Bolivia
Algunas
reflexiones, autocríticas y
propuestas
sobre el proceso de cambio.
17 de marzo de 2016
17 de marzo de 2016
Por Pablo
Solón
¿Qué ha pasado? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
¿Qué ocurrió con el proceso de cambio que hace más de quince años conquistó su
primera victoria con la guerra del agua? ¿Por qué un conglomerado de movimientos
que querían cambiar Bolivia acabaron atrapados en un referéndum para que dos
personas puedan re…elegirse en el 2019?
Decir que todo esto es obra de la conspiración
imperialista es un despropósito. La idea del referéndum para la reelección no
partió de la Casa Blanca
sino del Palacio Quemado. Ahora es obvio que el imperialismo y toda la ultra
derecha se aprovechen de este gran error que fue la convocatoria a un
referéndum para que dos personas puedan ser reelectas.
El referéndum no es la causa del problema sino uno más de sus
trágicos episodios. El proceso de cambio anda por mal camino y es necesario
reflexionar más allá de los escándalos de corrupción y las mentiras, que aunque
son importantes, son sólo la punta del iceberg.
Hace cuatro años y medio deje el gobierno y
durante este tiempo he buscado entender este devenir. Lo que pasa en Bolivia no
es algo único. Desde principios del siglo pasado diferentes movimientos
revolucionarios, de izquierda o progresistas llegaron al gobierno en diferentes
países del mundo y, a pesar de que varios de ellos generaron importantes
transformaciones, prácticamente todos terminaron cooptados por las lógicas del
capitalismo y el poder.
De manera muy resumida comparto aquí algunas
ideas, autocriticas y propuestas que espero contribuyan a recuperar los sueños
de un proceso de cambio que es muy complejo y que no es propiedad de ningún
partido o dirigente.
La lógica del poder capturó al proceso
Los activistas de izquierda en el gobierno
generalmente hablamos del peligro de la derecha, del imperialismo y de la
contrarrevolución, pero casi nunca mencionamos el peligro que representa el
poder en sí mismo. Los dirigentes de izquierda creen que estando en el poder
podrán transformar la realidad del país y no son conscientes que ese poder los
acabará también transformando a ellos mismos.
En los primeros momentos de un proceso de
cambio generalmente el nuevo gobierno promueve –por vía constitucional o
insurreccional– la reforma o transformación de las viejas estructuras de poder
del Estado. Estos cambios, aunque radicales, nunca serán suficientes para
evitar que los nuevos gobernantes sean cooptados por la lógica del poder que
está presente tanto en estructuras de poder reaccionarias como en estructuras
de poder revolucionarias. La única opción para evitar que un proceso de cambio
sucumba está fuera del Estado: en la fortaleza, independencia del gobierno,
autodeterminación y movilización creativa de las organizaciones sociales, de
los movimientos y los diferentes actores sociales que dieron nacimiento a esas
transformaciones.
En el caso boliviano, que comparativamente a
otros procesos de cambio era muy privilegiado por la fuerte presencia de
vigorosas organizaciones sociales, uno de nuestros errores más graves fue
debilitar a las organizaciones sociales incorporando a las estructuras del
Estado a una gran parte de sus dirigentes que terminaron expuestos a las
tentaciones y la lógica del poder. Antes que cooptar a toda una generación de
dirigentes había que formar verdaderos equipos para gestionar las reparticiones
claves del Estado. Entregar sedes sindicales, movilidades, pegas y beneficios a
las organizaciones sociales que promovieron el proceso de cambio incentivó una
lógica clientelar y prebendalista. Por el contrario, debíamos haber potenciado
la independencia y capacidad de autodeterminación de las organizaciones
sociales para que sean un verdadero contrapoder que proponga y controle a
quienes habíamos pasado a ser burócratas estatales. El verdadero gobierno del
pueblo no está, ni nunca estará en las estructuras del Estado.
Continuamos con una estructura jerárquica
estatal del pasado y no impulsamos una estructura más horizontal. Sin duda el
concepto de “El jefe” o “El
jefazo” fue un gravísimo
error desde un principio. El culto a la personalidad jamás debió ser
alimentado.
En un principio, muchas de estas
equivocaciones se cometieron presionados por las circunstancias y debido al
propio desconocimiento de cómo administrar de manera diferente un aparato del
Estado. A nuestra inexperiencia se sumó la conspiración y el sabotaje de la
derecha y el imperialismo que obligó a cerrar filas muchas veces de manera
acrítica (caso Porvenir, negociación de artículos de la Constitución Política
del Estado, etc.). Los aciertos y triunfos contra la derecha, lejos de abrir
una nueva etapa para reconducir el proceso e identificar nuestros errores,
acentuaron las tendencias más caudillistas y centralistas.
La lógica del poder es muy similar a la lógica
del capital. El capital no es una cosa sino un proceso que sólo existe en tanto
genera más capital. Capital que no se invierte y no da ganancias es un capital
que sale del mercado. El capital para existir debe estar en permanente
crecimiento. De igual forma opera la lógica del poder. Sin darte cuenta, lo más
importante en el gobierno pasa a ser como preservarte en el poder y como
adquirir más poder para asegurar tu continuidad en el poder. Los argumentos
para esta lógica que antepone la permanencia en el poder y su expansión a toda
costa son en extremo convincentes y nobles:“si no se tiene mayoría absoluta
en el Congreso la derecha volverá a boicotear al gobierno”, “a mayor cantidad de gobernaciones
y municipios que se controlan mejor se pueden ejecutar los planes y proyectos”, “la justicia y otras reparticiones
del Estado deben estar al servicio del proceso de cambio”, “acaso quieres que
vuelva la derecha”, “que será del pueblo si perdemos el poder…”.
Si el error primigenio del proceso de cambio
fue creernos “el gobierno del
Pueblo”, el momento de inflexión del proceso de cambio comenzó con el
segundo mandato de gobierno. El 2010 se alcanzaron más de dos tercios en el
parlamento y había energía suficiente para realmente avanzar hacia una
transformación de fondo en la línea del Vivir Bien. Era el momento de
fortalecer más que nunca el contrapoder de las organizaciones sociales y la
sociedad civil para limitar el poder de quienes estábamos en el gobierno, el
parlamento, las gobernaciones y los municipios. Era el momento de concentrar
esfuerzos para promover nuevos liderazgos y activistas creativos que nos
remplacen porque las dinámicas del poder nos iban a triturar.
Sin embargo lo que se hizo fue todo lo
contrario. Se centralizó aún más el poder en manos de los jefes, se transformó
al parlamento en un apéndice del ejecutivo, se continuo fomentando el
clientelismo de las organizaciones sociales, se llegó al extremo de dividir a
algunas organizaciones indígenas y se intentó controlar el poder judicial a
través de burdas maniobras que acabaron frustrando el proyecto de contar con
una Corte Suprema de Justicia idónea, independiente y electa por primera vez en
la historia.
En vez de promover librepensadores que
incentivaran el debate en todos los espacios de la sociedad civil y el Estado
se censuraron y persiguieron a quienes discrepaban con las posiciones
oficiales. Se cayó en una terquedad absurda de querer justificar lo
injustificable como Chaparina y de buscar revertir a toda costa la victoria de
los indígenas y ciudadanos que habían hecho retroceder el proyecto de la
carretera por el TIPNIS. Este contexto, donde la obsecuencia era
premiada y la critica era tratada como la peste, incentivó el control de los medios de comunicación a través de diferentes vías,
minó el surgimiento de nuevos dirigentes y fortaleció el engaño de que el
proceso de cambio de millones de personas dependía de un par de personas.
La lógica del poder había capturado al
proceso de cambio y lo más importante pasó a ser la segunda reelección y ahora
la tercera reelección.
Las alianzas que minaron el proceso
Todo proceso de transformación social desplaza
a ciertos sectores, catapulta a otros y engendra nuevos sectores sociales. En
el caso boliviano el proceso de cambio significó en un principio el
desplazamiento de una clase media tecnocrática y una burguesía parasitaria del
Estado que durante décadas se había turnado en el gobierno y que siempre tenía
familiares en las estructuras de poder para conseguir licitaciones,
consultorías, concesiones, contratos, tierras y otros beneficios.
En el 2006 este sector fue desplazado y aunque
varios de sus miembros siguieron ocupando funciones estatales ya no tenían el
poder de antes para hacer negocios y negociados con el Estado. En el país
comenzó una lucha muy aguda entre, por un lado, sectores sociales antiguamente
dominantes que habían sido desplazados o que tenían miedo de perder sus
privilegios (terratenientes, agroindustriales y empresarios) y por otro lado,
sectores sociales emergentes indígenas, campesinos, trabajadores y una clase
media popular muy diversa. Las oligarquías del oriente hábilmente desarrollaron
un discurso de“autonomías” para
ganar apoyo en sectores de la población y la confrontación nos llevó casi al
borde de una guerra civil. Al final, gracias a la movilización social y al
referéndum revocatorio los sectores más reaccionarios quedaron arrinconados.
Sin embargo, a pesar de su derrota, esa oligarquía logró ciertas victorias
parciales con las modificaciones al texto constitucional que entonces parecían
pequeñas frente al hecho de que por fin se iba a contar con la Constitución del
Estado Plurinacional de Bolivia. Ahí empezó una nefasta política de alianza que
le fue drenando el espíritu al proceso cambio.
Los dirigentes en el gobierno que ya habían empezado a ser
capturados por la lógica del poder optaron por una estrategia que fue pactar
con los representantes económicos de la oposición mientras se perseguía a sus
líderes políticos. ¡Zanahoria económica y palo político!
Así, poco a poco, las banderas de la revolución agraria fueron
vaciadas de contenido. La gran mayoría de terratenientes de antes del 2006 no
fueron afectados. Se enfatizó el saneamiento y la titulación de tierras que
favoreció mayoritariamente a indígenas y campesinos pero no se procedió a
desmantelar el poder de los latifundistas.
En este contexto se produjo una alianza con el sector más
importante de los agroempresarios: los exportadores de soja transgénica a los
que se les permitió continuar e incrementar la producción de transgénicos. La
soja transgénica que en el 2005 representaba sólo el 21% de la producción de
soja en Bolivia alcanzó el 92% en el 2012. Se postergó la verificación del
cumplimiento de la función económica social de las grandes propiedades que
hubiera llevado a su expropiación y reversión, se perdonaron los desmontes
ilegales de bosques y se llamó a ampliar la deforestación para beneficio
fundamental de los agroexportadores.
Estas alianzas que antes del 2006 hubieran
sido impensables se justificaron diciendo de que así se fracturaba a la
oposición cruceña, se viabilizaba que el gobierno sea bien recibido en ciudades
del oriente, y se evitaba una polarización como la de Venezuela , pues
los sectores económicos de la oposición de derecha verían que era mejor no
malograr la estabilidad del gobierno.
Esta política de alianzas para estabilizar y
consolidar “el gobierno del
pueblo” fue abarcando a casi
todos los sectores de poder económico. La burguesía financiera que desde un
principio fue tratada con guante blanco para evitar el riesgo de una corrida
bancaria, como en los tiempos de la UDP, fue una de las más beneficiadas. Las
utilidades del sector financiero en Bolivia pasaron de 43 millones de dólares
en el 2005 a
283 millones de dólares en el 2014. Algo similar paso con la minería privada
transnacional, que pese a algunas nacionalizaciones, mantuvo a lo largo de los
últimos diez años una participación del 70% en las exportaciones. Según el
propio Ministro de Finanzas las utilidades del sector privado llegaron en el 2013 a los 4 111 millones de
dólares.
El proceso de cambio no sólo había sido
capturado por la lógica del poder sino que los intereses de sectores
empresariales de derecha lo habían empezado a minar desde adentro.
Los nuevos ricos
Estas políticas de alianza con el enemigo no
hubieran sido posibles si no se hubiera operado también una transformación en
la base social del proceso de cambio. En casi todos los procesos
revolucionarios que se han dado en este y el siglo pasado, después de un
proceso de confrontación con los viejos sectores desplazados, surge desde
adentro del mismo proceso revolucionario grupos de nuevos ricos y burócratas
que quieren gozar de su nuevo estatus y que para ello se alían con sectores de
los antiguos ricos. La mejora de las condiciones de vida de algunos sectores y
en particular de algunas dirigencias no lleva necesariamente a un mayor
desarrollo de la conciencia, sino todo lo contrario. La única forma de
contrarrestar a estos nuevos ricos y nuevas clases medias de origen popular es
nuevamente la existencia de fuertes organizaciones sociales. Sin embargo,
cuando estas son debilitadas y cooptadas por el Estado, no existe ningún
contrapeso a estos nuevos sectores de poder económico que empiezan a incidir de
manera determinante en la toma de decisiones.
Al comenzar el segundo mandato del gobierno en
el 2010 quedaba claro que el gran peligro para el proceso de cambio no estaba
afuera sino dentro de los dirigentes y nuevos grupos de poder que se estaban
formando en los municipios, gobernaciones, empresas estatales, reparticiones
públicas, las fuerzas armadas y los ministerios. La repartición de la renta del
gas entre todas estas entidades abrió una oportunidad increíble de hacer negocios
chicos y grandes de toda índole. En las altas esferas se era consciente del
peligro, pero no se adoptaron oportunamente mecanismos eficientes de control
interno y externo al aparato del Estado. La lógica dominante pasó a ser la de
obras y más obras para ganar más popularidad y así lograr la reelección. Así
fueron surgiendo nuevos sectores de poder económico de dirigentes políticos,
sindicales y contratistas que empezaron a escalar socialmente gracias al
Estado. A ellos se sumaron sectores de comerciantes, contrabandistas,
cooperativistas mineros, productores de hoja de coca, transportistas y otros
que consiguieron una serie de concesiones y beneficios gracias a que
representaban importantes masas electorales.
El problema del proceso de cambio es más profundo
de lo que parece. No se trata solamente de graves desaciertos de individuos o
de escándalos de corrupción de telenovela, sino de que ahora hay una emergente
burguesía y clase media popular, chola, aymara y quechua que lo que busca es
continuar con su proceso de acumulación económica.
Para reconducir el proceso de cambio es
necesario revigorizar antiguas y crear nuevas organizaciones sociales. Hoy no
es seguro que los que fueron los actores claves de hace una década sean los
actores claves del mañana. Creer que con un cambio de personas es posible
reconducir el proceso de cambio es engañarse a sí mismos. El proceso de cambio
es más complejo y requiere de la reconstitución del tejido social que le dio
origen.
Del Vivir Bien al extractivismo
Para revitalizar y reconducir el proceso de
cambio es fundamental saber qué país estamos construyendo y ser muy sinceros y
autocríticos. Los logros de estos 10 años son innegables en muchos aspectos y
tienen su origen en el incremento de los ingresos del Estado por la renegociación
de los contratos con las transnacionales petroleras en un momento de altos
precios de los hidrocarburos. En términos estrictos no podemos decir que hubo
una nacionalización ya que hoy día dos empresas trasnacionales (Petrobras y
Repsol) manejan el 75% de la producción de gas natural en Bolivia. Lo que si
hubo fue una renegociación de contratos que hizo que los beneficios de las
empresas transnacionales por costos recuperables y ganancias bajaran de 43% en
el 2005 a
sólo 22% en el 2013. Es innegable que las transnacionales del petróleo siguen
en Bolivia y ganan el triple de lo que ganaban hace diez años, pero el otro
lado de la medalla es que el Estado tiene ocho veces más ingresos pasando de
673 millones en el 2005 a
5.459 millones de dólares en el 2013/1. Esta ingente cantidad de
millones de dólares permitió un salto en la inversión pública, la aplicación de
una serie de bonos sociales, el desarrollo de obras de infraestructura, la
ampliación de servicios básicos, el incremento de las reservas internacionales
y otras medidas. Es innegable que comparado con las décadas pasadas hubo una
mejora en la situación de la población y esto explica el respaldo que aún tiene
el gobierno.
Sin embargo la pregunta es ¿a dónde nos está
llevando este modelo? ¿al Vivir Bien? ¿al socialismo comunitario? O por el
contrario ¿hemos caído en la adicción al extractivismo y el rentismo de una
economía capitalista básicamente exportadora?
La idea original era nacionalizar los
hidrocarburos para redistribuir la riqueza y salir del extractivismo de
materias primas avanzando en la diversificación de la economía. Hoy , diez
años después, a pesar de algunos proyectos de diversificación económica, no
hemos superado esa tendencia y por el contrario somos más dependientes de las
exportaciones de materias primas (gas, minerales y soja). ¿Por qué nos hemos
quedado a medio camino y nos hemos vuelto casi adictos al extractivismo y a las
exportaciones? Porque esta era la forma más fácil de conseguir recursos para
mantenerse y continuar en el poder. No es cierto que no había otras opciones,
pero es evidente que todas ellas no iban a generar rápidamente ingresos de
divisas para ampliar la popularidad del gobierno. Avanzar hacia una Bolivia
agroecológica hubiera sido un camino mucho más acorde con el Vivir Bien y el
cuidado de la Madre
Tierra , pero ello no hubiera garantizado en lo inmediato
cuantiosos ingresos económicos y hubiera significado una confrontación con la
gran agroindustria sojera transgénica.
Autocríticamente debemos decir que la visión
de sustitución de importaciones que teníamos hace más de diez años no es
factible en la escala en que nos imaginábamos por la competencia de mercancías
internacionales mucho más baratas y por el tamaño reducido de nuestro mercado
interno. Esto es aún mucho más difícil cuando no se establece una política de
cierto monopolio del comercio exterior y de control del contrabando. Medidas
acertadas como frenar los acuerdos de libre comercio de Bolivia, revertir el
TLC con México y salirse del CIADI, no fueron acompañadas de medidas de control
efectivo del comercio exterior.
El Vivir Bien y los derechos de la Madre Tierra cobraron
notoriedad a nivel internacional pero a nivel nacional se fueron devaluando
cada vez más porque sólo se limitaban a ser un discurso que no se ponía en
práctica. El TIPNIS fue la gota que rebalso el vaso y mostró esa incongruencia
entre el decir y el hacer.
Otra Bolivia es posible
Días antes del referéndum se difundió la
noticia de que en Oruro se construiría una planta de energía solar que generará
50 MW y que cubriría la mitad de la demanda de energía eléctrica del
departamento de Oruro, con un costo de inversión de casi 100 millones de
dólares. La noticia apenas circulo a pesar de que es una pequeña muestra de que
Otra Bolivia es Posible.
Bolivia puede ir dejando paulatinamente el
extractivismo para colocarse a la vanguardia de una verdadera revolución
energética solar comunitaria. Si Bolivia se lo propone con una inversión de 1
000 millones de dólares podría generar 500 MW de energía solar que representa
casi un tercio de la demanda nacional actual. La transformación puede ser mucho
más profunda si tomamos en cuenta que el gobierno anuncia una inversión total
de 47 000 millones de dólares hasta el 2020.
Pero además, Bolivia podría apuntalar una
energía solar comunitaria, municipal y familiar que convierta al consumidor de
electricidad en productor de energía. En vez de subsidiar el diesel para los
agroindustriales se podría invertir ese dinero para que los bolivianos de
menores ingresos generen energía solar en sus tejados. De esta forma se
democratizaría y descentralizaría la generación de energía eléctrica. El Vivir
Bien empezará a ser una realidad cuando se empodere económicamente a la
sociedad (como productores y no sólo como consumidores y receptores de bonos de
ayuda social) y se promuevan actividades para recuperar el equilibrio perdido
con la naturaleza.
La verdadera alternativa a la privatización no
es la estatización sino la socialización de los medios
de producción. Muchas veces las empresas estatales se comportan como empresas
privadas cuando no existe la efectiva participación y control social. Apostar a
la generación de energía solar comunitaria, municipal y familiar contribuiría a
empoderar a la sociedad antes que al Estado y ayudaría a reducir las emisiones
de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático.
El tema de la energía solar comunitaria y
familiar es sólo una pequeña muestra para que pensemos fuera de los patrones
tradicionales del “desarrollo”. Así mismo debemos recuperar la propuesta de una
Bolivia agroecológica y agroforestal porque la verdadera riqueza de las
naciones de aquí a unas décadas no estará en el extractivismo destructivo de
materias primas sino en la preservación de su biodiversidad, en la producción
de productos ecológicos y en la convivencia con la naturaleza, algo en lo cual
tenemos un gran legado por los pueblos indígenas.
Bolivia no debe cometer los mismos errores de
los países llamados “desarrollados”. El país puede saltar etapas si sabe leer
las verdaderas posibilidades y peligros del siglo XXI y dejar el viejo
desarrollismo del siglo XX.
Nadie está pensando en dejar de extraer y
exportar gas en lo inmediato. Pero definitivamente no es posible hacer planes
para profundizar el extractivismo cuando existen otras alternativas que quizás
en el corto plazo sean más complicadas pero en el mediano plazo son mucho más
beneficiosas para la humanidad y la Madre Tierra.
En vez de promover referéndums sobre la
reelección de dos personas deberíamos promover referéndums sobre los
transgénicos, la energía nuclear, las mega represas hidráulicas, la
deforestación, la inversión pública y tantos otros temas que son cruciales para
el proceso de cambio. Sólo es posible reconducir el proceso de cambio con un
mayor ejercicio de la democracia real.
Una lectura equivocada de lo ocurrido puede
llevar a formas más autoritarias de gobierno y al surgimiento de una derecha
neoliberal como ocurre en la
Argentina. No hay duda que sectores de derecha operan tanto
desde la oposición como desde el interior del gobierno. Tampoco podemos cerrar
nuestros ojos y no reconocer que sectores de izquierda y de los movimientos
sociales se dejaron cooptar por el poder o no fuimos capaces de articular una
clara propuesta alternativa.
La reconducción del proceso de cambio pasa
por: a) discutir critica y propositivamente los problemas de desarrollismo
tardío capitalista inviable que subyace en la agenda patriótica para el 2025;
b) evaluar, explicitar y asumir acciones dentro y fuera del Estado para hacer
frente a los problemas y peligros que genera la lógica del poder
(autoritarismo, clientelismo, continuismo, nuevos ricos, alianza pragmáticas
espurias, corrupción, etc.); c) superar la contradicción entre el decir y el
hacer, y hacer realidad la aplicación de los derechos de la Madre Tierra y la
ejecución de proyectos que realmente contribuyan a la armonía con la
naturaleza; y d) ser autocríticos con uno mismo y con las propias
organizaciones y movimientos sociales que en algunos casos reproducen dañinas
prácticas caudillistas y prebendalistas.
¡El Vivir Bien es posible!
25/02/2016
https://pablosolon.wordpress.com/2016/02/25/algunas-reflexiones-autocriticas-y-propuestas-sobre-el-proceso-de-cambio/Pablo Solón es ecologista, experto en cambio climático, promotor de la Declaración sobre los Derechos de
1/ Carlos Arce Vargas. Una década de gobierno ¿Construyendo el Vivir Bien o el capitalismo salvaje? CEDLA. 2016.http://cedla.org/sites/default/files/una_decada_de_gobierno._construyendo_el_vivir_bien_o_un_capitalismo_salvaje.pdf
Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article11102
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