La extrema derecha en Brasil: aprendiendo y
desaprendiendo desde la izquierda
9 de noviembre de 2018
Por Alberto Acosta y Eduardo Gudynas
Cual círculos concéntricos se
difunden en América Latina los impactos de la victoria de Jair Bolsonaro en
Brasil. Colombia no es la
excepción. Más allá de que en este país han prevalecido los
gobiernos conservadores, el triunfo de una derecha extrema en Brasil debe ser
analizado. Las izquierdas del continente están conminadas a aprender de lo que
allí sucedió.
Los agrupamientos políticos
que apuestan por cambios, y que lograron sustantivos crecimientos electorales
en Colombia, enfrentan el desafío de no repetir las contradicciones observadas
en Brasil. Esto también es indispensable para los movimientos ciudadanos que
siguen enfrentando estrategias como las extractivistas, ya que un estilo
político como el propuesto por Bolsonaro sólo augura una acentuación de la violencia. No puede
obviarse que Brasil, por ejemplo, lidera los indicadores mundiales en
asesinatos de defensores de la tierra, pero Colombia le sigue en tercer lugar
(57 en el primer caso y 24 en el segundo, según Global Witness) (1).
En este texto presentamos
algunas reflexiones preliminares a partir de lo sucedido en Brasil. No
pretendemos ofrecer un análisis detallado de su política interna, sino que
nuestro propósito es otro: rescatar algunos aprendizajes de lo que allí
sucedió, útiles para una izquierda que está ubicada en los demás países (y por
ello aquí intercalamos algunas apreciaciones enfocadas en Colombia). No
repetiremos la nutrida información circulante en estos días ni apelaremos a
análisis simplistas, tales como achacar toda la culpa sea a la derecha o al
progresismo. Compartimos este ejercicio desde una perspectiva de izquierda, con
el propósito de alentar su renovación y de evitar que otros Bolsonaro se
instalen en los países vecinos.
Progresismos e izquierdas: son
diferentes
En todo el continente, los
agrupamientos políticos conservadores realizan un activo entrevero de hechos
para desacreditar las opciones de cambio hacia la izquierda. Se
mezclan las severas crisis de Venezuela y Nicaragua con la caída del Partido de
los Trabajadores (PT) en Brasil, para insistir en que las opciones de cambio
hacia la izquierda son imposibles, fatalmente están teñidas por la corrupción,
y así sucesivamente. Pero justamente la crisis brasileña muestra la necesidad
de insistir en las diferencias entre progresismos e izquierdas.
Es
que muchos de los problemas observados en Brasil resultan, como se verá más
adelante, de programas y una gestión de gobierno del PT y sus aliados donde
poco a poco olvidaron sus metas iniciales de izquierda para transformarse
paulatinamente en progresismos. Esto nunca lo ocultaron, sino que hicieron de
ello uno de sus atributos.Por lo tanto, una primera lección a tener en cuenta
es que la distinción entre izquierdas y progresismos sigue siendo clave (2).
Humildad para entender los
humores del pueblo
El Partido de los
Trabajadores y el liderazgo de Lula da Silva fue repetidamente presentado como
ejemplo de viraje exitoso hacia las llamadas “nuevas izquierdas” en toda
América Latina y a nivel mundial, lo que es comprensible al haber ganado cuatro
elecciones consecutivas. No fueron pocos los grupos políticos que en distintas
naciones lo tomaron como inspiración. Es más, se insistía en que el “pueblo” en
su mayoría había adherido a la izquierda y eso explicaba victorias electorales
como las de DilmaRousseff.
Sin embargo, en un proceso
relativamente veloz, incluyendo los abusos de la oposición de las disposiciones
jurídicas, el PT perdió el control del gobierno, Rousseff fue removida de su
cargo, y se terminó eligiendo presidente a un político poco conocido y de
derecha: Temer, quien había sido vicepresidente de la misma Rousseff. Los
escándalos de corrupción no cedieron, y Lula da Silva terminó encarcelado.
Esas y otras circunstancias
desembocaron en un cambio político extremo. No sólo triunfó Bolsanaro, sino que
se hizo evidente que la sociedad brasileña es mucho más conservadora de lo
pensado. Aquel mismo “pueblo” que años atrás apoyaba al PT, en unos casos lo
rechazaba intensamente, y en otros, festejó a un candidato prolífico en
discursos de tono fascista.
Estamos
aquí ante una otra lección que impone precaución en usar categorías como
“pueblo”, y que nos demanda humildad en aseverar cuáles son los pensamientos o
sensibilidades prevalecientes. Quedan en evidencia las limitaciones de un
“triunfalismo facilista” ante una sociedad que no era tan izquierdista como
parecía y un conservadurismo que estaba mucho más extendido de lo que se
suponía. Esta es una cuestión de mucho cuidado viendo cómo avanzan las
creencias en una prosperidad que supuestamente descansa en el individualismo,
el consumismo, y que entienden como normal y hasta necesaria la existencia de
profundas diferencias sociales, y aceptan la violencia.
Derechas sin disimulos y
progresismos disimulando ser izquierda
Seguidamente queda en
evidencia otro aprendizaje: los riesgos de un programa que se recuesta sobre
sectores y prácticas conservadoras para poder ganar la próxima elección. Una
postura que asume que primero se debe “ganar” la elección presidencial, y que
una vez en el palacio de gobierno se podrá “cambiar” al Estado y la sociedad. Esto se
ejemplifica en Brasil con acciones que van desde la adhesión a un orden
financiero (en la muy conocida “Carta al Pueblo Brasileño” firmada por Lula en
plena campaña electoral) hasta su articulación política con el PMDB (Partido
Movimiento Democrático Brasileño) de centro-derecha para lograr gobernabilidad.
Le siguieron otras concesiones clave en las estrategias de desarrollo, cerrando
la puerta a transformaciones estructurales del aparato productivo y así
repitiendo el estilo primario exportadora (3). Este es justamente uno de los
aspectos que sirven para caracterizarlos como progresistas y diferenciarlos con
las izquierdas.
Se
cae en una situación donde el progresismo una y otra vez intenta disimular que
es una izquierda, mientras que la nueva derecha nada disimula ni oculta.
Bolsonaro critica abiertamente a negros o indígenas, es homofóbico y misógino,
ironiza con fusilar a militantes de izquierda, defiende la tortura y la
dictadura, y apuesta a reformas económicas regresivas. Es ese tipo de discurso
el que es apoyado por una proporción significativa de la sociedad brasileña.
Desarrollo nada nuevo sino
senil
La necesidad de distinguir
entre progresismos e izquierda también queda en evidencia al analizar las
estrategias sobre desarrollo seguidas por el PT. El camino de esos gobiernos,
el “nuevo desarrollismo”, descansó otra vez en las exportaciones de materias
primas. Para lograrlo se ampliaron las fronteras extractivistas y la captación
de inversión extranjera, alejándose así de muchos reclamos de la izquierda.
De ese modo Brasil devino en
el mayor extractivista del continente, tanto minero como agropecuario (por
ejemplo, el volumen de comercialización sumados hasta triplicó al de todos los
demás países sudamericanos mineros). Esto sólo es posible aceptando una inserción
subordinada en el comercio global y una acción limitada del Estado en algunos
sectores como el industrial, justamente al contrario de las aspiraciones de la
izquierda de sacar a nuestros países de esa dependencia.
La esencia de esa estrategia
de desarrollo no es diferente a la que siguió, por ejemplo, la administración Santos
en Colombia. Sin duda hay diferencias, en especial por una mayor presencia
estatal en Brasil, evidente en enormes empresas como Petrobras (hidrocarburos)
o Vale (minería) que son en parte estatales o estaban controladas y financiadas
por el gobierno. Pero persistió el componente extractivista y primario
exportador, que vienen de la mano de procesos desindsutrializantes y que obliga
a prácticas de imposición territorial y control de movimientos sociales.
Las limitaciones de esas
estrategias se disimularon en Brasil con los jugosos excedentes de la fase de
altos precios de las materias primas. Aunque se publicitó la asistencia social,
el grueso de la bonanza se centró en otras áreas, tales como el consumismo
popular, subsidios y asistencias a sectores extractivos o el apoyo a algunas
grandes corporaciones (las llamadas campeões nacionales).
Esto explica que el “nuevo
desarrollismo” fuese apoyado tanto por trabajadores, que disfrutaban de
créditos accesibles, como por la elite empresarial que conseguía dinero estatal
para internacionalizarse. Lula da Silva era aplaudido, por razones distintas,
tanto en barrios pobres como en el Foro Económico de Davos.
El PT contribuyó
sustantivamente a la defensa cultural de esas estrategias, y por ello en Brasil
no ocurrieron debates como los que se escucharon en Colombia con“petróleo
versus aguacates” (o sea, comenzar a pensar alternativas para el futuro
inminente del agotamiento de los hidrocarburos). Por lo tanto, aquí se
encuentra un flanco que una renovación de izquierda en Colombia debería
considerar, promoviendo desde ya las reflexiones sobre cómo salir de los
extractivismos.
La
caída de los precios internacionales de las materias primas dejó en claro que
las ayudas mensuales otorgadas en Brasil a los sectores marginados sin duda
eran importantes, pero no sacaban realmente a la gente de la pobreza, ni
resolvía la excesiva concentración de la riqueza, ni impedía que mucho dinero
se perdiera en redes de corrupción.
La izquierda debe aprender de
esa incapacidad de los progresismos para transformar la esencia de sus
estrategias de desarrollo. Se profundizó la dependencia de las materias primas,
con China como nuevo referente, con graves efectos en la desindustrialización y
fragilidad económica y financiera. El “nuevo desarrollismo” que quiso construir
el progresismo no es “nuevo”, y en verdad es tan viejo como las colonias, pues
en aquel entonces arrancó el extractivismo.
La lección para las izquierdas
en el resto del continente es que la reflexión sobre las alternativas al
desarrollo sigue siendo clave. Se podrá tener un discurso radical, pero si las
prácticas de desarrollo repiten los conocidos estilos, se quiera o no, eso
desemboca en políticas públicas convencionales, y es esa convencionalidad otro
componente que apartó a los progresismos de las izquierdas.
Clientelismo versus justicia
social
El PT aprovechó distintas
circunstancias logrando reducir la pobreza, junto a otras mejoras (como
incrementos en el salario mínimo, formalización del empleo, salud, etc.), todo
lo cual debe ser aplaudido (4). Por medio de políticas sociales se puede paliar
la pobreza, pero cuando prevalece el clientelismo eso se vuelve acotado. No se
consigue construir ciudadanías sólidas que reclamen desde los derechos, lo que
va mucho más allá de un bono mensual en dinero. El consumismo se acentúo,
confundiéndolo con mejoras en la calidad de vida. La bancarización y el crédito
explotaron (el crédito privado trepó del 22% del PBI en 2001 al 60% en 2017).
De este modo prevaleció el asistencialismo y se reforzó la mercantilización de
la sociedad y la Naturaleza.
No se quiso entender que esas
estrategias obligaban a usar ciertos instrumentos económicos, sociales y
políticos nada neutros, y más bien contrarios de buena parte de la esencia de
izquierda. Como resultado, se generaron condiciones para el retorno de la
derecha dejándo servido un Estado y normas que lo harán todavía más fácil.
Además, la fragilidad del
“nuevo desarrollo” lleva a que los progresismos no puedan resolver sus crisis
desde una perspectiva de izquierda y deriven hacia políticas públicas más
conservadoras. El PT erosionó la calidad política y aplicó, por ejemplo,
flexibilizaciones ambientales y laborales para atraer a inversores.
Paradojalmente, esos cambios en Brasil antecedieron, por ejemplo, a las
“licencias ambientales express” de Colombia.
En el campo de la justicia
social se priorizaron instrumentos de redistribución económica, mientras que
los derechos ciudadanos y de las diversas comunidades, sobre todo indígenas,
seguían siendo frágiles. No se puede marginar en este breve análisis la brutal
militarización de la política gubernamental para intentar frenar la
delincuencia común, sobre todo en las grandes urbes de ese país: acción que
provocó una creciente ola de violencia e inseguridad.
Bajo estas y otras dinámicas,
el énfasis en ayudas y compensaciones económicas acentuó la mercantilización de
la sociedad y la
Naturaleza. Con ello, el progresismo olvidó aquel principio
de la izquierda de desmercantilizar la vida, justamente una de sus reacciones
contra el neoliberalismo prevaleciente desde el siglo pasado. Esa meta sigue
totalmente vigente en Colombia, donde el actual gobierno Duque expresa una
perspectiva neoliberal.
La insistencia del
progresismo brasileño en el crecimiento económico como fundamento del
desarrollo reforzó un mito que ahora aprovechó Bolsonaro, presentándose como el
mejor mediador para alcanzar esa meta. Lo mismo ocurre en Colombia y otros países,
donde los gobiernos insisten en el crecimiento económico como la gran meta a
perseguir. En cambio, la crítica de izquierda debe, en el siglo XXI, poner ese
reduccionismo en discusión.
Las
izquierdas no deberían entramparse en esos reduccionismos. Es hora de aceptar
que la justicia social es mucho más que la redistribución, así como que la
calidad de vida es también más que el crecimiento económico. La criminalización
de los movimientos ciudadanos y sociales no puede ser tolerada por una
renovación de la
izquierda. Estos y otros aspectos apuntan a entender que una
verdadera izquierda debe promover y fortalecer el marco de los derechos humanos
en todo momento y en todo lugar, más aún desde el gobierno, aún si ello le
significa perder una elección, ya que es su única garantía no sólo de su
esencia democrática sino de retornar al gobierno.
Ruralidades conservadoras
Las cuestiones alrededor de
las ruralidades y el desarrollo agrícola, ganadero y forestal, también están
repletas de lecciones a considerar. Bolsonaro llega a la presidencia apoyado
entre otros por un ruralismo ultraconservador que festeja sus discursos contra
los indígenas, los campesinos y los sin tierra, y que reclama el uso de las
armas y la
violencia. Podría argumentarse que apunta a ideas y prácticas
como las que ya ocurren en muchas zonas de Colombia, donde está muy instalada
esa problemática.
Bolsonaro se apoya en la
llamada “bancada ruralista”, un sector que ya había llegado al parlamento con
el progresismo, en tanto Dilma Rousseff colocó a una de sus líderes en su
gabinete (Kátia Abreu). Este ejemplo debe alertar a la izquierda, pues
distintos actores conservadores y ultraconservadores se aprovechan de los
progresismos para enquistarse en esos gobiernos.
Paralelamente, el progresismo
fue incapaz de promover una real reforma agraria o en transformar la esencia
del desarrollo agropecuario brasileño. Recordemos que bajo el primer gobierno
de Lula da Silva se difundió la soja transgénica y se multiplicaron los
monocultivos y la agroindustria de exportación, y no se apoyó de la misma
manera a los pequeños y medianos agricultores. Otras administraciones
progresistas, en especial las de Argentina, Ecuador y Uruguay, apostaron al
mismo tipo de política agropecuaria.
Todos estos son temas
sensibles en Colombia, y si bien esquivarlos podría mejorar algunas chances
electorales, una real izquierda no tendrá más remedio que abordarlos. El caso
brasileño muestra las consecuencias en no explorar alternativas para el mundo
rural, insistiendo en el simplismo de apoyar los monocultivos de exportación,
sostener al empresariado del campo, y si hay dinero, distribuir asistencias
financieras al campesinado.
Las izquierdas, en cambio,
deben innovar en propuestas por una nueva ruralidad, abordando en serio no solo
la tenencia de la tierra, sino los usos que de ella se hacen, el papel de
proveedores de alimentos no sólo para el comercio global sino sobre todo para
el propio país. Las izquierdas deben, inclusive, dar un salto fundamental como
es entender el territorio como espacio de vida y no simplemente como un factor
de producción.
Radicalizar la democracia
La debacle política brasileña
también confirma la enorme importancia de una radicalización de la democracia,
una de las metas del empuje de izquierda de años atrás y que precisamente el
progresismo abandonó. Aquella incluía, por ejemplo, hacer efectiva la
participación ciudadana en la política y mejorar la institucionalidad
partidaria. Sin embargo, el PT de Brasil concentró cada vez más el poder en el
gobierno federal, tuvo un desempeño confuso y hasta perverso: en unos casos
volvieron a usar los sobornos a los legisladores (recordemos el primer gobierno
de Lula da Silva con el mensalão); persistió el verticalismo partidario (por
ejemplo, con Lula eligiendo a su “sucesora”); poco a poco se desmontaron
experimentos vigorosos (como los presupuestos participativos); y se usaron las
obras públicas en una enorme red de corrupción al servicio de los partidos
políticos. El caudillismo partidario se repitió en otros progresismos (como en
Ecuador, donde Rafael Correa eligió a su sucesor, o en Argentina donde lo mismo
hizo Cristina F. de Kirchner).
Es evidente que una
renovación de las izquierdas necesita aprender de esa dinámica, y no puede
renunciar a democratizar tanto la sociedad como sus propias estructuras y
prácticas partidarias. Si no lo hace, solo facilita el surgimiento de
oportunistas. Las estructuras políticas de izquierda deben, de una vez por
todas, ser dignas representantes de sus bases y no meros trampolines desde los
que ascienden figuras individuales, con claros rasgos caudillescos.
Otra lección surge de
comprender que la obsesión electoralista lleva a prácticas que impiden esa
democratización. En efecto, el “miedo a perder la próxima elección” hace que el
núcleo gobernante (tanto sus políticos como tecnócratas) se abroquelen,
rechacen los reclamos de cambio y apertura, y se inmovilicen. Un temor de ese
tipo se evidencia en el progresismo boliviano con su intento de imponer una
nueva reelección de dudosa legalidad. Un extremo que en parte se debe a la
incapacidad de fortalecer al propio partido político cobijando sucesores y
renovaciones, lo cual es otra muestra de debilidad democrática.
Un reto aún mayor para las
izquierdas, sobre todo luego de las experiencias progresistas, es reconocer el
papel político de los pueblos indígenas en una democratización real.
Renovación de las izquierdas
El triunfo de la extrema
derecha en Brasil debe ser denunciado y enfrentado en ese país, como también
deben fortalecerse las barreras que impidan otro tanto en los países vecinos.
El caso brasileño además muestra que debe analizarse lo realizado por los
gobiernos del PT, por sus aspectos positivos, por su duración (recordemos otra
vez que ganaron cuatro elecciones), pero también por sus contradicciones. Las
alertas sobre la deriva de ese partido y algunos aliados hacia un progresismo
que se alejaba de la izquierda fueron desoídas.
Cuestionamientos sobre temas
fundamentales como los impactos del “nuevo desarrollismo” primarizado fueron no
sólo desatendidos, sino que además activamente se combatieron los debates y se
marginaron los ensayos que buscaban las alternativas al desarrollo. Persistían
problemas como el debilitamiento en la cobertura de derechos, la violencia en
el campo y las ciudades, el maltrato de los pueblos indígenas, y todo tipo de
impactos ambientales. Pero distintos actores, tanto dentro de esos países como
desde el exterior, aplaudían complacientes incapaces de escuchar las voces de
alarma con el pretexto perverso de no hacerle el juego a la derecha.
A pesar de todo, en Brasil
como en el resto del continente, se encuentran múltiples resistencias y
alternativas que se construyen cotidianamente, especialmente desde espacios
comunitarios. Ellas ofrecen inspiraciones para una recuperación de la
izquierda, desde la crítica al desarrollismo, los empeños para abandonar la
dependencia extractivista o los esfuerzos para salvaguardar los derechos
ciudadanos. Allí están los insumos para una nueva izquierda comprometida con
horizontes emancipatorios.
Es una izquierda que tiene
que ser renovada, para no caer en sus viejas contradicciones, como negar la
problemática ambiental, asumir que todo se solucionará con estatizar los
recursos naturales o los medios de producción, esconder sus vicios patriarcales
o ser indiferente a la multiplicidad cultural expresada por los pueblos
indígenas y afro.
La renovación de las
izquierdas debe asumir la crítica y la autocrítica, cueste lo que cueste, para
aprender, desaprender y reaprender de las experiencias recientes. Se mantienen
conocidos desafíos y se suman nuevas urgencias. La izquierda latinoamericana
debe avanzar en alternativas al desarrollo, debe ser ambientalista en tanto
busca una convivencia armónica con la Naturaleza, y feminista para enfrentar el
patriarcado, persistir en el compromiso socialista con remontar la inequidad
social, y decolonial para superar el racismo, la exclusión y la marginación. Todo
esto demanda siempre más democracia.
Notas
1.
Los reportes están disponibles en www.globalwitness.org
2.
Sobre la distinción entre izquierdas y progresismos, ver por ejemplo, La
identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos de las
izquierdas, E. Gudynas, ALAI, 7 octubre 2015, https://www.alainet.org/es/articulo/172855
3.
Sobre algunos balances realizados dentro de Brasil sobre el desempeño del PT,
véase entre otros a A. Singer e I. Loureiro (orgs), As contradições do Lulismo.
A que ponto chegamos?, Boi Tempo, São Paulo, 2016; también a Francisco de
Oliveira, Brasil: umabiografianão autorizada, Boi Tempo, São Paulo, 2018.
4.
Véanse por ejemplo los detallados análisis de Lena Lavinas, tales como
Thetakeover of social policybyfinancialization. TheBrazilianparadox,
PalgraveMcMillan, 2017; y en colaboración con D.L. Gentil, Brasil anos 2000. A política social sob
regencia da financierização, Novos Estudos Cebrap, 2018.
Autores:
Alberto
Acosta fue presidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador y candidato a
la presidencia por la
Unidad Plurinacional de las Izquierdas.
Eduardo
Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social en
Uruguay.
*El
texto es parte de una serie de análisis sobre las implicancias de los cambios
políticos en Brasil en distintos países, iniciada con publicaciones en el
semanario Voces (Uruguay) y el suplemento Ideas de Página Siete (Bolivia).
https://www.desdeabajo.info/politica/item/35477-la-extrema-derecha-en-brasil-aprendiendo-y-desaprendiendo-desde-la-izquierda.html
Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2018/11/09/la-extrema-derecha-en-brasil-aprendiendo-y-desaprendiendo-desde-la-izquierda/
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