Ochenta (1938), cuarenta y cinco (1973) y diez años (2008)
después de las grandes operaciones económicas y políticas
Sangre, saña y saqueo (II)
Primera
parte de Sangre, saña y saqueo
2008. Oscurantismo y expolio en el catecismo neoliberal
LA CORRUPCIÓN ES UNA DIMENSIÓN ESTRUCTURAL,
después de las grandes operaciones económicas y políticas
Sangre, saña y saqueo (II)
1 de diciembre de 2018
Por Martín
Alonso Zarza
CTXT
A la memoria de Orlando Letelier.
A Clara Valverde y Ángel Martínez, en su combate.
“No se comprenderá cabalmente el Holocausto mientras no sea
estudiado como la operación
más determinada de latrocinio criminal de la historia moderna”.
Götz Aly (2007: 285).
más determinada de latrocinio criminal de la historia moderna”.
Götz Aly (2007: 285).
“Los mayores mentirosos de este siglo ganaron los premios nobel de
economía”.
Boaventura de Sousa Santos, El País, 05/11/2018.
Boaventura de Sousa Santos, El País, 05/11/2018.
“[…] el poder, la codicia y la gloria de Wall Street”.
Who’s who and what’s what on Wall Street , 1998, p. ix.
Who’s who and what’s what on Wall Street , 1998, p. ix.
2008. Oscurantismo y expolio en el catecismo neoliberal
“Vivimos en un periodo
histórico en el que, por primera vez según mi conocimiento, ningún país
importante desafía el sistema internacional”, exultaba H. Kissinger al plenario
de la Comisión
Trilateral (CTL) en Tokio, medio año después del colapso de
Lehman Brothers. La figura da un nuevo motivo para la conexión. No sabemos
qué habría sido de Kissinger de no haber huido de Alemania antes de los años
malos –trece familiares suyos figuran entre los desaparecidos–. Ni diez
kilómetros separan a Fürth, donde nació Heinz Alfred luego Henry Kissinger (1923),
de Núremberg, el escenario de los desfiles nazis inmortalizados por Leni
Riefenstahl. Pero algo nos dice sobre la naturaleza del éxito proclamado en
Tokio este testimonio de una compatriota judía exiliada como él pero en el
Reino Unido y que, a raíz del clima creado por el Brexit, ha decidido hacer el
camino inverso al de hace 75 años: “Ciertamente, son ahora tiempos oscuros en
Gran Bretaña, que no se habían percibido antes. Pocos días después de rellenar
mi solicitud de ciudadanía alemana leí un comentario en la web de The Times […] en el que un lector pedía que los
migrantes ilegales fueran pasados por cámaras de gas" 1 . El motivo del éxito sirve para
una nueva interconexión entre los dos polos de nuestro campo magnético que
formula con claridad F. D'Almeida: “Las liturgias de la extrema derecha se han
asociado desde entonces [el nazismo] a la fantasía del éxito, la opulencia y la
fuerza”.
LAS LITURGIAS DE LA EXTREMA DERECHA SE HAN ASOCIADO DESDE EL NAZISMO
A LA
FANTASÍA DEL ÉXITO, LA OPULENCIA Y LA
FUERZA
¿Qué tienen en común el éxito,
la opulencia y la fuerza? Definen relaciones de suma cero, es decir, se
consiguen a costa de alguien o al precio de algo. A costa de lo que enunciaron
Kissinger y los Chicago Boys en Chile. Por eso el hombre de la caída
de Lehman Brothers en España, Luis de Guindos, calificó unos presupuestos de
“agresivos”, y una colega de partido hija de un condenado por fraude fiscal y
miembro de una saga centenaria de caciques eructó en el Congreso aquel “¡Que se
jodan!” para peraltar el anuncio de una tanda de recortes a los parados. No es
una particularidad hispánica: los ricos de Europa decían cosas parecidas sobre
los PIGS y la troika se ensañaba con la regla. La captura tuvo un momento paradigmático
en España con la modificación exprés del artículo 135 de una Constitución
española que ha ido progresivamente viendo erosionados los derechos sociales a
partir de la Reforma
Laboral y con la colaboración de la Ley Mordaza. En
Grecia una cadena interminable de atropellos y de eructos, algunos desde este
mismo sur hispánico que abría las aletas de la nariz solo porque otros lo
pasaban peor. Insolidaridad. Quien lo formuló con más claridad fue el jefe de
las finanzas de la potencia europea, Wolfgang Schäuble. En un momento de las
negociaciones leoninas sobre la austeridad en Grecia, dijo el superministro que
“quizás sería mejor para los griegos no hacer elecciones”.
Sus
palabras sugiriendo que sería preferible sacrificar la democracia griega con
objeto de forzar al Gobierno a aceptar la disciplina financiera u ortodoxia
presupuestaria suenan familiares. Solo que esta vez no hacían falta tanques.
Cuenta esto un pormenorizado estudio de Adam Tooze, de nuevo él 2 . Recordando la conexión entre
degradación de condiciones de vida para las clases populares, hostilidad hacia
las élites y crecimiento del ultranacionalismo. Para Tooze la supervivencia
exitosa del neoliberalismo es una entre varias ironías interconectadas. ¿Dónde
está la principal? Es una continuación del modo Pinochet. La ortodoxia
neoliberal predicaba –es la palabra– que los mercados prosperaban cuando los
Estados no se inmiscuían y se abstenían de regularlos. La paradoja superpuesta
a la ironía es que, empezando por la reserva federal de Bernanke, los Estados
promovieron una batería de medidas a una escala sin precedentes para apuntalar
el andamiaje de una estructura privada que según la ortodoxia no necesitaba al
Estado (No puedo entrar aquí en el papel que jugó el enorme gasto en la guerra
de Irak para la implementación de medidas destinadas a abaratar el dinero). Del
mercado libre de injerencias políticas, al mercado disciplinador de la
política, al mercado proxeneta de la política. ¿Cómo pudo ocurrir?, para citar
una frase aplicada a contextos negros. El Estado había sido capturado por las
corporaciones. Hay que leer a Tooze para seguir la pista de las enormes sumas
que fluyeron desde las arcas públicas a las entidades corporativas, empezando
por los bancos, como bien conocemos por estos pagos.
La multiplicación de la
desigualdad en sus diferentes dimensiones (cúpula/base estructural,
privado/público, Norte/Sur) fue la consecuencia de estas medidas y la causa de
un daño colateral enorme: la corrupción estructural desde sus formas blandas o
toleradas (paraísos fiscales, fraude, mercado negro, privatizaciones
subvencionadas) a las más prototípicas (Odebrecht, tarjetas Black, Dieselgate,
Gürtel, escándalo Cum-Ex…), con esa iluminación especial que arrojan los
vertidos del súperpolicía Villarejo (los Jaguar invisibles, los áticos fantasmas,
los maletines que circulan desde los corredores hasta los altillos).
La
corrupción es una dimensión estructural, inherente a la lógica
extractiva/depredadora del evangelio neoliberal. “Atajar la corrupción sumaría
más de 10.000 millones al PIB cada año”, dice un titular que pasa sin pena ni
gloria (El País, 27/10/2018); “la fractura del fraude fiscal en España
asciende a más de 26.000 millones”, dice otro (Diario Montañés, 04/11/18). Según un informe de la Fundación BBVA y el
IVIE, en España atajar la corrupción sumaría más de 10.000 millones anuales, es
decir, unos 16 puntos porcentuales de PIB en 15 años 3 . Mientras escribo, el grupo de
periodismo de investigación alemán Correctiv desvela que una banda de banqueros
y abogados ha saqueado las arcas públicas de once países europeos. “El daño
estimado de lo que se sabe hasta ahora: más de 55 mil millones de euros. Cum-Ex
es el mayor escándalo fiscal de la historia. La respuesta a esta incursión de los
banqueros que afecta a al menos 11 países solo puede estar en una Europa más
fuerte capaz de proteger a sus ciudadanos" 4 . También aquí los reguladores y
los gobiernos han estado muy por debajo no solo de sus posibilidades sino de
sus obligaciones.
INHERENTE A LA LÓGICA DEPREDADORA DEL EVANGELIO NEOLIBERAL
Pero la corrupción no tiene sólo
costes económicos 5 . La prostitución de la
democracia va en el lote. Como, en general, el ataque a lo público. Seguramente
no hay mejor expresión de ello y del grado en que ha sido socialmente aceptada
como convención razonable que la lucha contra los impuestos. El sistema fiscal
es inseparable de la definición de la democracia, es la forma materializada de
asegurar la igualdad. La
estigmatización de los impuestos es uno de los éxitos más sonados de este
paradigma pseudocientífico. Que el ataque a la fiscalidad se haya convertido en
el arma definitiva del populismo ilustra bien, de nuevo, la funcionalidad de
las puertas giratorias que conectan doctrina económica y mística identitaria. Y
aquí encontramos una vez más, al menos en la escena francesa, la paradoja que
desafía la racionalidad –y que hemos visto en el Brexit o en la eurofobia de
Polonia o Hungría–: mientras que los más desfavorecidos son los que más se
benefician de la redistribución, son ellos también los más críticos hacia los
impuestos 6.
Esta tendencia es la contraria
de la que mostraban los años 50. No es difícil hacer la conexión con el
caladero de votos del ultrapopulismo. Ello obedece, por un lado, a una suerte
de analfabetismo ciudadano –se consideran las prestaciones como derechos
intangibles y no como vinculadas a la dimensión redistributiva–, y por otro, a
los efectos de las recetas neoliberales. Las reformas que han reducido la
progresividad y desplazado el peso impositivo hacia abajo han alejado a las
clases populares del Estado de forma proporcional a la erosión de su dimensión
social 7 . Es una obviedad, asimismo, que
las oportunidades de evasión son mucho menores en las clases populares,
pongamos las cajas B. La cruzada neoliberal Esperanza Aguirre se escandalizó
porque por 90.000 euros no se debería ir a la cárcel; le faltó decir que sólo
se debería poder por debajo de esa cifra. (Los presos de las Black están en la zona vip de las prisiones,
en las celdas de respeto –El País, 04/11/2018–). La desafección hacia la
democracia tiene aquí una de sus claves, estrechamente vinculada a la ortodoxia
económica –y política– dominante. Recordemos aquella frase sublime de un
socialista que un año después llegaría a presidente: “Bajar impuestos es de
izquierdas”. Por no recordar la propia trayectoria biográfica de algunos
eminentes colegas de hace 15 años: Schröeder, Blair, Durao Barroso, Narcís
Serra, Solchaga…; o de algunos de los usuarios de las Black. Unas trayectorias que
ilustran el poder corrosivo del dinero (Solo la identidad puede competir en
poder maléfico: véanse como ejemplo las figuras de San Suu Kyi, Albin Kurdi,
Lluis Llach…).
QUE EL ATAQUE A LA FISCALIDAD SE HAYA CONVERTIDO EN EL ARMA
DEFINITIVA DEL POPULISMO ILUSTRA BIEN, DE NUEVO, LA FUNCIONALIDAD DE LAS
PUERTAS GIRATORIAS QUE CONECTAN DOCTRINA ECONÓMICA Y MÍSTICA IDENTITARIA
Estas biografías abducidas dan
cuenta de otras abducciones más peligrosas porque afectan al corazón del
Estado: la compra de los reguladores –recordemos la trayectoria de personajes
como Greenspan o MAFO–. Y no lejos de allí, el poder omnímodo de esas figuras
nunca previstas por los tratadistas políticos: las agencias de calificación, de
titularidad privada, el mejor ejemplo de la captura del Estado.
La fórmula clásica establece
la amoralidad del Estado. Su apoteosis actual le ha hecho bascular del lado no
solo de la inmoralidad sino de políticas criminales y patógenas. Como muestra,
la proliferación de sociedades
instrumentales –tanto que ya
se prescinde de las comillas–. La democracia descansa en un sistema de
controles y contrapesos, el mercado ha eliminado a unos y debilitado a otros,
empezando por los sindicatos. La distancia entre el big money –mi corrector inteligente quiere escribir
la palabra con mayúscula: qué metáfora– y el dark
money (Jane Mayer) es corta.
El interés del libro de Mayer reside en que traza la conexión entre los
supermillonarios y el ascenso de la derecha radical, la simbiosis que hizo sus
pruebas en el Cono Sur. Según señala René Villareal en un trabajo solvente,
“pese a lo que los ideólogos de estas corrientes pudieran creer, la
implantación, en los años setenta, del neoliberalismo que impulsan Friedman y
el mismo Hayek en los pueblos del Cono Sur de América Latina es precisamente
una de las causas directas del fascismo que padecen” 8 .
Pero el daño social producido
por las doctrinas monetaristas no acaba en las instituciones. Ha creado una
cultura del egoísmo y la codicia, de narcisismo e insaciabilidad. Que en su
extremo superior nunca satisface a los expoliadores de modo que estos pueden
presentarse como víctimas. O sin llegar a ello, eliminar todos los motivos del
resentimiento. Es la misma normalización de lo inmoral que D'Almeida (pp.
348-349) observó en el nazismo: “Lo que distingue al régimen no es la
existencia de obsequios personales, de exenciones fiscales, de múltiples formas
de corrupción, de reparto de ventajas sociales o de nepotismo, sino el hecho de
que integra estos elementos en su trabajo burocrático y pretende
racionalizarlos al servicio de la nueva fórmula que el Estado ha concebido”.
Esta rutinización burocrática del expolio es la que explica la ausencia total
de remordimiento (ibídem, p. 340) que reconocemos hoy en el victimismo
que alegan los vampiros forzosamente insatisfechos por insaciables. La misma
rutinización tecnocrática es el resultado de la aceptación generalizada del
imaginario managerial. Un buen ejemplo de ello es la propia figura del máster y
un ejemplo todavía más consumado el tráfico de influencias con ellos como ha
ocurrido en los casos de la Universidad Rey Juan Carlos.
La
colusión público-privado, el caciquismo departamental, la simbiosis de política
y negocio, los mecanismos de ocultación… Todo eso cuando hay un sistema enormemente
oneroso en papeleo de las instancias de calificación universitaria. Tan
pendientes de las formalidades y tan ciegas a los desfalcos. El caso de los
másteres tiene un flanco adicional en cuanto que supone una enmienda a la
totalidad del cimiento de la legitimación capitalista, la meritocracia. Se
compran títulos como se compraban ejecutorias de nobleza. No hay límites a lo
que el dinero y la influencia –intercambiables– pueden conseguir, como ha
observado Michael Sandel. El éxtasis de la maximización consiste en haber
externalizado la crisis del capitalismo en crisis de la democracia.
Dos ejemplos más para ampliar
el espectro de la
corrupción. Para la política: el caso Cambridge Analytica y
su interferencia en el santuario de la democracia, precisamente las más altas
instancias de sofisticación puestas al servicio de las fuerzas antidemocráticas
y la instrumentalización de los algoritmos –¿los nuevos tanques?– para
conquistar urnas. El marketing del big
data al servicio del
populismo. Otra vez la alianza aciaga. Para el plano social: la manifestación
de los trabajadores de Navantia para protestar por el anuncio de la suspensión
de la venta de bombas a Arabia Saudí en sintonía con el gobierno andaluz y el
alcalde podemita de Cádiz. Aquí fue la presión sindical y popular la que, a
diferencia de lo que ocurrió con el artículo 135, torció el fiel de la balanza
contra el platillo de los derechos humanos. Lo cual ilustra el cambio sufrido
en la cultura obrera desde su tradición de solidaridad y pacifismo. Que esto
mismo no haya suscitado escándalo –como las explicaciones incalificables de los miembros del
Gobierno para explicar el cambio, y todo ello en paralelo al caso Khashoggi–
muestra el daño que esta cultura de “nosotros primero” ha provocado en los estratos
profundos de la
civilidad. Hasta en sus extremos más chuscos: Jon Gnarr, un
cómico local al frente de una formación improvisada, el Best Party, ganó la
alcaldía de Reikiavik con un programa en el que prometía un oso polar en el zoo
y toallas gratis en las piscinas.
Podemos observar para
confirmarlo la diferente respuesta a tres supuestos a partir de una misma
metáfora: rescate de los bancos –solidaridad ascendente obligada, eufemismo de la
depredación–, hundimiento de las instituciones democráticas, naufragio de las
personas que huyen del horror y de la miseria. (Por cierto, fuente para un
nuevo nicho de negocios relacionado con la seguridad de las fronteras, por no
hablar del tráfico). Y como colofón de esta inversión de valores, la
criminalización de la solidaridad con los inmigrantes. Setenta años después de
Auschwitz. La figura de la inversión a partir de Auschwitz justifica una
referencia a dos instancias estrechamente dependientes de ese colapso de la
humanidad: Israel y Europa.
La creación del Estado de
Israel es una consecuencia directa del nazismo. Es una desoladora ironía que el
país de los perseguidos por Hitler se haya convertido hoy en paradigma de esa
infausta alianza de emprendedurismo start
up y ultranacionalismo, de
tiburones y halcones, de competitividad, colonialismo y apartheid, de
millonarismo y milenarismo. Llama la atención también que se obvie a Israel
cuando se hace la lista de los populismos, mientras que sabemos la afinidad
electiva de Netanyahu con Trump, Orbán o Bolsonaro –la particularidad de este:
conecta directamente con el apartado anterior y por los dos lados, por el
militar con las dictaduras del Cono Sur en cuanto exmiembro del ejército y por
el civil con el protagonismo de Paulo Guedes vinculado a los Chicago Boys–, también su
devoción a la ortodoxia neoliberal. Fue Israel, el país donde los colonos son
los señores de la tierra, donde nuestros neoliberales tomaron el concepto de
“marca España”, síntoma explícito del rebranding o restyling de un país (Estado). Marca y marketing.
El país que tiene en el éxodo el relato fundacional por partida doble
reivindica hoy una identidad cerrada que la ministra Miri Regev
ha formulado en esa versión suave de la Gleichschaltungque
es la lealtad cultural, a la vez que cierra las puertas a los refugiados.
ES UNA DESOLADORA IRONÍA QUE EL PAÍS DE LOS PERSEGUIDOS POR HITLER
SE HAYA CONVERTIDO EN PARADIGMA DE ESA INFAUSTA ALIANZA DE EMPRENDEDURISMO Y
ULTRANACIONALISMO, DE COMPETITIVIDAD, COLONIALISMO Y APARTHEID
Pero el caso más dramático es
de la propia Europa ,
cuya idea nace de las mismas cenizas de Auschwitz con el cometido de tomarse en
serio el “nunca más” de un enfrentamiento entre países europeos alimentado por
los nacionalismos. Es una lección amarga que el siglo acabara como empezó, con
la sangría de los Balcanes y con un genocidio, el de Srebrenica, que un
superviviente del nazismo, Marek Edelman, consideró como una victoria póstuma
de Hitler. Pero el propio núcleo de la UE se ha visto afectado, el núcleo
geográfico, donde la llegada de AfD al Bundestag significa el fin de la
excepcionalidad alemana, y el núcleo conceptual (ontológico), pues la idea
normativa de Europa ha sido vaciada de sentido por la tecnocracia managerial.
La eurofobia y el euroescepticismo tienen elementos cocinados pero otros son
realistas. En el primer rótulo encontramos el repertorio habitual de la
xenofobia, la necesidad de un enemigo/chivo expiatorio. Fuera los otros es la
forma convencional en que el nativismo convierte a los distintos inferiores en amenaza, de ahí el uso instrumental
de la inmigración.
Fuera de los otros es el modo en que operan las zonas ricas
que quieren irse para evitar el lastre: “Europa nos roba” (Brexit), “Roma nos
roba” (Liga Norte), “España nos roba” (secesionistas catalanes)… Brexit, Italexit, Catalexit están inspirados por la misma lógica:
los ricos preferimos decidir por nosotros mismos. Plutocracia y etnocracia se
trenzan. La destrucción moral de la idea de Europa ha sido la consecuencia de
su adopción de aquella lógica económica que precisamente no fue derrotada en el
nazismo. Por eso no hay hoy tarea más urgente que la de reinventar la Europa
social, porque de otro modo las derechas extremas consumarán su designio de
destruir Europa y nos devolverán a los tiempos del reñidero de los odios
nacionales. Con la guerra como desenlace previsible. Desenlace previsible en un
plano más general a la vista de la creciente testosterona en algunos de los
líderes de las grandes potencias. Aquí la reversión es regresión, rebobinado.
Europa se descompone porque, aunque su creación es fruto de la musa del
escarmiento, la fórmula que se ha impuesto ha entronizado el principio
tecnoburocrático que impulsó la casta nazi: la desigualdad entre los elegidos y
los demás.
EUROPA SE DESCOMPONE PORQUE LA FÓRMULA QUE SE HA
IMPUESTO HA ENTRONIZADO EL PRINCIPIO TECNOBUROCRÁTICO QUE IMPULSÓ LA CASTA NAZI : LA DESIGUALDAD ENTRE LOS
ELEGIDOS Y LOS DEMÁS
De nuevo se superponen aquí
hebras de la doble hélice apocalíptica. La ortodoxia neoliberal es suicida
cuando ampliamos la escala del tiempo y del espacio, como lo muestra el
deterioro de la calidad de vida en el planeta, el impacto del cambio climático
–que producirá nuevos inmigrantes, que serán instrumentalizados por nuevos
populistas– y ese dato tan elocuente de la desaparición del 60% de los
vertebrados en los últimos 45 años. Eso sí que es vivir por encima de nuestras
posibilidades, siendo nuestro el sujeto de referencia planetario. La
lógica neoliberal es planeticida lo mismo que politicida. La otra hebra, la
identitaria, vehicula la misma destructividad a través de una lógica saturnal
que va dibujando perímetros cada vez más estrechos del nosotros para convertir
en enemigos o traidores a los que quedan fuera. Es una reacción en cadena. En
los Balcanes, sectores cívicos que se opusieron a las guerras son hoy blanco de
los fundamentalistas étnicos que las incendiaron. Será una reacción en cadena
el Brexit, en una geografía tan alejada del denostado imaginario balcánico.
Una dificultad añadida es que
quienes tendrían que alentar las transformaciones en esa dirección están no
solo incapacitados para ello sino que por estar enfeudados con los intereses
corporativos son un obstáculo principal. La abdicación de las élites
intelectuales respecto al latrocinio es tan crítica como la seducción
identitaria de ciertas izquierdas. Otra alianza infausta. Hay que decir algo
respecto a la dimisión de las élites intelectuales.
Es obligado comenzar por la
disciplina que ha producido el universo simbólico de legitimación: la economía. Para ser
más precisos, aquella variante de la disciplina que se ha constituido en
hegemónica y configurado la doctrina oficial, la ortodoxia neoliberal. Hay dos
críticas recurrentes al quehacer convencional: su alejamiento del horizonte
normativo de una ciencia social y sus fallos epistémicos, ilustrados por la
incapacidad para predecir la crisis, como la reina madre espetó a las
luminarias de la London
School of Economics 9 . El sector
económico-financiero-managerial ha construido una jerga que se ha convertido en
lingua franca en el debate político. Y más que en eso en una escolástica, una
estructura de legitimación de alcance universal. En el pensamiento clásico la
teodicea se ocupó durante mucho tiempo de explicar el mal apelando a Dios –como
hacía la escolástica–; actualmente se utiliza el término sociodicea para la
versión laica. Pues bien, el neoliberalismo es una sociodicea en el sentido de
que justifica y legitima el daño social causado por sus políticas económicas.
La asociación no es tan disparatada como podría parecer: “Hago el trabajo de
Dios”, declaró convencido el CEO de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein (Times,
08/11/2009), el mismo que a principios de 2010 decía que tenía un objetivo
social después de defender el reparto de bonificaciones récord. Como en el caso
de su antecesora, la sociodicea necesita una estructura compleja para instalar
mentalmente sus concepciones en la ciudadanía. Es muy vertical y tiene su expresión
más acendrada en las Business Schools, que son, a la vez y no por casualidad,
un lugar de reclutamiento que proporciona un alto estatus. En ellas se opera ya
el tráfico entre la academia y la política. Una de las estrategias de las escuelas
de negocios de postín es fichar a políticos para dar caché a los centros y
atraer alumnos. “Los centros que contratan a famosos necesitan notoriedad para
vender más. Hacen un análisis de coste-beneficio y pagan sueldos muy relevantes
[sic] porque obtienen retorno”, reconoce un alto cargo de una escuela de
negocios (El País, 04/11/2018). ¿Dónde están aquí los criterios
científicos? ¿Y la meritocracia? Bien se ve, el único criterio es el beneficio.
Los políticos famosos se venden por un sueldo galáctico, para ayudar a vender
la escuela, que forma alumnos que nos venden la doctrina económica que nos dice
que tenemos que adaptar las decisiones de la vida colectiva a la doctrina que
allí fabrican para sacar beneficio… ¿Quién compra y quién paga?
Descendiendo en la escala,
estos contenidos, tan ideológicamente connotados desde su apariencia de
neutralidad, llegan a la escuela –donde obviamente debe haber un espacio para
el estudio de la economía dentro del marco de las ciencias sociales–. Fue
sintomático que un ministro tan afín a esta sensibilidad como Wert prefiriera
que los alumnos se familiarizan con el emprendedurismo antes que con la
educación para la
ciudadanía. De modo que, paradójicamente, el oscurantismo
empieza haciendo su camino en la escuela donde extrañamente no conoce los
reparos que suscitan el creacionismo o el negacionismo climático. Sin embargo,
opera, aún más que ellos, como punta de lanza de la contrarreforma
neoconservadora. Es una variable de racionalidad irracional del estilo de aquel
modernismo reaccionario con que Jeffrey Herf definió al nazismo.
El núcleo moral, si puede
decirse así, de La fábula de
las abejas se ha extendido
hasta crear una ecología de vampiros, donde el fetichismo del beneficio y una
insaciable voracidad hacen risible cualquier pretensión de autorregulación; la
desigualdad es la
consecuencia. Una manera simple de definir una ecología de
vampiros es: acumulación por desposesión o depredación, una fórmula que nos
devuelve a las primeras páginas. El desahucio como práctica estructural del
esquema, el sufrimiento social como peaje necesario. Estos atropellos se llevan
a cabo envueltos en una mistificación tecnocrática del lenguaje. Decía Primo
Levi que donde se maltrata al hombre se maltrata también al lenguaje. Pues
bien, la escolástica neoliberal ha distorsionado palabras con referentes
meliorativos: reformas, seguridad jurídica, o el –tómese nota del nombre–
Center for the Study of Public Choice, fundado por el nobel James Buchanan y
financiado por figuras tan connotadas como Charles Koch y la familia Scaife para
formar gurús que justifiquen intelectualmente el expolio. 10 Y ha dado lustre a otras de
consecuencias nada lustrosas: privatización, desregulación, liberalización –la
trinidad neoliberal entronizada en el Consenso de Washington–. De modo que se
presenta como receta técnica un programa cabal de desposesión, de latrocinio.
La crisis es el desastre productivo que ha servido de justificación y de
trampantojo.
ESA CRISIS HA VENIDO A CONSOLIDAR LOS CAMBIOS, ESTOS SÍ
ESTRUCTURALES, QUE SE HABÍAN PRODUCIDO EN EL FUNCIONAMIENTO DE LAS DEMOCRACIAS
Y QUE RESUME EL TÉRMINO CAPTURA
Esa crisis ha venido a
consolidar los cambios, estos sí estructurales, que se habían producido en el
funcionamiento de las democracias y que resume el término captura. Así se reflejaba en un
medio tan poco sospechoso de plutofobia como el Wall Street Journal: “No son
electos, y acaso usted no conozca a ninguno de ellos […] Pero los grandes
inversores mundiales pueden ejercer ahora un poder sin precedentes —acaso hasta
de veto— sobre la política económica de EE.UU.” 11 . Si pueden sobre EE.UU., qué no
podrán sobre Estados menos poderosos. La fiabilidad de esta apreciación queda
patente en esta declaración de un experto en lo que entonces se llamaba el
Nuevo Orden Mundial (NWO), Will Banyan, diez años más tarde: “Puede decirse con
toda solvencia que, […] la contribución de David [Rockefeller] al Nuevo Orden
Mundial ha sido sustancial, incluso esencial. No sólo ha sido su arquitecto
jefe, sino que ha actuado como su constructor jefe. […] David utilizó de facto
su poderosa posición, aun sin ser electo ni tener obligación de rendir cuentas,
para convertir sus palabras en acción de gobierno” 12 . La crisis financiera ha
proporcionado el pretexto para llevar estas “reformas estructurales” a su
culminación. Pero la dinámica estaba en marcha, como reconocía un especialista
a principios de siglo: “El beneficio mayor que la élite transnacional obtiene
de la liberalización de cuentas del capital no es económico sino político: su
poder de ‘disciplinar a los gobiernos nacionales’; la expresión ‘disciplina de
mercado’ debe entenderse en su literalidad. Las políticas insanas serán
castigadas con un incremento de capital especulativo y un aumento de los tipos
de interés, administrado por las agencias de calificación” 13 . Es esta variante la que ha
permitido comparar la acción de los mercados a la magia negra vudú.
A resultas de esta diálisis
operada en la sustancia democrática los expertos han buscado nuevas
denominaciones para este estado de cosas: dictocracia, dictaduras con
legitimidad democrática, posdemocracia… Por mi parte he propuesto el de
plutoklatura, que combina el poder del dinero con el de una élite privilegiada,
como en la nomenklatura soviética. El ingrediente populista y su versión
digital podrían justificar el calificativo de plebiscitaria o virtualmente
plebiscitaria. Esta nueva geometría de la política había sido prevista y
anatematizada por los clásicos. Así en Las
leyes (libro IX, 856b) de
Platón, leemos: “De cualquiera que esclavizare las leyes
poniéndolas bajo el imperio de los hombres, sometiere la ciudad a una facción
y, despertando la discordia civil, infringiere las leyes, hay que pensar que es
el peor enemigo de la ciudad”. Y en otro lugar adelantaba las consecuencias
previsibles (libro IV, 715d): “En efecto, en la [ciudad] en la que la ley esté
eventualmente dominada y no tenga poder, vemos ya su pronta destrucción”.
Si no vemos esta destrucción
es porque el fundamentalismo del mercado se envuelve en la mística nativista
racial de la sangre, recuperando la fórmula nazi. De modo que lo que llama la
atención, lo que moviliza, son las utopías regresivas, la nostalgia de
Ruritania, las exaltación tribal, la afiliación corta, el mesianismo y las
emociones de bajo coste al paradigma PPP, pronombres personales y posesivos.
Mientras asistimos, en paralelo, a un proceso acelerado de desaprendizaje o
regresión civilizatoria –piénsese en los avatares del caso Kavanaugh– que
anticipó Norbert Elias y que sirvió a Philippe Burrin para definir la ordalía
nazi.
Querría terminar con otra
efeméride: este diciembre la Declaración Universal de los Derechos Humanos
(DUDH) cumple 70 años, nació apenas diez después de nuestro primer hito, el
mitin de Darré. Su vigencia es inversamente proporcional al auge del
etnopopulismo nativista, en las antípodas del universalismo. Natasha Walter,
ciudadana judía alemana expulsada de su exilio en el Reino Unido por los odios
recientes a la que ya he citado, escribe: “Si quiero que mi hija tenga un
conocimiento cabal del pasado, no es con el objeto de que pueda entonar el nunca más en las ceremonias conmemorativas del
Holocausto mientras cierra los ojos a la realidad del presente. Es para que
pueda ver lo que ocurre cuando negamos la humanidad de cualquier individuo, sea
ciudadano o apátrida”.
ESTE 70º ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE
DERECHOS HUMANOS SERÍA UNA BUENA OCASIÓN PARA PLANTEARSE UN NÚREMBERG PARA WALL
STREET Y LAS CORPORACIONES FINANCIERAS
La negación de la humanidad es
el envoltorio ideológico, el chivo expiatorio, que necesita la nueva élite
extractiva para consumar sus designios, siguiendo precisamente la fórmula de
Auschwitz. Conviene recordar el artículo 28 de la DUDH: “Toda persona tiene
derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los
derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan efectivos”. Esta
formulación nos invita –y nos obliga– a mirar la sociodicea economicista con
otros ojos, unos ojos que muestran que esta nueva forma de oscurantismo ha
provocado un daño social a una escala desconocida. El daño social es el correlato
de lo que el historiador Gérard Noiriel llama violencia suave o blanda (douce).
Desde luego hay que mantener claras las diferencias; pero admitir la diferencia
de escala no significa convalidar estas nuevas formas de violencia; como esta
que conocemos, que no banaliza sino que normaliza y racionaliza el mal en la
forma de daño social. Los estudios sobre la memoria se han centrado hasta ahora
en las víctimas pero cada vez más se reclama la atención de los productores de
víctimas, de los verdugos… Este 70º aniversario de la DUDH sería una buena
ocasión para plantearse esta cuestión pendiente, la de un Núremberg para Wall
Street y el sanedrín de las corporaciones financieras que concentran la mayor
parte de los recursos y condenan a la indigencia a lo mayoría desposeída, que
dividen el mundo entre opulentos y supervivientes 14 . Y para estos nuevos gurús –la
palabra viene al pelo– que como Carl Schmitt han cocinado una teología
económica como sociodicea del expolio.
Coincidiendo con el comienzo
de la crisis, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos fue
galardonada con el récord mundial Guinness por haber recopilado, traducido y
difundido la
Declaración Universal de los Derechos Humanos en más de 300
idiomas y dialectos, haciendo de ella, por tanto, el documento más traducido,
el más “universal” en el mundo. Piense el lector sin embargo cuándo es la
última vez que ha oído hablar de ella. Su influencia ha ido menguando desde
entonces en paralelo al auge del populismo y los estragos del neoliberalismo.
No creo que nunca se la oigamos mentar a Trump. Pero si ese documento es la
referencia normativa del orden civilizado y humano, hay que reivindicarla
contra los mercaderes del templo del Estado democrático, social y de derecho,
los mismos que la quieren reducir a la irrelevancia porque en su articulado
está el suelo de la dignidad que invita a llamar al expolio masivo por su
nombre: un crimen económico contra la humanidad. La impunidad de que han gozado hasta
ahora los responsables del daño es parte del botín, de la captura. Por eso nada
parece más pedagógico y estimulante ahora que recordar los párrafos iniciales
de la DUDH, nacida ella misma del socavón moral de Auschwitz, de la indignación
del nunca más:
Considerando que la
libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de
la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los
miembros de la familia humana.
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los
derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia
de la humanidad […].
Notas:
https://ctxt.es/es/20181129/Politica/23126/martin-alonso-neoliberalismo-nazismo-derechos-humanos.htm
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=249646
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