Entrevista con Danilo
Urrea, facilitador regional de Amigos de la Tierra América Latina
y el Caribe
Extractivismo y recursos naturales:
¿existen alternativas?
21 de abril de 2017
21 de abril de 2017
Por Mónica Baró (Periodismo de Barrio)
Amigos de la Tierra Internacional
(ATI) es una federación con una historia que abarca más de cuatro décadas.
Surgió en 1971, por iniciativa de cuatro organizaciones ambientalistas de
Francia, Suecia, Inglaterra y Estados Unidos. En sus primeros años funcionó
como espacio de coordinación de campañas conjuntas en defensa de la naturaleza. Se
posicionaba en torno a la energía nuclear o la cacería de ballenas.
Actualmente, ATI es una red que integra a 73
organizaciones ambientalistas de distintos lugares del mundo y es miembro
activo del Centro Ambiental Internacional de Intermediación (Environmental Liaison
Centre International-ELCI) y de la Unión para la Conservación Mundial
(World Conservation
Union-IUCN). Además, participa con carácter consultivo en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas.
En su agenda, los principales ejes temáticos
son agricultura y alimentación, clima y energía, recursos naturales y residuos,
justicia económica y cooperación. Su eslogan: “movilizar, resistir,
transformar”.
Danilo Urrea, filósofo colombiano y
comunicador popular, es el facilitador regional de Amigos de la Tierra América Latina
y el Caribe desde hace casi un año, pero trabaja en la plataforma desde hace
unos catorce. En visita a Cuba, durante el XII Taller Internacional sobre
Paradigmas Emancipatorios “Berta Cáceres vive”, dedicado a la líder
ambientalista hondureña asesinada en 2016, Urrea accedió a dialogar con
Periodismo de Barrio acerca de las realidades en las que trabaja.
¿Podrías describir cuál es el contexto medioambiental en América
Latina y el Caribe? ¿Qué valoración haces de los conflictos que se viven?
Nosotros el análisis que hacemos como Amigos de la Tierra América Latina
y el Caribe es que nos encontramos en un contexto bastante complejo, y esas
complejidades tienen que ver principalmente con los avances que ha tenido en
los últimos años el modelo de desarrollo basado en el extractivismo. Y cuando
hablamos de extractivismo, encontramos cuatro grandes pilares. Uno: la
explotación minera. Dos: la explotación petrolera. Tres: la construcción de
grandes represas para la producción energética. Y cuatro: los agrocombustibles
(que a veces no suelen ser tenidos en cuenta como parte del modelo extractivo,
pero que constituyen una forma de extracción de recursos a gran escala para
producir energía y son como comida para los carros). Es en ese modelo donde
encontramos la mayor dificultad, en tanto los patrimonios naturales se
entienden como fuentes de acumulación de riquezas. Y eso nos lleva a otro
escenario, muy complejo, que tiene que ver con la destrucción de territorios y
el desplazamiento de comunidades que han vivido históricamente en esos
territorios.
Pero cuando hablamos de lo ambiental, no
hablamos solamente de lo que se conoce como recursos naturales. Hablamos más
bien de la interrelación entre los seres humanos y la naturaleza, porque
consideramos que los seres humanos somos parte de la naturaleza, aun cuando la
división moderna capitalista dice que estamos por fuera y que la función de la
naturaleza es entregarnos beneficios a través de la explotación. Y en
esa interrelación vemos otras dificultades, que tienen que ver con el
patriarcalismo, con la utilización de los cuerpos, sobre todo con la
explotación del cuerpo de la mujer para acumular capital. Todo eso nosotros lo
implicamos en la cuestión ambiental. No solamente analizamos qué pasa con los
ríos, qué pasa con los patrimonios naturales, sino también qué pasa con la vida
de los seres humanos.
Una de las discusiones más importantes que hay en la región ahora
gira en torno a los modelos socioeconómicos productivos. En este sentido, uno
de los argumentos más fuertes de los Gobiernos progresistas para continuar
reproduciendo el modelo extractivista es que, antes de cambiarlo, es necesario
superar las condiciones de pobreza existentes, que son el resultado de siglos
de una redistribución injusta y desigual de las riquezas; es decir, que primero
hay que cambiar el sistema de redistribución y luego, el de producción. ¿Hasta
qué punto podemos renunciar a las grandes extracciones de recursos naturales
para impulsar el desarrollo de los pueblos?
Creo que ahí hay verdades en términos de la
necesidad de hacer un proceso en el que haya un equilibrio en la redistribución
de la renta. Sin
embargo, la historia reciente de varios países progresistas nos ha mostrado
que, si bien la redistribución de la renta ha mejorado la calidad de vida de un
sector de la población, que es algo que hay que valorar, con eso no es
suficiente.
Hay que pensar un poco en lo que se conoce hoy como procesos de
transición, en cómo hacer la transición de un modelo de alta explotación a uno
de extracción necesaria, en el cual la afectación natural no implique la
desaparición de culturas, de pueblos originarios o de otros seres que no son
humanos y hacen parte de la complejidad de la trama de la vida. No podemos tener
una radicalidad tal para afirmar que de la noche a la mañana se va a acabar el
modelo extractivo, pero hay que pensar en cómo hacer las transiciones y
discutir con los Estados qué se necesita en una población para vivir. Porque
necesitamos interactuar con esa naturaleza no humana para obtener beneficios
que nos permitan garantizar la vida en el planeta, pero ¿en qué cantidades?
A mí me preocupa fuertemente un discurso en el que pareciera que
estamos condenados a seguir explotando la naturaleza como única posibilidad de
mejoramiento de la condición humana, cuando esas formas responden más a
acuerdos comerciales para la acumulación de capital que a las necesidades
reales de los pueblos. Hoy explotamos para exportar a Europa. Y pensar la
posibilidad de desarrollo de los pueblos a través de la exportación de materias
primas es lo que nos lleva a una escala que no está de ninguna manera de acuerdo
con la posibilidad de reproducción material de la vida.
Nosotros estamos seguros de que en los cambios pequeños de
poblaciones y organizaciones en nuestros países, hay alternativas concretas. Va
a ser un proceso muy lento, porque implicaría romper con el modelo de
dependencia internacional y una serie de consumos, pero hay que empezar. No
puede haber construcción de alternativas si no se empieza con pequeñas
experiencias.
Pero, ¿qué alternativas se pueden mirar hoy en América Latina y el
Caribe para comprobar que efectivamente es posible reproducir la vida de una
manera armónica con el medio ambiente?
Hay que mirar la agricultura campesina, con un viraje hacia la agroecología, que es una
manera efectiva no solamente de alimentar a la población mundial sino de
enfrentar problemas tan grandes como el cambio climático. Hay que mirar el manejo público y comunitario del agua que se ha hecho
en Colombia, donde las comunidades organizadas han podido distribuir
el agua sin necesidad de una estructura de privatización, y lo puedes encontrar
en el Meta, donde más del 50 por ciento de la población urbana se surte de agua
comunitaria, y en los departamentos de Antioquia, El Cauca, Santander, Tolima…
Hay que mirar el manejo comunitario de bosques, que se hace
para asegurar formas de reproducción de las selvas y de bienes naturales, con
experiencias muy concretas en Costa Rica y Colombia, donde se ha demostrado que
las reservas comunitarias de bosques terminan asociándose con proyectos
productivos agrícolas, sin necesidad de monocultivo para acumular capital
transnacional. Hay que mirar los proyectos energéticos populares, que existen
en México y en Brasil, por ejemplo, donde se producen biodigestores para generar energía en comunidades que no
tienen acceso a la electricidad y
se construyen hornillas agroecológicas para eliminar problemas de salud
asociados a la cocción de alimentos con leña. Y también hay que mirar atrás, a
las prácticas históricas de los pueblos, aunque muchas han sido desaparecidas
por el modelo actual.
Una de las limitaciones para construir alternativas al modelo
extractivista es el hecho de que las alternativas que van surgiendo están muy
dispersas, poco sistematizadas, y no se conocen lo suficiente fuera de los
territorios donde se desarrollan. ¿Qué hace Amigos de la Tierra para socializar
todas esas experiencias y prácticas que están proponiendo una relación distinta
con la naturaleza?
Nosotros aprovechamos espacios de convergencia
internacional ya creados, como foros y cumbres, y cada dos o tres años hacemos
la escuela de la sustentabilidad, donde nos reunimos comunidades y
organizaciones amigas y discutimos asuntos de comunicación, formación, contexto
político. Lo principal es la articulación y el intercambio con otros
movimientos, como el Movimiento (de los
Trabajadores Rurales) Sin Tierra de Brasil, laMarcha Mundial de
Mujeres, la Vía Campesina,
la Confederación
Sindical de las Américas, Jubileo
Suraméricas… Pero también ponemos énfasis en el proceso de
construcción de la comunicación.
Tenemos un medio que se llama Radio
Mundo Real, con el cual tratamos de impulsar tres procesos. Uno: la
convergencia de movimientos sociales. Dos: la formación de comunicadores
populares en diferentes ámbitos. Y tres: la construcción de una memoria
ambiental de los pueblos a través de la documentación radial y audiovisual –que
para mí es uno de los procesos más interesantes.
¿Qué resultados ha tenido la actuación de Amigos de la Tierra en
la región? ¿Cuál ha sido su impacto?
Un logro esencial es haber contribuido a
comprender la importancia de la variable ambiental en las luchas y resistencias
territoriales de los movimientos sociales. Otro tiene que ver con la defensa de
los defensores de territorios, que han sido criminalizados en las últimas dos
décadas, y hemos ayudado incluso a salvar las vidas de esas personas en algunos
momentos. Otro, la contribución a procesos agroecológicos, sobre todo a la
protección del intercambio de semillas en América Latina, que se ha hecho en
articulación con Vía Campesina, por ejemplo. Y sin lugar a dudas en la última
década el trabajo de Radio Mundo Real ha sido un trabajo de visibilización de las
luchas territoriales y de construcción de una nueva mirada de lo ambiental.
Con Cuba, ¿cuál ha sido la relación que han mantenido hasta ahora?
Nosotros tenemos una relación de varios años
con el Centro Memorial Martin Luther King Jr., y a través de esa relación nos
encontramos con el Centro para la Promoción de la Educación y el Desarrollo
Sostenible (CEPRODESO) y con la Red de Educadores Populares y Ambientales, que
han sido una guía para la definición pedagógica. Esa relación nos ha permitido
una concepción muy diferente de lo que nosotros teníamos entendido por
educación en la región y nos ha mostrado un camino metodológico nuevo en la
construcción de lo popular hacia la defensa de lo territorial.
Para Amigos de la Tierra, Cuba sigue siendo un
modelo de referencia de proceso socialista. Y de un socialismo que tiene todas
las dificultades de un modelo histórico, que se renueva permanentemente en la
necesidad de los cambios, y para nosotros, que venimos de países capitalistas,
donde la posibilidad de compartir ha sido atacada desde los modelos culturales
de individualización, todo esto es un aprendizaje muy grande.
¿Qué valoración harías de la realidad cubana en lo referente a la
protección del medio ambiente?
Nosotros entendemos que en Cuba hay dificultades
en términos de lo ambiental, como las hay en muchos otros países, pero también
sabemos que la afectación por el modelo o el modo de vida que se lleva acá
puede ser menor que el que hay en los países capitalistas de los que
provenimos. En el capitalismo tenemos que luchar día a día para que ese modelo
no arrase con los pocos patrimonios que siguen garantizando la vida de las
poblaciones. No sé en el caso cubano cómo es la relación, si es de disputa o si
es de conservación frente a los patrimonios que garantizan la vida, pero sí
entendemos que las escalas de destrucción de la naturaleza son diferentes. La
escala en que nosotros estamos no es comparable con la escala de Cuba.
¿Qué retos consideras que impone actualmente el escenario
medioambiental de América Latina y el Caribe?
Ante un escenario de explotación de los patrimonios naturales y
los seres humanos cada vez mayor por agentes transnacionales, consideramos que
las posibilidades están necesariamente en la organización. Eso
puede sonar a lugar común, a algo que históricamente se ha dicho: “Necesitamos
organizarnos para poder enfrentar los problemas del mundo”. Pero esa
organización es sin lugar a dudas necesaria, porque los pueblos desorganizados
no vamos a obtener victorias frente a un modelo de desarrollo extractivista que
sí tiene formas de organización efectivas.
Cuando las compañías llegan a nuestros países
ellas se organizan y articulan bien con los Gobiernos. Tienen formas de acceder
a las comunidades a través de engaños y manipulaciones. Y si nosotros no
tenemos un proceso que logre enfrentar esa forma de organización del capital,
pues simplemente no vamos a poder resistir esos proyectos, y cada vez más
comunidades saldrán de sus territorios e irán a las grandes ciudades a agrandar
los círculos de la pobreza, de gente que no tiene trabajo porque no pertenece a
esos espacios.
Frente al contexto en que nos encontramos hoy, marcado por el
incremento de los conflictos medioambientales, el desplazamiento forzado de
comunidades, la pérdida de biodiversidad, la criminalización de la defensa de
los territorios y patrimonios naturales, el asesinato de importantes líderes de
movimientos sociales y la impunidad con que se cometen tantos crímenes contra
la vida, ¿podrías considerarte una persona optimista? ¿No te provoca
frustración ver que se avanza por un lado y luego por otro se retrocede?
Para ser completamente honesto, hay días en
que pienso que las dificultades son muchas y los frentes de trabajo no alcanzan
a enfrentar esas dificultades efectivamente. Pero también, cuando estoy en
territorios indígenas, campesinos, afrodescendientes, y veo la fuerza y la
tenacidad de la gente que, a pesar de las adversidades y de no tener
materialmente muchas cosas que son necesarias para la vida, todos los días se levanta
a enfrentar el corporativismo, los paramilitares, la seguridad privada que la
quiere sacar de sus territorios, creo que mis frustraciones son estupideces con
respecto a esa realidad.
Yo vivo en una ciudad como Bogotá, donde no
tengo cosas en abundancia pero no carezco radicalmente de lo que necesito para
vivir, y tengo un hijo al que puedo dar de comer y mandar a estudiar. Pero la
vida de la gente que lucha, que trabaja en la tierra y que la cultiva, que no
se quiere dejar sacar de ahí, eso sí es difícil. Y si la gente sigue parada ahí
resistiendo, ¿cómo nosotros no vamos a poder seguir contribuyendo con el
trabajo que hacemos? El contexto es adverso, pero la tenacidad de los pueblos
latinoamericanos supera las adversidades.
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