Nicaragua
duele
28 de julio de 2018
Escribir sobre Nicaragua es tan
doloroso y triste como indispensable. Los recuerdos de la revolución sandinista
todavía están vivos en la generación que conoció esa gesta. El silencio sería
una afrenta a los que participaron en esa memorable insurrección contra Somoza. Por Claudio Katz.
Los hechos de los últimos meses ofrecen
pocas dudas. Una sucesión de protestas sociales fue brutalmente reprimida. Hay
350 muertos de un solo lado por la acción de fuerzas policiales o
paramilitares. En todos los casos hubo disparos contra manifestantes
desarmados, que respondieron o se escaparon como pudieron de la cacería.
Las informaciones de numerosas fuentes
coinciden en esa descripción. Se registró una escalada creciente de disparos a
mansalva, que comenzó con algunos caídos y trepó a 60 asesinados a fines de
abril. Esa tragedia no fue interrumpida por el inicio de conversaciones. Al contrario,
el diálogo fue coronado con otros 225 crímenes.
No existe ninguna justificación de ese
salvajismo. Los partes oficiales (y las voces de apoyo que recibe) no exhiben
ninguna prueba de la “acción terrorista”, que endilgan a las víctimas. Tampoco
hay bajas significativas en el campo gubernamental y no existen registros del
uso de armas de fuego por parte de los opositores.
Estos acontecimientos no sólo han sido
denunciados por los allegados a los caídos. Infinidad de testigos y una amplia
variedad de periodistas corroboran esos acontecimientos. Pero lo más importante
son las autorizadas voces de ex comandantes y dirigentes del sandinismo, que
han verificado lo ocurrido en el mismo lugar de los hechos. Sus denuncias
tienen altísima credibilidad y son coincidentes con la visión de viejos
participantes extranjeros de la revolución. Estas opiniones importan por su gran
conocimiento de los actores en disputa.
La sangría que descargó el gobierno de
Ortega se asemeja a la reacción de cualquier presidente derechista. Fue la
típica violencia del estado contra los descontentos. Frente a ese atroz
comportamiento, un movimiento originado en reivindicaciones básicas asumió un
carácter democrático de resistencia a la represión. La
demanda original contra la reforma de la seguridad social perdió gravitación,
frente el dantesco escenario de centenares de muertos por la balacera de los
gendarmes.
Levantar la voz frente a este crimen,
exigir el inmediato cese de la represión y el enjuiciamiento de los culpables
es la primera definición frente a lo sucedido.
Involución sin retorno
Las protestas contra el aumento de las
cotizaciones de la seguridad social encontraron un gran eco en la población. Esa
simpatía indicó el malestar existente en amplios sectores. Hay fastidio con políticas
oficiales divorciadas del pasado revolucionario del gobierno.
El orteguismo no guarda el menor
parentesco con su origen sandinista. Ha establecido alianzas estratégicas con
el empresariado, adoptó medidas exigidas por el FMI y afianzó los vínculos con
la iglesia después de prohibir el aborto. Ha consolidado la privilegiada
burocracia de los negocios que debutó con la apropiación de los bienes
públicos.
Bajo la conducción de Ortega rige un
sistema clientelar asentado maquinarias electorales. La persistencia de la
vieja simbología sandinista oculta este cambio sustancial, que reproduce la
involución padecida por otros procesos progresistas.
Mucho antes de convertirse en una
simple red de mafiosos, el PRI mexicano había enterrado su legado de transformaciones
agrarias y tradiciones nacionalistas. Lo mismo sucedió con el MNR de Bolivia,
que actuó durante varios años como un partido reaccionario contrapuesto a su
origen. Los ejemplos de regresión política -que recrea Ortega- se extienden a
otros partidos latinoamericanos, que se despegaron por completo de sus antiguos
anhelos socialistas o antiimperialistas.
Pero la represión incorpora un viraje
más irreversible. Convierte a una formación aburguesada en una organización
antagónica con la
izquierda. Cuando los aparatos policiales asesinan a mansalva
se rompe el último eslabón de contacto con un horizonte progresista. Esta
regresión sin retorno se produjo en Nicaragua en los últimos meses.
Las sustanciales diferencias con
Venezuela no radican sólo en la permanencia de un proceso bolivariano, que
confronta con la derecha y defiende la soberanía en un marco de inédita
adversidad. En la interminable sucesión de guarimbas, el chavismo ha batallado
contra intentos golpistas, incursiones paramilitares y provocaciones de grupos
adiestrados por la CIA. Ha
cometido muchas injusticias y hostigado a varios luchadores populares, pero su
disputa central ha sido con la desestabilización promovida y financiada por el
imperialismo.
Lo ocurrido en Nicaragua es muy
distinto. Las protestas no fueron teledirigidas desde Washington. Surgieron
desde abajo contra reformas aconsejadas por el FMI y se articularon
posteriormente en forma espontánea para defender los derechos vulnerados.
Tampoco las principales figuras de los conservadores -que han concertado
incontables pactos con el gobierno- propiciaron la revuelta. Las
manifestaciones reunieron a un heterogéneo conglomerado de descontentos, que
actúan bajo el timón de la iglesia y el estudiantado. Las distintas vertientes
eclesiásticas no siguen un libreto uniforme y los estudiantes están agrupados
en varias corrientes internas con líderes de izquierda y derecha.
Este movimiento con bajo nivel de
politización inicial comenzó a adoptar posturas más nítidas frente al acoso
represivo. Su posicionamiento se afianzó ante el fracaso de las mesas de
diálogo, que el gobierno aceptó de palabra y boicoteó en la práctica.
Una mirada integral
De todos los pronunciamientos
difundidos en las últimas semanas, la postura adoptada por un reconocido dirigente
revolucionario chileno reúne méritos ausentes en otras posturas.
Ese planteo resalta la legitimidad de
las protestas, denuncia la traición de Ortega y cuestiona el silencio cómplice
de muchas corrientes progresistas frente a la represión. Pero
también alerta contra la utilización derechista de las protestas y señala que
Estados Unidos aprovechará el conflicto para socavar al gobierno. Constata,
además, que persiste el apoyo de una parte de la población al oficialismo y
convoca a propiciar una solución pacífica, para que la burguesía local y su
mandante imperial no sean los beneficiarios de la eventual hecatombe del
oficialismo[1].
Esta mirada sintetiza muy bien el
repudio moral a las matanzas con el reconocimiento de la compleja situación
creada en el país. Aunque Ortega pacta sin ningún escrúpulo con todos los
exponentes de la reacción, Estados Unidos busca su desplazamiento. No tolera la
autonomía que ha preservado Nicaragua en su política exterior. El país no sólo
forma parte del ALBA y mantiene estrechos vínculos con el gobierno venezolano.
Pretende además construir un canal inter-oceánico con financiación china, en la
región más caliente del “patio trasero” de la primera potencia.
Como se demostró durante el golpe
contra Zelaya en Honduras (y más recientemente en Guatemala), Estados Unidos
trata a los pequeños países centroamericanos como colonias de segundo orden. No
acepta la menor indisciplina de esas naciones. Por esa razón ya puso en marcha
todos los tentáculos para cooptar a los dirigentes de la protesta, a fin de
alinearlos con la futura colocación de un títere del imperio en reemplazo de
Ortega. El encuentro de varios líderes estudiantiles en Washington con
congresistas de la ultra-derecha anticastrista (y las reuniones del mismo tipo
en El Salvador) constituyen los episodios más visibles, del nuevo operativo que
ensaya Trump.
Desconocer los preparativos de esa
agresión sería una inadmisible ingenuidad. El mismo Ortega que atropella brutalmente
al pueblo es visto por el Departamento de Estado como un adversario a sepultar.
Este tipo de contradicciones ha sido muy frecuente en la historia y debe ser
evaluadas seriamente en la izquierda, a la hora de fijar una posición. Es vital
no sumarse a las campañas de la OEA y a los alaridos de Vargas Llosa que
entreteje el Comando Sur.
Peligros y definiciones
Constatar que el sandinismo conserva la
adhesión de una porción de la población es compatible con los resultados de la
última elección. Pero Cabieses no sólo parte de este dato para convocar a una
solución pacífica. Las negociaciones permitirían evitar la transformación de la
revuelta actual en una confrontación mayor, con una terrible secuela de
víctimas y nefastas consecuencias en el plano geopolítico y nacional.
Lo ocurrido en dos lugares de Medio
Oriente ofrece antecedentes para temer esas consecuencias. Tanto en Libia como
en Siria predominaban gobiernos de origen progresista, que involucionaron al
punto de recurrir a la represión contra los militantes y el pueblo. Kadaffi
encarceló palestinos y Assad descargó sobre el pueblo fusilamientos
indiscriminados. En los dos casos, los atisbos de extensión de la primavera
árabe terminaron en tragedias mayúsculas. El estado libio prácticamente despareció
en medio de codiciosas disputas entre clanes rivales. Siria tuvo un desemboque
más dramático. Presenció primero el copamiento de las protestas por los
yihadistas y padeció luego el peor desastre humanitario de las últimas décadas.
Las realidades históricas y el
escenario político de Medio Oriente y Centroamérica son muy diferentes. Pero el
imperialismo actúa con los mismos propósitos de dominación en ambas regiones.
Destruye sociedades y demuele países sin ningún miramiento. Si hubieran ganado
la partida en Venezuela, el país sería un cementerio semejante a Irak, con el
petróleo en manos de las grandes compañías estadounidenses.
Por estas razones conviene no olvidar
en ningún momento quién es el enemigo principal. Una solución pacífica en
Nicaragua es el mejor camino para evitar la peligrosa utilización imperial del
conflicto. El mecanismo de esa salida estuvo muy presente en la demanda de
diálogo, para negociar eventuales elecciones anticipadas. Este reclamo difiere
de asimilar al gobierno con una dictadura y exigir su caída.
Aparentemente en las últimas semanas la
tensión ha cedido, no por avances en las negociaciones sino por el
afianzamiento de la
represión. Ortega ha logrado un respiro por medio del látigo.
Pero su conducta ha creado un abismo irremontable con la juventud rebelde. Su
divorcio con la izquierda es definitivo. La tradición revolucionaria del
sandinismo volverá a resurgir, pero en la vereda opuesta del orteguismo.
Claudio Katz.
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su
página web es: www.lahaine.org/katz
[1] Manuel Cabieses Donoso, La lección de
Nicaragua ,17 julio, 2018, https://www.nodal.am/2018/07/
http://www.anred.org/?p=100323
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