicto armado,
difícilmente vamos a lograr un proceso de paz.
Ahora, hay una mesa de diálogo con el ELN (Ejército de liberación Nacional) que
no avanza, porque el nuevo Gobierno, bien de ultraderecha, se opuso. Ganó el
Gobierno que dijo ‘no’ a la paz y está echando para atrás todos los
acuerdos. ¿Esto qué significa? El recrudecimiento de la violencia en los
territorios. Es muy preocupante porque, sobre todo a nivel internacional, se
vende como que no, en Colombia ya se hizo un acuerdo de paz y ya todo está bien
y la paz no es un papel.
La paz son acciones de transformación de esas situaciones de violencia, de las
situaciones que generaron la violencia. Estuve en el Parlamento Vasco hablando de esto con su presidenta y estaba como “¿en
serio? ¿Colombia no está en paz? ¿Yo pensaba que ustedes ya estaban en paz?”
[exagera el tono pero no es de burla, más bien de sorpresa]. Me pareció muy
ridículo porque la paz
no se hace con la firma de un acuerdo, la paz implica acciones concretas. Y
esas acciones son las que este Gobierno nuevo está echando para atrás.
— Si los acuerdos no garantizan
la paz en los territorios ni el cese de la violencia sobre las comunidades,
¿quién garantiza la vida de estas personas?
— Ustedes tienen que ayudar a que el Gobierno asuma
la implementación de los acuerdos y genere condiciones de transformación que
permitan avanzar hacia una paz real. Necesitamos una paz para vivir tranquilos,
no para seguir generando empobrecimiento de la gente y despojo de las tierras.
La comunidad internacional puede jugar un papel importante: en cómo la paz se
consolida en la justicia social y en garantías reales para las comunidades. Y
sostener los acuerdos de La Habana es importante: que
no haya un actor armado dándose plomo en nuestros territorios es un avance muy
importante.
España también forma parte de este
despiste y silencio internacional al que apunta Márquez. Desde su llegada a la Casa Nariño en agosto,
dos representantes políticos tan distantes -al menos en apariencia- como Pedro
Sánchez y José María Aznar han visitado al nuevo presidente colombiano Iván
Duque. Ambos ven en él un garante para la paz. Nada más lejos de la realidad. Desde su
llegada, los asesinatos a lideresas y líderes sociales se han disparado (sobre todo en el Cauca, territorio de
donde ella viene) y su mentor, Álvaro Uribe, lideró la campaña por el no a los acuerdos en 2016. A Uribe se le
relaciona desde hace tiempo con elparamilitarismo, el narcotráfico, los asesinatos selectivos,
los falsos positivos y la corrupción. Las
pasadas elecciones presidenciales en
Colombia, las primeras después de la firma de los acuerdos, han
supuesto la vuelta del uribismo al poder. También la participación de Márquez
por primera vez en la política institucional. Dice que nunca ha creído mucho en
ella y que no tenía interés en convertirse en “una politiquera”. Lo hizo de la
mano del partido Colombia Humana, con Gustavo
Petro.
— Muchos se ilusionaron con
Colombia Humana, pero el cambio no fue posible. Aún así algo se ha movido en la
sociedad colombiana. ¿Se ha plantado una semilla en estos últimos meses?
— Sí, sin duda. Yo
creo que se está generando un cambio. Nunca antes un Gobierno progresista
había sacado más de tres millones de votos en Colombia. La derecha siempre
había sacado muchos votos y siempre había estado ahí. Esta vez le tocó usar
muchas mentiras y engaños [durante su campaña, se acusó al
Centro Democrático de lanzarfakenews]. Sin embargo, yo creo que la
gente no está comiendo cuento.
Hay un movimiento que está pensando en una alternativa al desarrollo, luchando
por el medio ambiente, por unas condiciones dignas, frente a esas situaciones
de inequidad que ha generado una diligencia política que ha estado allí por 200
y pico de años. Colombia Humana perdió, pero hay un movimiento político y
alternativo que está creciendo. El uribismo también se valió de una ignorancia
política que han sembrado por muchos años para que la gente no piense en un
cambio. Ese cambio va a llegar.
— Durante los años de
esclavitud, sus ancestras dibujaban con tropas -trenzas delgadas pegadas al
cuero cabelludo- mapas que mostraban cómo escapar de las haciendas esclavistas.
Eran losmapas de fuga,
un código oculto que permitía huir a los esclavos. ¿Cómo dibujaría usted el
mapa de fuga hoy en Colombia?
— No creo que hoy haya un mapa de fuga. Al
contrario: estamos haciendo resistencia para permanecer en los
territorios. El territorio es esencial para hacer comunidad
afrocolombiana. Hacemos parte de Colombia. Hemos construido y apostado por este
país y lo único que queremos es vivir dignamente y tranquilos de una vez, pero
el racismo estructural no
lo permite. Estamos resistiendo con toda la fuerza para que nos permitan
ejercer gobierno propio, autonomía y pensar en el buen vivir. A veces poniendo
el cuerpo. A veces, el alma y el espíritu. Nos posicionamos en un espacio que
no fue regalado, que le costó a las ancestras y ancestros muchos años de
sufrimiento y de trabajo. En ese sentido, seguimos pariendo la libertad de
nuestro pueblo.
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