Control de precios y capitalismo “razonable”
12 de febrero de 2014
Por Rolando
Astarita
Por estos días, en Argentina, circula la idea de que se puede
frenar la inflación con un adecuado control de precios del Estado, ayudado por
el pueblo. Con matices, la propuesta del control de precios es un común
denominador de la izquierda local: partidarios del “socialismo de Estado”,
nacionalistas de izquierda, sindicalistas progresistas, economistas de izquierda
y toda clase de “amigos del pueblo” son entusiastas defensores de la idea. Algunos se
consideran cercanos a Marx; otros, más prácticos, se inspiran en la experiencia
chavista. Sin embargo, a todos los une la convicción de que es posible poner al
Estado (¿y al gobierno?) al servicio del control de precios, y en un sentido
beneficioso para los explotados y oprimidos. Por su parte, la presidenta Cristina
Kirchner también convocó a la tarea; y en la misma vena, los
integrantes de la
kirchnerista Carta Abierta se ofrecieron a ir a los
supermercados, planilla en mano, a combatir a la antipatria. Podemos
decir entonces que estamos ante un “frente de unidad de acción”, de hecho, para
imponer el manejo de los precios y torcerle la mano a los “oligopolios y especuladores”
(que son cipayos, para colmo). En todo esto subyacen ideas concatenadas. Así,
se piensa que:
a) los precios son manejados a voluntad por un “puñado de formadores de precios”, los grandes grupos económicos concentrados;
b) de manera que la inflación y la devaluación es obra de esos grupos (el sistema capitalista no tiene que ver en esto);
c) pero, felizmente, el Estado (incluso cuando se admite su carácter capitalista) puede ubicarse por encima de las contradicciones de clase, a condición de que el pueblo “presione”;
d) de manera que los precios pueden manejarse convenientemente, siempre que exista la presión necesaria desde el polo Estado + pueblo;
e) además, dada la concentración de la economía, basta controlar al puñado de grandes grupos para acabar de raíz la inflación.
a) los precios son manejados a voluntad por un “puñado de formadores de precios”, los grandes grupos económicos concentrados;
b) de manera que la inflación y la devaluación es obra de esos grupos (el sistema capitalista no tiene que ver en esto);
c) pero, felizmente, el Estado (incluso cuando se admite su carácter capitalista) puede ubicarse por encima de las contradicciones de clase, a condición de que el pueblo “presione”;
d) de manera que los precios pueden manejarse convenientemente, siempre que exista la presión necesaria desde el polo Estado + pueblo;
e) además, dada la concentración de la economía, basta controlar al puñado de grandes grupos para acabar de raíz la inflación.
Los más optimistas agregan que con el control de precios, y algún
otro control (del comercio exterior, por ejemplo) se podrían aumentar los
salarios, sin que se escaparan el dólar ni la inflación, con lo que resultaría
una economía que, si bien capitalista (no todo es perfecto en la vida), sería
bastante aceptable para los asalariados.
Propuesta sin bases sólidas
El principal problema del programa anterior es que está en las
nubes. Es la visión característica del pequeño burgués que sueña con un
capitalismo “razonable” (cuya clave de bóveda son las ganancias “razonables”),
en que los trabajadores, con un poco de presión, y la colaboración del Estado,
no padezcan las calamidades que derivan
de las contradicciones objetivas del actual modo de producción. Son varias las
razones que llevan a concluir que esta propuesta es pura ilusión ideológica.
En primer lugar, la tesis de
que los precios son decididos a voluntad por un grupo de oligopolios no tiene
sustento, ni empírico ni teórico (ver, por ejemplo, notas sobre la tesis del
monopolio, aquí); no sucede a nivel mundial, y Argentina no
sale de la regla. En segundo
término, la explicación de la inflación argentina por acción de los
oligopolios tampoco se sostiene (ver aquí y aquí). En
tercer lugar, el Estado no está por
encima de las clases sociales; y en los conflictos fundamentales se ubica
decididamente del lado del capital. Más en particular, y como he explicado en
la nota anterior (aquí), el objetivo de hacer competitivo al
capitalismo argentino vía devaluación y caída del salario es compartido por prácticamente
todos los capitales afectados a la producción de bienes transables, sin
distinción de grandes, medianos o pequeños. Todos ellos apuestan hoy a que los
salarios aumenten por debajo de los precios y del dólar, de manera de
consolidar una redistribución regresiva del ingreso, desde los asalariados al
capital de conjunto. En esto el gobierno K no está solo, lo acompaña casi todo
el arco burgués, incluida la burguesía “no monopolista, no especuladora”.
Por otra parte, están la historia y la evidencia empírica. Han habido muchas experiencias de controles de precios, y los
resultados nunca fueron los que pretenden sus defensores. Al vuelo, cito
algunos casos: el control de precios del franquismo, en España; el de Onganía,
con su plan de estabilización; el de Nixon, en EEUU, en los años 1970; el de
Perón en 1973-4. Y por estos días, en Venezuela. ¿Cuál ha dado resultado? Se
puede admitir que por un lapso de tiempo los controles lograron, a veces,
moderar la inflación, pero nunca torcieron la tendencia, que termina
imponiéndose. Nótese también que los controles no son patrimonio exclusivo de
gobiernos izquierdistas.
Pero además, los controles de precios no solucionan ningún
problema que tenga que ver con la acumulación y el desarrollo de las fuerzas
productivas. Si los capitales no invierten -y en tanto esté vigente el modo de
producción capitalista, la inversión es decisión de los capitalistas-, el
control de precios es impotente para revertir la situación. Lo
sucedido en Argentina en la última década en energía o ferrocarriles, para
tomar dos casos importantes, es ilustrativo. Más clara todavía es la
experiencia en Venezuela, del capitalismo estatal dirigido por el chavismo
(véase aquí, por ejemplo).
¿Colaboración de clases para un capitalismo “razonable”?
Sin embargo, y esto es lo más importante, la propuesta que estoy analizando sí tiene un sentido político
e ideológico, y éste es negativo. Es
que una vez aumentada la diferencia entre precios (y dólar) y salarios, los
controles sirven para desactivar los reclamos sindicales e inducir a los
explotados a “cooperar” con el Estado, el gobierno y el capitalismo “no cipayo,
no monopólico, no especulador”. En las condiciones de dominio del sistema
capitalista, llamar a los trabajadores a que pongan el hombro, es convocar a la colaboración de
clases. Lamento que gente de izquierda, que incluso se considera marxista,
esté embarcada en esta campaña.
Vinculado
a lo anterior, y desde un punto de vista ideológico general, la propuesta
también inculca la idea de que el sistema capitalista puede funcionar bajo una
suerte de “control de los trabajadores”, provisto que estos ejerzan la
conveniente presión. Estamos ante la ilusión de que los capitalistas “se van a
portar bien” si están bajo la atenta vigilancia de activistas y militantes
populares. Es la perspectiva de un capitalismo idílico, que nunca existió, ni puede existir.
Subrayo: no puede existir
porque en el sistema capitalista rige la propiedad privada. En tanto
subsistan estas relaciones de producción –propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio- será imposible manejar los precios
y el mercado. Los precios, en última instancia, son regidos por los tiempos
de trabajo socialmente necesarios; no son una creación artificial. Al lector
interesado en profundizar, le recomiendo leer el capítulo 1 de El Capital. Este texto es para
pensar política sobre bases científicas, y poder ver por detrás del fetiche
mercantil.
Por otra parte, en la medida en que las economías se hacen más
complejas, en que aumenta la interdependencia, se pone más en claro que el
control tiene patas extremadamente cortas. Para que esto no quede como
afirmación dogmática, hagamos un sencillo ejercicio. Tomemos la idea, que se
repite a cada rato, de que los precios deben establecerse según una ganancia
“razonable” (expresión del ministro de Economía argentino; también del
presidente Maduro).
Pero… ¿cuánto es “razonable”? ¿10%, 20%, 25%? ¿Cómo se calcula esa
tasa de ganancia “razonable”? ¿Por qué del 20% y no del 10% o del 30%? Además,
¿es tasa de rentabilidad sobre capital invertido, o se calculan precios
teniendo en cuenta los márgenes de venta? En cuanto al capital invertido, ¿cómo
se lo calcula? ¿A costos de reposición, o a precios históricos? Además, ¿se
tratará de una tasa de ganancia igual para todas las ramas, o habría
diferenciaciones, según las perspectivas de crecimiento de las ramas? Dentro de
las ramas, ¿las tasas de ganancia deberían ser iguales para todas las empresas,
sin importar su productividad? ¿Y qué se hace con las que gozan de economías de
escala?
En lo que atañe a los salarios, ¿deben adecuarse de manera que
todas las empresas tengan las mismas tasas de rentabilidad, o al revés, hay que
partir de salarios iguales (digamos, para los trabajos simples) en todas las
ramas? Pero en este último caso, las tasas de ganancia no podrían igualarse. Y
si se decide por la primera opción, los salarios no pueden ser iguales. ¿Cómo
se arreglan estos embrollos desde el Estado “popular capitalista”? Menudos
problemas, pero hay más. Por caso, las amortizaciones; ¿las establecemos
iguales para todos los capitales? ¿Y a qué tasa? ¿Hay que buscar una
“razonable”? Por otra parte, ¿cuántos son los beneficios que se permiten
redistribuir a los accionistas, y cuántos los que se reinvierten? ¿Cómo se
establece esa división? ¿También tiene que ser “razonable”? ¿Es igual para todas
las ramas?
Advirtamos que con esto sólo estamos en los inicios del asunto,
porque también hay que determinar cuál es la tasa de interés “razonable” que
deberán pagar las empresas por endeudarse (¿y cómo se diferenciarán estas
tasas, si las tasas de ganancia no convergen?); y las tasas de interés
“razonables” para los consumidores; así como las rentas inmobiliarias
“razonables” (afectadas por locaciones desiguales); como las primas
“razonables” para los seguros. Sin olvidarnos, por supuesto, del tipo de cambio
“razonable”. Al respecto, ¿habrá que adecuarlo por tipo de producto, para que
todo esté “razonablemente” parejo para el pueblo? Y no nos olvidemos de los
impuestos internos, ni de las tarifas aduaneras, que también deberían ser
adecuados, para que nada se salga del cuadro “razonabilidad”. Y la lista sigue:
¿cuáles son los márgenes “razonables” de los intermediarios comerciales? ¿De
las comisiones de las agencias inmobiliarias? ¿Y las tarifas “razonables” por
servicios de abogados, médicos, contadores, etc., etc.? ¿Y del sector
financiero?
Sin embargo, alguien podría argumentar que, aun reconociendo las
dificultades del asunto, si se establecieran los precios “razonables” de
los “grandes formadores de precios”, todo lo demás se ajustaría por obra de los
“mercados populares”, controlados por militantes populares, con la colaboración
de capitalistas populares, bajo la supervisión del Estado popular y sus
funcionarios populares. Claro que en ese hipotético caso habría que detectar a
los “formadores de precios”. Y aquí se tropieza con la interdependencia entre
las ramas. Para verlo, tomemos una matriz de insumo producto, conformada por
300 ramas, donde cada una provee insumos básicos (lo que los economistas llaman
una matriz no descomponible). Esto es, la industria del petróleo, por caso,
recibe insumos de las ramas del acero, de la de máquinas herramientas, del pan,
del vestido y otros bienes de consumo (porque el petróleo contrata obreros),
del gasoil; y a su vez, la industria del petróleo provee, directa o
indirectamente, insumos a todas las demás. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo
individualizar las, supongamos, 10 industrias formadoras de precios? Para
bajarlo a tierra: cuando YPF, bajo control del Estado “nacional y popular”,
aumenta las naftas un 40% en un año, ¿lo hace porque es formadora de precios, o
porque los precios de los insumos se le imponen? La realidad es que en un
sistema de interdependencia, cada empresa (y cada rama, en última instancia) de
la matriz básica es “formadora” porque a su vez recibe precios “formados”.
Pero además, lo anterior todavía es estático, no es más que un
“corte transversal”. El sistema capitalista es dinámico; constantemente están
cambiando las productividades por sectores, las tecnologías, las necesidades;
la competencia externa se hace sentir, las clases sociales son dinámicas, y
también los conflictos. ¿Cómo se mantiene todo esto en un equilibrio que
permita la reproducción de las razones cuantitativas “razonables” establecidas?
¿De qué manera los controles populares pueden operar sobre esto, en tanto las
decisiones de inversión continúan en manos de los capitalistas? Claro que en el
mundo del reformismo, el capitalismo con precios bajo control popular (y
comercio exterior, tipo de cambio y bancos convenientemente vigilados), habrá
eliminado la anarquía de la producción (¿o la ley del valor no impone una
regulación anárquica?) y con ella, también las crisis. Es el sueño
supremo. Como decía Marx, quieren eliminar los males del sistema, sin acabar
con el sistema. Sobre esta tontería se construye toda la propuesta.
Superación del mercado, una cuestión social y política
Naturalmente, con esto no estoy diciendo que el mercado no se
puede superar. El mercado se puede superar, pero ésta es una tarea histórica,
que solo podrán acometer sociedades altamente evolucionadas, que hayan dejado
muy atrás la producción basada en la propiedad privada de los medios de producción. En tanto esto no suceda, el
mercado no puede superarse. Incluso una revolución socialista, en la que los
trabajadores efectivamente tengan poder, deberá avanzar muy lentamente en su
ofensiva contra el mercado. No es una cuestión técnica; tampoco se
trata de un obstáculo que se pueda saltar con “apoyo popular” o “movilización
popular” en tanto estemos en los marcos del sistema capitalista. Ni siquiera el
régimen de la URSS, con cientos de miles de empleados abocados a la
planificación (burocrática), y estando la industria, el transporte, la banca,
el comercio y buena parte de la producción agrícola nacionalizadas, pudo eludir
los rigores de la ley del valor trabajo. ¿Cómo se puede sostener entonces que
se pueden manejar los precios desde el Estado capitalista? Alguna vez Lenin
dijo algo tan simple como fundamental: para controlar hay que tener poder. Si
no tengo poder, no controlo. Los capitalistas controlan porque tienen poder
económico, y ese poder económico se asienta en la propiedad privada. El Estado,
en tanto subsista esa base, no puede no ser capitalista. Y el mercado no puede
no responder a las leyes de la producción capitalista. No hay “control” popular
por encima o por fuera de estas constricciones. Un análisis materialista tiene
que empezar por la base. Son
las contradicciones sociales las que mueven, en última instancia, a las clases
sociales. Estamos en el ABC del marxismo.
Una
vez más, repito lo que dije alguna vez en este blog: hay que aprender a luchar
sin ilusiones (aquí).
No se gana nada prometiendo paraísos que sólo existen en la imaginación. Aunque
quienes prometen sean personas bienintencionadas y deseosas de ayudar a la humanidad. No es una
cuestión de voluntad, sino de relaciones sociales objetivas.
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Fuente: https://rolandoastarita.blog/2014/02/12/control-de-precios-y-capitalismo-razonable/#more-4404
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