Nicaragua, la
revolución y la niña en el bote
19 de julio de 2018
Por Atilio A. Boron (Rebelión)
La dolorosa coyuntura actual en Nicaragua ha precipitado un
verdadero aluvión de críticas. La derecha imperial y sus epígonos en América
Latina y el Caribe redoblaron su ofensiva con un único y excluyente objetivo:
crear el clima de opinión que permita derrocar sin protestas internacionales al
gobierno de Daniel Ortega, elegido hace menos de dos años (noviembre del 2016)
con el 72 por ciento de los sufragios. Esto era previsible; lo que no lo era
fue que en esa arremetida participaran con singular entusiasmo algunos
políticos e intelectuales progresistas y de izquierda que unieron sus voces a
la de los lenguaraces del imperio. Un notable revolucionario chileno, Manuel
Cabieses Donoso, de cuya amistad me honro, escribió en su flamígera crítica al
gobierno sandinista que “la reacción internacional, el ‘sicario’ general de la
OEA, los medios de desinformación,
el empresariado y la
Iglesia Católica se han adueñado de la crisis social y
política que gatillaron los errores del gobierno. Los reaccionarios se han
montado en la ola de la protesta popular.” Descripción correcta de Cabieses
Donoso de la cual, sin embargo, se extraen conclusiones equivocadas. Correcta
porque es cierto que el gobierno de Daniel Ortega cometió un gravísimo error al
sellar pactos "tácticos" con enemigos históricos del FSLN y, más
recientemente, tratar de imponer una reforma previsional sin consulta alguna
con las bases sandinistas o actuar con incomprensible desaprensión ante la
crisis ecológica en la Reserva Biológica Indio-Maíz. Correcta también
cuando dice que la derecha vernácula y sus amos extranjeros se adueñaron de la
crisis social y política, dato éste de trascendental importancia que no puede
ser soslayado o subestimado. Pero radicalmente incorrecta es su conclusión,
como son las de Boaventura de Sousa Santos, la del entrañable y enorme poeta
Ernesto Cardenal, y Carlos Mejía Godoy, amén de toda una plétora de luchadores
sociales que en sus numerosas denuncias y escritos exigen –algunos
abiertamente, otros de modo más sutil- la destitución del presidente
nicaragüense sin siquiera esbozar una reflexión o arriesgar una conjetura
acerca de lo que vendría después. Conocidos los baños de sangre que asolaron
Honduras siguiendo la destitución de “Mel” Zelaya; los que hubo en Paraguay
luego del derrocamiento “express” de Fernando Lugo en 2012, y antes lo que
sucediera en Chile en 1973 y en Guatemala en 1954; o lo que hicieron los
golpistas venezolanos después del golpe del 11 de Abril en el interludio de
Carmona Estanga “el breve”, o lo que está ocurriendo ahora en Brasil y los
centenares de miles de asesinatos que hizo la derecha durante las décadas del
“cogobierno FMI-PRIAN” en México, o el genocidio de los pobres practicado por
Macri en la Argentina. ¿Alguien en su sano juicio puede suponer que la
destitución del gobierno de Daniel Ortega instauraría en Nicaragua una
democracia escandinava?
Una debilidad
común a todos los críticos es que en ningún momento hacen alusión al marco
geopolítico en el que se desenvuelve la crisis. ¿Cómo olvidar que México y
Centroamérica es una región de principalísima importancia estratégica para la
doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos? Toda la historia del siglo
veinte está marcada por esta obsesiva preocupación de Washington para someter
al rebelde pueblo nicaragüense. A cualquier precio. Si para ello fue necesario
instaurar la sangrienta dictadura de Anastasio Somoza a Todo lo anterior no significa obviar los graves errores del gobierno de Daniel Ortega y el enorme precio pagado por un pragmatismo que si estabilizó la situación económica del país y mejoró las condiciones de vida de la población hipotecó la tradición revolucionaria del sandinismo. Pero el pacto con los enemigos siempre es volátil y transitorio. Y ante la menor muestra de debilidad del gobierno, y ante un grosero error basado en el desprecio por la opinión de la base sandinista, aquellos se lanzaron con todo su arsenal a la calle para voltear a Ortega. Trasladaron buena parte de los mercenarios que protagonizaron las “guarimbas” en Venezuela a Nicaragua y están aplicando ahora en Nicaragua la misma receta de violencia y muerte que se enseña en los manuales de
Estando en el Foro de Sao Paulo que tiene lugar en La Habana pude deleitarme en la contemplación del Caribe. Allí divisé, a lo lejos un frágil botecito. Lo manejaba un robusto marinero y, en el otro extremo se encontraba una joven muchachita. El timonel parecía confundido y se esforzaba para mantener el rumbo en medio de una amenazante marejada. Y se me ocurrió pensar que esa imagen podía representar con elocuencia al proceso revolucionario, y no sólo en Nicaragua sino también en Venezuela, Bolivia, donde sea. La revolución es como aquella niña, y el timonel es el gobierno revolucionario. Este se puede equivocar, porque no hay obra humana a salvo del error; y cometer errores que lo dejen a merced del oleaje y pongan en peligro la vida de
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