Entre la aletargada
integración y
la lacra racista
19 de julio de 2018
Por Alberto Acosta (Rebelión)
La consolidación de gobiernos neoliberales en varios países
latinoamericanos pone contra la pared a algunos procesos considerados, al menos
desde la propaganda, como “logros” de la larga década progresista. Entre esos
“logros” están los intentos de integración regionales como la UNASUR (Unión de
Naciones Suramericanas), la cual cobró vigencia jurídica en 2011 y hoy parece
vivir una agonía impregnada justo en unas paredes, concretamente en un
edificio…
La UNASUR es un organismo internacional
supuestamente encaminado a construir una identidad y ciudadanía suramericana,
junto con un espacio regional integrado. En términos geopolíticos, la UNASUR
busca responder a esquemas de integración con claras lógicas de dominación
imperiales, que emanan desde la OEA (Organización de Estados Americanos) o el
BID (Banco Interamericano de Desarrollo), por ejemplo. Tal respuesta se juntó a
muchas otras propuestas integracionistas -novedosas y hasta audaces- impulsadas
desde el sur durante el progresismo, como el ALBA ( Alianza Bolivariana para las Américas ) o la Nueva Arquitectura
Financiera del Sur, que buscaba conformar el Banco del Sur,
el Sistema Unico de Compensación Regional (Sucre, tan mal manejado por el
progresismo que permitió hasta el lavado de activos ), el Fondo de Reservas del Sur e
incluso un sistema regional de arbitrajes.
Fue en esos años progresistas que el discurso
integracionista alcanzó su máximo resplendor propagandístico cuando el gobierno
ecuatoriano donó a UNASUR en 2014 un edificio de 45 millones de dólares.
Paradójicamente, ahora ese mismo edificio es un monumento a la crisis del
proceso integracionista-progresista. La decisión del presidente ecuatoriano
Lenín Moreno -sucesor de Rafael Correa desde 2017- de solicitar la devolución
de dicho edificio desnuda los problemas de la integración latinoamericana.
Pero, además, la entrega del edificio al
movimiento indígena para que ahí se ubique la sede de la Pluriversidad Amawtay
Wasi [2] (inspirada en los principios
constitucionales de plurinacionalidad e interculturalidad, y que fuera cerrada
en el autoritario gobierno de Correa) se volvió “ la gota que derramó el racismo y la discriminación en
el Ecuador... ”,
desplegados en una profunda confraternidad colonial por diversos sectores conservadores de todo pelambre , entre los que se alinea el
propio expresidente Rafael Correa [3] . No sorprende que esta andanada
racista haya recibido una contundente respuesta por parte de Apawki Castro,
dirigente de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador
), en la que rescató la esencia de su programa político:Tierra, Cultura y Libertad .
A diferencia de lo que algunos ingenuos
pregonan, el problema de la integración no surge porque el gobierno pida a
UNASUR el edificio [4] para entregarlo al movimiento
indígena. La UNASUR ya vivía una prolongada acefalía, producto de una crisis
geopolítica provocada sobre todo por el fin de varios gobiernos progresistas
latinoamericanos. Como resultado los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile y
Paraguay, con el obvio beneplácito de los gobiernos neoliberales de Colombia y
Perú, suspendieron en 2018 su participación en la organización. Tal
crisis, junto a otras cuestiones, entierran las buenas intenciones y los
enfervorizados discursos integracionistas que pronunció en su momento el
progresismo.
Tengamos presente que en épocas anteriores
hubo propuestas de integración mucho más intrépidas y
profundas , incluso
Raúl Prebish fue categórico en 1981 –poco antes de cumplir su ciclo vital-
cuando afirmó que:
Los progresismos -más allá de dichos
discursos- fracasaron al no ofrecer alternativas reales al capitalismo. Apenas
intentaron modernizarlo.
Los regímenes progresistas no rompieron las ataduras
librecambistas propias de economías primario-exportadoras, al no cuestionar la
esencia de las modalidades de acumulación que el capitalismo mundial ha
asignado a las periferias. El progresismo, con un camuflaje “revolucionario” y
“socialista”, al tiempo que disciplinaba a la sociedad, ampliaba y sigue
ampliando -incluso a sangre y fuego- todo tipo de extractivismos (petroleros,
megamineros, agroexportadores, etc.). Un empeño en el que también están
inmersos los países con gobiernos neoliberales, que incluso recibieron consejos
progresistas sobre cómo romper la resistencia de las comunidades opuestas a la
minería, como sucedió, por ejemplo, con las enseñanzas dadas por el entonces
presidente ecuatoriano Rafael Correa al presidente colombiano Juan
Manuel Santos
Tampoco podemos olvidarnos que en Ecuador
-donde está la sede de UNASUR- desde 2014, el gobierno de Correa hizo que la
brújula económica vuelva a apuntar hacia el neoliberalismo e hipotecó -aún más-
la soberanía del país sobre sus finanzas y sus recursos naturales a capitales
transnacionales, sobre todo al naciente imperialismo chino, en lo que
constituyó una verdadera década desperdiciada . Además, en contra de la
integración regional, Ecuador –no así sus vecinos andinos con gobiernos
progresistas: Venezuela y Bolivia- suscribió en 2016 -también con Correa- un
Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea ; tratados que sintentizan la
esencia neoliberal al condenar a los países empobrecidos a ser meros
suministradores de materias primas. Y si Correa empezó el retorno neoliberal,
su sucesor y anterior vicepresidente, Lenín Moreno, acelera el paso y se
sintoniza cada vez más con los gobiernos conservadores de la región, incluso
proponiendo firmar un TLC con EEUU, haciendo guiños a la Alianza del Pacífico e
impulsando una ley para reactivar la economía que prefigura una carta de
intención con el FMI .
En lo que a la integración se refiere, las
contradicciones vienen hasta de la misma UNASUR , la cual caminó en contra de una
integración alternativa al dar vida al Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento(COSIPLAN),
que busca construir redes de infraestructura ,
transportes y telecomunicaciones según criterios globalizadores establecidos en
el viejo neoliberalismo por la IIRSA (Iniciativa para la Integración de la
Infraestructura Regional Suramericana ), creada en 2000 y
apadrinada por el BID. No sorprende entonces que se haya avanzado más en la
interconexión de mercados que en una verdadera integración, como con claridad se analizó en un seminario impulsado
por el CDES, tal como lo evaluó Raúl Zibechi .
Incluso las mencionadas e interesantes
propuestas para transformar las estructuras financieras en Suramérica no
prosperaron pues los grandes países -sobre todo Brasil y de alguna manera
también Argentina-, teniendo gobiernos progresistas no tuvieron interés real en
tales transformaciones. Este es sobre todo el caso de Brasil con los gobiernos
del PT (Partido de los Trabajadores), que desplegó su tradicional
subimperialismo ( analizado
con claridad en el contexto actual por Klaudio Katz ) -sostenido sobre todo por el
Banco de Desarrollo (BNDES) en alianza con sus empresas transnacionales- en
todo el subcontinente, aupado incluso en una galopante corrupción,
como sucedió con Odebrecht .
Esta crisis de la integración latinoamericana
nos confronta también con otras realidades. Por un lado, los procesos
integracionistas impulsados “desde arriba”, es decir desde los Estados son
limitados porque casi siempre se hacen en estrecha alianza con grandes
capitales -incluso transnacionales-, como se ve en la Unión Europea. Por
otro lado, el pragmatismo político y las alianzas con la derecha desplegadas
por los progresismos han provocado que éstos se sostengan en crecientes autoritarismos políticos, corrupción y
des-democratización, en palabras de Boaventura de Souza Santos al analizar lo
que sucede en Nicaragua ,
cuyo gobierno devino en aquello que juró destruir: un “somozismo” del siglo XXI
que está masacrando
a su población .
Lo grave es que ahora hasta el cinismo
progresista se ha desbordado: los otrora gobernantes progresistas sujetos a la
revisión histórica de su gestión, agobiados por crecientes denuncias de abuso
de poder y de corrupción desbordante -como Rafael Correa- acusan
a sus acusadores de arbitrariedad, de ser agentes del imperialismo, y de buscar
excusas para apresarlos y sacarlos del escenario político, como anota con
lucidez Pablo Ospina .
Así, mientras los progresismos no reconozcan y asuman sus errores, no abandonen
su “culto” a varias “personalidades”, no estarán en capacidad de transparentar
y entender, menos aún criticar su propia gestión, en muchos casos nefasta para
los intereses populares de mediano y largo plazos, e incluso para la misma
integración. Por cierto, la corrupción y el autoritarismo son aún más palpables
en los gobiernos neoliberales.
Por último, la integración debe repensarse
íntegramente. El fin no debe ser sólo conformar agrupaciones de países
emergentes que disputan espacios de poder a las metrópolis capitalistas, por
ejemplo, dentro del FMI. La integración debe ser contra-hegemónica,
planteándose la superación de la civilización capitalista. Eso demanda una
integración multidimensional, en donde la batuta no debe estar en manos ni de
los Estados ni del gran capital.
Requerimos una integración que desarme las
lógicas especulativas de las finanzas internacionales y que proponga otras
racionalidades en la economía internacional; por ejemplo, un comercio en donde
la producción de alimentos no esté motivada por la búsqueda de divisas y la misma especulación, sino por las
demandas de alimentación de la Humanidad ; o unas finanzas internacionales
más enfocadas a proveer recursos a las regiones más empobrecidas antes que a la
exacerbación especulativa.
Estos esfuerzos solo serán viables desde una
política emancipadora y despatriarcalizadora, desde el efectivo respeto a la
justicia social y ecológica. La integración no debe llevarnos a un aperturismo
que nos condene cada vez más a sobrevivir en el inframundo de la globalización
capitalista; por el contrario, debe sustentar la autonomía de las diversas
regiones y localidades.
La integración, entonces, debe provenir sobre
todo desde las bases comunitarias y populares de las naciones y las regiones,
entrelazando -y por ende potenciando- su resistencia y construcción de
alternativas (inclusive aprovechando el actual desarrollo tecnológico para
informarse y comunicarse entre distintos colectivos). Una integración que no
olvide la cuenta pendiente que tiene la sociedad occidental con los pueblos
indígenas, los cuales han sido agredidos históricamente y hasta por los
progresismos -como sucedió con Correa en Ecuador-, pero que en realidad
deberían ser la base que sostenga la integración latinoamericana.
No basta que ahora Moreno dialogue con los
movimientos indígenas y que restablezca la educación bilingüe abolida por el
correísmo, sino que debe abrir la puerta para construir respuestas
plurinacionales e interculturales, que demandan, como primer paso innegociable,
el cese de la criminalización de los indígenas y no indígenas perseguidos por
defender la Pacha Mama.
Un esfuerzo que demanda enfrentar y erradicar el racismoen
Nuestra América, tan crudamente expuesto por Paco Gómez Nadal [5]. En este empeño, la consolidación
de una universidad cimentada en la esencia de la cosmovisión indígena -que no
implique la mercantilización de espúreas lealtades del movimiento indígena al
morenismo- puede ayudar a construir una propuesta de integración decolonial,
tan urgente y necesaria para Nuestra Latinoamérica.
El reto para Latinoamérica se mantiene: o se
une desde los pueblos, entendiendo y respetando su Pacha Mama, o se rinde ante
los -viejos y nuevos- imperialismos que la siguen tratando como su “patio
trasero”.
El autor es economista ecuatoriano. Profesor
universitario. Excandidato a la Presidencia de la República.
[2] Una universidad que ya sufrió la
rabieta colonizadora del correismo por no cumplir con los estándares académicos
eurocéntricos que las instituciones estatales encargadas de las evaluaciones
usan, como anota Verónica Yuquilema: La Universidad Amawtay Wasi y la profunda molestia
colonial
[3] Véase,
sobre este tema, la actitud despectiva de Correa con Luis Macas , reconocido líder histórico del
movimiento indígena, actualmente miembro del Consejo de Participación Ciudadana
de Transición.
[4] La
defensa de UNASUR argumentando el buen uso del edificio es patética.
[5] Para
entener lo que significa el racismo en la actualidad se recomienda el libro
INDIOS, NEGROS Y OTROS INDESEABLES. Capitalismo, racismo y exclusión en América
Latina y el Caribe, de Paco Gómez Nadal, Serie El Debate Constituyente,
Abya-Yala y Fundación Rosa Luxemburg, Quito, 2017.https://www.rosalux.org.ec/producto/indios-negros-y-otros-indeseables-capitalismo-racismo-y-exclusion-en-america-latina-y-el-caribe/
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244307
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