La era de la
ingobernabilidad
en América Latina
29 de abril de 2017
Por Raúl Zibechi (La Jornada)
La desarticulación geopolítica global se traduce en
nuestro continente latinoamericano en una creciente ingobernabilidad que afecta
a los gobiernos de todas las corrientes políticas. No existen fuerzas capaces
de poner orden en cada país, ni a escala regional ni global, algo que afecta
desde las Naciones Unidas hasta los gobiernos de los países más estables.
Uno de los problemas que se observan sobre
todo en los medios , es que cuando
fallan los análisis al uso se apela a simplificaciones del estilo:Trump está
loco, o conjeturas similares, o se lo tacha de fascista (que no es una simple conjetura).
Apenas adjetivos que eluden análisis de fondo. Bien sabemos que la locura de Hitler nunca existió y que
representaba los intereses de las grandes corporaciones alemanas, ultra
racionales en su afán de dominar los mercados globales.
Del lado del pensamiento crítico sucede algo
similar. Todos los problemas que afrontan los gobiernos progresistas son culpa
del imperialismo, las derechas, la OEA y los medios .
No hay voluntad para asumir los problemas creados por ellos mismos, ni la menor
mención a la corrupción que ha alcanzado niveles escandalosos.
Pero el dato central del periodo es la ingobernabilidad. Lo
que viene sucediendo en Argentina (la resistencia tozuda de los sectores
populares a las políticas de robo y despojo del gobierno de Mauricio Macri) es
una muestra de que las derechas no consiguen paz social, ni la tendrán por lo
menos en el corto/mediano plazos.
Los trabajadores argentinos tienen una larga y
rica experiencia de más de un siglo de resistencia a los poderosos, de modo que
saben cómo desgastarlos, hasta derribarlos por las más diversas vías: desde
insurrecciones como la del 17 de octubre de 1945 y la del 19 y 20 de diciembre
de 2001, hasta levantamientos armados como el Cordobazo y varias decenas de motines populares.
En Brasil la derecha pilotada por Michel Temer
tiene enormes dificultades para imponer las reformas del sistema de pensiones y
laboral, no sólo por la resistencia sindical y popular sino por el quiebre
interno que sufre el sistema político. La deslegitimación de las instituciones
es quizá la más alta que se recuerda en la historia.
El economista Carlos Lessa, presidente del BNDES
con el primer gobierno de Lula, señala que Brasil ya no puede mirarse al espejo
y reconocerse como lo que es, perdido el horizonte en el marasmo de la
globalización (goo.gl/owd24y). El aserto de este destacado
pensador brasileño puede aplicarse a los demás países de le región, que no
pueden sino naufragar cuando las tormentas sistémicas acechan. En los hechos,
Brasil atraviesa una fase de descomposición de la clase política tradicional,
algo que pocos parecen estar comprendiendo. Lava Jato es un tsunami que no
dejará nada en su sitio.
El panorama que ofrece Venezuela es idéntico,
aunque los actores ensayen discursos opuestos. De paso, decir que atender a los
discursos en plena descomposición sistémica tiene escasa utilidad, ya que sólo
buscan eludir responsabilidades.
Decir que la ingobernabilidad venezolana se
debe sólo a la desestabilización de la derecha y el imperio, es olvidarse que
en la prolongada erosión del proceso bolivariano participan también los
sectores populares, mediante prácticas a escala micro que desorganizan la
producción y la vida cotidiana. ¿O acaso alguien puede ignorar que el bachaqueo (contrabando hormiga) es una práctica
extendida entre los sectores populares, incluso entre los que se dicen
chavistas?
El sociólogo Emiliano Terán Mantovani lo dice
sin vueltas: caos, corrupción, desgarro del tejido social y fragmentación del
pueblo, potenciados por la crisis terminal del rentismo petrolero (goo.gl/DW8wkQ).
Cuando predomina la cultura política del individualismo más feroz, es imposible
conducir ningún proceso de cambios hacia algún destino medianamente positivo.
En suma, el panorama que presenta la región
–aunque menciono tres países el análisis puede, con matices, extenderse al
resto– es de creciente ingobernabilidad, más allá del signo de los gobiernos,
con fuertes tendencias hacia el caos, expansión de la corrupción y dificultades
extremas para encontrar salidas.
Tres razones de fondo están en la base de esta
situación crítica.
La primera es la creciente potencia,
organización y movilización de los de abajo, de los pueblos indios y negros, de
los sectores populares urbanos y los campesinos, de los jóvenes y las mujeres.
Ni el genocidio mexicano contra los de abajo ha conseguido paralizar al campo
popular, aunque es innegable que afronta serias dificultades para seguir
organizando y creando mundos nuevos.
La segunda es la aceleración de la crisis
sistémica global y la desarticulación geopolítica, que pegó un salto adelante
con el Brexit, la elección
de Donald Trump, la persistencia de la alianza Rusia-China
para frenar a Estados Unidos y la evaporación de la Unión Europea que
deambula sin rumbo. Los conflictos se expanden sin cesar hasta bordear la
guerra nuclear, sin que nadie pueda imponer cierto orden (aún injusto como el
orden de posguerra desde 1945).
La tercera consiste en la incapacidad de las
élites regionales de encontrar alguna salida de largo aliento, como fue el
proceso de sustitución de importaciones, la edificación de un mínimo estado del
bienestar capaz de integrar a algunos sectores de los trabajadores y cierta
soberanía nacional. Sobre este trípode se estableció la alianza entre
empresarios, trabajadores y Estado que pudo proyectar, durante algunas décadas,
un proyecto nacional creíble aunque poco consistente.
La combinación de estos tres aspectos
representa la tormenta perfecta en el sistema-mundo y en cada rincón
de nuestro continente. Los de arriba, como dijo días atrás el subcomandante insurgente Moisés, quieren convertir el mundo en una finca amurallada. Probablemente,
porque nos hemos vuelto ingobernables. Tenemos que organizarnos en esas
difíciles condiciones. No para cambiar de finquero, por cierto.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225992
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