La crisis argentina,
una visión de largo plazo (3)
17 de diciembre de 2018
Rolando
Astarita
Crisis fiscal crónica y deuda pública
La debilidad de
la acumulación capitalista también sería la causa última del creciente
endeudamiento del Estado, y de la crisis fiscal crónica. En este respecto, la
primera cuestión a subrayar es la imposibilidad de sostener indefinidamente la
demanda mediante gasto fiscal, como pretende el llamado keynesianismo bastardo.
Por supuesto, en determinadas coyunturas recesivas una inyección de gasto
fiscal puede funcionar como un disparador de la recuperación económica. Pero
ello está condicionado a que los capitalistas respondan al estímulo de la
demanda reinvirtiendo sus ingresos, y ganancias, en el circuito de valorización
del capital. Si ello no ocurre, habrá crecido el déficit fiscal y continuado la recesión. Pero a su
vez, si el presupuesto es deficitario, hay que cubrirlo, sea tomando deuda, o
con emisión monetaria. En el primer caso, aumenta el stock de deuda, lo
cual puede poner presión sobre la tasa de interés. Es lo que ocurrió en
Argentina con el intento del gobierno de Macri de sostener la demanda, en 2016
y 2017, mediante gasto estatal, tomando deuda. Con el agregado de que buena
parte de esa deuda el Tesoro la tomó en dólares, lo que contribuyó a la
apreciación del tipo de cambio, y este al crecimiento del déficit de cuenta
corriente. De manera que cuando estalló la crisis cambiaria –fuga de capitales,
aumento del precio del dólar- el peso de los servicios de la deuda aumentó
considerablemente.
En el segundo caso
–cubrir el déficit con emisión-, se incrementan las presiones inflacionarias, y
se deteriora el activo del Banco Central, lo cual incentiva la compra de
dólares como medio de atesoramiento. Es lo que ocurrió en el segundo gobierno
de Cristina Kirchner. Lo cual explica que, dado el creciente deterioro del
activo del Banco Central, el segundo gobierno de Cristina Kirchner (2011-2015)
comenzara, paulatinamente, a tomar deuda. Por eso, mientras que en 2011 el
stock de deuda pública del gobierno central era 197.000 millones de dólares, a
fines de 2015 ascendió a 240.665 millones de dólares. Un incremento del 22%. En
términos del PBI la deuda del gobierno central pasó del 38,9$ al 52,6%; de ese
total, la nominada en moneda extranjera subió, siempre en el mismo período, del
12% del PBI al 13,9% (Ministerio de Hacienda). Como veremos más abajo, el
gobierno de Macri aceleraría, entre 2016 y 2018, el ritmo de endeudamiento.
La dinámica de las crisis
Típicamente, en las últimas décadas los gobiernos han recurrido al
anclaje (el caso más notorio, la Convertibilidad), o retraso del tipo de
cambio, como medio de frenar la alta inflación. Para ello, con frecuencia
apelan a la entrada de inversiones de cartera que, atraídas por los altos
rendimientos, financian los déficits de cuenta corriente y fiscal. La
apreciación de la moneda, a su vez, da lugar a una cierta mejora de las condiciones
de vida de la población, aunque a costa del empeoramiento de la situación
externa. Así, se llega a un punto en que los inversores consideran peligrosos
los niveles de déficit –en especial, el de cuenta corriente- y se dispara la
salida de capitales. Es lo que se conoce como sudden
stop. La reversión desde el tipo de cambio real bajo al tipo de
cambio alto se produce entonces por medio de una violenta devaluación de la
moneda, y la crisis.
La suba del tipo de
cambio, a su vez, empuja la suba de precios, con la consiguiente caída de los
salarios reales, del consumo y la inversión. Ante la crisis e incertidumbre, crece
el atesoramiento, que se realiza en dólares, o alguna otra divisa fuerte; lo
que pone más presión en el tipo de cambio, profundizando la crisis. Además ,
para detener la sangría de reservas, el gobierno sube la tasa de interés,
lo cual estrangula el crédito, deprime aún más la demanda, y profundiza el
déficit fiscal y el cuasi fiscal (este último es el déficit del Banco Central).
Para hacer frente al crecimiento del déficit, por lo general se recurre al
recorte del gasto fiscal –obra pública, salarios y pensiones, salud, educación-
lo que agrava los padecimientos de la población y profundiza la caída de la demanda. Agreguemos
que en situaciones extremas, la crisis cambiaria se combina con la crisis
financiera: los bancos no pueden recuperar los préstamos otorgados, se
descapitalizan y sufren salida de depósitos.
En este marco, un
escenario que ha sido frecuente en Argentina es el crecimiento en espiral del
tipo de cambio, los precios y salarios. Ello ocurre cuando, frente a la
depreciación del peso y la suba de precios, los sindicatos logran recuperar
algo del terreno perdido por los salarios. Si a esta recuperación las
patronales le responden con nuevos aumentos de precios, y estos llevan a nuevas
desvalorizaciones del peso, se entra en altísima inflación (o hiperinflación:
subas de precios del 50%, o más, por mes). El resultado final es una caída
profunda de los salarios reales. Un caso histórico ilustra hasta dónde puede
llegar esta dinámica: en el período de febrero a agosto de 1989 el tipo de
cambio aumentó 3639,7%; el costo de vida 2576,9%; pero los salarios nominales
aumentaron 1772,2%. O sea, la caída del salario real fue del 30%.
Pero además, en un
régimen de alta inflación –o incluso hiperinflación- la ley económica
reguladora del mercado –la comparación de los tiempos de trabajo- deja de
operar, y la moneda nacional es reemplazada por el dólar como medida de valor,
medio de pago (para contratos importantes), medio de atesoramiento y, en el
extremo, incluso como medio de cambio. Un panorama de este tipo es el que
generó el consenso para una salida “dura”, de restablecimiento del poder del
dinero, vía la
Convertibilidad. Algunas propuestas que se escucharon este
año, de renunciar al peso y adoptar el dólar, tienen esta misma lógica.
Por otra parte, cuando
el capital comienza a estabilizar la situación, se generan las condiciones para
la vuelta al crecimiento. Es que la desvalorización masiva de los activos
induce a los capitales a reentrar en la economía. Los
salarios depreciados en términos del dólar hacen más rentable las
exportaciones, y el tipo de cambio alto alienta la sustitución de
importaciones. Luego, a medida que avanza la recuperación, los salarios
mejoran, lo que incide positivamente en la demanda. De la misma
manera, se concretan consumos en bienes durables de las clases medias, que
habían sido postergados por la
crisis. Así la economía se recupera… hasta la siguiente
crisis.
Tasa de ganancia, variaciones de tipo de cambio y crecimiento
desestructurado
Indudablemente,
la tasa de ganancia es un factor clave en la decisión de los capitalistas de
invertir. Pero las tasas de ganancia de los sectores que producen bienes
transables (BT), o no transables (BNT), son fuertemente afectadas por el tipo
de cambio y sus variaciones. Es que el tipo de cambio influye directamente en
el costo del capital fijo (equipos, tecnología) y de los insumos intermedios;
así como en el costo salarial medido en la moneda internacional. Más en
general, y dada la influencia en los precios relativos, una suba (baja) del
tipo de cambio real aumenta (baja) la tasa de ganancia de los sectores
productores de BT y baja (aumenta) la tasa de ganancia de los sectores productores
de BNT. Además, el tipo de cambio real alto tenderá a traducirse en un aumento
de la renta agraria. De ahí la ilusión de que con tipo de cambio real alto
sería posible superar las barreras del atraso y la falta productividad.
Sin embargo, un tipo de
cambio real alto aumenta los costos de importación de tecnología y equipos, lo
que incide negativamente en la rentabilidad de los sectores que dependen de
esas importaciones. Por eso, en períodos de tipo de cambio real alto, el
crecimiento tiene un sesgo “trabajo intensivo” (o lo que los marxistas llamamos
acumulación extensiva, con escaso aumento de la relación capital constante /
trabajo). A su vez, un tipo de cambio real bajo tiende a favorecer a las
empresas productoras de BNT, y puede ayudar a alguna renovación tecnológica.
Pero en la medida en que se mantiene el atraso relativo global de la economía,
se hace insostenible en el mediano plazo, y la situación termina en las crisis
cambiarias.
Todo
esto explica entonces que las tasas de rentabilidad entre los sectores tengan
pronunciadas variaciones relativas, lo que a su vez incide en las inversiones.
De ahí los ciclos de crecimiento profundamente desiguales entre sectores y el
crecimiento en extremo desarticulado. O sea, si bien no hay estancamiento permanente
(como pretende alguna crítica de izquierda demasiado simplista), hay desarrollo desigual y deformado de las fuerzas productivas, con
procesos convulsos –potenciados por la especulación financiera y monetaria-,
retroalimentación de los desequilibrios, reversiones bruscas y agudas
contradicciones.
La presente crisis: lógica similar a las crisis precedentes
Entre 2015 y 2018
hemos asistido, una vez más, a la secuencia de baja inversión –
fuga de capitales financiada con entrada de capitales especulativos y
aumento de la deuda externa – apreciación del tipo de cambio – altísimo
déficit de cuentas corriente – elevado déficit fiscal – reversión brusca de los
capitales y estallido de la crisis, con profunda devaluación, alza de precios,
caída de salarios y recesión.
Entre enero de 2016 y
agosto de 2018 la acumulación de activos externos en billetes, por parte de
residentes en Argentina, fue de 46.133 millones de dólares (BCRA, Mercado de
Cambios). Si además se tienen en cuenta las inversiones directas de residentes
(sector privado no financiero) en el exterior y otras inversiones, el acumulado
de formación de activos en el exterior fue de 54.916 millones de dólares. Dado
que el PBI actual (segundo trimestre de 2018) es de unos 430.000 millones de
dólares, la fuga de capitales bajo el gobierno Cambiemos equivale a,
aproximadamente, el 13% del producto.
A su vez, el déficit agregado de cuenta corriente entre 2016 y
junio de 2018 fue de 63.872 millones de dólares (INDEC; también para lo que
sigue). O sea, entre fugas de capitales y déficit de cuenta corriente
sumaron 118.788
millones de dólares. Pero además, el déficit de cuenta corriente en
2017 alcanzó 31.324 millones, equivalente al 5% del PBI /y el déficit comercial
llegó a 8500 millones de dólares). Con esos niveles de números en rojo, el
nivel del tipo de cambio de fines de 2017 (véase gráfica 3) era insostenible.
Por otra parte, la
inversión extranjera directa acumulada, en el período 2016- agosto 2018, fue de
solo 16.405 millones de dólares; muy lejos de las expectativas del gobierno de
Cambiemos cuando asumió. Más en general, y como puede verse en el gráfico 4
(parte 2 de la nota), la inversión se mantuvo débil: cayó en 2016 y repuntó en
2017, pero dentro de los bajos patrones históricos (20,5% del PBI).
Sin embargo, la
inversión de cartera fue, también en el período 2016-agosto de 2018, de
81.466 millones de dólares. Esto es, cinco veces superior a la inversión
extranjera directa. Y una parte sustancial de esa inversión de cartera
correspondió a acumulación de deuda externa. Esta pasó de 167.412 millones de
dólares en diciembre de 2015,
a 261.483 millones en junio de 2018. Un incremento del
56% en dos años y medio. El déficit del sector público, en 2017, contando los
pagos de intereses, fue del orden del 7,1% del PBI. Ese déficit se financió con
deuda. El resultado es que la deuda del gobierno nacional, al segundo trimestre
de 2018, es de 327.167 millones de dólares (y estaría en unos 330.000 millones
en el tercer trimestre). En 2015 era de 154.270 millones de dólares, de manera
que en dos años y medio creció un 36% (Ministerio de Hacienda).
Todo
indica entonces que la recuperación del PBI de 2017 se sustentó en déficits y
endeudamiento crecientes. Por eso, en una nota del 29 de marzo de este año (o
sea, antes del estallido de la crisis), y comentando los resultados de 2017,
escribimos: “Es indudable que se ha producido una cierta recuperación de la
economía, pero la misma está asentada en déficits y endeudamiento crecientes
que, a mediano plazo, son insostenibles. La entrada de capitales especulativos
ha sido importante para sostener el esquema. En este respecto, se sabe cómo
suele terminar esta historia: llega un punto en que comienza la salida
precipitada de los fondos especulativos (en una situación de fragilidad
económica el disparador puede ser cualquier elemento que los inversores
consideren negativo), con las consecuencias de violentas devaluaciones
cambiarias y profundas crisis financieras” (aquí).
Más deuda externa, más explotación
Una de las
consecuencias más gravosas de lo ocurrido en los últimos años es el acelerado
crecimiento del peso de la deuda externa sobre el conjunto de la economía. Es que dada la suba del dólar, y el alto endeudamiento, el
ratio deuda / PBI (con un dólar a $37) ronda el 80% (en diciembre de 2015 era
52%; y todavía en el primer trimestre de 2018 era el 59,3%). Los vencimientos
de los intereses en 2019 son por 14.326 millones de dólares, lo que representa
el 3,2% del PBI. De ese monto, 9006 millones son en moneda extranjera (datos
Ministerio de Finanzas).
Todo parece apuntar a
lo mismo: empeoramiento de las condiciones salariales y laborales de la clase
trabajadora. Seguramente, la deuda empujará al capital y al gobierno a acentuar
la presión sobre el trabajo. Esto en el marco de que la devaluación y la suba
acelerada de los precios significan una
gigantesca transferencia de riqueza (valor) desde el trabajo al capital. Además, con el aumento del desempleo, los capitalistas y el
gobierno presionan y exigen rediscutir leyes y condiciones laborales. Se trata
de la lógica más profunda de todo capital frente a la crisis, sea grande o
pequeño, nacional o extranjero, industrialista o agrario. Y es la vía por la
cual la clase dominante procurará cumplir con los acreedores y recomponer las
condiciones de la acumulación… hasta la próxima crisis.
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