La deforestación y el cambio climático provocan la aparición repentina de nuevos ríos en Argentina
Un nuevo río de más de 20 kilómetros de
longitud, 60 metros
de ancho y 15 de profundidad pone en evidencia el precio de la dependencia del
cultivo de soja
Uki Goñi - Villa Mercedes
03/04/2018 - 20:11h
Tras una noche de copiosas lluvias, Ana Risatti se
despertó escuchando un estruendo de agua amenazante dentro de su propia casa.
Pensando que seguía lloviendo desde la noche anterior, salió afuera a ver.
“Cuando vi lo que era de verdad, casi me desmayo”, cuenta
Risatti, de 71 años. En lugar de caer desde el cielo, el agua que se oía fluía
por un cauce profundo que se había formado durante la noche justo al otro lado
de la cerca de su casa.
La aparición repentina de una red de ríos nuevos en el
centro de la provincia de San Luis desconcierta a científicos y preocupa
a ecologistas y agricultores. También plantea cuestiones urgentes sobre el
coste medioambiental de la dependencia de la soja, principal cultivo de
exportación en Argentina.
“El rugido del agua era terrorífico”, explica Risatti,
recordando aquella mañana de hace tres años. “La tierra se abrió como si fuera
un cañón. El agua se llevaba todo lo que tenía por delante. Cantidades enormes
de tierra, árboles y césped eran arrastrados por el agua”.
La garganta que se abrió de forma tan drástica en la
granja de Risatti ha crecido y ahora tiene una longitud de 25 kilómetros . En su
punto más profundo mide más de 60 metros de ancho y tiene 25 metros de profundidad.
El más grande de varios cursos de agua nuevos, el Río
Nuevo, recorre la Cuenca del Morro, una cuenca de aguas subterráneas con una
leve inclinación que cubre 373.000 hectáreas de llanuras de la provincia
de San Luis.
Hasta principios de los 90, la Cuenca del Morro era un
mosaico de bosques y pastizales que absorbían agua, pero ahora han desaparecido
y los ha reemplazado el cultivo de soja y maíz.
La transformación de Argentina en exportadora mundial de
soja ha traído como consecuencia una gran deforestación para hacer sitio al
cultivo, que ya cubre el 60% de la tierra cultivable del país. En los últimos
10 años se han perdido 2,4 millones de hectáreas de bosques nativos, según
datos de Greenpeace.
Esteban Jobbágy, experto en medio ambiente de la
Universidad de San Luis, explica que la aparición repentina de ríos nuevos se
da por la convergencia de tres factores: “Primero, hemos tenido años muy
lluviosos por el cambio climático. Segundo, la naturaleza del suelo de esta
zona es bastante inestable. Y tercero, por primera vez esta cuenca está rodeada
de tierra cultivada”.
Argentina es el tercer productor mundial de soja, después
de Estados Unidos y Brasil, y genera el 18% de la producción global. En 2016,
la exportación de legumbres de soja, harina de soja y aceite de soja constituyó
el 31% del total de las exportaciones del país.
“Argentina es una república bananera en la que la soja es
la nueva banana”, señala Jobbágy. “Sin el cultivo de la soja, nuestros
agricultores no podrían sobrevivir, ni tampoco podría sobrevivir el país”.
A diferencia de los bosques de raíces profundas que
ha reemplazado –que absorben grandes cantidades de agua durante todo el año– la
soja tiene raíces cortas y crece solo unos pocos meses al año.
Esto provocó que el acuífero por debajo de la Cuenca del
Morro se elevara y aumentara la velocidad a la que fluye bajo tierra, a su vez
haciendo colapsar la tierra permeable de la zona.
Las medidas de prevención llegan tarde
Alrededor de 2008, los agricultores comenzaron a informar
de la aparición de canales poco profundos, pero en los últimos cinco años el
ritmo de la erosión se ha acelerado drásticamente y esos arroyos se han
convertido en profundos cauces de agua.
Trepando por la ladera de uno de estos barrancos, Jobbágy
coge un puñado de tierra de la pared del cauce que se disuelve rápidamente en
su mano. “Es prácticamente polvo”, muestra.
“Cuando se moja, se vuelve muy inestable y lo que parece
sólido se transforma en líquido. Por eso este río mueve muchísimos sedimentos a
pesar de su relativamente escasa inclinación”, explica Jobbágy.
Eso deriva en un segundo problema para los agricultores: a
veces campos enteros pueden desaparecer de la noche a la mañana cuando el río
moja capas de sedimentos de hasta un metro de espesor.
Alberto Panza, un productor ganadero de 41 años, es uno de
los pocos que resiste y se niega a alquilar sus tierras a las grandes
corporaciones productoras de soja que han reemplazado a la mayoría de los
pequeños agricultores argentinos.
Mientras maneja una camioneta desvencijada por una calle
de tierra, Panza remarca lo desértica que parece hoy esta región. Ya no hay
gauchos cabalgando a pelo por los campos y las casas rurales han sido demolidas
para alquilarlas a los productores de soja.
“Muchos agricultores ahora viven en la ciudad”, dice
Panza. “Es más fácil mudarte y alquilar tu campo a una corporación que
cultivarlo vos mismo”.
Al llegar a su estancia, Panza camina sobre lo que solo
puede describirse como paisaje marciano. En medio del campo, un cañón gigante
de más de 60 metros
de ancho y 25 metros
de profundidad se abre abruptamente con una corriente de agua en el fondo que
parece lenta, aunque no lo es.
El cañón parte por la mitad el campo de Panza. “Esto era
tierra de pasto, totalmente llana”, afirma. Un poste de electricidad yace al
lado del lecho del río, con los cables todavía conectados a los postes del otro
lado del cañón. Como el río cambia constantemente de curso, Panza no ha podido
construir un puente o un camino para llegar al otro lado.
Cuando quedaba ya menos de un tercio de la Cuenca del
Morro cubierta de bosques o pastizales y casi la mitad estaba dedicada al
cultivo de soja y maíz, el Gobierno de San Luis finalmente intervino para
intentar impedir que la cuenca se transforme en un delta.
El Gobierno reaccionó solo cuando un nuevo curso de agua
comenzó a amenazar las afueras de la ciudad de Villa Mercedes y dos importantes
carreteras que recogen la mayor parte del tráfico terrestre internacional entre
Argentina y la vecina
Brasil.
En la sede provincial del Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria (INTA), tres científicos –Claudio Sáenz, Juan Cruz Colazo y Mario
Galván– han estado estudiando la Cuenca del Morro durante los últimos diez
años.
En parte gracias a sus esfuerzos, la provincia aprobó una
ley de emergencia en 2016 que obliga a los terratenientes a preservar el 5% de
sus campos como bosques o pasto y plantar en invierno cultivos absorbentes
cuando no están utilizando sus tierras para el cultivo de soja.
“El Gobierno nos ha dicho que hasta ahora el 60% de los
agricultores se ha comprometido a cumplir estas obligaciones,” dice Galván.
“Pero esto es sólo un granito de arena”, advierte Sáenz.
La pérdida de pequeños agricultores ha empeorado el problema: las empresas
agrarias tienen pocos incentivos en rotar los cultivos ni en
preservar la sostenibilidad de la tierra, explica.
“Si un terreno se vuelve inutilizable, simplemente
alquilan otro terreno y dejan que el dueño lidie con el problema. Es un sistema
que no solo erosiona el suelo, sino que también erosiona el conocimiento de
agricultura sobre los terratenientes”.
Jobbágy pasa la mayor parte del tiempo en el campo,
midiendo la corriente de los ríos nuevos, tratando de trazar sus cursos siempre
cambiantes y estableciendo vínculos con los pocos agricultores que quedan.
“Muchos terratenientes ahora tienen una relación muy
volátil con su tierra”, afirma. “Al haber demolido tantas casas, el alma de la
tierra se ha perdido. Mientras funcione el sistema, está todo bien. Pero cuando
la naturaleza se para y dice: “¡Basta!”, entonces la situación ya es muy
difícil de revertir.”
Este artículo ha sido publicado con el
apoyo del Instituto Forestal Europeo y la Estación Lookout ,
la nueva iniciativa del IFE para conectar la ciencia y periodismo en torno a la
cuestión del cambio climático.
Traducido por Lucía Balducci
Fuente:
https://www.eldiario.es/theguardian/Argentina-aparecen-kilometricos-deforestacion-climatico_0_756975170.html
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