Nicaragua,
Nicaragüita…
21 de julio de 2018
Por Marcelo Colussi (Rebelión)
La situación en Nicaragua está al rojo vivo. Mucho se ha escrito
ya al respecto, y en el campo de la izquierda las aguas están divididas:
¿apoyar o no apoyar a Daniel Ortega?
El presente texto quizá no aporte nada nuevo;
en todo caso, presenta más preguntas que respuestas. Pero preguntas, en
definitiva, que podrían funcionar para profundizar un debate
imprescindiblemente urgente en el campo de la maltrecha izquierda: ¿tanto nos
han golpeado, tanto se ha castigado al campo popular que la disyuntiva termina
siendo apoyar o no a un presidente-empresario elegido en elecciones dentro de
la legalidad capitalista? ¿Tanto hemos retrocedido que la disyuntiva se da
entre si es “bueno” o “malo” un funcionario público que “hace cosas por su
pueblo”? ¿Y los ideales socialistas revolucionarios que levantara la Revolución Sandinista
hace 40 años? ¿Dónde queda aquello de poder popular, de gobierno obrero y
campesino? ¿El socialismo se restringe a programas asistenciales?
Porque no hay que olvidar que el sandinismo
histórico, no hay que olvidar que los valores revolucionarios que pusieran en
marcha jóvenes luchadores en la década del 60 del pasado siglo cuando fundaron
el Frente Sandinista de Liberación Nacional, inspirados en muy buena medida en
el marxismo (Carlos Fonseca era un consumado marxista), no se restringen a un
presidente atornillado en el poder (y que coloca a dedo a su esposa como
vicepresidenta). No hay que olvidar que el ideario socialista en nombre del que
se llevó a cabo esa gloriosa gesta que fue la revolución del 19 de julio de
1979 no se reduce a apoyar a alguien “no tan bueno” pero “mejor que lo que
podrá venir”.
Quizá vale recordar los ideales del Mayo
Francés, tan lejanos ahora en el tiempo que parecen utopías tontas: “¡Seamos
realistas: pidamos lo imposible!”, pero imprescindiblemente necesarios.
¿Abandonamos los principios revolucionarios que permitieron las primeras
revoluciones socialistas de la historia para quedarnos con la democracia
burguesa y programas asistenciales? ¿Tan bajo hemos caído?
Abel Bohoslavsky, histórico militante
socialista argentino, leyendo uno de tantos materiales de análisis de la
situación actual de Nicaragua, se pregunta (pregunta que hago mía): “Si
Somoza era el hijo de puta de Roosevelt, ¿el "desastrado timonel"
Ortega sería "nuestro" hijo de puta? Si ese desastrado timonel
"hipotecó la tradición revolucionaria del sandinismo", tiene
"desprecio por la opinión de la base sandinista" y además hizo un
"pacto con los enemigos... siempre volátil y transitorio" -todo eso
durante 18 años (pacto Ortega-Alemán)- ¿hay que ir a ayudarlo para que
"enderece el rumbo?"”.
Apoyar los gobiernos progresistas que
aparecieron estos últimos años en Latinoamérica abre preguntas en la izquierda:
ninguno de ellos, desde la Revolución Bolivariana con Chávez al orteguismo
(¡no sandinismo!) actual en Nicaragua, pasando por distintas variantes (el PT
en Brasil, matrimonio Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador,
etc.) no cuestionó realmente las bases del capitalismo. Fueron, o son, procesos
redistributivos con más justicia social que los planteos neoliberales de
capitalismo feroz. Pero no tocaron los resortes últimos de la propiedad
privada. ¿Es acaso el actual gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo un
planteo revolucionario? Decir que mejoró un poco las condiciones generales de
la población nicaragüense puede ser loable (puede ser, tampoco lo afirmaríamos
categóricamente, porque ¿a qué costo las mejoró: llenando de maquilas el país
con salarios bajísimos), pero eso no es el ideario de una revolución
socialista. ¿O sí?
Un planteo capitalista revestido de un
discurso progresista y con pirotecnia verbal antiimperialista no deja de ser
capitalista, con explotación de la mano de obra, con clases sociales
enfrentadas. Eso no hay que olvidarlo: ¡los procesos socialistas no pueden
entenderse si no es en la lógica de la lucha de clases! ¿A quién representa
Daniel Ortega: al campesinado pobre, a los trabajadores urbanos, a los
subocupados del comercio informal, o a la nueva clase empresarial ex sandinista
que se enriqueció con la tristemente famosa piñata cuando tuvo que dejar el
poder en 1990? ¿Por qué los revolucionarios sandinistas que adversaron eso no
siguieron en el FSLN?
Sin dudas en la convulsionada sociedad
nicaragüense el imperialismo estadounidense está trabajando. Eso ni se discute.
América Latina, lo sabemos, es la reserva estratégica de Washington, y nada de
lo que aquí pase en términos políticos escapa a su control. Con absoluta
seguridad hay agentes del imperio trabajando a toda máquina en Nicaragua. Pero
eso solo no explica los acontecimientos actuales.
Como dice Abel Bohoslavsky: “En Nicaragua
hay una insubordinación cívica elementalmente democrática (cese de la
represión, cese del autoritarismo gubernamental, cese del nepotismo). Se trata
de una rebelión democrática contra un régimen de origen democrático (aunque
probadamente fraudulento en lo institucional) originado en el Pacto
Ortega-Alemán y Ortega-Iglesia. Tiene un sentido histórico-político inverso a
las guarimbas ]dadas en Venezuela[, aunque no sea ni
pretenda ser revolucionario. Endilgarle ese calificativo es parte del fraude
propagandístico orteguista”.
Si durante los 11 años de gobierno de
Ortega-Murillo todo estuvo “tranquilo”, si el gobierno de Estados Unidos no
disparó a matar como sí lo hizo con todos los experimentos progresistas de
Latinoamérica, eso abre interrogantes. ¿Qué pasó ahora que se rompió el pacto
del gobierno con los sectores empresariales, con la Iglesia católica, con
Washington?
No está claro. Podría pensarse que la
construcción del canal interoceánico por parte de capitales chinos, o la
estación de investigación electrónica rusa instalada en Managua, son un peligro
para la geoestrategia de Washington. ¿Todo esto es la reacción a ese
“atrevimiento” de Ortega? En el patio trasero de la gran potencia nadie puede
osar instalar bases militares chinas y/o rusas. ¿Esta sería la causa?
Quedarse con la idea que todo lo que se está
viviendo en el país es solamente una nueva “revolución de colores” no alcanza.
El orteguismo no es, precisamente, un gobierno revolucionario: es la expresión
de esta nueva burocracia empresarial surgida de la lejana Revolución
Sandinista , donde la figura de Daniel Ortega se consolidó
como líder absoluto sacándose de encima cualquier atisbo de crítica. Y de
principios revolucionarios, de socialismo, de transformación radical de la
sociedad a manos de obreros y campesinos… ¡nada!
¿Hay que defender o no este proceso entonces?
Difícil disyuntiva. Por supuesto que el imperio no tolera afrentas, e incluso
gobiernos redistributivos de “capitalismo con rostro humano” son su enemigo. En
ese sentido, si cae Ortega podrá venir un gobierno absolutamente neoliberal,
suspendiendo la presencia chino-rusa en Nicaragua. Pero la situación actual en
la patria de Sandino, ¿es una revolución? ¿Se trata entonces de defender lo
“menos malo”? Un canal construido por los chinos, ¿es un avance para el campo
popular?
La sublevación actual de la sociedad, quizá
mezcla de activistas pagados por la CIA y reacción espontánea ante el nepotismo
autoritario de un ex socialista (acusado de violador, por cierto), de momento
está trayendo solo muertos, siempre pobres, siempre del campo popular. No hay
organización alternativa, no hay proyecto superador. Los ideales
revolucionarios están guardados por ahora, y los líderes históricos que se
salieron (o fueron sacados) de la estructura sandinista, hoy día son
marginales.
Es cierto que la propaganda de la derecha ya
puso a Ortega como “villano de la película”, igual que en su momento Chávez, o
Khadafi, o Saddam Hussein. El guión ya está escrito. Sumarse a las voces de la
derecha, a la prensa comercial, a los lacayos de Washington que vociferan
contra la “barbarie” en marcha, es un error. Defender un gobierno empresarial
que pactó con el enemigo de clase, también.
¿Quién saldrá beneficiado de todo esto? El
“pobrerío” seguramente no. No hay condiciones para una real y profunda
sublevación popular como la de 1979. Entonces… ¿otra vez gana el imperio?
Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244390
pple-converted-space> 1938).
El argumento de la dirección sandinista para
“justificar” estos crímenes es que se trata de una “conspiración reaccionaria”
contra un supuesto gobierno “progresista”. Pero los hechos muestran que se
trata de una sublevación popular y juvenil contra las medidas neoliberales de
un gobierno capitalista. Y en esto no hay nada semejante a lo del intento golpista
contra Maduro en 2017, por más que Ortega intente arroparse en esa manta. Lo de
Venezuela amerita otra discusión aparte, también crítica.
Hablando de la ofensiva reaccionaria
imperialista en los años 1930 y los métodos criminales del stalinismo en la URSS,
León Trotsky decía, algo que le encaja bien al gobierno de Ortega-Murillo: “Desde
el punto de vista del marxismo, que expresa los intereses históricos del
proletariado, el fin está justificado si conduce al acrecentamiento del poder
del hombre sobre la naturaleza y a la abolición del hombre sobre el hombre…
Está permitido -…- todo lo que conduce realmente a la liberación de la
humanidad… el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios ,
todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase
obrera contra las otras…”.
Los fines del gobierno de Daniel Ortega y sus
métodos criminales son repudiables no solo para cualquier marxista consecuente,
sino para cualquier demócrata. El futuro revolucionario y socialista de
Nicaragua no saldrá de la dirección del FSLN, envilecida por estos crímenes y
que negocia a trastiendas con el COSEP, sino de los jóvenes universitarios y
barriales, quienes deberán construir un partido revolucionario que recupere el
programa de transformaciones por el que cayeron los mártires de la Revolución
de 1979.
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