Del fin de ciclo a
la consolidación de las derechas
28 de octubre de
2017
Por Raúl Zibechi (La
Jornada)
Los ciclos políticos no
son caprichosos. Vivimos un periodo de crecimiento de las derechas, en
particular en Sudamérica. El ciclo progresista terminó aunque sigan
existiendo gobiernos de ese color, pero ya no podrán desarrollar las políticas
que caracterizaron sus primeros años porque se impone una inflexión
conservadora, aunque los discursos puedan decir algo diferente.
Un buen ejemplo de esa ironía puede ser
Ecuador: un gobierno de Alianza País que realiza un ajuste conservador. Salvo
que se opte por la peregrina tesis de la traición,
Lenin Moreno muestra que aún los progresistas deben dar un giro a la derecha
para poder seguir gobernando.
Digamos que los ciclos son estructurales y los
gobiernos coyunturales. El ciclo progresista se caracterizó por elevados precios
de las exportaciones de commodities en
un clima general de crecimiento económico, un fuerte protagonismo popular y
presiones por mayor justicia social. Los tres aspectos se debilitaron desde la
crisis de 2008. Ahora sufrimos una fuerte ofensiva derechista en todos los
terrenos.
A pesar de los malos resultados económicos y de
una elevada conflictividad social, en la que destaca la desaparición forzada de
Santiago Maldonado, el gobierno de Mauricio Macri consiguió una contundente
victoria en las recientes elecciones argentinas. El
macrismo no es un paréntesis, consiguió una cierta hegemonía que se asienta en
los cambios económicos de la última década, en el desgaste del progresismo y la
debilidad creciente de los movimientos.
·
La primera cuestión a
tener en cuenta es que el modelo extractivo (sojero-minero) ha
transformado las sociedades. La edición argentina de Le
Monde Diplomatique de septiembre
contiene dos interesantes análisis de José Natanson y Claudio Scaletta, que
desbrozan los cambios productivos del complejo de la soya y sus repercusiones
sociales.
El primero sostiene que el mapa de la soya
coincide casi matemáticamente con
los territorios en que gana Macri. Destaca que el campo se articula cada vez más
con las finanzas, la industria y los grandes medios, y que los terratenientes y
los peones, que fueron los protagonistas del periodo oligárquico, conviven ahora
con técnicos, arrendatarios, agrónomos, veterinarios, mecánicos de maquinaria
agrícola y pilotos fumigadores, entre otros.
La tecnología es incluso más importante que la
propiedad de la tierra que los “ pools de
siembra” alquilan, mientras los cultivadores conectados al mundo globalizado
están pendientes de los precios de la bolsa de Chicago, donde se cotizan los
cereales.
El segundo sostiene que estamos ante una
complejización de las clases medias rurales y la emergencia de nuevas clases
medias ruro-urbanas. En consecuencia, el conflicto con el campo
que sostuvo el gobierno kirchnerista en 2008 no fue la clásica contradicción
oligarquía-pueblo.
A partir de ese momento, se hizo visible un conglomerado de actores
más complejo y con una base social mucho más extensa, que rechaza las políticas
sociales porque sienten la pobreza urbana como una realidad muy lejana. Ese
bloque social es el que llevó a Macri al gobierno y el que lo sostiene.
La sociedad extractiva genera valores y
relaciones sociales conservadoras, así como la sociedad industrial generaba una
potente clase obrera y valores de comunidad y solidaridad. En las grandes fábricas, miles de obreros se
convirtieron en clase al organizarse para resistir a los patrones.
Por el contrario, el extractivismo no genera
sujetos internos, o sea dentro del entramado productivo,
porque es un modelo financiero especulativo. Las resistencias son siempre
externas, en general las protagonizan los afectados.
·
La segunda cuestión es
el desgaste del progresismo luego de una década larga de gobierno. Aquí aparecen
dos elementos. Uno, el desgaste interno natural o por la corrupción y la mala
gestión, y combinaciones de ambos. Dos, porque el propio modelo despolitiza y
desorganiza a la sociedad que sólo se articula por medio del consumo. Ahí es
donde muerden las derechas.
El consumismo es la otra cara de la sociedad
extractiva. Una
sociedad que no genera sujetos, ni identidades fuertes, con valores vinculados
al trabajo digno, o sea productivo, sino apenas valores mercantiles
e individualistas, no está en condiciones de potenciar proyectos de largo
aliento para la transformación social.
·
La tercera cuestión que
explica el auge de las derechas es la debilidad del campo popular, que afecta
desde los movimientos hasta la cultura del trabajo y de las izquierdas. La sociedad extractiva crean las condiciones
materiales y espirituales de esta anemia de organización y luchas. Pero hay más.
Las políticas sociales del progresismo, sobre todo la inclusión
mediante el consumo, multiplicaron los efectos depredadores del modelo en cuanto
a desorganización y despolitización. En el shopping desaparecen
las contradicciones de clase, incluso las étnicas y de género, porque en esos no
lugares (Marc Augé) el entorno
desaparece a la humanidad de las personas.
Pero los movimientos también son responsables por las opciones que tomaron. En
vez de construir mirando el largo plazo, preparándose para el inevitable colapso
sistémico, tomaron el atajo electoral que los llevó a construir alianzas
imposibles con resultados patéticos. Algunos movimientos argentinos, que optaron
por aliarse con la derecha justicialista, podrían hacer balance sobre los
resultados desastrosos que obtuvieron, y no me refiero a la magra cosecha de
votos.
Por último, debemos pensar las enseñanzas que nos deja el ascenso
de las derechas y la crisis de los movimientos. La
sociedad extractiva de cuarta guerra mundial, no puede ser resistida con la
misma lógica de la lucha obrera en la sociedad industrial. No existe una clase
para ser dirigida. Los sujetos colectivos deben ser construidos y sostenidos
todos los días. Las organizaciones deben ser sólidas, cinceladas para el largo
plazo y resistentes a los atajos institucionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario