Economía argentina, coyuntura y largo plazo (II)
19 de agosto de 2012
La acumulación del capital en la tradición clásica
En la nota anterior hemos planteado que la clave del
desarrollo capitalista pasa por la reinversión del excedente. Esta importante
idea fue formulada por primera vez por los fisiócratas. Quesnay definía el
excedente como la diferencia entre la producción y lo necesario para mantener
la capacidad productiva (incluyendo en ésta el consumo del trabajador). Se equivocaba al sostener que sólo la
actividad agrícola generaba ese excedente, pero lo destacable es que concibió
un proceso dinámico, cuyo eje es la reinversión, decidida por la clase social
que se apropia del excedente. Luego, en Smith y Ricardo, serán los trabajadores
contratados por el capital los que producen el valor, y por lo tanto, las
ganancias y las rentas. Se trata de un enfoque opuesto al neoclásico, con su
énfasis en la asignación eficiente de recursos “dados”. En el sistema clásico,
lo importante es ampliar el trabajo productivo, para generar ganancia que se
invierte para generar más ganancia. Se trata de un proceso circular,
o en espiral, que rige el desarrollo de las fuerzas productivas.
También
en Marx se mantiene esta idea. Sintéticamente, en Marx, para que haya
reproducción ampliada del capital, es necesario que el capitalista decida
acumular, reinvertir la plusvalía, no sólo para acrecentar el capital variable
(como sucede en Ricardo), sino también el capital constante, esto es, los medios de producción. “El empleo de plusvalor como
capital, o la reconversión de plusvalor en capital, es lo que se denomina
acumulación de capital” (Marx, 1999, t. 1, p. 713). Por eso, una vez dada la
masa de plusvalor, “la magnitud de la acumulación depende… de cómo se divida el
plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo, entre el capital y el
rédito” (idem, 730). La plusvalía que se gasta como rédito, esto es, para
el consumo o diversos gastos del capital, no permite ampliar la capacidad
productiva. De aquí la importancia de distinguir entre trabajadores productivos
e improductivos. Los trabajadores improductivos son pagados con plusvalía, y no
generan plusvalía. En El Capital Marx apuntaba que el gasto en
empleados domésticos, en Inglaterra, era gasto improductivo. Lo mismo se aplica
al trabajo estatal. Si el Estado contrata trabajadores para enterrar y
desenterrar botellas, esto puede estimular el consumo, y por esa vía contribuir
a sostener la demanda.
Sin embargo, esos trabajadores son pagados con plusvalía que
no se reinvierte productivamente (para una discusión, ver aquí). Por lo tanto, en la medida en que el nivel de empleo
se sostenga por esta vía, el crecimiento encontrará dificultades crecientes.
Podemos decir que en un país atrasado, esto es doblemente válido. Y esto
ocurrirá aun en el caso de empresas estatales. Por ejemplo, si una empresa
estatal contrata personal para que trabaje como puntero político, ese gasto es
improductivo; aunque el gasto de ese puntero contribuya a mantener la demanda. Y en el
mediano o largo plazo, ese tipo de gasto sólo se sostiene si crece el trabajo
productivo.
En
síntesis, en la teoría clásica, y más explícitamente en Marx, la clave del
desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas pasa por cuánto trabajo se
emplea productivamente, y por cuánto de la plusvalía se reinvierte para ampliar
el trabajo productivo, o se gasta como rédito. Si consideramos el desarrollo de
un país en particular, debemos agregar cuánto de la plusvalía atraviesa las
fronteras para colocarse en otro país. Lo importante es que todo
el valor histórico del capitalismo se relaciona con estas cuestiones:
“Sólo en cuanto capital personificado el capitalista tiene un valor
histórico…”. En consecuencia, los factores que influyen en la decisión de
invertir -en primer lugar, la ganancia, y la seguridad de su continuidad- son
decisivos en el análisis del desarrollo capitalista. La búsqueda de ganancias,
y la competencia, obligan a cada capitalista “a expandir constantemente su
capital para conservarlo” (ídem, 731). Por eso, “como fanático de la
valorización del valor, el capitalista constriñe implacablemente a la humanidad
a producir por producir, y por consiguiente a desarrollar las fuerzas
productivas sociales y a crear las condiciones materiales de producción que son
las únicas capaces de constituir la base real de una forma social superior…”.
Destaquemos
que el dinamismo técnico deriva de esta mecánica. El desarrollo de las fuerzas
productivas no consiste sólo en aumento cuantitativo (más trabajadores y más medios de producción), sino en el avance
tecnológico: la producción de más bienes por menos unidad de tiempo
(innovaciones de proceso); y de bienes que satisfagan mejor las necesidades
humanas (innovaciones de productos). Esta dinámica, a su vez, lleva a las
crisis de sobreproducción. Al acumular, aumenta la masa de capital constante
invertida por obrero, se eleva la productividad, se abaratan los medios de producción y de consumo, y finalmente se
debilita la tasa de rentabilidad. Lo cual explica por qué la
crisis típica del desarrollo capitalista no es por carencia, sino por “exceso”,
por sobreproducción, por sobrecapacidad y sobreacumulación (ver aquí).
Apuntemos también que mucho de
este enfoque fue mantenido por los neoricardianos (Garegnani, Pasinetti), hasta
el día de hoy. También por los keynesianos de Cambridge (como Kaldor), o los
autores tradicionales de desarrollo (como Lewis), aunque en estos casos, sin la
tesis del trabajo productivo, ni referencia alguna a la explotación. En Kaldor ,
por ejemplo, el dinamismo técnico depende de la capacidad para absorber el
cambio técnico, y éste depende de la tasa de acumulación. Estas ideas están en
el centro de las polémicas de los autores más progresistas del pensamiento
burgués, con los neoclásicos. La causa del retraso de los países
subdesarrollados no es la pobreza de recursos, o la escasez de ahorro, sino al
contrario, la pobreza de recursos y la escasez de ahorro es el reflejo de la
debilidad de la acumulación (ver, por ejemplo, Kaldor 1963).
La
salida del excedente en el pensamiento de izquierda
Aunque
a primera vista parezca que nos hemos alejado del tema que nos ocupa, estamos
en el meollo de la
cuestión. Desde el punto de vista del desarrollo capitalista,
la raíz de los problemas en la economía argentina reside en que una parte
sustancial del plusvalor no se reinvierte productivamente. En parte se utiliza
en gastos improductivos (incluidos gastos estatales), o construcción
inmobiliaria. Y otra se coloca en el exterior, ya sea porque las
multinacionales no reinvierten sus ganancias, o porque la burguesía argentina
saca los capitales. Los teóricos de la dependencia, y en general los autores de
izquierda, tradicionalmente explicaron el atraso de los países coloniales y
semicoloniales por la extracción del excedente que realizaban las potencias y
sus empresas, aliadas a las oligarquías locales.
Pero hoy, en Argentina, la
remesa de utilidades por parte de las grandes transnacionales es solo una parte
del problema, porque existe una enorme masa de riqueza, propiedad de la clase
capitalista criolla, que está acumulada en el exterior (algunos la ubican en
160.000 millones de dólares, pero puede ser superior); esto es, no se
reinvirtió, ni se reinvierte, para ampliar las capacidades productivas. En este
punto, el esquema explicativo
“imperio-colonia” hace agua, ya que esa transferencia del excedente fue un acto
libre de los capitalistas argentinos. Para ilustrarlo con un
ejemplo, cuando los Kirchner colocaron varios cientos de millones de dólares,
provenientes de la privatización de YPF, en los circuitos financieros
internacionales, lo hicieron respondiendo a una lógica
de clase, no por imposición del FMI, o de poderes coloniales. Lo
decidieron así porque consideraban que el marco social, o el horizonte
político, no era adecuado para realizar inversiones productivas en la provincia
de Santa Cruz. Algo similar puede decirse acerca de la forma en que los
políticos blanquean el dinero de la corrupción: lo invierten, con criterio
rentístico, en propiedad inmobiliaria, urbana o rural, o en dólares y activos
financieros en el exterior. Esta debilidad de la acumulación de capital explica
entonces por qué el problema económico en Argentina se
manifiesta como carencia, como falta (de energía, de transporte, de
producción con valor agregado, etc.) y no como “exceso”. El
hecho de que la
intelectualidad K- izquierdista pase por alto, o disimule, la
salida del excedente, demuestra la distancia que la separa de lo que ha sido la
tradición del pensamiento crítico de la izquierda latinoamericana, y de las
expresiones más progresistas de la tradición económica.
La
inversión en Argentina
Afirmar
que la salida del excedente debilitó la acumulación, y por lo tanto las bases
del desarrollo capitalista, no es sinónimo de negar que hubo inversión en la
última década. Es importante aclarar este punto, porque muchas veces se puede
caer en una discusión falsa. Cuando sostenemos que existe un desarrollo
deformado y con fundamentos débiles, y que la salida del excedente es causa y
expresión de ello, no estamos diciendo que no hubo en absoluto inversión. En
los 2000 los niveles de inversión se recuperaron con respecto a la gran crisis
de 2001-2, e incluso fueron un poco superiores a los promedios
de los años noventa. Pero la inversión no cambió
cualitativamente con respecto a los 90. En el siguiente gráfico
vemos la inversión (incluye construcción e inversión en equipos) en términos
del PBI.
Aquí, la participación de la construcción en el PBI. La
construcción residencial no aumenta la capacidad productiva del país; en
términos marxistas, es gasto de renta, esto es, de bienes de consumo.
La relatividad del cambio en
los 2000 con respecto a la década menemista está determinada por el hecho de
que en los años 90 hubo inversión productiva. Hay que mantener una perspectiva
de largo plazo para entender dónde estamos parados. La imagen de una oposición
absoluta entre el “modelo parasitario financiero” de los 90 y el “productivo e
inclusivo” desde el 2003, no resiste el análisis. La realidad es que entre 1990
y el primer trimestre de 1998 la inversión bruta interna fija aumentó un 190%;
la inversión en construcción 117,2%; la realizada en equipo durable de
producción aumentó casi el 330%. En ese período el PBI aumentó 50,4% y la relación IBIF /PBI
pasó de un mínimo de 13,2% en 1990 al máximo de 25,6% en el tercer trimestre de
1998. Entre 1990 y 1998 la inversión en equipos y maquinaria (bienes de
capital) importados creció en casi 14 veces, pasando de ser el 8,7% de la IBIF
al 41% en el primer trimestre de 1998. Todos los datos los tomo de Kulfas y
Hecker (1998), una fuente que debería ser insospechada de estar bajo las
influencias del grupo Clarín y del “establishment destituyente”; Matías Kulfas
actualmente es gerente general del Banco Central y preside AEDA, una
institución defensora de las políticas oficiales. En la década menemista no
solo se destruyeron empresas, también se modernizó el stock de capital, y
aumentó la
productividad. El apoyo de la burguesía argentina a las
políticas de Menem-Cavallo encuentra su explicación última en estas
evoluciones. Por eso también Kulfas y Hecker consideraban positivas las
privatizaciones. Pero aunque en los 90 aumentó la inversión con relación a los
80 (que fueron de estancamiento), no cambió estructuralmente la economía
argentina. Algo similar ocurre en los 2000: aumentó la inversión con respecto a
los 90, aunque tampoco se modificaron de manera sustancial el rasgo que define
a un capitalismo atrasado y dependiente: el desarrollo desigual y
desarticulado, y sustentado en escasa tecnología. Precisemos todavía que
la inversión de los 90 jugó un rol no desdeñable en la recuperación a partir de
2002. El gobierno de Duhalde, y luego Kirchner, heredaron un aparato productivo
modernizado con relación a los 80.
Textos
citados
Kaldor, N. (1963): Ensayos sobre desarrollo económico, México, CEMLA.
Kulfas, M. y E. Hecker (1998): “La inversión extranjera en la Argentina de los años ’90. Tendencias y perspectivas”, Estudios dela Economía Real , Nº
10, octubre, Centro de Estudios para la Producción.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Kaldor, N. (1963): Ensayos sobre desarrollo económico, México, CEMLA.
Kulfas, M. y E. Hecker (1998): “La inversión extranjera en la Argentina de los años ’90. Tendencias y perspectivas”, Estudios de
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
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Fuente: https://rolandoastarita.blog/2012/08/19/economia-argentina-coyuntura-y-largo-plazo-ii/
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