Nicaragua
Otra vez poder y
sangre
23 de julio de 2018
Por Ángel Saldomando
Le Monde Diplomatique - Chile
Hace años atrás un periodista de Le Monde Diplomatique asiduo
visitante de países latinoamericanos, sobre los que el escribía, me preguntó en
Managua ¿Pero qué tienen contra Daniel Ortega? Éste había regresado al gobierno
en 2007. Le dije que la pregunta estaba mal formulada, personalizaba el problema.
Le respondí que la cuestión de fondo era que hacía Ortega con el FSLN. Luego
precisé mi visión, Ortega representaba una peligrosa conversión del FSLN en una
suerte de PRI mexicano pero más personalizado y patrimonial. Ello se acompañaba
de altos niveles de corrupción, de descomposición institucional que el propio
FSLN había contribuido a crear, implicaba una política continuista del modelo
neoliberal combinado con asistencialismo clientelista y creciente represión de
todos los ámbitos sociales y políticos que no pudiera controlar. El fraude
electoral se hizo moneda corriente al igual que el apaleo, intimidación y
operaciones limpieza de críticos. Ortega declaró que el partido era suyo y los
círculos de seguidores, gran parte del sandinismo histórico se fue, se
ordenaron según su cercanía con el poder, el padrinazgo de los operadores y las
prebendas.
El FSLN era un cascaron vacío desde el punto
de vista de un proyecto social, que no fuera el de una casta que había
convertido el poder en su propio proyecto de manera excluyente. Era la teoría
del partido único mutada en casta única. El periodista, obvio simpatizante de
las apariencias, reaccionó molesto. Me preguntó si tenía pruebas de mis
afirmaciones. Nicaragua es un país pequeño y más temprano que tarde se sabe
todo. Pero en mi caso he dedicado muchos años a la investigación y no me era
difícil retratar como había ocurrido todo. Le retruqué si el aceptaría en su
país la mitad de las cosas que le mencionaba. Suele pasar, se cree solo en lo
que se quiere creer a condición de no vivirlo directamente.
Nicaragua en medio de su drama vuelve a abrir
un debate sobre lo que es aceptable y lo que no, que argumentos explican lo que
ocurre y si esto justifica esto o aquello. Cada uno filtra según sus
inclinaciones, pero lo que es difícil de comprender es que gente que pretender
ser informada ignore realidades básicas. Cada vez que se evidencia la fiebre
rompen el termómetro si es que no le pegan al mensajero.
La subordinación a un cuerpo de afirmaciones,
dogmático-religioso, genera una insuperable contradicción entre los dueños de
la verdad y los demás. Y si con ello se justifica sin límite todo tipo de
prácticas la puerta está abierta para llegar a todo tipo de aberraciones. La
historia está plagada de estas situaciones, igualmente las filas de los
justificadores de la realidad han sido bien nutridas. Siempre son mentiras del
otro. Así se negaron los campos de concentración, las represiones de masa y los
regímenes despóticos, cualquiera fuera su bandera, bastaba que estuviera de
nuestro lado para darle absolución ideológica y la justificación
correspondiente. Olvidamos con frecuencia que ciertos avances civilizatorios no
caducan por las ideologías que los niegan, son universales, como los derechos
humanos, políticos y sociales, la democracia y la libertad. Sin ello
el mundo sería más invivible de lo que ya es.
Como en otras situaciones de nuestra vapuleada
América lo que ocurre en Nicaragua ha abierto un debate vivido dramáticamente
por quienes los sufren en carne propia. Es sorprendente que muchos analistas
rara vez mencionen concretamente lo que vive la gente. Las tres
lecturas que circulan, son clásicas, en algunos casos se prestan argumentos y
en otros se diferencian en los elementos que citan como información, algunos
manipulados con abierta deshonestidad intelectual. Lo más grave es que los
extiendan a otras situaciones latinoamericanas haciendo una amalgama que no
aporta nada a la experiencia de los movimientos populares.
Lectura 1 La conspiración de la derecha, CIA e
imperialismo, el golpe blanco o golpe a secas. Lectura 2 Errores de un gobierno
de izquierda, situación mal manejada, salidas de izquierda y/o revolucionarias.
Lectura 3 Pacto entre elites tradicionales y la casta sandinista funcional a la
deriva de un régimen autoritario y corrupto. Una nueva versión de otras
experiencias políticas de Nicaragua. Crisis terminal necesaria democratización.
Las lecturas 1 y 2 bordean ideas similares.
Sin embargo hay varios supuestos sobre los que se debe dar evidencia. El primero
es que hay efectivamente un gobierno de izquierdas con un proyecto social y que
respeta principios básicos relacionados con la participación de los sectores
populares, el incremento de derechos y una práctica de integridad o ética
pública que lo diferencia de los denostados regímenes de derecha. En el caso de
Nicaragua esto no existe. El segundo es que se trata de “errores” de un
gobierno de izquierdas y no de un régimen que impulsa un modelo autoritario y
corrupto.
El tercero es la conspiración de la derecha,
Cia etc. Que esto pueda ocurrir no está excluido. Pero es claro que no fue la
CIA quien impulsó a Daniel Ortega a crear un régimen familiar clientelista, a
robarse las elecciones, a usurpar las instituciones, a cooptar la policía como
fuerza de represión para gubernamental, a privatizar la cooperación venezolana
y dejarle la deuda al estado cuando se acabó el negocio que instrumentalizaron
privadamente; quedándose con los beneficios y constituyéndose en grupo
económico familiar. El cuarto es que la protesta social en Nicaragua se
relaciona con Honduras y la caída de Zelaya, la crisis de Venezuela, la caída
de Lugo en Paraguay, la situación en Brasil en el marco de una estrategia común
restauradora de la derecha y el imperialismo.
Esa amalgama simplificadora revela una construcción a priori y no
un análisis. Ninguna de esas situaciones se aparenta en su contenido y
desarrollo. Que hayan presiones externas, relaciones explicitas entre derechas
y geopolítica norteamericana no es un secreto para nadie. Pero si esto se asume
como determinismo absoluto mejor no hacer política en ninguna parte. La
realidad es que en diversos contextos juegan factores específicos. Las
incapacidades propias no son atribuibles necesariamente al adversario. Ni
Zelaya ni Lugo eran coaliciones populares poderosas y carecían de manejo
político consistente por ejemplo. El PT por su lado, había entrado pese al
apoyo popular y enormes capacidades políticas en un zigzagueante desorientación
programática y social. Tampoco será culpa de otros el que Evo después de haber
perdido el referéndum para obtener el derecho a reelección pretenda
desconocerlo.
La lectura 3 sostiene que el pacto
intra-élites se descompuso y que su cara política el régimen de Ortega
acumulaba descontento, particularmente en el campo y en sectores urbanos y
juveniles. Su deriva opresiva, toda manifestación era reprimida, seguían
habiendo asesinatos de campesinos, burócratas eternos en todos los puestos,
acumulación y ostentación de riqueza personal etc. era resentidos por la
población, en uno de los países más pobres de América Latina. El conflicto en
torno a la mafiosa concesión canalera, la represión de estudiantes, la negación
de derechos, más que la reforma de la seguridad social como se ha pretendido,
encendió la mecha ¿Cómo se llegó ahí?
Si se examinan los grandes temas que marcaron
la evolución del país en los últimos 20 años, se puede establecer que el
partido sandinista se desempeñó en constantes zigzag. Entre lo que se decía y
se hacía la distancia fue cada vez mayor. En la fase de reformas económicas,
catalogadas de neoliberales en el discurso, durante tres gobiernos
conservadores, el partido sandinista no solo las compartió además se posicionó
en ellas para obtener beneficios sin consideraciones programáticas o de
reivindicaciones sociales.
Cuando afirmó estar comprometido con la
democracia y la gobernabilidad en beneficio del país hizo un pacto secreto, hoy
público, con la fracción más corrupta de la derecha con quien compartió
practicas prebendarías y arduos conflictos por el reparto. A cambio obtuvo
modificar la ley electoral para ser electo con 35% en primera vuelta si había
5% de distancia con el segundo! Cuando habló de reconciliación y democracia en
su retorno al gobierno, puso en marcha un sistema de alta discrecionalidad
autoritaria que mezcla retórica y poder duro.
Cada una de esos zigzag le costó rupturas y la
división pero en beneficio de una estructura de poder en desarrollo, que en
cada oportunidad daba un paso más hacia su consolidación. Es obvio que la
estructura de poder ya existía. Pero el grupo danielista era uno más entre
otros aunque con más visibilidad, lo nuevo es que es que este grupo se
personalizó más, se privatizó más y adquirió más base económica y familiar
propia.
La democratización de los 90, post revolución,
y las diferencias políticas y económicas que generaron en la estructura del
frente sandinista, condujeron a la formación de grupos de interés nuevos.
Los grupos originados en las estructuras
militares, los empresarios, el aparato sindical y los diputados conformaban una
situación interna movida imposible de cerrar. Estos sectores tenían una
equivalencia de historia y militancia común que los hacía además legítimos
aunque no iguales. Fue la oportunidad perdida para una renovación política y la
creación de un régimen de partido democrático. El miedo a la exposición
pública, a perder posiciones ganadas o por ganar y la ausencia de una propuesta
de renovación programática integral y democrática en beneficio no solo del
partido sino que del país, atrincheraron los intereses de grupo en una lucha
fratricida.
La política al servicio de intereses de grupo
cerrados sobre sí mismos, sustituyó al posible proyecto colectivo a proponer a la nación. Las malas
artes aprendidas en los años de poder absoluto se consolidaron como una
doctrina de reemplazo. De esta mezcla corrosiva surgió la eliminación sucesiva
de cuadros históricos, en una hemorragia constante.
De aquí surgió también el grupo dominante de
Daniel Ortega que de intermediador de las diversas facciones pasó a construir
una estructura piramidal de subordinación. Del debate interno entre diversos
grupos se pasó a los círculos de poder ordenados según la distancia con el
líder. El primero circulo era naturalmente el del secretario general, luego el
aparato y finalmente en disputa los empresarios y los sindicatos. Los militares
habían salido del juego al consolidar su independencia corporativa.
Finalmente estos anillos también terminaron
disueltos para ser sustituidos por relaciones personalizadas con el liderazgo
en relación con el cual se puede caer en desgracia u obtener algún premio. Esto
además ha refundado las líneas jerárquicas de la organización, de control y de
ascenso, en detrimento de los pocos equilibrios de representación de la diversidad,
de eventuales ajustes y debates y de algún nivel de institucionalidad interna
independiente del liderazgo personal y de la cúpula del aparato.
Este era el esquema dominante, con alguna
sobrevivencia de los anillos, hasta la llegada al gobierno. El doble liderazgo
del país y del partido en un esquema de partido estado, disparó el arribismo,
la lucha de influencias y la corrupción, en un momento en que el partido
carecía por completo ya de institucionalidad para resolver estas cuestiones.
En ese vacío por simple cercanía al poder y
dependencia personal del líder ascendió esposa de Ortega, Rosario Murillo.
Pacto de manipulación perverso originado en oscuros ajustes de cuentas
personales. El ascenso de Rosario Murillo marca la máxima personalización y ausencia
de institucionalidad de eso que se llama partido FSLN. Este régimen de partido
por su relación con el Estado, al que se lo ha transmitido, causó estragos en
la ya débil institucionalidad del país. En el sentido que para esa práctica, la
democracia no es un conjunto de normas e instituciones que hacen parte de un
contrato que rige la vida social, son reglas utilitarias que se usan o se
violan según la necesidad al igual que en el partido.
El modelo propuesto conduce a un poder vertical y que subordina a
la sociedad, pero de paso acaba con la democracia deliberativa, es decir
aquella que reconoce el conflicto y el disenso, la alternancia política y la
sanción de la opinión.
Inevitablemente todo el discurso sobre el poder popular se vuelve
retórica hueca. ¿Qué hacemos con los otros, con los que no están de acuerdo?
Esos pasan, sean mayoría o minoría, a ser enemigos o inconscientes de la verdad
proclamada.
Las consecuencias para la relación entre el
gobierno y la sociedad son evidentes y patológicas. El poder se vuelve
paranoico y no se puede exponer a la luz pública. Y la diferencia entre la
realidad y el discurso conduce a una híper ideologización y a una sobre
exposición propagandística con la que se intenta ocultar la brecha, afirmar el
liderazgo y aplastar a los enemigos. A la sociedad le queda obedecer u oponerse
frente a esta lógica del poder con costos cada vez más altos si el sistema se
consolida. Todos los regímenes totalitarios y de partido único terminan allí. Y
eso es lo que ha ocurrido.
Nicaragua entró de lleno en una tentativa de
construir un poder de neo autoritarismo, personalizado, esta vez salido de las
entrañas mismas del partido que en nombre de la revolución pretendió enterrar
la dictadura familiar del pasado. En 2008 se advertía sobre esto, en una carta
dirigida al gobierno de Nicaragua, presidido por Daniel Ortega del frente
sandinista, firmada por un grupo de personas que han tenido una relación de
apoyo y solidaridad con el proceso revolucionario que vivió en los 80 y
guardaron lazos con el país. Entre los firmantes se encuentra militantes e
intelectuales como Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Noam Chomski. En la carta
se pide el respeto de los derechos políticos en Nicaragua. 10 años después el
diagnóstico se confirmó el poder omnímodo ha confundido su conservación con la
apropiación del país a cualquier precio. Más de 365 muertos, 1,800 heridos,
secuestrados torturados y desaparecidos. ¿Aceptaría que ocurriera esto en su
país? ¿En nombre de qué? La salida no puede ser más que democratización y
justicia y luego que se diriman las opciones.
Detrás de estos conflictos en torno a la dictadura y la democracia
reside casi toda la acción y la teoría política de la modernidad. La base
de un sistema político, radicada en la soberanía popular, los derechos y el
pluralismo o por el contrario basado en el autoritarismo es el dilema de toda
sociedad que debe canalizar el disenso, el conflicto frente a diversos grupos
sociales que reivindican derechos y oportunidades. Cuando estos últimos son negados
o escasos, la democracia es y sigue siendo una idea revolucionaria, más aun
cuando porta un proyecto de justicia social, cuya realización puede que tenga
variables de tiempo, lugar y circunstancias, pero que constituye la única vía
de una mejora de la sociedad a través de
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