Nicaragua
¿Dónde está la Revolución Sandinista ?
21 de julio de 2018
Por Olmedo Beluche (Rebelión)
El 19 de julio de 1979 un sentimiento de euforia conmovía los
corazones de la juventud latinoamericana de aquél entonces. Un grupo de jóvenes
revolucionarios, organizados en el Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN) tomaban Managua, de donde hacía poco había huido el dictador Somoza.
La conmoción causada por el asesinato del
opositor a la dictadura somocista, Pedro Joaquín Chamorro, en enero de 1978,
así como la insurrección popular de Masaya y Monimbó, unos meses después,
despertaron un movimiento de solidaridad continental y mundial con el pueblo de
Nicaragua, en especial con su juventud revolucionaria agrupada en el FSLN.
Se organizaron brigadas de solidaridad para
combatir en la patria de Sandino: por un lado, en Panamá, el gobierno
socialdemócrata de Omar Torrijos promovió la Brigada Victoria no Lorenzo ; por otro lado,
el movimiento trotskista latinoamericano organizó la Brigada Simón Bolívar.
Creo que desde la
Guerra Civil Española no se veía algo así.
Veinte años después del triunfo de la Revolución Cubana ,
que había galvanizado las conciencias de la juventud en su momento, una nueva
victoria popular llenaba de esperanza a nuestra generación, que soñaba con ver
la construcción de un mundo sin opresión, ni explotación, fase inicial del
socialismo.
Los hechos a su vez empujaban el debate
político: ¿Qué tipo de revolución había que hacer? ¿Qué medidas económicas
debían tomarse? ¿Revolución por etapas o Revolución Permanente? ¿Hasta adónde
debían llegar los movimientos de liberación nacional, quedarse en los límites
de la democracia burguesa o expropiar a los capitalistas? ¿Lucha armada o sólo
política?
La revolución que se congeló y retrocedió
Las respuestas a esas preguntas llegaron en
pocas semanas y quedaron simbolizadas en el arresto y la expulsión de la Brigada Simón Bolívar ,
que se había propuesto impulsar la organización de sindicatos y la expropiación
del gran capital. Al entregar detenidos a los dirigentes de esta brigada a las
fuerzas represivas del régimen militar panameño quedó sentenciado el objetivo
del gobierno de “reconstrucción” de no pasar los límites del capitalismo.
Poco después, cuando los revolucionarios
soñaban aún con una Nicaragua socialista siguiendo el modelo cubano, Fidel
Castro les aconsejó que “no sea otra Cuba”. Frase que algunos ilusos
interpretaron como que “las revoluciones no se exportan”, lo que es cierto,
pero que, en el debate de entonces, tenía un claro significado en el sentido de
que NO se expropiara a la burguesía, como se hizo en la isla, que Nicaragua se
quedara en los límites del sistema capitalista.
Este consejo, y su cumplimiento por parte de
la dirección sandinista, implicó un bumerang contra Cuba, pues a la larga la Revolución Nicaragüense
se congeló y empezó a retroceder, con lo cual el aislamiento cubano se mantuvo,
creció con la desaparición de la URSS y sólo se rompió con el proceso
bolivariano dirigido por Hugo Chávez.
La burguesía se dio a la tarea de corromper a
muchos de los comandantes sandinistas, convirtiendo a algunos, en especial a
Daniel Ortega, en prósperos empresarios millonarios, con lo cual les cambió el
signo de clase.
Lo demás es historia conocida: la derrota
electoral de 1990; los pactos (“tácticos”, a decir de Atilio Borón) posteriores
con Arnoldo Alemán y el COSEP; la reconciliación con el archi reaccionario
obispo Obando y Bravo; las rupturas por derecha e izquierda del FSLN; el
cuestionado tratado sobre el Canal Interoceánico, etc. Ni hablar de las
denuncias de violación de su hijastra Zoilaamérica.
Además de otros “detalles”, como que fue el
primer gobierno de la región en reconocer al régimen fraudulento y dictatorial
de Juan Orlando Hernández de Honduras. Su afán por salvarse de la ofensiva de
la derecha y sostenerse en el poder ha sido más fuerte que ningún compromiso
“progresista”. Decir, “socialista” sería un chiste de mal gusto.
Pese a ello, Daniel Ortega hizo un gobierno
“progresista” aparentemente equilibrado, con base al modelo de las ayudas
sociales (transferencias) que sostenía uno de los países menos desiguales de
Centroamérica, aunque con una pobreza generalizada. No hay duda de que hasta
hace unos meses mantenía una fuerte base social.
Pero de pronto, la crisis capitalista mundial,
de la que la crisis de los gobiernos progresistas latinoamericanos es una de
sus manifestaciones, lo llevó a la aplicación de reformas neoliberales a las
pensiones aconsejadas por el FMI.
¿Quién expresa la continuidad de la Revolución
de 1979, Ortega o los jóvenes de las barricadas?
Hoy, cuarenta años después de aquella heroica
Revolución Sandinista que tanto nos entusiasmó tenemos que preguntarnos qué ha
pasado. ¿Dónde está la
Revolución Sandinista que apoyamos entusiastas entonces?
¿Daniel Ortega y su gobierno, aparte de las siglas del FSLN, representan la
continuidad de aquellos acontecimientos? ¿O Daniel Ortega es el sepulturero de
aquella revolución de 1979?
¿Quién expresa mejor los ideales democráticos
de aquella generación revolucionaria fundada por Carlos Fonseca a mediados de
los años 50, el régimen de Ortega o los estudiantes universitarios y los
jóvenes de los barrios pobres que luchan en las barricadas, como los de Masaya
de 2018?
Responder estas preguntas requiere responder
previamente a los siguientes criterios metodológicos: ¿Socialmente hablando
quién es Ortega y quienes son los estudiantes? ¿Cuáles son los objetivos del
gobierno del FSLN y cuáles los de los estudiantes y el pueblo nica?
Las respuestas son simples y evidentes:
Mientras Ortega es un millonario cuyo gobierno pretendía imponer a sangre y
fuego una reforma a las jubilaciones ordenada por el Fondo Monetario
Internacional, incluyendo una rebaja del 5% de las jubilaciones; por otro lado,
los que pelean en las barricadas son jóvenes de los barrios pauperizados de
Nicaragua, la mayoría de ellos sin empleos que luchan contra un paquete
neoliberal.
Una disyuntiva política pero también moral
Por más cínicos o ignorantes que sean quienes
a estas alturas siguen sosteniendo que el gobierno Ortega – Murillo representa
en algo a aquella heroica Revolución de 1979, seguro que sienten cierta
incomodidad moral, acompañada de encogimiento de hombros, ante los crímenes
atroces que está cometiendo ese gobierno contra la juventud nicaragüense de
2018.
Hay que tener una costra moral muy endurecida
para no sentir repugnancia por un gobierno que saca a punta de tiros a los
estudiantes de una universidad y que luego los ametralla cuando se refugian en
una iglesia o ver cómo se quema viva a una familia por no prestar su casa a los
francotiradores del gobierno.
Los marxistas para valorar un hecho no nos
guiamos por criterios morales “eternos”, “bajados de los cielos” o que
responden a una “esencia humana” inmutable. Hay una dialéctica entre los medios y los fines que es la que nos permite
orientarnos en cada situación. Como decía Trotsky: “El medio solo puede ser
justificado por el fin. Pero éste, a su vez, debe ser justificado” (Su
moral y la nuestra, 1938).
El argumento de la dirección sandinista para
“justificar” estos crímenes es que se trata de una “conspiración reaccionaria”
contra un supuesto gobierno “progresista”. Pero los hechos muestran que se
trata de una sublevación popular y juvenil contra las medidas neoliberales de
un gobierno capitalista. Y en esto no hay nada semejante a lo del intento golpista
contra Maduro en 2017, por más que Ortega intente arroparse en esa manta. Lo de
Venezuela amerita otra discusión aparte, también crítica.
Hablando de la ofensiva reaccionaria
imperialista en los años 1930 y los métodos criminales del stalinismo en la URSS,
León Trotsky decía, algo que le encaja bien al gobierno de Ortega-Murillo: “Desde
el punto de vista del marxismo, que expresa los intereses históricos del
proletariado, el fin está justificado si conduce al acrecentamiento del poder
del hombre sobre la naturaleza y a la abolición del hombre sobre el hombre…
Está permitido -…- todo lo que conduce realmente a la liberación de la
humanidad… el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios ,
todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase
obrera contra las otras…”.
Los fines del gobierno de Daniel Ortega y sus
métodos criminales son repudiables no sólo para cualquier marxista consecuente,
sino para cualquier demócrata. El futuro revolucionario y socialista de
Nicaragua no saldrá de la dirección del FSLN, envilecida por estos crímenes y
que negocia a trastiendas con el COSEP, sino de los jóvenes universitarios y
barriales, quienes deberán construir un partido revolucionario que recupere el
programa de transformaciones por el que cayeron los mártires de la Revolución
de 1979.
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