Colón 2.0: cinco siglos de extractivismo y pobreza
18 de agosto de 2018
La fuga de materias primas parece ser la única salida
económica de gobiernos de izquierda a derecha. Cómo pensar el extractivismo, la
dependencia y la matriz de la pobreza. Salidas y pueblos que resisten.
Por Darío Aranda
La foto recorrió los diarios del mundo en abril de 2009. Durante
la cumbre de presidentes del continente, Hugo Chávez le entrega el libro Las
Venas Abiertas de América Latina a Barack Obama. Una decena de
presidentes de América sonríen y aplauden. Todos conocen el libro, y todos
aplican el extractivismo (minero, petrolero, agro) en sus países. Nueve años
después, Mauricio Macri anuncia en conferencia de prensa que Argentina
profundizará su política minera, petrolera y de agronegocios. Sin distinguir
signo político, de izquierda a derecha, los gobiernos de América Latina atan su
destino al mismo modelo: el extractivo.
No tan progres
Los agrocombustibles son parte de un modelo de
agronegocio en manos de grandes multinacionales, muy cuestionado por sus
efectos sociales y en el ambiente. Brasil es el segundo exportador mundial de
soja transgénica y líder en agrocombustibles. “Los críticos a los
biocombustibles están cada vez más activos, pero nosotros vamos a seguir
adelante. Seguiremos porque estamos en el camino correcto. Esto es bueno para
Brasil y estamos convencidos de que es bueno para el mundo”, defendió Luiz
Inácio Lula da Silva en abril de 2008, en Brasilia, en la inauguración de la
etapa ministerial de la trigésima conferencia regional de la Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
La petrolera brasileña Petrobras confirmó en
2007 el descubrimiento de gigantescas reservas de petróleo en el llamado “campo
de pre-sal” (a unos seis kilómetros bajo el suelo marino del Océano Atlántico).
En agosto de 2009, en la ceremonia de lanzamiento del marco regulatorio para la
exploración, Lula da Silva no dudó: “El pre-sal es una dádiva de Dios, es un
pasaporte para el futuro. Vamos a invertir en lo más precioso que tenemos:
nuestros hijos, nuestros nietos”.
José “Pepe” Mujica es de los políticos con
mejor imagen del continente, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015. Férreo
defensor de las plantas de celulosa, su modelo se sostuvo a costa del
extractivismo forestal. “La planta UPM-Botnia (que generó el conflicto con
Argentina) hace las cosas bien, cuida el medio ambiente mejor que Uruguay”,
argumentó Mujica en junio de 2014. Ante la certeza de que la pastera
contaminaba con fósforo el río Uruguay, el presidente autorizó un aumento en la
producción y volvió a defender a la multinacional finlandesa: “El dique de mi
chacra genera más fósforo que Botnia”.
Situaciones similares vivieron con Rafael
Correa y la explotación petrolera en Ecuador, con Evo Morales y la megaminería
y los hidrocarburos en Bolivia. Y con todos los gobiernos de América Latina.
Entre ellos, el accionar del kirchnerismo en Argentina, y su estratégica
alianza con emblemas del extractivismo como Barrick Gold, Monsanto y Chevron,
entre otros.
Dos siglos igual
Desde que llegó Colón hasta hoy la principal
política de América Latina es ser proveedora de materias primas.
Numerosos académicos, activistas y movimientos
sociales han dado testimonio de la directa vinculación entre esa matriz
productiva y la dependencia de los países de Europa Occidental, Estados Unidos
y, más reciente, de China.
“El granero del mundo”, fue bautizada
Argentina por la
llamada Generación del ‘80. En mayo de 2017 en La Rural Mauricio Macri
aseguró: “Queremos dejar de ser el granero del mundo para ser el supermercado
del mundo”. En diciembre de 2017, Eduardo Levy Yeyati, director del Programa
Argentina 2030 (iniciativa del macrismo para “la elaboración de una visión
compartida de la Argentina a la que aspiramos”) celebró el avance transgénico
del agro y aportó una nueva definición: “No somos el granero del mundo: somos
el laboratorio. El agro es un sector ubicado en la frontera mundial de la
innovación, que exporta tecnología y que podría exportar mucho más”.
En 1880 Argentina exportaba cueros de
ganadería, tasajo (carne seca y salada), lana y granos. Todos “productos
primarios”, materias primas. 138 años después, en la actualidad, Argentina es
el tercer exportador mundial de soja transgénica, pilar de la economía desde
hace veinte años. Dos siglos más tarde, seguimos exportando productos
primarios.
Dependencia mental
Hay una larga historia de dependencia material
de las exportaciones de materias primas y también de dependencia mental, o como
le queramos llamar a cuerpos-mentes colonizados que no son capaces de pensar y
actuar de modo diferente al amo. Aquí el amo es el dinero, el imperio y las
reglas de juego del comercio y las relaciones internacionales. Los gobiernos no
tienen el coraje ni el valor como para siquiera intentarlo”, afirma Raúl
Zibechi, periodista e intelectual uruguayo, autor de media docena de libros
sobre luchas territoriales, extractivismo y movimientos sociales.
Zibechi señala en particular a los gobiernos
de Bolivia, Brasil y Uruguay. “El gobierno de Evo Morales habla del salto
industrial, pero sigue profundizando su dependencia de la minería y los
hidrocarburos, como todos los demás gobiernos de la región. El país más
industrializado, Brasil, modificó su matriz exportadora en contra de la
industria para exportar cada vez más soja y mineral de hierro. Ahora Uruguay
exporta ganado en pie, algo que la izquierda siempre rechazó, y fue
precisamente Mujica el que impulsó y justificó eso”.
Una ya clásica mirada desde sectores
progresistas o de izquierda es señalar que el extractivismo es una
“contradicción secundaria” o una etapa para lograr el posterior “desarrollo”.
Zibechi advierte que el extractivismo es la contradicción fundamental y afirma
que quienes mejor lo analizan son los zapatistas cuando lo llaman la “cuarta
guerra mundial”, una guerra del capital contra los pueblos para apropiarse de
los bienes comunes y convertirlos en mercancías. “Es una guerra de despojo
donde las mujeres y los pueblos originarios y afros son las principales
víctimas, que no tienen lugar en en este modelo de muerte”, advierte.
Zibechi afirma que es posible salir del
extractivismo, pero que para ello es necesario un conflicto de “gran
envergadura, permanente y durante un tiempo relativamente extenso, de modo que
se consiga bloquear el modo de acumulación, del mismo modo que un largo proceso
de luchas obreras bloqueó la acumulación por extracción de plusvalía en la industria. En Argentina
ese proceso de luchas comenzó hacia el 17 de octubre de 1945 y se extendió
hasta la oleada de puebladas entre 1969 y 1972, con quince levantamientos
obreros y populares en más de diez ciudades”. El uruguayo califica a las clases
medias urbanas como un “aliado muy potente” del extractivismo.
Pronóstico de
tormenta
El presidente Mauricio Macri dio una
conferencia de prensa el 18 de julio en la que reconoció la crisis económica
(la llamó, una vez más, “tormenta”), defendió el acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional, culpó a la “herencia” del gobierno anterior y ratificó que
seguirá bajando las retenciones a los productores de soja. Lo que menos
remarcaron los medios comerciales fue que el Presidente ratificó la
profundización del perfil de Argentina como proveedor de materias primas:
petróleo, agro y minería.
En aquella conferencia, Macri dijo:
·
“Por suerte entre las cosas que están funcionando positivamente
está la energía. A
la velocidad que está aumentando la producción en Vaca Muerta vamos a ser en
tres años exportadores netos de gas”.
·
“Tal vez en cuatro o cinco años estemos exportando más de medio
millón de barriles de petróleo. Este año trabajan 30.000 familias. El año que
viene serán 80.000 y en un par de años serán medio millón. Es energía para
Argentina y el mundo”.
·
“Tenemos futuro. Con la minería, con la agricultura, con la
producción de energía”.
·
“Las retenciones (impuesto a la exportación) no son un impuesto
inteligente, destruye el futuro. Por eso sacamos las retenciones al campo y a
la minería”.
·
“El camino es apoyar, por ejemplo, que
desde el Norte argentino se provea de litio al mundo entero. Desde Salta,
Jujuy, Catamarca se generan miles de puestos de trabajo y son cada vez más los
proyectos que están comenzando”.
Crecer y reventar
Jenny Luján es parte de la Asamblea por la Vida de Chilecito (La
Rioja) y la Unión de Asambleas Ciudadanas (Regional NOA), desde donde han
reflexionado mucho sobre el extractivismo como un modelo histórico del
continente y que impacta “en los territorios, los cuerpos, las vidas y los
sueños”. Luján no tiene dudas de que los gobiernos latinoamericanos, “ya sean
progresistas o de derecha como el actual de Argentina”, apuestan al mismo
modelo de desarrollo económico “porque todos son socios de las empresas
extractivas, y por eso no permiten que se desarrollen alternativas, porque no
le conviene a sus intereses”. Las asambleas socioambientales rechazan la
minería, el fracking, la deforestación y el agronegocio sin importar el
gobierno que lo impulse porque, dice Luján, “las consecuencias son las mismas
para los territorios afectados”.
Luján recuerda que el extractivismo tiene directa relación con las
políticas seguridad. El último caso, el decreto del presidente Macri de
permitir que las Fuerzas Armadas intervengan en asuntos internos: “Es para
avanzar con el disciplinamiento de los disidentes a las políticas
extractivistas”, dice Luján.
No tiene dudas de que existen alternativas. Y que las mismas pasan
por “poner a la vida en el centro del desarrollo”, con fundamental protagonismo
de los pueblos originarios y campesinos, con una relación más amigable con la
naturaleza, donde el ser humano comprenda que es sólo una especie más de la
naturaleza y no está por encima de ninguna otra especie. “El
desarrollo de un país no puede pasar sólo por el crecimiento económico. El
extractivismo es producto del positivismo, que nos pone a los seres humanos
como centro y en condiciones de dominación a la naturaleza. Ese es
un error fundamental”, afirma Luján.
Otras organizaciones de base que desde hace años cuestionan y
reflexionan sobre el rol extractivo-colonial de los países de América son la
Conaie (Conferación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador), la Red de Comunidades
Afectadas por la Minería (México) y el Movimiento Contra las Represas en
Mesoamérica.
Las nuevas colonias
Horacio Machado Aráoz es autor de Potosí,
el origen. Genealogía de la minería contemporánea, donde traza el
vínculo del extractivismo desde la llamada “Conquista de América” hasta Minera
Alumbrera en la Catamarca actual. Dice: “Ser proveedores de materias primas obedece a un
patrón de división internacional del trabajo heredado de la época colonial. El
extractivismo es un rasgo estructural del capitalismo como sistema de
acumulación mundial. Para que se produzca esa acumulación es necesario que haya
zonas de sacrificio, coloniales, que provean los subsidios ecológicos de ese
consumo desigual del mundo”, explica.
Machado Aráoz es muy respetado por los movimientos sociales de
América Latina, más conocido en el exterior que en Argentina. Como investigador
del Conicet también es parte de las asambleas de catamarqueños contra la
minería y de la
organización Sumaj Kawsay (“buen vivir”). “No hay capitalismo
sin extractivismo. Y el capitalismo implica la reafirmación de una estructura
colonial de la economía mundial”, resume.
Machado es muy crítico de cómo los gobiernos de izquierda o
progresistas hicieron eje en el extractivismo. “Es inentendible que en el siglo
21 gobiernos que dicen que querían un cambio progresista insistieron sobre la
base de un modelo ya fallido, muy conocido y muy debatido en América Latina,
con consecuencias económicas, políticas, sociales y que consolida la
dependencia”, destaca. Y agrega: “Un gran aprendizaje de ese período debiera
ser que como países herederos de un régimen colonial, que prolongamos y
profundizamos, no podemos aspirar a un modelo de desarrollo igual o equivalente
al de los países industrializados. Debiéramos aspirar a otro modelo de
desarrollo, basado en otro tipo de matriz de producción y de consumo”.
Otros relatos
Machado Aráoz, que es director del doctorado en Ciencias Humanas
de la Universidad de Catamarca, cuestiona también que sectores de izquierda
crean que el extractivismo es una “contradicción secundaria” o que se trata de
un mal necesario para llegar a un posterior desarrollo. “Es la posición de lo
que llamamos la izquierda oficialista, los intelectuales y políticos que siguen
incondicionalmente a los gobiernos progresistas, Álvaro García Linera, Atilio
Borón y Emir Sader, los más difundidos. Es una posición totalmente equívoca,
que reproduce viejos errores de la izquierda ortodoxa del siglo pasado, delata
una ceguera epistémica que estos sectores de izquierda tienen respecto a la
naturaleza, aunque muchos han revestido su discurso de verde, al igual que el
capitalismo”.
En muchos escritos sobre el tema, Machado Aráoz explica que
sectores de izquierda siguen sin entender que el capitalismo no es solo la
depredación de la fuerza de trabajo, sino que produce la depredación de las
fuentes de vida, la naturaleza, de las cuales el trabajo es un aspecto más. “La
vieja izquierda es una izquierda productivista, piensa en los términos del
capitalismo respecto al desarrollo tecnológico, tiene fe ciega en la expansión
de las fuerzas productivas, creen en un horizonte de crecimiento infinitivo.
Esto, que podría ser perdonable para Marx o Engels, en el Siglo XIX, es
incomprensible en los tiempos actuales”.
Horacio Machado Aráoz agrega que el extractivismo, impulsado por
gobiernos de izquierda y progresistas, tiene un importante sesgo racista, que
parte de la base de un patrón productivista, de crecimiento infinito, y con un
prometido desarrollo de base urbana, con trabajadores industriales. Para él,
amplios sectores siguen pensando que los pueblos originarios y campesinos no
son sujetos históricos portadores de alternativas. “Buena parte de los sectores
de izquierda, a pesar de la retórica que se dice respetuosa de los pueblos indígenas,
los siguen viendo como sujetos anacrónicos, los siguen pensando como minorías
que hay que mantener en determinados reductos territoriales pero no se los
piensa como sujetos políticos capaces de proveernos de soluciones para el
futuro”, remarca.
Aclara que existieron teóricos y gobiernos que propusieron un
modelo distinto para la región entre las décadas del 40, 50 y 60 del siglo
pasado, muchos de ellos inspirados en la llamada “escuela de la Cepal”
(Comisión Económica para América Latina y el Caribe, organismo de Naciones
Unidas), donde el economista Raúl Prebisch fue uno de los referentes.
La teoría social crítica latinoamericana nace con cuestionamientos
por las consecuencias de este modelo primario exportador. Machado Áraoz dice:
“Desde hace más de medio siglo se sabe que ese modelo no es una alternativa
válida para el desarrollo. Esa matriz extractiva tiene consecuencias en materia
de clase social, genera una distribución del ingreso que tiende a la
polarización social, consolida a las élites y conlleva escasa redistribución”.
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