Necesidad de una
estrategia anticapitalista
29 de abril de 2017
Por Paul Walder (Punto Final)
Uno de los puntos centrales en el debate
político ha vuelto a los orígenes. En Chile, y por cierto en Latinoamérica,
todas las tensiones regresan a la función de los mercados. Tras diversas
nominaciones e intensidades de las estrategias del gran capital, todas las
luchas pasan hoy por esta vieja estructura largamente estudiada. El capitalismo, que
en este inicio del siglo ha alcanzado probablemente su fase más extrema y
ubicua, enfrenta también después de unas cuantas décadas la certera rebelión de
sus súbditos. Esta mutación, que tiene diferentes grados y representaciones en
distintas latitudes, tiene en Chile características especiales. Sus actuales
estructuras e instituciones son una extensión de un modelo de mercado instalado
en los albores de la expansión neoliberal. Vale recordar que el mismo Milton
Friedman estuvo en Chile durante la dictadura de Pinochet para conocer la
solidez de las bases de un molde vaciado por sus acólitos.
El modelo neoliberal, que se hunde y resurge en varios países de
esta región, ha tenido en Chile continuidad permanente. Es una afirmación que
podemos hacer tras el fracaso de las reformas del actual gobierno de Michelle
Bachelet, todas a medio andar y con evidente fecha de caducidad. La profundidad
de las bases de este diseño es de tal magnitud y la distorsión del poder
político ha alcanzado tan altos niveles, que la continuidad y extensión de los
mercados se ha mantenido sin alteraciones desde su fundación en la noche de los
tiempos dictatoriales.
Un ejemplo del espesor que tienen los
mercados, de la enorme capacidad de movilidad del capital para mutar y alterar
estrategias, son los resultados empresariales de 2016. Durante este año, el
peor en cuanto a crecimiento del PIB en casi una década, las ganancias de las grandes
empresas aumentaron 25 por ciento.
Las movilizaciones sociales, con presencia
desde finales de la década pasada, han mutado. Es una evolución natural en
movimientos políticos con voluntad de ascender y alcanzar el poder como una
fuerza que emerge desde abajo tras años de confusión e inercia. El proceso
observado en otros países iberoamericanos, España dixit , madura también en Chile.
Es posible que la tardanza en la reacción
ciudadana tenga relación con la profundidad y extensión de los mercados, que junto
con apretar cuellos y esquilmar a trabajadores y consumidores, ha instalado un
único modo de vida. Un paradigma, un imaginario social y cultural que hoy está
en el paredón. Porque no es posible, y este gobierno lo ha demostrado, conciliar
derechos ciudadanos con la asignada función de consumidores otorgada por las
estrategias del capital. En Chile son las corporaciones las que rigen la vida
política, económica y social.
En esta escena, no parece haber espacio para
la conciliación con el capitalismo en su fase totalitaria y neoliberal. Los
movimientos sociales encaramados hoy en un vehículo político están obligados a
armar una estrategia anticapitalista. No sólo por opción, sino porque hoy queda
demostrada de manera palmaria la condición de los Estados como plataformas
sobre las que se levanta el orden del gran capital. Con la nación completa, con
sus recursos naturales y ciudadanos, convertida en enormes mercados para goce y
lucro del gran capital, ya no hay espacio para reformas ni matices. La fuerza de
la ciudadanía en la recuperación de sus derechos adquiridos tras largas y
dolorosas luchas, tendrá que apuntar a tomar el poder y desarmar el Estado
neoliberal. El cientista político brasileño Emir Sader escribió sobre este
desafío. Un gobierno antineoliberal no debe ceder al liberalismo tradicional,
sino avanzar hacia la “transformación radical de los Estados”. La verdadera
contradicción en la era neoliberal se da entre las personas convertidas en
consumidores u objetos de mercado y verdaderos ciudadanos, o sujetos de
derechos.
Aquí está la gran tarea.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 874, 14
de abril 2017.
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