¿Es posible un nuevo “ciclo progresista”
en Nuestra América?
22 de julio de 2018
Por: Miguel
Mazzeo*
Estamos ante un nuevo episodio de la crisis
del capitalismo dependiente en Nuestra América. Una crisis que está relacionada
de manera directa con la crisis mundial del capital y con las modalidades que
asume la acumulación en la fase de descomposición sistémica. La voracidad cada
vez más descontrolada del capitalismo, acentuada en el mundo periférico,
es una señal demasiado evidente como para pasarla por alto. Las estructuras del
capitalismo se nutren de cadáveres, y son insaciables. No hay indicios de una
inminente expansión del capital capaz de articular crecimiento con bienestar.
Todo lo contrario: el proceso de mercantilización se acelera y amplía su
espectro de espacios a degradar: territorios, culturas, cuerpos. Asistimos al
retorno de las viejas formas de explotación y a la irrupción de otras nuevas.
El capitalismo actual exhibe su faceta de sistema no sustentable. Destruye todo
lo que toca. Lucra destruyendo.
Al mismo tiempo, se pone de manifiesto un
nuevo ciclo de resistencia de los pueblos. Se agudizan las contradicciones
inmanentes a las formaciones sociales del capitalismo dependiente. Se
intensifica la lucha de clases “desde abajo”, especialmente en Nuestra América.
¿Se desarrollará una nueva conciencia combativa? ¿Podrán las clases dominantes
neutralizar la dirección y el sentido de este proceso?
En este contexto histórico regional y mundial,
consideramos que los proyectos políticos que asumen el horizonte de la
conciliación de clases tienen alas de plomo. ¿Existen condiciones materiales y
geopolíticas para conformar alianzas pluriclasistas capaces de garantizar
nuevas gestiones progresistas para un nuevo ciclo? ¿Existen condiciones para
retomar los esquemas neo-desarrollistas? Sostenemos que no. Si comparamos con
la situación que se presentó a comienzos del siglo XXI, se pueden percibir, sin
mayores esfuerzos, modificaciones en aspectos sustanciales.
Paradójicamente, mientras en Nuestra América y
en el mundo toma forma una ofensiva reaccionaria que muestra impúdicamente los
signos de una agresividad inédita, mientras se tornan cada vez más evidentes
las aristas belicistas y depredadoras del proyecto del Imperio, mientras la
guerra del capital contra el trabajo asume visos intolerables y se anuncia un
tiempo en el cual la crisis tiende a arrasar con toda estrategia conciliadora,
cobran cada vez más fuerza los proyectos “capital friendry” que aspiran a
producir una nueva “oleada progresista” y un nuevo ciclo de reformas desde
arriba sostenido en alianzas pluriclasistas, en “pactos sociales”, en
aspiraciones neo-desarrollistas y en discursividades que apelan a los lugares
comunes pequeño-burgueses y paternalistas. Estos proyectos que incrementan día
a día su aura de alteridad, contemplan tanto el retorno (Argentina, Brasil, Paraguay,
algunos incluyen a Chile) como el experimento deseado (Colombia, Perú, algunos
incluyen a Chile), o el experimento novato (México).
El
neo-desarrollismo recupera su “cotización” ante el proyecto de la derecha que
busca ampliar el poder del capital imponiendo una matriz basada en la
valorización financiera, en la profundización de la matriz extractivista y
desindustrializadora. Las vías que se han mostrado inadecuadas para transformar
la renta en acumulación recuperan algún prestigio frente a las vías que no
hacen más que derrocharla, beneficiando al capital financiero y a los sectores
más parasitarios de las clases dominantes. Las vías que tienden a preservar
fragmentos de lo estatal y lo público (pero que no se plantean la posibilidad
de crear espacios públicos contra la propiedad privada) se revalorizan frente a
las vías que apuestan por el dominio absoluto del mercado y la privatización
concentradora de lo público y lo comunal. Y es posible ir todavía más abajo en
esta pendiente de compulsión a la repetición: las vías que promueven la
“estabilización”, concebida como una ralentización del proceso de ajuste
estructural y de restauración del poder del capital, tienden a
presentarse como “progresistas” y hasta “nacionales y populares” frente a
aquellas que apuestan a las acciones demoledoras y a las terapias de shock. Por cierto, en amplios sectores políticos ya se
perfilan los y las que asumen abiertamente la condición de “ajustadores
heterodoxos” porque creen que es susceptible de ser capitalizada políticamente
frente a los “ajustadores ortodoxos”. En Argentina, no faltan los y las que
sienten nostalgia por aquellos “buenos tiempos” de la “sintonía fina”
kirchnerista posterior a 2011.
Asimismo recupera su “cotización” el viejo rol
del Estado en el proceso de reproducción capitalista. Se idealiza al Estado
burgués convencional, “capitalista colectivo” y reproductor de la preeminencia
de la clases dominantes a través de diversas mediaciones frente a un
Estado colonizado por los y las CEOs, un Estado convertido en fortaleza
exclusiva del capital. Se llama “de izquierda”, a las políticas que promueven
el desarrollo de unos lazos menos rígidos entre las clases dominantes y el
aparato del Estado.
Se ha instalado con mucha fuerza una visión
que parte de la separación entre crisis del capital y crítica del capital. Se
trata de una visión política impregnada de cortoplacismo y superficialidad, de
resignación y fatalismo, de ingenuidad u oportunismo. No sólo no se sacan
conclusiones teóricas y prácticas de las experiencias “progresistas” recientes,
no sólo no se asumen sus limitaciones congénitas, sino que recobran fuerza como
horizonte político al ser presentadas como un paraíso perdido al cual es
posible y necesario retornar cuanto antes. De forma deliberada, no se toman en
cuenta un conjunto de aspectos que están en el núcleo de la crisis de los
denominados progresismos y que fundan su inviabilidad como proyectos de
transformación estructural y sustantiva en los planos económico, social,
político y cultural.
En primer término la conciliación de clases y
la no confrontación abierta con las clases dominantes. El progresismo fue, es,
y todo indica que será, el resultado de un pacto conservador, por lo tanto
constituyó bloques poco consistentes desde el punto de vista ideológico y
orgánico. Invariablemente honró su alianza con los grupos dominantes. O sea, no
se consolidaron auténticos bloques históricos sostenidos en el poder popular.
¿Podrá reeditarse ese pacto conservador en las actuales condiciones, sin auge
de las commodities, sin superavit comercial, sin nuevas fuentes de renta
extraordinaria, sin que medie un ciclo expansivo de la economía capitalista y
un período relativamente largo de valorización exportadora? ¿Existen
condiciones para una política capaz de dar cuenta, al mismo tiempo, de los
intereses de las fracciones del capital local y trasnacional más poderosas y de
algunos intereses básicos de las clases subalternas y oprimidas? ¿Es posible un
nuevo ciclo que combine la valorización del capital (el aumento de la riqueza y
de los ricos) con la redistribución del ingreso (la disminución de la pobreza y
la “inclusión” de los pobres al mercado)? Los nuevos escenarios resultan
incompatibles con las vías que promueven la “internacionalización, centralización
y concentración del capital con redistribución” o los “beneficios
extraordinarios para el capital monopólico con inclusión social”.
Las limitaciones de las experiencias
neo-desarrollistas han quedado en evidencia, en particular sus incapacidades
para superar condicionamientos estructurales y para frenar el circulo vicioso
reproductor de la
dependencia. Aunque se minimice el predominio en la industria
de sectores concentrados a manos del capital extranjero, aunque se pase por
alto su marginalidad en las cadenas globales de valor, aunque invada la amnesia
respecto de los compromisos extractivistas de los modelos neo-desarrollistas,
las políticas económicas impulsadas por los gobiernos progresistas estuvieron
lejos, muy lejos del antiimperialismo y el nacionalismo que –en algunos casos–
declamaron. El peso adquirido en las últimas dos décadas por el gran capital
transnacional muestra que estos gobiernos también se apartaron del
“nacionalismo empresarial”, o que, en todo caso, este resultó impotente frente
a las tendencias macroeconómicas globales.
¿La
única alternativa es extractivismo y agrobusiness sin distribución o extractivismo y agrobussines con distribución?
Luego están las limitaciones de las políticas
redistributivas que no asumen la necesidad de realizar cambios estructurales en
el modelo de acumulación o, sin llegar a tanto, que priorizan el acceso masivo
a los bienes de consumo individual antes que el acceso masivo a los bienes
sociales como tierra, vivienda, alimentación, educación, salud, etc.. ¿Será
posible garantizar un mínimo de bienestar para la clase trabajadora sin
realizar cambios estructurales en el modelo de acumulación, sin efectuar
cuestionamientos medulares al neoliberalismo? ¿Será posible mantener los
cuestionamientos retóricos al neoliberalismo con la profundización de la
dependencia? ¿Se podrá disminuir la pobreza sin discutir seriamente la riqueza?
Por último, la aceptación de las reglas de la
democracia representativa y delegativa (liberal) y la renuncia, cuando no el
boicot sistemático, a toda práctica tendiente a la construcción de poder
popular. La fórmula del progresismo fue: “distribución económica sin
politización de las bases y con disciplinamiento social”. El poder político se
redistribuyó en favor del capital. Por ejemplo, en Argentina y Brasil no se
promovieron espacios de participación popular directa, de auto-gobierno
popular, por el contrario, mientras se fortalecieron los pilares del viejo
Estado y los costados ficcionales y emotivos de la democracia, se limitaron las
posiciones de los espacios populares alternativos donde se ejercía la
autodeterminación de los fines y autogestión de los medios .
Los ejes prioritarios del progresismo fueron el realismo y el acompañamiento al
sentido común de las clases subalternas y oprimidas en el marco del capitalismo
democrático. Se desarticularon las instancias de alfabetización política
productoras de sujetos críticos. Se apostó a una recomposición desde arriba del
vínculo entre el Estado y las clases populares. Muchas de las políticas
económicas y sociales del progresismo no hicieron más contribuir con el proceso
de colonización mercantil de las conciencias, inocularon en los trabajadores y
las trabajadoras la inutilidad del desear “a lo grande” y ratificaron los
fetiches de los sectores medios .
Esto favoreció un proceso de despolitización popular, basamento del conformismo
de masas y una de las causas que explican los recientes avances de derecha.
Porque uno de los rasgos característicos de la denominada “nueva derecha” es su
capacidad para promover la despolitización de masas, desde el Estado y, sobre
todo, desde sus baluartes en la sociedad civil.
En este aspecto cabe el contraste con la Revolución Bolivariana.
En la Venezuela chavista, la racionalidad del sistema de
dominación que constituye el magma de las articulaciones sociales sufrió
importantes alteraciones. El desarrollo de una democracia participativa y
protagónica, su estímulo (desparejo) desde algunos sectores del Estado,
explican en buena medida la supervivencia del proceso bolivariano en un
contexto sumamente complejo (por la agresión externa sobre todo, pero también
por las limitaciones propias del chavismo institucional). En Venezuela, el
chavismo hizo posible la conformación de un movimiento comunero que ejerce el
autogobierno desde abajo y que, hoy por hoy, es uno de los pilares de la
resistencia popular y el punto de apoyo de otras iniciativas vinculadas a la
democratización de la economía, el control de los medios
de producción, la construcción de un sistema económico comunal, etc..
Para gestar un proyecto nacional-popular
radical, antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal, resulta una
condición necesaria salirse de la serie que hilvana falsas opciones: modelo
neoclásico o modelo keynesiano/estructuralista, modelo neoliberal o modelo
neo-desarrollista/neo-estructuralista, capitalismo off-shore o capitalismo
posneoliberal, gestión directa de los asuntos de las clases dominantes o
gestión mediada y negociada de los mismos, Washington o el Vaticano. Es imprescindible
salirse de esta serie para no repetir lo existente y fracasado.
Para gestar un proyecto nacional-popular
radical es una condición necesaria liberarse de las elites políticas que se
constituyen en intermediarias de un sistema al que consideran definitivo e
incuestionable; por eso para ellas la política se reduce a un debate en torno
al grado de agresividad de un mismo patrón de acumulación. Pero sin
alternativas no habrá política. Política de verdad o “Gran política”. Política
sin mistificaciones. Política que no sea ni reminiscencia ni repetición. Sin
alternativas sólo habrá gestión de lo que existe con diferentes revestimientos
declarativos, la administración de una decadencia.
Para gestar un proyecto nacional-popular
radical es una condición necesaria ir más allá de las instituciones del Estado
liberal. Los “golpes blandos” o las injusticias perpetradas por el poder
judicial, las operaciones destituyentes de la “prensa libre” demuestran que
estas instituciones fácilmente se vuelven en contra de cualquier proceso
popular, aunque sea moderado. Estas instituciones pueden amoldarse fácilmente a
las estrategias del Imperio, de ningún modo resultan incompatibles con la
Guerra de Cuarta Generación.
El “primer ciclo progresista” muestra que el sistema
puede tolerar ciertas anomalías acotadas, situadas en los marcos del sistema.
De ningún modo las clases dominantes promueven esas anomalías, pero las aceptan
como reaseguro de las continuidades de fondo en contextos de avance de avance
popular. El capital no le teme a esas anomalías mientras no contradigan
ostensiblemente la ley de continuidad del sistema.
En
contextos de crisis de dominación, frente al desprestigio de las instituciones
políticas tradicionales, las organizaciones y figuras políticas que aparecen
como disruptivas y externas al sistema (pero que no asumen el horizonte de
transformación radical del mismo) pueden devenir atractivas para las clases
dominantes que no dudan en asimilarlos como conductores de una transición
apacible y como garantes de las continuidades de fondo. O, sin llegar a
ser atractivas para las clases dominantes, pueden se aceptadas por estas como
el “mal menor”. Suele ocurrir que en la opción por los males menores y en el
realismo que no confía en la potentia popular, muchas organizaciones dizque
“progresistas”, “nacional populares” o “de izquierda” terminan coincidiendo con
las clases dominantes.
Sin dudas, el progresismo podrá retomar al
gobierno (en uno o en varios países de la región) pero difícilmente será igual
a lo que fue. También podrá irrumpir por vez primera en los países que sólo han
conocido el neoliberalismo duro, pero difícilmente pueda reeditar las
“concesiones a dos puntas” del primer ciclo progresista y sus destrezas para
emparchar algunos de los problemas del capitalismo dependiente. Nada presagia
una segunda ola progresista “recargada”. Las nuevas condiciones no se lo
permitirán. Su margen de maniobra, esta vez, será demasiado estrecho. Tendrá
menos sustento la idea de un Estado que, en los marcos del sistema, asuma la
función de reemplazo de la burguesía e impulse el desarrollo económico y
social. También será más difícil la articulación de las retóricas
nacional-populares con los proyectos que no asuman abiertamente el compromiso
de reducir el poder económico, social y político del capital. Aunque el
desquicio de la derecha y un descenso general en todos los órdenes le
suministre algún oxigeno inicial en donde lo tibio y escaso aumente su
valuación por un tiempo. ¿Y después qué? ¿Optará el progresismo por Dios o por
el Diablo ante imposibilidad de estar bien con ambos?
Por su parte, las propuestas que ponen el
acento de la honradez y en la honestidad de la clase dirigente, las cruzadas
“anticorrupción”, cuando son sinceras, resultan incompatibles con la posición
dominante del capital financiero, las grandes corporaciones trasnacionales y
los poderes locales ultra-conservadores y reaccionarios. Sin políticas
antiimperialistas y anticapitalistas se avanzará muy poco en la lucha contra la
violencia y la corrupción y no serán viables las “constituciones morales”. El
“honestismo” tiene limitaciones muy estrictas, sino logra excederlas se
convierte en discursividad vacía e intrascendente.
Entonces:
¿qué será el progresismo? ¿Será copia degradada de sí mismo? ¿Se asemejará a lo
que Ernesto Che Guevara
llamó la planificación de las letrinas? ¿Cómo hará para reeditar sus funciones
estabilizadoras del sistema en un contexto económico y político adverso? ¿Dará
lugar a un conjunto de versiones raquíticas, ubicadas a la derecha de lo que
fue la “primera oleada”? ¿O, por el contrario, se radicalizará, romperá la
alianza pluriclasista, politizará las luchas sociales y socializará las luchas
políticas al tiempo que asumirá horizontes anticapitalistas? ¿Combatirá la
pobreza combatiendo a los ricos e impulsando decididamente los procesos de
autoorganización y la autoconciencia de los y las pobres? ¿Acaso las
mediaciones políticas existentes resultan aptas para darle una perspectiva
política afín a los intereses de fondo de los diversos espacios de resistencia
o aparecen más predispuestas a privilegiar sus vínculos institucionales? Como
sea, nos cuesta pensar en un nuevo ciclo progresista en los términos que
conocemos.
La lucha de clases tendrá la primera palabra.
Puede ser que el pueblo tenga la última. Siempre y cuando logre exceder la
condición de traicionado, engañado, dirigido, manipulado, suplente de la nada. Siempre y
cuando resista el asedio de la conciliación que se cuela en sus acciones y en
sus discursos y que alienta la participación subordinada en la política
oficial. Siempre y cuando se libere de las direcciones componedoras, de los
burócratas y los comisionistas del poder que buscarán administrar/regular la
lucha de clases para perpetuar sus beneficios de casta o para concretar sus
aspiraciones de ascenso social (no se perciben diferencias significativas entre
los politiqueros viejos de la
“Generación X ” y los politiqueros jóvenes de la generación
“milenian”, lo mismo cabe para las politiqueras). Siempre y cuando consiga
dotarse de una organización y una política que esté a la altura del desafío del
proyecto civilizatorio propio y alternativo. Siempre cuando este proyecto
civilizatorio propio y alternativo posea un vínculo férreo con la cuestión del
poder. Sólo así la práctica de los y las de abajo será auténtica praxis popular
y no mero activismo plebeyo.
La única unidad que vale es la unidad interior
de los y las de abajo. La unidad para la ruptura con las prácticas y los
programas obsoletos. La unidad que coloca al conflicto en un piso más alto y no
la que busca conjurarlo. Ese es un momento de unidad disruptivo y estimulante
porque promueve las relaciones más genuinas y productivas. La unidad que se
presenta como superior al conflicto es una unidad abstracta y está hecha a la
imagen y semejanza del poder, aunque use el ropaje de la bondad y la justicia.
Si la unidad se construye en la lucha y en
base a la imaginación, la democracia de base y la autonomía popular, si la
unidad gira en torno a la construcción colectiva de un programa
antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal, seguramente se podrá
enfrentar a la derecha en las mejores condiciones posibles y, sobre todo, se
podrá construir una base más sólida (un sentido, una visión histórica) para
encarar el ciclo subsiguiente, para no tener que construir, después, de cero y
desde la orfandad.
Lanús Oeste, 20 de Julio de 2018
* Profesor de Historia y
Doctor en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y
en la Universidad de Lanús (UNLa). Escritor, autor de varios libros publicados
en Argentina, Venezuela, Chile y Perú, entre otros: Piqueter@s. Breve historia de un movimiento popular argentino;
¿Qué (no) Hacer? Apuntes para una crítica de
los regimenes emancipatorios; Introducción al poder popular (el sueño de una cosa); El
socialismo enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su concepto de
“socialismo práctico”; El Hereje. Apuntes sobre John William Cooke y Marx
populi. Colaborador de los portales Contrahegemoníaweb, Resumen
Latinoameriano y La Haine, entre otros.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/es-posible-un-nuevo-ciclo-progresista-en-nuestra-america/
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