Carlos Fuentealba:
“El dolor colectivo se transforma en acción”
3
de abril de 2017
El asesinato de Carlos duele
colectivamente, es una herida que no cierra y que cada 4 de abril emerge con
más fuerza cuando recordamos
2007.
Por
Por Julia Burton | 8300.
El conflicto docente del año 2007 arrastraba varias
semanas de negociaciones frustradas, paros y movilizaciones, e incluso una
marcha-caravana que unió los casi 200 kilómetros entre
Neuquén y Zapala. Ante la desidia del gobierno, ya casi en Semana Santa, Aten
decidió realizar un bloqueo en ese punto neurálgico que es la ruta 22 a la altura de Arroyito con
el fin de afectar el circuito turístico de la provincia.
Ese 4 de abril el tránsito sobre la ruta se cortó: lo
cortaron las fuerzas de seguridad de la provincia que desataron una feroz
represión hacia las y los trabajadores de la educación, quienes nunca llegaron
a realizar la actividad de protesta resuelta en asambleas. Hubo una decisión
política para impedir que Aten ocupase la ruta, y las imágenes de ese día
hablaron por sí mismas: la cantidad de efectivos policiales, incluyendo grupos especiales
armados hasta los dientes, camiones hidrantes, y la presencia de funcionarios
provinciales y cúpula policial. Hay que recordar sus nombres porque también
están dentro de la cadena de responsabilidades políticas del asesinato: Raúl
Pascuarelli, Carlos Salazar, Moisés Soto, Adolfo Soto, Mario Rinzafri y Miguel
Ángel Escobar, además de los jefes de los grupos especiales de la policía. Pero lo que
más puso en evidencia la definición política del gobierno de Jorge Sobisch fue
la inmediatez y modalidad con la que se desató la represión. No se
pretendía dispersar una manifestación, sino que se llevó a cabo una persecución
y cacería de las y los docentes a campo traviesa. Una represión que no cesaba
aún cuando era evidente que las y los trabajadores de la educación no iban a
cortar la ruta. El
asesinato de Carlos sucedió en ese contexto de retirada de manifestantes en los
autos.
No hay otra explicación que la decisión política asumida
por un gobierno como modalidad para “solucionar” los conflictos sociales. Una
forma que encadena responsabilidades de distinto tipo y que van desde quien
apretó el gatillo (José Darío Poblete) hasta la máxima autoridad de la
provincia, Jorge Omar Sobisch. Su desprecio por la actividad docente es tal que
no le importó matar a un trabajador de la educación y en los días siguientes
reivindicó públicamente el accionar policial diciendo que son situaciones no
queridas, pero volvería a tomar la misma decisión.
Tampoco puedo dejar de situar que esto sucedió en un año
electoral en que Sobisch se presentaba en las elecciones presidenciales como el
candidato “antipiquetes”. Hasta ese día su compañero de fórmula iba a ser
Mauricio Macri, quien le soltó la mano a raíz del asesinato de Carlos, y
Sobisch tuvo que buscar su aliado en la figura de Jorge Asís.
Entonces pienso en que sí, fue una determinación política
del gobierno que las y los docentes no corten la ruta en Arroyito, pero también
fue un mensaje más amplio y de una claridad impresionante a todos los sectores
que nos organizamos, reclamamos y defendemos nuestros derechos. Pretendieron
“educar” con el escarmiento a las y los educadores de la provincia, y a través
de ello a todo el resto de la sociedad.
La muerte de Carlos marcó un límite imprimiéndole un nuevo
giro al conflicto; al exceder los aspectos sindicales el asesinato del docente
en medio de un reclamo legítimo, se vuelve repudio social y generalizado, y se
arraiga en las calles neuquinas desbordadas de pueblo en demanda de justicia y
la renuncia del gobernador.
Por esos días las y los docentes de Neuquén volvieron a
dar cátedra y nos enseñaron a transformar ese dolor que atravesaba los cuerpos
en acción: en las movilizaciones multitudinarias, en el acampe frente a casa de
gobierno, en el corte de puente, en los escraches y visitas pedagógicas a
funcionarios provinciales. Empaparon las calles de una multiplicidad de formas
creativas para ejercer la justicia callejera y popular, esa que emerge de
nuestras rabias ante tanta impunidad, cuando la justicia burguesa es cómplice y
protege a nuestros verdugos. La voz de Sandra Rodríguez resonó potentemente
frente a las más de veinte mil personas presentes en el acto al culminar una de
las movilizaciones de mayor convocatoria de la historia de Neuquén, el 9 de
abril de 2007. La fortaleza y claridad que tuvieron sus palabras generó
silencios cargados de emotividad. No vaciló en denunciar que quienes dieron las
órdenes fueron tan responsables del asesinato como quien apretó el gatillo. A
lo largo de todos estos años esas palabras iniciales de Sandra y sus
declaraciones posteriores generaron que “su” Carlos devenga en un Carlos
colectivo que está grabado en los cuerpos y no se olvida, aunque desde el riñón
del poder político de la provincia se busquen e inventen mecanismos y resortes
para que la memoria caduque y con ella la demanda de justicia.
El asesinato de Carlos duele colectivamente, es una herida
que no cierra y que cada 4 de abril emerge con más fuerza cuando recordamos
2007. Desarma de manera individual y duele colectivamente, sí. Pero ese dolor
se transforma en acción y en el andar colectivo nos volvemos a armar cuando se
entrelazan la memoria, las demandas por justicia completa y nuestros gritos y
acciones de rabia contra tanta impunidad. Porque, como dijo Galeano, yo también
tengo la certeza de que no hay impunidad que sea eternamente impune.
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