De la “guerra
comercial” a la guerra económica global
27 de noviembre de
2018
Por Gonzalo
Fernández Ortiz de Zárate. Autor del libro “Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el
capitalismo del siglo XXI” (Icaria, 2018).
Publicado por El Salto, 23 de noviembre
de 2018.
El capitalismo nos conduce
de manera acelerada al colapso ecológico y a un abismo de mayor violencia,
autoritarismo y desigualdad. Para desmantelarlo, se hacen necesarios
diagnósticos certeros sobre su dinámica interna (principales apuestas, límites,
conflictos), que nos permitan poner palos en la rueda capitalista a la vez que impulsamos
alternativas que pongan la vida, el trabajo y el bien común en el centro.
Pero
no es un ejercicio sencillo. Vivimos en un sistema incierto y
sobrecomplejizado, en el que la velocidad, la escala y la interdependencia en
la que se desarrollan relatos, procesos y acciones dificultan la elaboración de
radiografías atinadas de lo que nos ocurre.
En el ámbito económico, hasta el
estallido financiero de 2008, imperaba un consenso multilateralista en la agenda
hegemónica, que apostaba por acumular tratados comerciales, megaproyectos y
organismos internacionales en favor del mercado global. Hoy, en cambio, son de
actualidad conceptos como guerra comercial, proteccionismo, aranceles, complejo
industrial-militar, disputa energética, cuarta revolución industrial (4RI),
etc. Y estos definen la actual coyuntura, en el marco de una guerra
económica a escala global.
¿Asistimos
a un giro en la agenda hegemónica? ¿Han perdido los tratados su rol estratégico
tras el congelamiento del TTIP y el avance de gobiernos como el de Trump? ¿Se
consolida un escenario des-globalizador en el que prima el proteccionismo
estatal? ¿Son los aranceles el centro de la disputa entre bloques
corporativo-regionales?
Para
responder a estos interrogantes parece necesario discernir lo relevante de lo
mediático, complejizar el análisis de la realidad. Con ese
ánimo abordamos el reto de definir guerra económica como un fenómeno innegable,
pero que debemos situar dentro de las señas de identidad del capitalismo
actual.
Cuando
hablamos de guerra económica, lo primero que se nos viene a la cabeza es una
disputa entre bloques (EEUU, China y Unión Europea, principalmente, de la mano
de sus transnacionales), atravesada además por conflictos entre diferentes
tipologías de capital (financiero, industrial-militar, digital, extractivo,
etc.). Siendo esta la acepción comúnmente aceptada, es solamente una parte de
algo más amplio: la verdadera guerra económica vigente es la que el capitalismo
en su conjunto está librando contra la clase trabajadora, la humanidad y el
propio planeta.
El
capitalismo atraviesa un momento especialmente crítico, en el que a las escasas
expectativas de reproducción de un enorme excedente financiero se le une la
incuestionable merma de la base física en la que opera el sistema. Cómo
sostener la acumulación de capital en un contexto de bajo crecimiento, cómo
hacerlo con menos recursos materiales y energéticos, y además en un contexto de
crisis climática, define su gran paradoja presente.
Para tratar de salir de ésta, lanza una virulenta ofensiva
en forma de capitalismo del siglo XXI. Su principal objetivo
es derribar cualquier barrera (geográfica, política, sectorial) a la
mercantilización capitalista a escala global. Todo, de este modo, debe
convertirse en espacio de acumulación capitalista. Nada, en sentido contrario,
puede impedir el flujo natural del comercio y la seguridad de las inversiones.
Y como esta apuesta tiene un alcance limitado, se pretende iniciar una nueva
onda económica expansiva de la mano de la 4RI (inteligencia artificial, robotización,
automatización, etc.), que permita ampliar exponencialmente la productividad y
los sectores de reproducción del capital de la mano de las megaempresas
digitales.
Este y no otro es el principal exponente de la guerra
económica en ciernes: el conflicto entre un capitalismo caníbal —que exacerba
su matriz dictatorial, desigual e insostenible— y la propia vida.
No
obstante, la actual coyuntura también exacerba los conflictos
intracapitalistas. Quienes detentan el poder compiten por el menguante pastel
del crecimiento económico. Se trata de conflictos que no ponen en cuestión la
ofensiva capitalista —al menos por el momento, sin descartar hipotéticas
escaladas bélicas—, delimitando su disputa dentro del marco de ciertos patrones
estructurales vigentes. Destacamos tres, que definen el marco de lo posible para la
guerra económica intracapitalista.
·
En primer lugar, las finanzas son el gran hegemón,
imponiendo al sistema en su conjunto su naturaleza cortoplacista, inestable y
auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial. No hay agenda capitalista que
no se adapte a este patrón, en mayor o menor medida.
·
En segundo término, las cadenas económicas se estructuran en
lógicas globales, a partir del control que ejercen las empresas transnacionales.
La interdependencia de agentes es muy significativa; toda medida en un
territorio (aranceles, intereses, tipos de cambio, etc.) tiene una respuesta
global y efectos secundarios cual boomerang,
lo que dificulta una guerra abierta y total donde todas las partes tienen mucho
que perder.
·
Y tercero: los capitales en su conjunto son conscientes de
la crisis ecológica y de acumulación, por lo que la verdadera confrontación se
centra en los materiales y fuentes de energía, por un lado, así como en tratar
de tomar la delantera en sectores avanzados de la 4RI (datos, inteligencia
artificial, comercio digital), por otro.
Por
tanto, la guerra intracapitalista se inserta en los límites de una economía
globalizada y financiarizada, que centra sus esfuerzos en superar la grave
crisis de acumulación y el colapso ecológico, aunque ello conlleve una guerra
abierta entre capital y vida.
Esta es la clave para caracterizar la
actual guerra económica. Si analizamos la agenda de EEUU, principal percutor
del estallido del consenso multilateralista, veremos cómo lo mediático no
corresponde con lo estratégico. Así, frente a la supuesta primacía de la guerra
arancelaria con China y la UE, y frente a la pretendida apuesta proteccionista
sustentada en el America First y el congelamiento del TTIP,
EEUU asume la guerra económica en su integridad. Pero siempre dentro de los
tres patrones estructurales señalados, ofreciendo así una mirada diferente del
concepto.
De esta manera, Wall Street es “quien
manda aquí”, no la industria clásica y agroexportadora. La globalización se
sigue imponiendo, por tanto, a la necesidad de protección. Las finanzas han
conseguido hacer saltar por los aires todo intento de regulación financiera,
rebajar los impuestos, elevar los tipos de interés y mantener un dólar fuerte,
generar ofensivas contra monedas más débiles y sostener la firma de tratados
comerciales como herramienta de blindaje corporativo (como evidencia la actualización del TLCAN),
aunque aceptando la necesidad de negociar en mejores condiciones los acuerdos
multilaterales como el TTIP.
Esta es la base de la agenda real, que
se completa con la competencia salvaje con China por el control de los datos
como materia prima —Europa se muestra bastante ausente en este sector—, así
como por el desarrollo de nuevos servicios digitales como espacio de
acumulación. Esta disputa, junto a la constatación del enorme superávit
comercial chino y su control sobre la deuda pública estadounidense, convierten
al gigante asiático y a su soberanía en el verdadero objetivo de la guerra
intracapitalista, con Europa como convidado de piedra y escenario vulnerable
por influenciar. El cuadro de la agenda mainstream concluye
con el sostenimiento —también militar, si es necesario— del complejo extractivo
de energía y materiales, ante el agotamiento global.
A
partir de ahí se desarrollan otras medidas de rango menor, que tratan de
contentar al resto de capitales: escaladas verbales belicistas (Rusia,
Venezuela, acuerdo atómico, etc.) para favorecer al complejo industrial-militar
e incremento limitado de aranceles para la industria doméstica y
agroexportadora, que al menos compense el dólar fuerte y sostenga apoyos
electorales. Pero todo ello sin la relevancia que le otorgan los medios, dada
la interdependencia global que impide una guerra abierta.
En
definitiva, EEUU como adalid de la guerra económica muestra que esta se libra
fundamentalmente en el ámbito financiero, energético-material y en torno a la 4RI , cuestiones que no parecen
estar en el foco mediático. Las finanzas son el eje sobre el que pivota el
marco de lo posible, por lo que la apuesta globalizadora y en favor de los
tratados se mantiene, con matices. Los aranceles y el proteccionismo estatal,
en cambio, tienen un alcance limitado y con un fuerte componente retórico; solo
hay verdaderas restricciones al flujo de personas, desde lógicas racistas.
Mientras tanto, la guerra económica en sentido amplio se silencia, siendo la
mayor amenaza.
En
este contexto, ¿cómo enfrentar la guerra económica? En primer lugar, asumiendo
la acepción amplia de confrontación con el capital. El cambio en la matriz
económica desde claves ecológicas, feministas y de clase, la defensa de los
bienes comunes y la disputa en torno a la 4RI —rompiendo el falso relato de la «economía
colaborativa»— aparecen como prioridades estratégicas.
En
segundo término, no teniendo que elegir entre un capitalismo u otro, uno
multilateralista u otro más unilateralista. Ambos nos conducen al abismo social
y al colapso ecológico. Por supuesto, se trata de frenar sin ambages el
fascismo social y político, pero la alternativa nunca habrá de pasar por un
universalismo abstracto y mercantilizado que también nos condena.
Romper esta dicotomía a la que nos empujan los mass
media es un tercer eje prioritario, creando una agenda económica y
comercial ajena por completo a los relatos y prácticas excluyentes y
reaccionarias. Sin por ello denostar la disputa por las soberanías, no solo la
estatal sino también la local, regional y global. Y la energética, alimentaria,
feminista y popular, redefiniendo conceptos y perspectivas desde una mirada
radical e inclusiva. Pese al ruido mediático, el antagonista es claro; el
desafío es cómo hacerlo descarrilar.
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Documentos/De-la-guerra-comercial-a-la-guerra-economica-global
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