Política exterior y
medio ambiente
17
de diciembre de 2018
Carlos Walter Porto-Gonçalves
La Jornada
“Vivo en un país
tropical /
bendecido por Dios…”
Versos del poema musical País Tropical,
de Jorge Ben Jor
bendecido por Dios…”
Versos del poema musical País Tropical,
de Jorge Ben Jor
El recién electo presidente Jair Bolsonaro acaba de completar su
gabinete con la nominación de Ricardo Salles como ministro de Medio Ambiente. Y
si alguna duda había, el orden con que los ministros han sido escogidos fue,
coherentemente, el de prioridades que el gobierno que asume el primero de enero
de 2019 da a su proyecto político: el medio ambiente ocupa el último lugar y
las finanzas el primero. Para garantizar esa política se designaron, también
por orden, el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, el Ministerio de la
Defensa y el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Llama la
atención que el superministerio de Economía, dirigido por un especialista en
finanzas, Paulo Guedes, no tenga el Ministerio de Agricultura bajo su tutela:
esto da cuenta de qué es lo central las oligarquías latifundistas del
agronegocio tienen sobre los destinos de la sociedad brasileña. Debe señalarse,
de paso, que el futuro gobierno ofreció a los agronegociantes que se hicieran
cargo del medio ambiente absorbiéndolo en la cartera de Agricultura, lo que fue
rotundamente rechazado por el sector que así se libraba del cuidado ambiental.
No pudieron ser más explícitos y coherentes.Todo hace pensar que la pasión ideológica del libre mercado está cegando a los nuevos gobernantes del país. Incluso en lo que dicen respecto de la política exterior y el lugar que Brasil debe ocupar en el mundo por su clara vocación política derivada de su propia naturaleza tropical. Ahí radica la cuestión: hay que recordar que somos un país tropical, lo que no es cualquier cosa, más aún cuando se es el mayor del mundo, lo que parece no tener la menor importancia política. Y en eso el futuro gobierno no está solo, hay que destacarlo. En tal sentido, acompañar de modo ideológicamente automático e infantil la política exterior de Estados Unidos lo vienen manifestando los recientemente electos vicepresidentes, el general Hamilton Mourão y el diputado Eduardo Bolsonaro, lo que los pone en los límites de ser caracterizados como delincuentes de lesa patria.
Se puede comprender que salir del Tratado de París tiene algún sentido para un país como Estados Unidos, por el lugar que ocupa en el complejo de carburantes de combustibles fósiles –carbón, petróleo y gas–, en las relaciones internas de éstos, por el lugar que tienen las corporaciones y ese estado en la geopolítica mundial y, poco se dice, del hecho de que no es un país de clima templado y, por tanto, no puede contar con la tropicalidad como un lauro en su política exterior.
Sólo por ese hecho ya se nos indica que no podemos acompañar automáticamente a Estados Unidos en su política exterior, por más ideológicamente que se esté comprometido con el panamericanismo que caracteriza desde
En fin, la floresta amazónica es un verdadero océano verde y es de su evapotranspiración que se
forman los llamados ríos
voladores que van a hacer posible
toda la agricultura de los campos de vastas regiones de Brasil, el Caribe y
hasta del sur de Estados Unidos. Lo anterior para no referirnos al efecto
albedo (porcentaje de radiación reflejada que determina la temperatura de la
Tierra) que interesa a toda la humanidad y al planeta mismo, y que sin
estabilidad puede causar una devastación de las florestas tropicales, entre
ellas la de la Amazonia.
Eso exige del gobierno brasileño una aproximación a todos los
países cercanos de América del Sur, igualmente responsables por los 8 millones
de hectáreas de floresta y de la mayor cuenca hidrográfica del mundo. El hecho
de que tengamos bajo nuestra soberanía esa condición de tropicalidad implica
una enorme responsabilidad, extendida por el significado que la Amazonia y sus
pueblos tienen para con el planeta y la humanidad.
Para no ir más lejos: considérese el significado de que somos un país tropical en un momento en que la humanidad está frente a la disyuntiva de buscar una transición energética. Sea por razones climáticas o democráticas de ampliar el espectro de escogencias y dejar de depender de una sola matriz productiva, con todas las implicaciones de poder derivadas de cualquier monopolio tecnológico. O sea, es preciso admitir que Brasil tiene responsabilidades frente a la comunidad internacional y el planeta.
Es decir, es preciso más Brasil y menos un alineamiento infantil con lo estadunidense, dicho con todo el respeto que esa sociedad nos inspira, sobre todo su pueblo, el primero en el mundo en romper como nación, en 1776, con la dependencia colonial.
Carlos Walter Porto-Gonçalves es profesor titular del Departamento
de Geografía de la Universidad Federal Fluminense ; premio Chico
Mendes en Ciencia y Tecnología del Ministerio del Medio Ambiente.
Traducción: Rubén Montedónico, para La Jornada.
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