La ideología burguesa del sindicalismo, según Lenin
28 de octubre de 2017
Por Rolando Astarita
En el intercambio de comentarios que suscitó la entrada sobre el
triunfo electoral de Cambiemos (aquí), un lector señaló
que faltaba decir que la clase obrera argentina tiene una conciencia burguesa,
y que confía en dirigentes y partidos patronales, “a pesar de ser sindicalmente
avanzada”. Respondí que coincidía, y señalé la importancia de la definición de
Lenin sobre el
carácter burgués, o pequeño-burgués, de la ideología sindicalista.
Naturalmente, esta definición de Lenin conecta con la crítica que
hace el marxismo a los programas y estrategias de los reformistas y socialistas
vulgares, quienes ponen el acento en la distribución del ingreso, o de la
riqueza (ver aquí). Pero esta última es
asimismo la perspectiva con que militan miles de sindicalistas (me refiero
a sindicalistas honestamente reformistas). Por lo general, estos se inclinan a
creer que, mediante una combinación de presión sindical, negociación y
apoyo a tal o cual fracción burguesa (o pequeño-burguesa), podrán mejorar
definitivamente los ingresos y condiciones laborales de la clase obrera. Y también esa es la idea
que tienen millones de trabajadores.
Los socialistas, en cambio, sostienen que en la medida en que no
se transformen las relaciones sociales de producción, los males característicos
del capitalismo -polarización social creciente, crisis periódicas y
desocupación, explotación, trabajo alienado- no se acabarán. Por este motivo,
los militantes obreros socialistas no pueden limitarse a ser buenos
sindicalistas. Por supuesto, luchan por las demandas sindicales –mejora
del salario, de las condiciones laborales, libertad de organización, etcétera- pero además, y por sobretodo,
critican la ideología burguesa reformista. Una cuestión que
subrayaba Lenin, y estaba en la tradición socialista, pero que ha tendido a perderse de
vista. Así, por ejemplo, en Argentina muchos militantes de
izquierda están convencidos de que es suficiente con ser los más consecuentes
luchadores “contra el ajuste de Cambiemos y los gobernadores peronistas” para
ganar a las masas trabajadoras al socialismo. Piensan que por esta vía
“práctica” se rebalsarán los diques del dominio ideológico y político burgués,
y que cualquier otro abordaje del problema es poco menos que “teoricismo
abstracto”. Por eso, y sin ánimo de imponer principio de autoridad alguno,
pienso que conocer lo básico del enfoque leninista sobre la naturaleza del
sindicalismo puede ayudar a la reflexión acerca del contenido de la actividad
socialista.
El carácter de clase del sindicalismo en el “¿Qué hacer?”
Tal vez la idea clave de Lenin es que las estrategias y programas
reivindicativos del sindicalismo, en la medida en que no cuestionen la
existencia misma del trabajo asalariado, no dejan
de ser programas burgueses (o pequeño burgueses). La cuestión está
planteada con mucha claridad en uno de sus trabajos más citados, el folleto ¿Qué hacer? (Obras Completas, tomo
5, Madrid, Akal, 1976).
En este escrito Lenin explica que la sindical es la lucha
económica “práctica”, o de resistencia a los capitalistas, con el fin de
mejorar las condiciones de la venta de la fuerza de trabajo. Por eso los
sindicalistas (Lenin no se refiere a burócratas sindicales como conocemos hoy,
sino a gremialistas honestos) reclaman reformas sociales contra la explotación
económica, la desocupación, el hambre, por la promulgación de leyes de
protección de la mujer y el niño, por mejores condiciones de trabajo por medio
de una legislación sanitaria e industrial, y semejantes (véase p. 411).
Este tipo de actividad, sigue Lenin, es un elemento integrante de
la actividad socialista, pero no por ello lleva a la lucha por el socialismo;
por el contrario, puede
inducir a una lucha exclusivamente sindical y a un movimiento no socialista (p. 407). Por este motivo señala que
“[l]a socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no solo para obtener
condiciones ventajosas de venta de la fuerza de trabajo, sino para que sea destruido el
régimen social que obliga a los desposeídos a vender su fuerza de trabajo a los
ricos” (…) Se comprende, por tanto, que los socialdemócratas no
solo no pueden circunscribirse a la lucha económica, sino que ni siquiera pueden admitir que la
organización de las denuncias económicas constituye su actividad predominante”
(p. 407, énfasis agregado).
También: “La lucha política de la socialdemocracia es mucho más
amplia y más compleja que la lucha económica de los obreros contra los patronos
y el gobierno” (p. 459). Por eso, la verdadera conciencia de clase es la
conciencia “del antagonismo irreconciliable”
entre los intereses de los obreros “y todo el régimen político y social
contemporáneo” (p. 382). Pero en ausencia de esta conciencia de clase –esto es,
de un programa y de una estrategia que apunte a terminar el trabajo asalariado- el movimiento sindical tiende,
espontáneamente, a subordinarse a la ideología burguesa (digamos, a reivindicar “el salario
justo”, “la justicia social en el reparto”, y similares).
Sin embargo, ¿por qué ocurre esta adaptación a la ideología
burguesa? La respuesta es: porque
no existe ideología independiente de las grandes clases sociales.
En palabras de Lenin:
“… el problema se plantea así: ideología burguesa o ideología
socialista. No hay término medio… (… en la sociedad desgarrada por las
contradicciones de clase nunca puede existir una ideología al margen de las
clases ni por encima de las clases). Por eso, todo lo que sea rebajar la
ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella equivale a fortalecer la
ideología burguesa. (…) … el desarrollo espontáneo del movimiento obrero
marcha precisamente hacia su subordinación a la ideología burguesa… pues
el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo… y el tradeunionismo implica
precisamente la esclavización ideológica de los obreros por la burguesía ” (pp.
391-392). Insiste en que la tendencia espontánea del tradeunionismo es
“cobijarse bajo el ala de la burguesía” (p. 392). Reivindica el rol de Lassalle
en Alemania, por “haber apartado [al movimiento obrero] del camino del
tradeunionismo progresista y del cooperativismo, en el cual se encauzaba
espontáneamente…” (ibíd.). También observa que la ideología burguesa, la más
difundida y constantemente resucitada en las formas más diversas, se impone constantemente al obrero (nota, p. 393).
Por eso, la política sindicalista es la política burguesa de la clase obrera: “La política
tradeunionista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase
obrera” (p. 433; énfasis agregado; repite la idea en p. 445). De
manera que “no combatir al tradeunionismo equivale a fortalecer la influencia
de la ideología burguesa sobre los obreros” (p. 390).
Lo más importante es que se puede
ser “clasista” y adherir, sin embargo, a la ideología burguesa. Es
que un “clasista” puede tener conciencia de que defiende a la clase obrera en
tanto grupo social enfrentado con la clase capitalista, pero limitar ese enfrentamiento a
una redistribución del ingreso. Dicho de otra manera, se puede
defender un sindicalismo “avanzado”, pero que no por ello trascienda
los marcos de la ideología y política burguesa. Por este motivo, en el enfoque
leninista, no basta con tener conciencia de que existe un conflicto por “el
reparto justo de la torta”. Es necesario entender que el conflicto entre el
capital y el trabajo es
irreconciliable porque
no hay posibilidad de que el explotado tenga una ración “justa”, en tanto
continúe siendo explotado.
A modo de conclusión
Una consecuencia del predominio de la ideología burguesa
reformista en la clase trabajadora es que no se puede explicar el voto masivo
de los obreros a los partidos burgueses con el simple recurso de “son víctimas
del fraude” o “están engañados”. Ni esperanzarse en que “cuando se den cuenta
de que el gobierno X aplica un ajuste económico, abrazarán el programa de la
izquierda” (al pasar, ese fue el discurso de buena parte de la izquierda cuando
cayeron los “socialismos reales”: en cuanto se restaurara el capitalismo, los
trabajadores, educados en las tradiciones del socialismo, se volcarían al
socialismo revolucionario).
La realidad es que los trabajadores padecen cotidianamente la
explotación, o la desocupación, y no por ello adhieren espontáneamente al
socialismo. Y entre las causas más probables de por qué esto es así están la
ausencia de alternativas sociales que se visualicen factibles (el fracaso de
los “socialismos reales” pesa, y mucho); y la renovación de expectativas en
corrientes burguesas, o pequeño-burguesas reformistas, acordes con el encuadre
ideológico dominante. En este último respecto, es un hecho que el sistema
político burgués ha demostrado, en repetidas ocasiones, capacidad para reciclar
las esperanzas de las masas oprimidas… para llevarlas a nuevas frustraciones.
En cualquier caso, estos procesos no se pueden explicar con el argumento
simplista de “hubo fraude político”, “estafa” o “traición”. El problema de la
ideología tiene mayor espesor que el de la mera maniobra de algún, o algunos,
“estafadores políticos”.
Agreguemos que, al menos en Argentina, la ideología reformista
burguesa está potenciada por el nacionalismo y la adoración al Estado “que es
de todos”. En definitiva, todo apunta a la misma conclusión: la explicación del
carácter de clase de la ideología y la política sindical burguesa (condimentada
de nacionalismo y estatismo) es parte inseparable e ineludible de la crítica
marxista.
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Fuente:
https://rolandoastarita.blog/2017/10/28/la-ideologia-burguesa-del-sindicalismo-segun-lenin/
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