jueves, 20 de diciembre de 2018

II. Comprobamos que el capitalismo humanizado no existe en el mundo y descubramos cuál ha sido y es la responsabilidad de la burguesía local de nuestra situación.

La crisis argentina, 

una visión de largo plazo (2)

13 de diciembre de 2018

Rolando Astarita
La centralidad de la inversión y la estructura social de acumulación
Uno de los mayores logros de la economía política clásica fue haber descubierto que la acumulación, o sea, la inversión productiva del excedente, es la fuerza principal del desarrollo económico. Por eso, para los clásicos, lo importante era ampliar el trabajo productivo, para generar ganancias que se reinvirtieran para generar más ganancias. Se trata de un proceso circular, o en espiral, muy  lejos de la “asignación eficiente de recursos dados”, que caracteriza a la economía neoclásica.
La misma idea que los clásicos encontramos en Marx: para que haya reproducción ampliada del capital, es necesario que el capitalista reinvierta la plusvalía, adquiriendo medios de producción y fuerza de trabajo. “El empleo de plusvalor como capital, o la reconversión de plusvalor en capital, es lo que se denomina acumulación de capital” (Marx, 1999, t. 1, p. 713). Por eso, una vez dada la masa de plusvalor, “la magnitud de la acumulación depende… de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo, entre el capital y el rédito” (ibid, 730). La plusvalía que se gasta como rédito, esto es, para el consumo o diversos gastos del capital, no permite ampliar la capacidad productiva. Lo mismo ocurre con la plusvalía que se emplea en sostener gastos improductivos del Estado. De ahí que la clave del desarrollo de las fuerzas productivas –el desarrollo tecnológico y la ampliación de la producción- pase por qué se hace con la plusvalía, y cuánto de ésta se invierte productivamente.
Pues bien, la razón última de las crisis en Argentina es que una parte sustancial del plusvalor no se reinvierte productivamente. Por eso, las crisis no son del tipo de las clásicas crisis de sobreproducción, de sobreacumulación de capital, sino de carencia. Por caso, nadie puede decir que en los últimos 15 ó 20 años el capitalismo argentino haya sobreinvertido en producción de energía, transporte, alta tecnología, etcétera. Por eso, lo adelantamos ahora, las crisis tienden a estallar por el lado de la balanza de pagos y en particular se manifiestan como crisis en el tipo de cambio, el “conector” del espacio nacional de valor (de las  fuerzas productivas “internas”) con el mercado mundial.
Analizar las razones últimas del porqué la debilidad de la acumulación excede los límites de este trabajo. De todas maneras, dejamos anotada la importancia que, en nuestra opinión, adquiere el enfoque conocido como “la estructura social de la acumulación”, elaborado por David Gordon (1980) y otros marxistas de EEUU. En esencia, Gordon sostiene que los capitalistas no van a invertir en la producción si no pueden calcular razonablemente una tasa esperada de rendimiento. Si no se da esta posibilidad, buscarán tener rentabilidad colocando el dinero en la esfera financiera (en un país como Argentina diremos que en el sector financiero en el exterior).
Pero las expectativas y cálculos sobre rentabilidad se basan no sólo en variables sobre las cuales los capitalistas tienen influencia directa, sino también sobre un complejo de relaciones sociales que individualmente no pueden transformar. Esas condiciones incluyen factores económicos, como la disponibilidad de crédito y el nivel de demanda esperada, la estabilidad monetaria o cambiaria, la facilidad de acceso y disponibilidad de insumos –sean producidos internamente, o que deban importarse- o la adaptabilidad de las estructuras del Estado para favorecer los negocios, o la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero también incluyen factores sociales y políticos, como la estabilidad de los gobiernos de los países en los que invierten sus capitales, y el apoyo de la política gubernamental a la acumulación en general. Y muy especialmente, el grado de resistencia y capacidad de movilización de las masas trabajadoras y populares. Todos estos son factores que afectan, o favorecen, la acumulación del capital.
El hecho entonces es que una porción significativa del excedente no se reinvierte productivamente. Una parte se canaliza hacia gastos improductivos (incluidos gastos estatales), o se destina a construcción inmobiliaria (obedeciendo a una lógica rentística). Por ejemplo, se considera que una parte muy significativa de la elevada renta que recibieron los propietarios agrarios cuando la suba de los precios de las materias primas entre 2003 y 2008, se canalizó hacia la construcción inmobiliaria. Lo cual contribuyó a la demanda, pero no mejoró la matriz productiva. Otra parte del excedente va al exterior porque las multinacionales no reinvierten sus ganancias. Sin embargo, la canalización hacia el exterior más importante del excedente se debe a la fuga de capitales, realizada por la propia burguesía argentina.
Gasto improductivo y fuga de capitales
La fuga de capitales atraviesa la historia económica argentina de las últimas cuatro décadas. Ya la crisis de comienzos de los 1980 fue precipitada por una importante salida de fondos: 3838 millones de dólares solo en 1982 (en las crisis anteriores el rol central lo jugaban la balanza comercial y los pagos por cuenta corriente; los movimientos de capitales eran mucho más limitados).
Luego, entre 1989 y 1990,  se registró otro episodio de fuerte fuga de capitales: 6688 millones de dólares. Con la instalación de la Convertibilidad (en 1991) se restableció la entrada de capitales. Pero hacia el fin de la Convertibilidad, y durante la crisis de 2001-2002, volvió a producirse otra intensa fuga de capitales. Según la Comisión Investigadora de Fuga de Divisas de la Cámara de Diputados, solo en 2001 se fugaron divisas por más de 16.000 millones de dólares. También en los 2000 hubo importantes salidas, en especial a partir del conflicto, en 2008, entre el Gobierno y el agro. De conjunto, entre 2002 y agosto de 2018, la formación de activos externos del sector privado no financiero fue de 158.592 millones de dólares (INDEC).
Como resultado de estos flujos, el stock de activos en el exterior debe de ser significativo. En 2012 el INDEC calculó que ascendía a 205.000 millones de dólares. Sin embargo, tomando en cuenta otros factores, como los rendimientos que generan esos capitales, el stock de activos en el extranjero habría llegado, en 2010, a 400.000 mil millones de dólares. Otras estimaciones arrojaban, para 2012, casi 374.000 millones de dólares (véase Gaggero, Rua y Gaggero, 2013). A fin de tener una dimensión del peso de estas salidas de capital, en 2010 el ratio riqueza offshore/PBI habría sido 109% (ibid).

Baja inversión productiva y competitividad
La debilidad de la acumulación se manifiesta entonces en que la formación bruta de capital fijo, medida en términos del PBI, tiende a mantenerse a un nivel bajo, alrededor del 20%, en promedio, a lo largo de los últimos 25 años. Muy lejos de los niveles de inversión de Corea del Sur o China, por ejemplo. Incluso durante la década que sectores del progresismo consideraron “industrialista”, la inversión no fue particularmente elevada, como lo muestra el siguiente cuadro:
Una consecuencia del bajo nivel de inversión es el bajo nivel de productividad de la economía argentina, y el escaso valor agregado de las exportaciones. En 2017 los productos primarios representaron el 25,4% del total de exportaciones; las de manufacturas de origen primario (de poco valor agregado) el 38,5%, y las de origen industrial el 32% (el 4,1% restante fueron combustible y energía). A su vez, las exportaciones “material de transporte terrestre” (automóviles), representaron el 30% de las exportaciones de origen industrial. La mayor parte de ellas (60% aproximadamente) son a Brasil, y tendrían dificultades para competir en otros mercados (INDEC). Más significativo, el déficit de la balanza comercial industrial en 2017 alcanzó, según estima la Unión Industrial Argentina, los 35.000 millones de dólares. En los 8 años que van de 2010 a 2017 su déficit acumulado fue de 243.185 millones de dólares. La participación de las exportaciones industriales argentinas en el total de las exportaciones mundiales, en 2010, era de apenas el 0,22% (en base a datos de la Organización Mundial del Comercio). La participación de las exportaciones argentinas en el total de las exportaciones mundiales fue, en 2017, de apenas el 0,35%.
Tengamos en cuenta, además, que una economía cuyas principales exportaciones son materias primas, es más vulnerable a los cambios en la demanda mundial y a las fluctuaciones de precios, que una economía que posee una matriz productiva diversificada, y con industrias que generan alto valor agregado. En segundo lugar, dado el peso de las exportaciones de alimentos –primarios o manufacturados- la economía es muy dependiente de factores climáticos. Así, la sequía que padeció el campo en 2017 tuvo importantes efectos negativos sobre las exportaciones (no solo las de productos primarios, también las industriales de origen agrario) y las cuentas externas. Por último, mencionemos el peso de las importaciones de energía desde mediados de la primera década del 2000, como resultado de la falta de inversión en el sector.
Cuentas externas y crecimiento de la deuda externa
 A pesar de la debilidad competitiva de la industria argentina, durante mucho tiempo la balanza comercial tendió a ser superavitaria gracias a las exportaciones de productos primarios y manufacturas de origen primario. En los 17 años que van desde 1975 a 1991 hubo déficit comercial solo 2 años, y el superávit promedio anual fue de 2342 millones de dólares (INDEC; también para lo que sigue). En cambio, entre 1992 y 2001 la balanza comercial fue deficitaria,  en promedio, por 1504 millones de dólares anuales. Luego de la ruptura de la Convertibilidad, y hasta 2012, con tipo de cambio alto, y la suba de los precios de las materias primas, hubo fuertes superávits comerciales; el promedio anual fue positivo por 12.917 millones de dólares. Sin embargo, desaparecido el tipo de cambio real alto, y terminada la suba de los precios de las materias primas, entre 2013 y 2017 el promedio baja a solo 1155 millones de dólares anuales; y en 2017 fue deficitario por más de 8000 millones de dólares (véase más abajo).
Por otra parte, si bien la balanza comercial tuvo largos períodos de superávit, muy distinto fue lo sucedido con la balanza de cuenta corriente. Así, entre 1975 y 1991, a pesar de los excedentes comerciales, el promedio anual del déficit de cuenta corriente fue de 1259 millones de dólares. Solo durante cuatro años hubo superávit. Luego, desde 1992 y 2002, la situación se agravó: el promedio anual del déficit fue de 8783 millones de dólares. La situación se revirtió entre 2002 y 2009, cuando se registra un superávit promedio de 6392 millones de dólares anuales, pero en declinación. Y a partir de 2010 la cuenta corriente pasó a ser crecientemente deficitaria hasta 2017. El promedio de déficit anual en esos ocho años fue de 11.936 millones de dólares.
Los déficits de cuenta corriente fueron financiados con las entradas de capitales y, más importante, con deuda externa. Pero la deuda externa también financió la fuga de capitales. En este respecto, Gaggero, Casparrino y Libman (2007) destacaron la correlación entre la deuda externa y el stock fugado de capitales. En 1974 la deuda externa era de 7600 millones de dólares y el stock fugado era la mitad de esa cifra, 3800 millones. En 1982 las cifras ya eran 44.000 y 34.000 millones, respectivamente. Ambos ítems continuaron aumentando durante los 1980 y 1990, y en 2001 los montos respectivos alcanzaron 140.000 millones y 138.000 millones de dólares. Luego, durante el período 2002 – 2015, la formación de activos externos del sector privado fue de 103.676 millones de dólares. Pero esta vez la fuga de capitales fue financiada principalmente con los superávits de la balanza comercial, y en los últimos años del gobierno K con pérdida de reservas.
Naturalmente, los servicios de la deuda externa son un elemento central que explica los déficits en la cuenta corriente, incluso en años en los que hubo superávit en la balanza comercial.
Textos citados:
Gaggero, J.; C. Casparino y E. Libman (2007): “La fuga de capitales. Historia, presente y perspectivas”, Documento de Trabajo Nº 14, mayo, CEFIDAR.
Gaggero, J.; M. Rua y A. Gaggero (2013); “Fuga de capitales III. Argentina (2002-2012)”, Documento de Trabajo Nº 52, diciembre, CEFIDAR.
Gordon, D. (1980): “Etapas de acumulación y ciclos económicos largos”, CIDE, Cuadernos semestrales Nº 7, pp. 19-54.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

Fuente: https://rolandoastarita.blog/2018/12/13/la-crisis-argentina-una-vision-de-largo-plazo-2/

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