La crisis argentina,
una visión de largo plazo (2)
13 de diciembre de 2018
Rolando
Astarita
La centralidad de la inversión y la estructura social de
acumulación
Uno de los mayores logros de la economía política clásica fue
haber descubierto que la acumulación, o sea, la inversión productiva del
excedente, es la fuerza principal del desarrollo económico. Por eso, para los
clásicos, lo importante era ampliar el trabajo productivo, para generar
ganancias que se reinvirtieran para generar más ganancias. Se trata de un
proceso circular,
o en espiral, muy lejos de la “asignación eficiente de
recursos dados”, que caracteriza a la economía neoclásica.
La misma idea que los clásicos encontramos en Marx: para que
haya reproducción ampliada del capital, es necesario que el capitalista
reinvierta la plusvalía, adquiriendo medios de producción y fuerza de trabajo.
“El empleo de plusvalor como capital, o la reconversión de plusvalor en
capital, es lo que se denomina acumulación de capital” (Marx, 1999, t. 1, p.
713). Por eso, una vez dada la masa de plusvalor, “la magnitud de la
acumulación depende… de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de
acumulación y el de consumo, entre el capital y el rédito” (ibid,
730). La plusvalía que se gasta como rédito, esto es, para el consumo o
diversos gastos del capital, no permite ampliar la capacidad productiva. Lo
mismo ocurre con la plusvalía que se emplea en sostener gastos improductivos
del Estado. De ahí que la clave
del desarrollo de las fuerzas productivas –el desarrollo tecnológico y la
ampliación de la producción- pase por qué se hace con la plusvalía, y cuánto de
ésta se invierte productivamente.
Pues bien, la razón última de las crisis en Argentina es que una parte
sustancial del plusvalor no se reinvierte productivamente. Por eso, las crisis
no son del tipo de las clásicas crisis de sobreproducción, de sobreacumulación
de capital, sino de carencia. Por caso, nadie puede decir que en los últimos 15
ó 20 años el capitalismo argentino haya sobreinvertido en producción de
energía, transporte, alta tecnología, etcétera. Por eso, lo adelantamos ahora,
las crisis tienden a estallar por el lado de la balanza de pagos y en
particular se manifiestan como crisis en el tipo de cambio, el “conector” del
espacio nacional de valor (de las fuerzas productivas “internas”) con el
mercado mundial.
Analizar las razones
últimas del porqué la debilidad de la acumulación excede los límites de este
trabajo. De todas maneras, dejamos anotada la importancia que, en nuestra
opinión, adquiere el enfoque conocido como “la estructura social de la
acumulación”, elaborado por David Gordon (1980) y otros marxistas de EEUU. En
esencia, Gordon sostiene que los capitalistas no van a invertir en la
producción si no pueden calcular razonablemente una tasa esperada de
rendimiento. Si no se da esta
posibilidad, buscarán tener rentabilidad colocando el dinero en la esfera
financiera (en un país como Argentina diremos que en el sector financiero en el
exterior).
Pero las expectativas
y cálculos sobre rentabilidad se basan no sólo en variables sobre las cuales
los capitalistas tienen influencia directa, sino también sobre un complejo de
relaciones sociales que individualmente no pueden transformar. Esas condiciones
incluyen factores económicos, como la disponibilidad de crédito y el nivel de
demanda esperada, la estabilidad monetaria o cambiaria, la facilidad de acceso
y disponibilidad de insumos –sean producidos internamente, o que deban
importarse- o la adaptabilidad de las estructuras del Estado para favorecer los
negocios, o la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero también incluyen
factores sociales y políticos, como la estabilidad de los gobiernos de los
países en los que invierten sus capitales, y el apoyo de la política gubernamental
a la acumulación en general. Y muy especialmente, el grado de resistencia y
capacidad de movilización de las masas trabajadoras y populares. Todos estos
son factores que afectan, o favorecen, la acumulación del capital.
El hecho entonces es
que una porción significativa del excedente no se reinvierte productivamente.
Una parte se canaliza hacia gastos improductivos (incluidos gastos estatales), o se destina a construcción
inmobiliaria (obedeciendo a una lógica rentística). Por ejemplo, se considera
que una parte muy significativa de la elevada renta que recibieron los
propietarios agrarios cuando la suba de los precios de las materias primas
entre 2003 y 2008, se canalizó hacia la construcción inmobiliaria. Lo cual
contribuyó a la demanda, pero no mejoró la matriz productiva. Otra parte del excedente va al exterior porque las
multinacionales no reinvierten sus ganancias. Sin embargo, la canalización
hacia el exterior más importante del excedente se debe a la fuga de capitales,
realizada por la propia burguesía argentina.
Gasto improductivo y fuga de capitales
La fuga de capitales
atraviesa la historia económica argentina de las últimas cuatro décadas. Ya la crisis de comienzos de los 1980 fue precipitada por una
importante salida de fondos: 3838 millones de dólares solo en 1982 (en las
crisis anteriores el rol central lo jugaban la balanza comercial y los pagos
por cuenta corriente; los movimientos de capitales eran mucho más limitados).
Luego, entre 1989 y
1990, se registró otro episodio de fuerte fuga de capitales: 6688
millones de dólares. Con la instalación de la Convertibilidad (en 1991) se
restableció la entrada de capitales. Pero hacia el fin de la Convertibilidad, y
durante la crisis de 2001-2002, volvió a producirse otra intensa fuga de
capitales. Según la
Comisión Investigadora de Fuga de Divisas de la Cámara de
Diputados, solo en 2001 se fugaron divisas por más de 16.000 millones de
dólares. También en los 2000 hubo importantes salidas, en especial a partir del
conflicto, en 2008, entre el Gobierno y el agro. De conjunto, entre 2002 y
agosto de 2018, la formación de activos externos del sector privado no
financiero fue de 158.592 millones de dólares (INDEC).
Como
resultado de estos flujos, el stock de activos en el exterior debe de ser
significativo. En 2012 el INDEC
calculó que ascendía a 205.000 millones de dólares. Sin embargo, tomando en
cuenta otros factores, como los rendimientos que generan esos capitales, el
stock de activos en el extranjero habría llegado, en 2010, a 400.000 mil
millones de dólares. Otras estimaciones arrojaban, para 2012, casi 374.000
millones de dólares (véase Gaggero, Rua y Gaggero, 2013). A fin de tener una
dimensión del peso de estas salidas de capital, en 2010 el ratio riqueza
offshore/PBI habría sido 109% (ibid).
Baja inversión productiva y competitividad
La debilidad de la
acumulación se manifiesta entonces en que la formación bruta de capital fijo,
medida en términos del PBI, tiende a mantenerse a un nivel bajo, alrededor del
20%, en promedio, a lo largo de los últimos 25 años. Muy lejos de los niveles
de inversión de Corea del Sur o China, por ejemplo. Incluso durante la década que sectores del progresismo consideraron
“industrialista”, la inversión no fue particularmente elevada, como lo muestra
el siguiente cuadro:
Una consecuencia del
bajo nivel de inversión es el bajo nivel de productividad de la economía
argentina, y el escaso valor agregado de las exportaciones. En 2017 los
productos primarios representaron el 25,4% del total de exportaciones; las de
manufacturas de origen primario (de poco valor agregado) el 38,5%, y las de
origen industrial el 32% (el 4,1% restante fueron combustible y energía). A su
vez, las exportaciones “material de transporte terrestre” (automóviles),
representaron el 30% de las exportaciones de origen industrial. La mayor parte
de ellas (60% aproximadamente) son a Brasil, y tendrían dificultades para
competir en otros mercados (INDEC). Más significativo, el déficit de la balanza
comercial industrial en 2017 alcanzó, según estima la Unión Industrial
Argentina , los 35.000 millones de dólares. En los 8 años que
van de 2010 a
2017 su déficit acumulado fue de 243.185 millones de dólares. La participación
de las exportaciones industriales argentinas en el total de las exportaciones
mundiales, en 2010, era de apenas el 0,22% (en base a datos de la Organización Mundial
del Comercio). La participación de las exportaciones argentinas en el total de
las exportaciones mundiales fue, en 2017, de apenas el 0,35%.
Tengamos en cuenta,
además, que una economía cuyas principales exportaciones son materias primas,
es más vulnerable a los cambios en la demanda mundial y a las fluctuaciones de
precios, que una economía que posee una matriz productiva diversificada, y con
industrias que generan alto valor agregado. En segundo lugar, dado el peso de
las exportaciones de alimentos –primarios o manufacturados- la economía es muy
dependiente de factores climáticos. Así, la sequía que padeció el campo en 2017
tuvo importantes efectos negativos sobre las exportaciones (no solo las de
productos primarios, también las industriales de origen agrario) y las cuentas
externas. Por último, mencionemos el peso de las importaciones de energía desde
mediados de la primera década del 2000, como resultado de la falta de inversión
en el sector.
Cuentas externas y crecimiento de la deuda externa
A pesar de la
debilidad competitiva de la industria argentina, durante mucho tiempo la
balanza comercial tendió a ser superavitaria gracias a las exportaciones de
productos primarios y manufacturas de origen primario. En los 17 años que van
desde 1975 a
1991 hubo déficit comercial solo 2 años, y el superávit promedio anual fue de
2342 millones de dólares (INDEC; también para lo que sigue). En cambio, entre
1992 y 2001 la balanza comercial fue deficitaria, en promedio, por 1504
millones de dólares anuales. Luego de la ruptura de la Convertibilidad, y hasta
2012, con tipo de cambio alto, y la suba de los precios de las materias primas,
hubo fuertes superávits comerciales; el promedio anual fue positivo por 12.917
millones de dólares. Sin embargo, desaparecido el tipo de cambio real alto, y
terminada la suba de los precios de las materias primas, entre 2013 y 2017 el
promedio baja a solo 1155 millones de dólares anuales; y en 2017 fue
deficitario por más de 8000 millones de dólares (véase más abajo).
Por otra parte, si bien la balanza comercial tuvo largos
períodos de superávit, muy
distinto fue lo sucedido con la balanza de cuenta corriente. Así,
entre 1975 y 1991, a
pesar de los excedentes comerciales, el promedio anual del déficit de cuenta
corriente fue de 1259 millones de dólares. Solo durante cuatro años hubo
superávit. Luego, desde 1992 y 2002, la situación se agravó: el promedio anual
del déficit fue de 8783 millones de dólares. La situación se revirtió entre
2002 y 2009, cuando se registra un superávit promedio de 6392 millones de
dólares anuales, pero en
declinación. Y a partir de 2010 la cuenta corriente pasó a ser
crecientemente deficitaria hasta 2017. El promedio de déficit anual en esos ocho
años fue de 11.936 millones de dólares.
Los déficits de cuenta corriente fueron financiados con las
entradas de capitales y, más importante, con deuda externa. Pero la deuda
externa también
financió la fuga de capitales.
En este respecto, Gaggero, Casparrino y Libman (2007) destacaron la correlación
entre la deuda externa y el stock fugado de capitales. En 1974 la deuda externa
era de 7600 millones de dólares y el stock fugado era la mitad de esa cifra,
3800 millones. En 1982 las cifras ya eran 44.000 y 34.000 millones,
respectivamente. Ambos ítems continuaron aumentando durante los 1980 y 1990, y
en 2001 los montos respectivos alcanzaron 140.000 millones y 138.000 millones
de dólares. Luego, durante el período 2002 – 2015, la formación de activos
externos del sector privado fue de 103.676 millones de dólares. Pero esta vez
la fuga de capitales fue financiada principalmente con los superávits de la
balanza comercial, y en los últimos años del gobierno K con pérdida de
reservas.
Naturalmente, los
servicios de la deuda externa son un elemento central que explica los déficits
en la cuenta corriente, incluso en años en los que hubo superávit en la balanza
comercial.
Textos citados:
Gaggero, J.; C. Casparino y E. Libman (2007): “La fuga de capitales. Historia, presente y perspectivas”, Documento de Trabajo Nº 14, mayo, CEFIDAR.
Gaggero, J.; M. Rua y A. Gaggero (2013); “Fuga de capitales III. Argentina (2002-2012)”, Documento de Trabajo Nº 52, diciembre, CEFIDAR.
Gordon, D. (1980): “Etapas de acumulación y ciclos económicos largos”, CIDE, Cuadernos semestrales Nº 7, pp. 19-54.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Gaggero, J.; C. Casparino y E. Libman (2007): “La fuga de capitales. Historia, presente y perspectivas”, Documento de Trabajo Nº 14, mayo, CEFIDAR.
Gaggero, J.; M. Rua y A. Gaggero (2013); “Fuga de capitales III. Argentina (2002-2012)”, Documento de Trabajo Nº 52, diciembre, CEFIDAR.
Gordon, D. (1980): “Etapas de acumulación y ciclos económicos largos”, CIDE, Cuadernos semestrales Nº 7, pp. 19-54.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Fuente: https://rolandoastarita.blog/2018/12/13/la-crisis-argentina-una-vision-de-largo-plazo-2/
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