Crisis económica, feminismo y lucha popular: algunas claves para
repensar la pelea contra el macrismo y por el cambio social
10 de julio de 2018
P Por Sergio Zeta
El color verde tiño a la Argentina. Por un
lado la gigantesca ola verde por el aborto legal, seguro y gratuito. Por el
otro la corrida del dólar como rostro más visible de una crisis que, junto con
la masividad con que el pueblo aprovechó la convocatoria al paro por parte de
la CGT, constituyen rostros diferentes de una misma realidad.
A la crisis económica se la suele analizar con sus propios
parámetros. Que la tasa de interés en los EE.UU., que el déficit fiscal, que el
endeudamiento o las Lebac. Todo esto influye y tiene su importancia. Pero son
verdades a medias y con ellas, como con un árbol, es posible ocultar un bosque.
El bosque oculto es la trama de relaciones sociales contradictorias y
antagónicas -es decir, la lucha de clases y sectores de clase en un país
capitalista dependiente como el nuestro- que empujan a la Argentina a crisis
recurrentes.
Es
palpable el malestar y una atmósfera que suele preceder a furiosos estallidos.
La reciente quema del edificio de Edesur en Cañuelas por parte de lxs vecinxs
es apenas un emergente más de estos tiempos impredecibles. La misma experiencia
de cómo el “que se vayan todos” del 2001 se canalizó hacia el sostenimiento del
repudiado régimen político opera como uno de los factores retardantes. Pero los
pueblos aprendemos y, cuando superemos la fragmentación y desorientación
política, no será tan fácil para los de “arriba” quedarse. El pueblo, más
temprano que tarde, sabrá barrer con la inmundicia que nos gobierna.
No
se trata de futurismo, la insumisión de las mujeres está anunciando el futuro
conmoviendo el presente, así como brinda claves para ensayar rumbos
alternativos para evitar que, una vez más, sean otros quienes recojan los
frutos de la lucha mientras el pueblo sea quien expone su vida. Las izquierdas
y organizaciones populares tenemos una gran responsabilidad en aprender y
aportar para imaginar y planificar colectivamente otro desenlace.
No
escasean dólares, sobran capitalismo y dependencia
Los
motivos de fondo de la crisis ya habían comenzado a manifestarse durante el
kirchnerismo, incipientemente desde el 2008 y más claramente desde el 2012.
Esto no tiene nada que ver con la “pesada herencia” que supuestamente dejó.
Porque no se trata de desbarajustes ni de bolsones, aunque los hubo, sino de
los factores estructurales de las crisis en la Argentina capitalista
dependiente que permanecieron incólumes. Si hasta el 2008 parecieron
desaparecer fue por la excepcionalidad del enorme salto en la tasa de ganancia
empresaria por la devaluación que golpeó los salarios tras la crisis del 2001 y
del fenómeno inédito en más de un siglo de que los términos de intercambio
entre los productos primarios y los industrializados favorecieran a los
primeros.
Agotadas
las condiciones excepcionales, al kirchnerismo le resultó imposible seguir compatibilizando
que el capital “se la siga llevando con pala” y el otorgamiento de concesiones
al pueblo. La “sintonía fina” y los parches aplicados desde entonces-acuerdos
con Chevrón y el Club de París, devaluación y cepo al dólar, veto al 82% móvil
para los jubilados y a la ley de glaciares, achatamiento salarial,
relanzamiento represivo con Berni, designación de un candidato neoliberal como
Scioli-
no evitaron una inflación creciente y el estancamiento económico, alargando una
agonía que la alejó de las clases dominantes que reclaman enfrentar
decididamente al pueblo, al tiempo que minaba las expectativas de sectores
populares que pasaron a esperar un “cambio”.
El
macrismo asumió para aplicar esas transformaciones de fondo que necesita / exige
el conjunto de la cúpula empresarial para superar los límites con que se topa
periódicamente el capital en Argentina: una recurrente escasez de divisas y una
tasa de ganancia que se niega a crecer ante un pueblo que no se deja explotar
como quisieran. El desastre al que nos condujo no se debe a la estupidez del
“mejor equipo de los últimos 50 años” (aunque resulta arriesgado negarlo) sino
a las limitaciones de la clase capitalista argentina y al odio de clase que
contuvieron tanto tiempo.
Ofrecen
una mirada parcial quienes buscan las causas de la crisis en que el macrismo
estaría gobernando para la especulación financiera y para CEO’s que acumulan
para sus empresas. Porque con todo lo que esto tiene de real –Panamá papers,
blanqueo, endeudamiento, multiplicación de instrumentos financieros- el
gobierno asume y representa los intereses y necesidades del conjunto de la
clase capitalista argentina. Las miradas parciales solo abonan a crear
expectativas en un supuesto “capital productivo”, facilitando la aparición de
supuestas “oposiciones” que devienen en continuidades.
El
capital “productivo” –amén del alto grado de movilidad y de integración hoy
existente entre todas las formas del capital- apoya y promueva los intentos del
gobierno por bajar los salarios y flexibilizar ampliamente el empleo, así como
la generación de nuevos ámbitos de extracción de ganancias en lo que debieran
ser derechos comunes, como la salud, la educación, el transporte o la energía. La
devaluación beneficia al conjunto del capital al achicar el salario aunque
golpee el consumo o provoque heridos en su propio seno. Si el capital nunca
tuvo patria, en el capitalismo globalizado menos aún ya que puede extraer su
plusvalía donde le convenga y realizarla en otra zona del planeta.
Tampoco
el capital especulativo es el único responsable de la falta de dólares que en
la Argentina es tan recurrente que ha recibido nombre y apellido: “restricción
externa”.
Ya con el proceso de sustitución de importaciones, la industrialización
deformada y dependiente agravó la “restricción externa” a través de la remesa
de ganancias, el pago de patentes, la compra de insumos y de tecnología
obsoleta a las casas matrices, los subsidios y exención de impuestos, la fuga
de divisas. Se agravó cuando en la fase neoliberal del capitalismo, las grandes
empresas que controlan la economía argentina dejaron de necesitar consumidores
locales para requerir mano de obra barata para exportar hacia los nichos de
alto consumo, integrando en los ’90 a gran parte de la mediana y pequeña
empresa a sus redes, como en el caso de la Federación Agraria ,
integrada al circuito sojero. Los pequeños panaderos y comerciantes que
cotidianamente aparecen en los medios
contando sus penurias, no son parte de ese alabado “capital productivo” sino
parte del pueblo trabajador.
Es
entonces en nombre del conjunto de la cúpula empresarial que el macrismo vino a
intentar cambiar la relación de fuerzas entre las clases y a insertar la
Argentina en la geopolítica de los EE.UU., abaratando y flexibilizando al
máximo la mano de obra, acordando con el FMI, profundizando la
especialización del país en la exportación de bienes primarios (minería, agro,
petróleo) o limitadamente industrializados. Y no menor, una transformación
educativa y cultural profunda, junto con el desarrollo de un gran aparato represivo
adiestrado por fuerzas militares yanquis e israelíes, para intentar lo que
ningún gobierno logró por mucho tiempo: terminar con la combatividad del pueblo
argentino que no abandona la lucha y viene desgastando al gobierno macrista.
La
crisis desatada en los últimos meses tiene más que ver con que el macrismo no
pudo revertir esa relación de fuerzas, con el diciembre y marzo calientes, con
las luchas moleculares a lo largo y ancho del país, con las peleas de lxs
estatales y de los pueblos originarios en las provincias, con las multitudes
movilizadas por los derechos humanos y por las reivindicaciones de las mujeres,
que con un alza de las tasas de interés en los EE.UU., o el renovado
proteccionismo en la economía mundial, aunque hayan sido la gota que rebalsó el
vaso.
Así
como el temor que la rebelión del 2001/2002 despertó en el empresariado le
abrió a Néstor Kirchner la posibilidad de mediar entre ellos para relanzar la
acumulación de capital del conjunto, el actual desgaste que el movimiento popular
le ocasiona al macrismo –por el que ya pocos se atreven a pronosticar su
reelección y se duda de su continuidad- le dificulta encontrar una salida a la
crisis ya que desata una pelea entre los intereses capitalistas en la que todos
quieren ganar (como evidencian el rechazo de las patronales agrarias a retrasar
la rebaja de las retenciones, las peleas del gabinete o la corrida del dólar). La misma clase social
que se apoyó en el Estado para apaciguar y canalizar a un pueblo rebelado en el
2001, recurre ahora a los acuerdos con el FMI para intentar disciplinarlo y que
sea quien pague los costos.
La
derecha en el gobierno despolitiza la crisis como si fuera sólo una cuestión
económica, de un mercado al que habría que “tranquilizar” (eufemismo por
asegurar al empresariado que ganarán a costillas nuestras) para “desarrollar el
país y crear trabajo digno”. Oculta que es falso que sea el capital el que crea el
trabajo, sino que es el trabajo junto con los bienes de la naturaleza
–expropiados ambos por el empresariado- quienes crean el capital.
La
brutalidad del acuerdo con el FMI coloca en blanco sobre negro la disyuntiva de
esta lucha: o el gobierno y el gran capital derrotan al pueblo o es éste
quien les impone una derrota.
Las organizaciones populares y las izquierdas
estamos impelidas a ser parte de esta pelea y debatir las diversas miradas, las
alternativas y unidades necesarias para impulsar la lucha y la acumulación de
poder popular. Habrá quienes supongan que levantar un proyecto de país y de
sociedad que trascienda al capitalismo patriarcal es un lujo para este momento
de ofensiva del capital. Pero sin una propuesta más allá de la reacción a
contragolpe, indefectiblemente terminará por imponerse la aceptación resignada
del ajuste como alternativa al caos. (...) Leer
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