Nicaragua y la
izquierda
Silencios que matan
23 de julio de 2018
Por Raúl Zibechi
Brecha
Sin ética la izquierda no es nada. Ni el programa, ni los
discursos, ni siquiera las intenciones tienen el menor valor si no se erigen
sobre el compromiso con la verdad, con el respeto irrestricto a las decisiones
explícitas o implícitas de los sectores populares a los que dice representar.
En este período en el que todos los dirigentes
de la izquierda se llenan la boca mentando valores, resulta muy significativo
que se queden apenas en el discurso. La ética se pone a prueba sólo cuando
tenemos algo que perder. Lo demás es retórica. Hablar de ética o de valores
cuando no hay riesgos, materiales o simbólicos, es un ejercicio hueco.
Todos recordamos la gesta del Che en Bolivia,
cuando en vez de ponerse a salvo de las balas enemigas retornó al lugar del
combate para ocuparse de un compañero herido, sabiendo que era más que probable
que perdiera la vida en esa acción, sin ningún sentido militar pero rebosante
de ética.
Ante nosotros tenemos la segunda oportunidad
de que la izquierda latinoamericana se redima de todos sus “errores” (entre
comillas porque se abusa del término para encubrir faltas más serias), condenando
la masacre que están perpetrando Daniel Ortega y Rosario Murillo contra su
propio pueblo. La segunda, porque la primera sucedió dos décadas atrás, cuando
la denuncia de Zoilamérica Narváez, la hijastra de Ortega, al denunciar abusos
sexuales de su padrastro.
El silencio actual de las principales figuras
de la izquierda política de la región y de la izquierda intelectual lo dice
todo. Un extravío ético que anuncia los peores resultados políticos.
Culpar al imperialismo de los crímenes propios
es absurdo. Stalin justificó el asesinato de sus principales camaradas porque,
dijo, le hacían el juego a la derecha y al imperialismo. Trotsky fue asesinado
vilmente en 1940, cuando su prédica no podía en modo alguno poner en peligro el
poder de Stalin, que en esos años contaba con el visto bueno de las elites
mundiales para contener al nazismo. ¿Cómo puede ilusionar a los jóvenes una
política que se para sobre una alfombra interminable de cadáveres y de
mentiras?
¿Cómo pudo José Mujica guardar silencio
durante tantos meses –mientras en Nicaragua morían cientos de jóvenes, y ante
la carta abierta de Ernesto Cardenal– hasta pronunciar al fin algún tipo de
crítica a Ortega? ¿Cómo pueden algunos connotados intelectuales
latinoamericanos justificar la matanza con argumentos insostenibles o con un
silencio que los convierte en culpables? ¿Qué los lleva a pedir la libertad de
Lula sin revolverse contra el gobierno de Nicaragua?
En este período tan negro para la izquierda
–como aquel de los juicios de Moscú, que liquidó todo vestigio de libertad en la Unión Soviética –
es necesario rascar hasta el fondo para encontrar explicaciones. A mi modo de
ver, la izquierda pasó de ser la fuerza social, y política que pugnaba por
cambiar la sociedad a resecarse apenas como un proyecto de poder. No “el poder
para”, sino el poder a secas, el tipo de relaciones que aseguran la buena vida
para la camarilla que lo detenta.
Fue a través de la lucha por el poder y la
defensa de éste que la izquierda se mimetizó con la derecha. Hoy se
argumenta con la lucha contra el neoliberalismo como excusa para no abrir
fisuras en el campo de la izquierda, con la misma liviandad que antes se
argumentaba la defensa de la Urss o de cualquier proyecto revolucionario.
Pocos pueden creer que entre 1937 y 1938
hubiera un millón y medio de rusos aliados a las potencias occidentales (todos
miembros del partido), que fue la cifra de condenados por la gran purga de
Stalin, de los cuales casi 700 mil fueron ejecutados y el resto condenados a
campos de trabajos forzados. Si ese es el precio a pagar por el socialismo,
habrá que pensárselo dos veces.
Estamos ante un período similar. Los
progresismos y las izquierdas miran para otro lado cuando Evo Morales decide no
respetar el resultado de un referendo, convocado por él, porque la mayoría
absoluta decidió que no puede postularse a una nueva reelección. No quieren
aceptar que Rafael Correa es culpable de secuestro en el “caso Balda”,
ejecutado por los servicios de seguridad creados por su gobierno y supervisados
por el presidente. La lista es muy larga, incluye al gobierno de Nicolás Maduro
y al de Ortega, entre otros.
Lo más triste es que la historia parece haber
transcurrido en vano, ya que no se extraen lecciones de los horrores del
pasado. Sin embargo, algún día esa historia caerá sobre nuestras cabezas, y los
hijos de las víctimas, así como nuestros propios hijos, nos pedirán cuentas,
del mismo modo que lo hacen los jóvenes alemanes increpando a sus abuelos sobre
lo que hicieron o dejaron de hacer bajo el nazismo, escudados en un imposible
desconocimiento de los hechos.
Será tarde. Son los momentos calientes de la vida los que moldean
actitudes y definen quiénes somos. Este es uno de esos momentos, que marcará el
porvenir, o la tumba, de una actitud de vida que desde hace dos siglos
definimos como izquierda.
https://brecha.com.uy/
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Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244430
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