Canadá: naturaleza o neoliberalismo
26
de abril de 2017
Por Nora Fernández (Rebelión)
Treinta años después de la Segunda Guerra Mundial ,
los partidos políticos en Canadá se pusieron de acuerdo en que los individuos y
la economía no podían ser abandonados a la suya. Entendieron
que el estado democrático debía jugar un papel de intervención continua en la
economía asegurándose que se mantenía saludable para prevenir otra depresión
profunda. El país tendría una economía de mercado, si, pero los mercados no
determinarían la sociedad canadiense. La meta era preservar la estabilidad y
favorecer un cierto nivel de igualdad entre los ciudadanos. Es sobre este
consenso que se construye el estado de bienestar social canadiense.
Tenemos derecho a preocuparnos de si nuestro país responde o no a
nuestras necesidades. Llegué a Canadá en 1977 y experimenté los beneficios del
estado de bienestar social; me sorprendió tener acceso a atención médica gratuita.
Mis hijos, nacidos en el Hospital Misericordia (en Edmonton), recibieron muy
buen cuidado, y yo también. Visitábamos regularmente juntos la librería
pública; sacábamos libros que primero yo les leía y que luego ellos aprendieron
a leer por sí mismos, desarrollando un amor por los libros que les dura hasta
hoy. Mis hijos fueron a la escuela elemental y secundaria, pero no tuvieron que
preocuparse de cuanto ganaban sus padres. Aprendieron a nadar como parte de un
programa de la
escuela. Fueron parte de la primera generación de niños y
niñas canadienses que jugaban fútbol cada primavera y otoño; pagábamos una
cuota módica y el programa estaba casi enteramente manejado por voluntarios.
Los padres nos turnábamos en traer naranjas a los partidos, que los niños
consumían durante el descanso entre el primer y el segundo tiempo para
recuperar energía. Ellos la pasaban muy bien, nosotros también; no puede hoy
sorprendernos que tantos y tantas canadienses le tengan un gran amor a este
deporte.
En Canadá, se argumenta, ya no hay interés o consenso en favor de una visión de una sociedad igualitaria, justa y basada en lo que es moralmente correcto. El profesor Himelfarb desafía esta perspectiva diciendo que no es verdadera, que aún queremos las cosas que siempre quisimos: proteger el medio ambiente, construir comunidades sustentables, una sociedad justa e igualitaria, ayudar a quienes lo necesitan, oportunidades para los jóvenes, programas sociales fuertes. Lo que sucede es que ya no estamos seguros de que sea posible, por lo que hemos aceptado compromisos que limitan nuestra visión. La acción colectiva es fundamental si hemos de lograr esa visión y allí radica, piensa Himelfarb, la mayor limitación; le preocupa la gran paradoja de nuestros tiempos: que cuando nuestros desafíos colectivos parecen más formidables que nunca, nuestras herramientas colectivas sean tan débiles. Hay una profunda erosión de la confianza –la que tenemos en cada uno de nosotros, entre nosotros y en nuestras instituciones, y la confianza, explica Himelfarb, es un pre-requisito para la acción colectiva.
El neoliberalismo global y la soberanía canadiense
Durante los años de Stephen Harper (2006-2015) en Canadá emerge el país avaro, antisindical, poco caritativo, egoísta, un país donde la tala de árboles, la minería y la polución de ríos, lagos, esteros, se hace aceptable; un país con creciente desigualdad en la distribución de ingresos en creciente beneficio de unos pocos privilegiados; un país donde la violencia afecta a una de cada cuatro mujeres y niñas; y donde los pueblos aborígenes constituyen el grupo de ciudadanos más pobres, menos empleados y más encarcelados. En este país un millón de ciudadanos depende de los bancos de alimentos para sobrevivir y la pobreza aflige a uno de cada siete canadienses (más de un millón de ellos niños menores de 18 años). Un proyecto focalizado en la igualdad, equidad y justicia, podría dar respuesta a estos desafíos, favoreciendo la seguridad y el bienestar de todos los canadienses. Y sin embargo, este país egoísta no es solo culpa de Harper.
Si, es cierto que Harper manejó el país en formas que no habíamos visto desde Richard B. Bennett en 1930 (un millonario inflexible, creador de los opresivos campos de asistencia y fanático creyente en la economía de libre mercado) pero el proyecto neoliberal en Canadá emerge con Brian Mulroney (1984-1993) –el primer ministro que ha hecho más que todos sus predecesores combinados para erosionar la soberanía canadiense. Mulroney entendía el significado de la ideología que promovía, durante una entrevista con William Watson el 2000, así lo dijo: “Si usted cree en el libre intercambio, entonces tiene que creer en el libre intercambio, la desregulación y
Los gobiernos ya no responderían a las necesidades y deseos de sus ciudadanos sino a las necesidades y deseos de las corporaciones multinacionales y
Sinclair & Trew definen los tratados de libre comercio no como documentos de comercio sino como documentos parecidos a una constitución que debilita substancialmente las instituciones democráticas liberando así de toda intervención gubernamental el comercio y las actividades relacionadas a la inversión de las corporaciones multinacionales. Según ellos, una estrategia que promovió Mulroney y su partido (Progressive Conservative) pero que los Liberales compraron totalmente a partir de la elección de 1993. El tratado inicial entre Estados Unidos y Canadá (CUSFTA) creció y se transformó (NAFTA) pero el proteccionismo de los Estados Unidos persistió; según ellos, una lección que Canadá se niega a entender y por la que gobiernos conservadores o liberales terminan haciendo concesiones significantes a los Estados Unidos en intercambio comercial pero también en seguridad, inmigración y asuntos de privacidad ciudadana.
El proceso por el que diferentes gobiernos canadienses aceptan
perder soberanía no es diferente al de otros países del mundo que firman
similares tratados. Los resultados han sido también similares, mayores
ganancias y derechos para las corporaciones multinacionales, bajas de salarios,
de calidad y de número de empleos para los ciudadanos; además, pérdidas de
entradas para los estados y justificación para erosionar los beneficios
estatales a los ciudadanos, para privatizar empresas estatales, para
desregularizar y aumentar la “flexibilidad” de inversión y laboral, con el
esperado aumento de la desigualdad en cada país y del empobrecimiento
ciudadano, la pérdida de derechos ciudadanos frente al aumento de derechos
corporativos en todas partes.
Ursula Franklin fue la primera que entendió el significado de la ideología neoliberal: “Estamos siendo ocupados por los “libre-mercadistas” como los franceses y los noruegos fueron ocupados por los alemanes. Tenemos, como ellos, gobiernos marionetas que manejan el país para el beneficio de las fuerzas de ocupación. Tenemos, como ellos, colaboradores. Tenemos, como los franceses y los noruegos de esos tiempos, que proteger nuestras familias y en muchas ocasiones tenemos que trabajar con las fuerzas de ocupación…Somos, como ellos fueron, amenazados deliberadamente por gente que siente solamente desprecio por nosotros (quienes vivimos en los países que ellos ocupan) y que ven como su misión entregar nuestro territorio a sus amos.” Las fuerzas de ocupación de las corporaciones multinacionales desembarcaron en todo el mundo, incluso en los Estados Unidos.
Pero la economía es una creación humana. Michael Hudson (economista americano) explica que la economía neoliberal es “basura” –una excusa para las ganancias y la toma financiera del mundo, una justificación de la clase rentista y los grandes bancos que financiaron la transformación económica del poder consumidor de la compra de bienes y servicios (que hace andar a la economía real) al pago de intereses y tarifas a los bancos y a los ricos. Los gobiernos ya no cobran impuestos a las aventuras improductivas como antes sino que lo hacen al trabajo y a
Esto también se ve en Canadá donde, según Andrew Jackson, hay
crecientes niveles de especulación; gran parte del crecimiento experimentado la
década pasada (especialmente desde el 2009) ha sido producto del endeudamiento
por hipotecas. En este país el valor de las casas, relativo a las entradas,
está a un nivel similar al que estuvo en Estados Unidos previo al colapso del
mercado el 2007. La deuda por hogar ha llegado a más del 160 por ciento de las
entradas disponibles, un record. Los inflados precios de las propiedades y el
alto nivel de endeudamiento hacen que cualquier recuperación económica sea
lenta y vulnerable. La distribución de recursos también es crecientemente
sesgada y la desigualdad extrema ha aumentado mientras que el 0.01 por ciento
de los más ricos han casi doblado sus entradas. Unos setenta multimillonarios
(los Thomsons, Westons, Irvings, Rogers, Saputos) son mucho más ricos de lo que
nos hacen creer dice Linda McQuaig quien cuestiona los costos de permitir
crecientes privilegios a unos pocos cuando se le niega derechos a la mayoría
–es democracia o plutocracia, pregunta.
Los problemas del medio ambiente son los más urgentes pero también los más serios. En un mundo donde las construcciones humanas son crecientemente guiadas por ideologías destructivas, la Naturaleza puede volverse la “igualadora” desafiándonos a todos con el mismo dilema. Enfrentamos muchos desafíos (aumento de la desigualdad, pobreza, privación de derechos) y problemas sociales en conexión con la privatización de áreas públicas; sin embargo, la destrucción del mundo natural no puede compararse con ninguno de estos desafíos conectados al efecto que tienen nuestras construcciones humanas.
Nuestras construcciones (capitalismo, la economía, los mercados,
los derechos de propiedad, el neoliberalismo) en las que creemos y a las que
tratamos como sagradas, son creaciones de nuestra mente (cerebro) y
frecuentemente necesitan transformarse o desaparecer y pueden hacerlo porque no
son sagradas. Las leyes de la Naturaleza si son sagradas y sin embargo no las
consideramos con seriedad aunque no pueden ser transformadas. El mundo natural es
poderoso y establece nuestras limitaciones reales. Nuestro planeta es el único
en nuestro sistema con una biosfera. Sin biosfera no podemos sobrevivir. Le
llevó a la Naturaleza millones de años crear la biosfera, prácticamente un
milagro; pero nos está tomando apenas unos cientos de años destruirla. Sin duda
enfrentamos muchos desafíos resultantes de equivocadas creaciones de nuestra
mente, pero ninguno tan importante como ignorar y rebajar el mundo natural al
tiempo que elevamos nuestras construcciones por encima de todo. Es una actitud
errada que debe terminar –nada es más importante que el agua potable, el aire
limpio, el suelo no contaminado, los océanos saludables, la preservación de
otras especies, la no interrupción de los procesos naturales esenciales para
nuestra existencia. Nada podremos crear sin proteger el mundo natural que nos
sostiene; pero se nos hace muy difícil de hacer.
Nuestra historia como especie es extraordinaria dice Suzuki: “No tuvimos el número, el tamaño, la velocidad, la fortaleza….la agudeza de vista, olfato u oído que otras especies tienen…nuestra ventaja competitiva: un órgano que pesa dos kilos y está enterrado profundamente en nuestro cráneo. El cerebro humano tiene curiosidad, una memoria notable y una impresionante creatividad.” Nuestro cerebro nos lleva a que tratemos de encontrar sentido y entender lo que sucede a nuestro alrededor buscando causa. Construimos puntos de vista en el que todo está interconectado y es interdependiente. Aprendemos por “observación, experiencia, ensayo y error y pasamos ese conocimiento, esas percepciones sin precio, para sobrevivir.” Previsión, visión, presagio, han permitido que los primeros humanos evitaran peligros y explotaran oportunidades. Irónicamente, dice, hoy “con toda la amplificada habilidad predictiva de científicos y superordenadores, ignoramos o negamos sus advertencias de que estamos en un camino peligroso. Nos negamos a aceptar nuestro gran atributo de supervivencia: esa previsión, visión y presagio.”
Suzuki argumenta que barreras sicológicas bloquean la implementación de soluciones que hoy son factibles. Estamos sin embargo detenidos; es posible que el mundo natural despierte en nosotros conciencia de nuestros límites. Somos criaturas vulnerables a pesar de nuestras capacidades que nunca podríamos sobrevivir sin la naturaleza, necesitamos aire, agua, suelo, sol para vivir. Como especie demostramos una fuerte necesidad de mantener control y controlar puede volverse una obsesión. Llevamos las cosas a extremos –abuso, morir o matar. En literatura identificamos a la naturaleza como “el otro” y con la necesidad de conquistarla. Feminizamos a la naturaleza vista como madre a quien amamos, tememos, tratamos mal. Vivimos en mundos artificiales de nuestra propia creación (ciudades); separados del mundo natural que relegamos a “reservas.” La naturaleza se vuelve el medio encerrado, un recurso, controlado y vendido por dinero. Árboles, ya no vistos como organismos vivos en los que dependemos por aire y energía, se vuelven madera. El agua, no vista como el elemento dador de vida sin el que no podemos sobrevivir más que un par de días, embotellada y vendida en el mercado para enriquecer corporaciones.
La proximidad a las cosas y la gente que queremos alimentan la conexión, alivian la ansiedad; mientras que la distancia rompe los vínculos y las conexiones. La vida de ciudad no es panacea pero es predecible y nos hace sentir en control: abrimos la canilla y aparece el agua, abrimos el refrigerador y encontramos alimentos. Cuando vivimos en ciudades no debemos olvidar que dependemos fuertemente del mundo natural, que nuestra dependencia es real, que puede ser ignorada solamente a un alto costo. La historia está llena de ejemplos de ciudades que colapsaron debido a la degradación y destrucción de su medio ambiente. Y aún, podemos ser muy arrogantes para escuchar o muy desconectados para que nos importe, pero pocos entre nosotros pueden ignorar que de los desafíos que enfrentamos en el mundo corporativo del siglo 21 nuestro destino puede ser sellado por la destrucción que continuamos causando a nuestro mundo natural. Hemos sido una especie creativa, pero también despiadada que ha matado, hambreado y esclavizado a los suyos, y a otros. Puede que nos mueva el sufrimiento de los nuestros, puede que no; pero maltratar la naturaleza tiene consecuencias: puede ser nuestra perdición.
Canadá no está fuera de esta realidad; nuestras políticas no son muy diferentes de las políticas del resto. Destruimos naturaleza a más o menos el mismo ritmo que otros. Al considerar los desafíos que el neoliberalismo nos presenta, o al identificar líderes políticos particulares por su papel en promoverlo, no debemos olvidar que el proyecto neoliberal es global. Los pueblos indígenas han entendido lo sagrado del mundo natural, preocupados por la destrucción del medio ambiente mucho antes que nosotros, luchado por proteger la tierra y el agua, conscientes de que no podemos sobrevivir la inmensa destrucción que estamos causando. Fieles a su mandato continúan enfrentando los destrozos que causamos en todas partes. La esperanza es fundamental a esta lucha: esperemos que tengamos previsión, visión y presagio, cualidades que aseguraron nuestra ascendencia como especie, nos proteja de destruir nuestro mundo, nuestro sistema de soporte vital, nuestro hogar.
Referencias
“Canada after
Harper. His ideology-fuelled attack on Canadian society and values, and how we
can now work to create the country we want.”(2015)
Finn, Ed (Editor), James Lorimer & Company Ltd.
Hudson, Michael, “J is for Junk Economics: A Guide
to Reality in an Age of Deception.” (2017),
ISLET
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