El desafío
21 de diciembre de 2018
Por Jaime Richart (Rebelión)
A todo régimen nuevo se le presta al principio obediencia. Por
eso duró sin mucha dificultad algún tiempo esta democracia. Pero a medida que
ha ido desapareciendo la generación que lo hubo instituido o esa generación va
perdiendo el empuje y el vigor que acompaña al envejecimiento y al mismo
tiempo han ido saliendo a flote los tremendos abusos cometidos por las mismas
autoridades a cuyo amparo emergieron, la ciudadanía, el pueblo, perdió todo el
respeto que pudo tener en los primeros tiempos por la Constitución y por ellos.
Lo mismo que han ido perdiéndose respeto los políticos y los magistrados entre
sí.
De ese modo, los tres poderes del Estado han dejado, para una gran
mayoría y pese a que les voten para no empeorar las cosas, de representar lo
que pretenden. Por eso una gran mayoría está confusa, no quiere saber nada de
quienes en general no sólo les han defraudado sino también y literalmente
sodomizado. O bien esas mayorías no votan, o se aferran a los espejuelos
prometidos por advenedizos cargados de maliciosas intenciones que no otra cosa
es apropiarse del poder para gozar de él sin miramientos. Pero es que, al fin
y al cabo, quienes se conducen con descaro en esa dirección, aunque sólo sea
porque el ciudadano sabe a qué atenerse han de inspirar mejores expectativas
que quienes engañaron y se dedicaron a cometer toda clase de tropelías en el
uso de un poder cuya configuración crearon prácticamente también para su
personal provecho, o tienen estrecha relación con ellos porque pertenecen a la
misma formación política...
La única manera de haberse podido restablecer el respeto que la
ciudadanía había perdido por las leyes, por la constitución y por la clase
política, hubiese sido a través del escarmiento de la justicia. Sin
embargo, lejos de ello, rebajando su egregio papel de transmisora de ponderación
y ecuanimidad al de alcahueta, ha contemporizado en exceso con los abusadores
contribuyendo a agigantar en la ciudadanía su aversión hacia los políticos e
incluso hacia los propios magistrados.
Restablecer la calma, abolir la Constitución o
reformarla hasta que pierda todo vestigio de los términos autoritarios propios
del régimen caudillista anterior, infundir esperanzas a millones de personas,
y regenerar la política en buena medida manejada por quienes a fin de cuentas
tienen detrás a la clase financiera, es el reto que tienen ante sí tanto
quienes compiten por el poder como la sociedad española en su conjunto, ante
el tribunal sociológico de la Comunidad Económica
Europea y ante el mundo...
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=250476
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