Relanzando el extractivismo:
Revolución Bolivariana,
crisis del capitalismo rentístico y
tensiones eco-políticas
en el
territorio venezolano.
ACTUEL MARX / INTERVENCIONES N° 19
SEGUNDO SEMESTRE 2015
27 de enero de 2017
27 de enero de 2017
Por Emiliano Teran Mantovani*
Resumen
Las contradicciones producidas a raíz de la crisis del capitalismo
rentístico venezolano y la encrucijada de la Revolución Bolivariana, generan extraordinarias tensiones regresivas sobre los avances
sociales y económicos que se produjeron en el país en los últimos años. A lo
largo del texto, y desde una mirada ecológico-política, trataremos de mostrar
dichas tensiones alrededor de procesos que se están configurando en la
actualidad y que podrían apuntar a importantes y significativas
transformaciones en el país. Nos referiremos especialmente a tres problemas, que
representan serias amenazas de destrucción ambiental, de despojo de bienes
comunes y de insostenibilidad sociopolítica, vinculados a la expansión y
reformulación del extractivismo en Venezuela. También propondremos algunas
ideas alternativas.
No es un secreto que la Revolución Bolivariana
se encuentra actualmente en una situación de crisis y encrucijada. Este proceso
conviene entenderlo como una confluencia de factores coyunturales y
estructurales, que aunque se vinculan con el histórico carácter dependiente y
cíclico de la economía rentista venezolana, y con las complejas correlaciones
de fuerza geopolíticas, también está determinado por la orientación que ha
tenido la política del gobierno nacional. En este sentido debemos resaltar que
cuando logra hegemonizarse el proyecto chavista, a partir de 2004-2005,
comienzan a replantearse sus bases por medio de un relanzamiento y redimensionamiento
de toda la política extractiva, con la mira principalmente en la Faja Petrolífera
del Orinoco (FPO), con el objetivo de convertir a Venezuela en una “potencia
energética mundial». Esto supuso una profundización de la lógica capitalista-rentista,
de la reproducción de los históricos elementos profundamente distorsionadores
del modelo venezolano, vinculados a una muy marcada sobredeterminación de la
renta petrolera; un enorme sesgo urbano (un modelo brutalmente anti-agrícola) e
importador; un parasitismo económico y altos niveles de corrupción; una notoria
dependencia y vulnerabilidad sistémica –96% de las exportaciones totales
provienen del petróleo desde 2012–; una resaltante tendencia al endeudamiento
externo; junto a patrones subjetivo-culturales muy vinculados al consumo
intensivo y a la movilidad social en torno a la renta.
Todos estos factores detienen o dificultan de sobremanera procesos
de cambio profundo y emancipatorio en la sociedad venezolana. Ya desde 2009/2010,
en el marco de la crisis económica global (2008 en adelante), se comienza a
configurar un proceso de ralentización y estancamiento de los procesos de
transformación popular que se venían produciendo en el seno de esta etapa
política en el país. Con la muerte del presidente Chávez en 2013, se van
potenciado todas las contradicciones que componen las dinámicas del capitalismo
rentístico venezolano –como reflejo de una crisis de hegemonía política–,
coronadas ahora con la caída, desde 2014, de los precios internacionales del
petróleo. Este proceso, que ocurre después de casi 100 años de historia
petrolera en el país, se inscribe en una larga crisis y agotamiento del modelo
histórico de acumulación venezolano, que desde hace unos 30-40 años inicia un
período de desequilibrios estructurales que, con grados de severidad variables,
se ha mantenido permanentemente hasta nuestros días. Los efectos de la
“enfermedad holandesa”, que desde mediados de la década pasada impactan de
manera diferenciada en toda América Latina a partir del boom de las materias
primas, presionando a la reprimarización de las economías, tienen acentuadas
secuelas en Venezuela, dado su vulnerable metabolismo socioterritorial3.
Esto ha contribuido a la profundización del carácter entrópico (o
“incontrolable”, diría István Mészáros) del capitalismo rentístico nacional, lo
cual se
une a las
condiciones actuales de intensa disputa geopolítica y crisis civilizatoria4.
Es importante atender a estos factores, pues son el marco de lo
que pueda ocurrir en Venezuela en el futuro próximo. ¿Cuál es la resiliencia de
los factores políticos venezolanos gobernantes, ante una latente agudización de
la crisis global? E inclusive, ¿cuáles son actualmente las capacidades
políticas y económicas endógenas para hacer viable el propio proyecto nacional
en el tiempo? En época de vacas flacas se ve con mayor claridad la topografía
excluyente e insostenible de los modelos extractivistas. En este sentido crece
la tensión neoliberal, y los procesos de acumulación de capital buscan reacomodarse
para, por un lado, mantener, “defender” o potenciar procesos desregulados o
poco regulados de reproducción capitalista, y por otro lado, atacar al Estado
“protector” tal y como un cuerpo canceroso, reconfigurando su composición
interna y transformando progresivamente sus normativas, sus canales de
operación y manejo de la riqueza, y sus relaciones de fuerza endógenas, con el
objetivo de desmantelar las barreras que éste pueda imponer a la apertura a los
grandes capitales globalizados.
La crisis venezolana actual, vivida como
desquiciamiento económico –sobre todo en el valor de la moneda, el contrabando
y la corrupción– y como una confrontación política de múltiples escalas, sufre
una crecida de la tensión neoliberal, y se agudiza la necesidad de un cambio de
rumbo. Pero, ¿qué rumbo se tomará? ¿Es el ajuste, el horizonte próximo de la
política venezolana? ¿Qué fuerzas podrían evitar un eventual avance de la
acumulación por desposesión en el país? Los recientes debates sobre el fin del ciclo
progresista en la región cobran gran importancia, no sólo para advertir e
intentar caracterizar los nuevos tiempos que se configuran en Latinoamérica,
sino también para evaluar los saldos derivados de la profundización del
extractivismo, vinculados a expansiones del despojo territorial, de la
devastación ambiental, a la reprimarización de las economías y el aumento de la
dependencia, a la construcción de consenso social en torno al consumismo
urbano, motorizado por la distribución de las rentas por commodities; en fin,
evaluar los vínculos de las consecuencias de la expansión extractivista con la
deriva regresiva que se vive en la región y la intensificación de la tensión
neoliberal.
A lo largo de este texto, trataremos de
mostrar algunas de estas tensiones alrededor de procesos que se están
configurando en la actualidad y que podrían apuntar a importantes y
significativas transformaciones en el país, haciendo una mirada
ecológico-política de éstos. Nos referiremos especialmente a tres problemas,
que representan serias amenazas de destrucción ambiental, de despojo de bienes
comunes y de insostenibilidad sociopolítica, vinculados a la expansión y
reformulación del extractivismo en Venezuela, que podría traer consigo nuevas
configuraciones territoriales a escala nacional, con trascendentales cambios
del orden metabólico. Dado que muchos de estos procesos están en pleno desarrollo,
algunas de las hipótesis presentadas serán propuestas de manera tentativa o de
forma preliminar. En todo caso, consideramos el avance de la investigación
sobre estos temas como un insumo muy útil y profundamente estratégico para los
tiempos que vivimos. Veamos.
Estado, reconfiguración del extractivismo y disputas territoriales; ¿hacia nuevos
ordenamientos socioambientales?
Es necesario reconocer que en la Revolución Bolivariana el tema ambiental ha tenido un auge en las discusiones públicas, una
mayor difusión en los debates sociales y de organizaciones populares, por lo
cual éste sube de ranking, en comparación con otros períodos políticos contemporáneos.
Recordemos no sólo la vocería crítica del presidente Chávez en las cumbres de
cambio climático –resaltando su papel en la COP 15 en Copenhague–, sino también
la consideración del problema ambiental como elemento fundamental para la Gestión Bolivariana
Socialista 2013-2019
, al colocarse como uno de los cinco Objetivos Históricos del Plan
de la Patria: “Contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la
salvación de la especie humana”. El presidente Nicolás Maduro ha intentado
seguir una línea discursiva similar. El pasado 18 de junio, saludaba la carta
encíclica Laudato sí del Papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común”,
planteando que se trataba de “uno de los documentos más importantes que han
salido en las últimas décadas”, y dijo asumir plenamente el compromiso
propuesto en esta carta, proponiendo su difusión en comunas, barrios y
organizaciones de base, asegurando que estas premisas se estaban poniendo en
marcha en el marco de la construcción del ecosocialismo en Venezuela5.
Sin embargo, las bases programáticas de esta narrativa ambientalista están
configuradas, como ya hemos dicho, por el relanzamiento del proyecto
Bolivariano en torno a la expansión del extractivismo, lo que supone una
contradicción fundamental en el seno de la propuesta “emancipatoria” del
Gobierno Nacional.
Los argumentos que emergen para intentar solventar esta
contradicción suelen girar alrededor de algunas ideas centrales, de las que
destacamos dos:
I.
La ampliación del extractivismo nos llevará al desarrollo. A partir de ahí,
podremos salir del extractivismo. Es algo temporal: en la medida en que se
intensifi ca nuestra especialización en la División Internacional
del Trabajo y la Naturaleza, se ensancha el Estado rentista y su relación
clientelar con los sujetos; se amplían las firmas de obligaciones de mediano y
largo plazo con compañías transnacionales; se extiende la modernización
capitalista a nuevos territorios, subsumiendo y disolviendo comunidades,
saberes, culturas y economías ancestrales, desestimulando poderosamente las
economías productivas y devastando ecosistemas; y se propaga el modo de vida
consumista y de individuación propio del rentismo. En esta medida, se hace cada
vez más complicado salir del extractivismo. Además, esta idea ignora otras
modalidades y alternativas que se pueden poner en marcha como políticas de
transformación post-extractivista. No hay motivos para pensar que más
extractivismo nos puede abrir el camino hacia un proceso de transformaciones
emancipatorias “ecosocialistas”.
II.
La ampliación del extractivismo es para salir de la pobreza: cabe destacar, en primer lugar, que eso que llamamos
ambiente no sólo son “recursos naturales” o paisajes, sino también es tierra y
territorio. Por eso, en los procesos de modernización y los proyectos
extractivos no sólo hay una degradación de biodiversidad, sino que también está
involucrada una desterritorialización social que supone que la gente que habita
esas áreas sufre los despojos que hacen posible el desarrollo, pierden el suelo
que pisan, el agua y los frutos de la tierra de los que se abastecen
directamente, y esto es algo que el ideal del progreso siempre ha querido
ocultar.
La pobreza está en estrecha relación con la propiedad –el despojo de la modernización capitalista apunta a la creación de los “desposeídos”–, con la autonomía comunitaria –la dependencia necesariamente genera pobreza y viceversa– y con el acceso a los bienes comunes para la vida, y si éstos son despojados o destruidos, estamos en presencia de una pérdida neta de riqueza. Así que el extractivismo, aunque prometa y prometa riqueza y desarrollo, siempre generará gente que se empobrece. Luego, en segundo lugar, la riqueza está generalmente asociada a la cobertura de las necesidades básicas, y de consumos suntuarios, de los ciudadanos por la vía de la redistribución de la renta –solventada con dinero–. Esto refleja que la pobreza y la desigualdad estructural no son tocadas, y que este hechizo de riqueza monetaria desaparece en la misma medida que caen los precios de las materias primas, dejando un saldo de mayor dependencia social y de mayor pobreza ecológica. En la actualidad, tanto los proyectos expansivos de “desarrollo” que se han anunciado, como la propia crisis integral del sistema venezolano, han hecho que el discurso ambientalista se haya venido precarizando, se haya relegado a un segundo plano, en relación a su momento de auge anterior.
La pobreza está en estrecha relación con la propiedad –el despojo de la modernización capitalista apunta a la creación de los “desposeídos”–, con la autonomía comunitaria –la dependencia necesariamente genera pobreza y viceversa– y con el acceso a los bienes comunes para la vida, y si éstos son despojados o destruidos, estamos en presencia de una pérdida neta de riqueza. Así que el extractivismo, aunque prometa y prometa riqueza y desarrollo, siempre generará gente que se empobrece. Luego, en segundo lugar, la riqueza está generalmente asociada a la cobertura de las necesidades básicas, y de consumos suntuarios, de los ciudadanos por la vía de la redistribución de la renta –solventada con dinero–. Esto refleja que la pobreza y la desigualdad estructural no son tocadas, y que este hechizo de riqueza monetaria desaparece en la misma medida que caen los precios de las materias primas, dejando un saldo de mayor dependencia social y de mayor pobreza ecológica. En la actualidad, tanto los proyectos expansivos de “desarrollo” que se han anunciado, como la propia crisis integral del sistema venezolano, han hecho que el discurso ambientalista se haya venido precarizando, se haya relegado a un segundo plano, en relación a su momento de auge anterior.
La tensión neoliberal presiona, entre otras cosas, también a la
flexibilización ambiental, para así mantener tasas de ganancia sostenibles para
el capital.
Esto,
como ya lo hemos advertido, podría tener extraordinarias repercusiones
socioambientales en el corto y mediano plazo. A continuación presentamos tres
problemas eco-políticos, que expresan y sintetizan estas tensiones y disputas:
a) Expansión de la
minería en Venezuela: ¿hacia una escala sin precedentes?
En el marco de este relanzamiento del extractivismo en el país y
de una profunda alianza con China, se ha propuesto que, junto a la meta de
llevar la “producción” petrolera nacional a 6 millones de barriles diarios –4
MM en la FPO–, se adelante una injustificable expansión de la minería. El 23 de
agosto de 2011, el presidente Chávez declaraba la importancia estratégica de lo
que ha denominado el Arco Minero de Guayana, una especie de faja minera rica en
oro, bauxita, coltán, diamantes, entre otros, con un “gran potencial y poderío
económico”, ubicada justo al sur del río Orinoco (estado Bolívar). Ese mismo
día, Chávez aprobaba por decreto el Plan de Acción Estratégica en Dos
Horizontes6 , que persigue engranar dos zonas “geoeconómicas” como
lo son la FPO con el gran proyecto de la faja minero-industrial de Guayana, “en
un sólo gran proyecto de desarrollo” 7.
La idea de convertir a Venezuela en una “potencia energética mundial”
se proyecta hacia la minería con la premisa de “Desarrollar el poderío
económico utilizando los recursos minerales”, como lo expresa el Plan
Socialista de Desarrollo 2013-2019. De esta manera, se propone aumentar la
certificación de reservas de minerales a nivel nacional (punto 3.1.15.1) bajo
la figura de empresas mixtas (punto 3.1.16.4), para así “duplicar las reservas
minerales de bauxita, hierro, coltán (niobio y tantalita), níquel, roca
fosfórica, feldespato y carbón con la certificación de os yacimientos ubicados
en el Escudo de Guayana, Cordillera de los Andes, Sistema Montañoso del Caribe
y la Sierra de Perijá” (punto 3.1.15.3). Lo mismo con las reservas minerales de
oro y diamante en los yacimientos ubicados en el Escudo de Guayana (punto 3.1.15.4).
Ya en septiembre de 2013, el Gobierno Nacional suscribía con el Banco de
Desarrollo de China, el Banco de China y la constructora asiática Citic, un
memorando de entendimiento para la elaboración del mapa minero de Venezuela,
junto a los estudios técnicos para la explotación de Las Cristinas (estado
Bolívar), uno de los principales yacimientos auríferos del mundo –estimaciones
de unas 17 millones de onzas–9.
Este plan minero ha sido confirmado
recientemente (20/08/2015), cuando el vicepresidente para el área social,
Héctor Rodríguez, planteaba que se quiere completar un proyecto de
certificación similar al Proyecto Magna Reserva –que desde 2005 cuantificó y
validó las reservas petroleras de la FPO–, para certificar “todo el potencial
minero que existe en Venezuela”. Otra muestra concreta de este avance, y de las
tensiones y pugnas que produce, representa el decreto 1.606 del 10 de febrero
de este año (Gaceta Oficial 40.599), que aprobaba la explotación de carbón en 24.192 hectáreas
de los municipios Mara y Guajira (estado Zulia), una ampliación histórica
significativa de las áreas de extracción carbonífera, a pesar de los múltiples
conflictos y denuncias que ha creado la insistencia en ampliar este tipo de
extractivismo en la zona.
Pero es importante resaltar que una persistente campaña y
movilizaciones de grupos ambientalistas de Zulia, junto a otros grupos sociales
y universitarios en el país, influyen en la decisión de modificar este decreto
(Gaceta Oficial Nº 40.733 del 27/08/2015), reduciéndose el área de explotación
a 7.249 has., lo que supone que, al menos por el momento, no habrá apertura de
nuevas minas de carbón en la poligonal señalada en este decreto. Hablamos de un
significativo cambio de escala de la minería en el país, que acarrearía extraordinarias
consecuencias ecológicas, sociales, económicas y culturales. Si el objetivo es
profundizar notablemente el esquema extractivo petrolero, con el fin de
alcanzar posteriormente el “desarrollo” de una economía “productiva” –léase,
“salir del rentismo” o “sembrar el petróleo”–, resulta paradójica una apertura
al extractivismo minero a mayor escala.
El apetito de “recursos naturales” del mercado mundial –en
nuestro caso, haciendo énfasis en China– parece ser el determinante para que el
megaproyecto de explotación petrolera de la FPO no sea suficiente. Pero existe otro
factor importante que valdría la pena mencionar. Al estar en declive histórico
la producción en los yacimientos convencionales de crudo (ligeros y medianos)
del país, el
futuro del “crecimiento” nacional se encuentra depositado en el desarrollo de
la explotación de los petróleos no convencionales, léase los crudos
extrapesados de la FPO.
Ahora bien, con la notoria caída de los precios
internacionales del petróleo, es muy probable que los proyectos de la FPO estén en el
congelador –sólo son rentables con precios altos–, al igual que ocurre con
tantas otras fuentes de hidrocarburos no convencionales en el mundo.
En este sentido, una ampliación significativa del extractivismo
minero en el país podría cumplir un papel compensatorio ante las dificultades
del extractivismo petrolero venezolano, y mucho más cuando se avizora que se
añada a la oferta mundial de crudo la producción iraní, y mayores volúmenes de
países como Irak y Argelia, entre otros; junto con un estancamiento de la
demanda, entre otras cosas, por la ralentización de la economía china, lo que
podría mantener por un tiempo los precios internacionales del crudo a la baja.
Las devastadoras consecuencias ambientales producidas por la
minería, conocidas por todos, se unirían a los históricos daños provocados por
la industria petrolera y a los nuevos desafíos de la FPO. No sólo se ampliarían
los males producidos por esta actividad extractiva en zonas de reserva, como
por ejemplo los provocados por la minería ilegal en Guayana (sur del país), que
además
perjudica terriblemente a los pueblos indígenas que habitan la zona, sino que
también podría afectar cursos de agua que alimentan ciudades, como lo ha planteado
la Sociedad Homo
et Natura, al referirse a cómo la extracción masiva de carbón a cielo abierto
afectaría dramáticamente las cuencas de los ríos Guasare –que ya se encuentra
afectado– y Socuy, y al propio suministro de agua de ciudades tan importantes
como Maracaibo y otros poblados. Adicionalmente, los conflictos sociales
vinculados a la minería se harían aún más problemáticos, sobre todo en los
pueblos indígenas, como ya ha ocurrido en el país sobre todo a partir del
segundo gobierno de Chávez. Destacan sobremanera las disputas que se han
desarrollado con parte del pueblo yukpa en la Sierra de Perijá, o en zonas
rurales y boscosas de los estados Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro, que pueden
estar en el marco de la minería formal o ilegal. Conscientes de esto, el 2 de
junio de 2014, la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Amazonia
(COIAM) se pronunciaba acerca de la “nueva política minera del Estado
venezolano”, resaltando la terrible y contradictoria práctica de la minería
ante un proyecto político que se hace llamar ecológico, y “la urgencia debida,
[para que se] realice una revisión de sus políticas de desarrollo para la
Amazonía venezolana (nueva política minera), estudiando y explorando modelos de
desarrollo alternativos y ambientalmente sostenibles, decretando una MORATORIA
DE LA ACTIVIDAD
MINERA al sur del Orinoco, como garantía de protección de los
grandes recursos hídricos y forestales de la Amazonía, así como la importante
biodiversidad y sociodiversidad presente en estos territorios”.
La amenaza a la propia supervivencia de los
pueblos indígenas en Venezuela es enorme, lo que no puede provocar indiferencia
en la opinión pública nacional.
b) Extractivismo flexibilizado
y acumulación por desposesión
Como ya hemos expresado, la intensa situación de conflicto político
y la crisis del modelo rentista petrolero, intensificada con la caída del
precio del crudo, ha presionado al Gobierno Nacional a mantener el movimiento
de la economía (fundamentalmente del consumo) a través de la emisión de bonos y
un creciente endeudamiento con China, junto con diversos procesos de
flexibilización económica selectiva, donde destaca la apertura, en febrero de
este año, de la tasa de cambio SIMADI (Sistema Marginal de Divisas, que se une
a otras dos tasas de cambio reguladas), la cual opera “totalmente libre” y se
cotiza por la dinámica de la oferta y la demanda. A estas alturas se han adquirido
préstamos con la nación asiática que superan los 50.000 millones de dólares, de
los cuales diversas estimaciones plantean que ya se ha cancelado la mitad17.
Esta deuda no se salda en efectivo, sino por medio de envíos de petróleo a
China, cotizados a precios de mercado. Dado que las cuotas se establecen a
partir de una “cantidad mínima” desde la cual se calcula el número de barriles
por día y dado que los precios del crudo cayeron, esto supone que el gobierno
venezolano debe enviar más barriles para cubrir dicha cuota. Esta situación
está vinculada con los recientes “protocolos de enmienda” del financiamiento
conjunto chino-venezolano, en los cuales se han establecido algunas
flexibilizaciones que favorecen a Venezuela, como la posibilidad de establecer
el número de barriles enviados al día mediante notas diplomáticas, o la
supresión del plazo de tres años que tenía el gobierno venezolano para el pago
de los préstamos. De esta forma, la conexión entre la situación de crisis
nacional y el papel de “protector” geopolítico y financiador “condescendiente”
de China, favorecen a una situación de flexibilización interna a la operación
de sus capitales. La medida más relevante al respecto es el decreto 1425 de la
Ley de Regionalización Integral (nov. de 2014), que plantea la figura de las
Zonas económicas especiales (ZEE) –tomadas del modelo chino–, las cuales
representan una liberalización integral de regiones geográficas del país, para
derribar obstáculos al capital (IED) y así “afianzar el desarrollo y enfrentar
la pobreza estructural”.
En estas Zonas Estratégicas de Desarrollo Nacional (ZEDN), o en
las ZEE, se plantean políticas tales como: a) planes especiales de estímulos
fiscales y aduanales, e incentivos económicos a las empresas para el desarrollo
de las zonas; b) liberación de restricciones arancelarias y para-arancelarias,
suspensión de impuestos a empresas, posibilidad de retención de la totalidad
del impuesto al valor agregado por parte de éstas; c) definición de una
autoridad (coordinador) de la ZEDN; d) definición de un régimen especial y
extraordinario de contrataciones, acorde a los objetivos de la ZEDN que se
cree; e) posibilidad de una administración especial de los ingresos generados
en las zonas; f) autorizaciones para la movilización de mercancías y
facilidades de despacho, simplificación de trámites y obtención de permisos de
forma sencilla, expedita y simplificada; y g) orientación de las ZEE a la
exportación y comercio internacional (aunque no únicamente).
La FPO ha sido declarada como una de las ZEE
de la República
Bolivariana de Venezuela, en el marco de una política en
Petróleos de Venezuela (Pdvsa), que desde la asunción de Eulogio Del Pino como
su presidente (sept. de 2014), pudiésemos catalogar de pragmática, es decir,
orientada fundamentalmente hacia la funcionalidad del negocio. Recientemente
(agos. de 2015), el vicepresidente del Consejo de Ministros para Planificación
y Conocimiento, Ricardo Menéndez, anunciaba que la FPO es una “vitrina de la
Venezuela que se quiere construir”, y añadía que “el petróleo es la fuerza para
impulsar las potencialidades productivas de todos los ejes sectoriales, para
dejar atrás la cultura de la renta petrolera. No hay que repetir errores del
pasado”, con lo que replica, por enésima vez, la promesa de dejar atrás la
cultura petrolera a partir del impulso y la fuerza del petróleo.
Aparte de las diversas consecuencias
políticas, económicas, geopolíticas, sociales y culturales que conllevan estas
formas de liberalización territorial, preocupa, en un sentido integral, las
consecuencias ecológicas. El anuncio de Menéndez de que “La Faja es territorio
virgen, no hay resistencias” pareciera la típica premisa de todo proceso de
acumulación originaria. Pero además, el hecho de su “virginidad” y su “ausencia
de resistencias” parece conectarse armónicamente con la facilitación para la
obtención de trámites anunciada en esta Ley de Regionalización. Aunque la Ley
no hace referencia específica a ningún parámetro ambiental, preocupa que esta
liberalización territorial suponga un cheque en blanco para la devastación
ambiental y haga prácticamente imposible detener estos procesos destructivos de
la vida, si acaso pudiendo apenas remediarlos posteriormente.
Las débiles y parcializadas contralorías ambientales a la
explotación petrolera en el país, el hecho de que es la Corporación Venezolana
de Petróleo (CVP) el ente encargado de desarrollar los lineamientos de la política
ambiental de Pdvsa, y que las auditorías ambientales en la FPO las realizarán
las propias empresas mixtas (CVP y empresas transnacionales), no representan
antecedentes alentadores. Este problema es aún más significativo en la FPO, dado
que se trata de, por un lado, una explotación de crudos extrapesados, los
cuales son mucho más perniciosos que los convencionales, en lo que respecta a
contaminación de aguas, generación de desechos tóxicos, emisiones de GEI y
gasto energético, entre otros; y por otro lado, se trata de un proyecto que
pretende replicar toda una regionalización desarrollista, de ciudades,
agroindustria y grandes infraestructuras, que acompañarían a las estructuras de
la industria petrolera. Si este modelo, presente también en Paraguaná (estado
Falcón), en el eje Morón-Puerto Cabello (estado Carabobo) y en el eje Ureña-San
Antonio (estado Táchira), se replica incluso a otras zonas estratégicas del
país, el tema de la regulación ambiental sería casi inexistente, por lo que
podríamos estar ante un proceso de devastación ambiental desregulada, que
tendría no sólo consecuencias respecto a la conservación de ecosistemas, sino
al propio orden metabólico de la territorialidad venezolana, que sería aún más
dependiente y vulnerable, al mermar los bienes comunes disponibles, tanto por
su degradación como por sus formas de privación política y económica,
petrolera.
Esto tiene notables repercusiones en el
metabolismo del sistema extractivista nacional, de las que quisiéramos destacar
dos: I. Contrabando, déficits ecológicos y expansión del extractivismo: la
reproducción del capitalismo rentístico requiere de una creciente entrada de
divisas y productos importados, que cubran la expansiva demanda interna. La
intensificación y ampliación de las economías de contrabando generan un extraordinario
aumento de los déficits en la oferta interna de bienes de consumo, lo que hace
que el Estado necesite aún más divisas y productos importados para tratar de
solventar la
situación. Esta coyuntura, en la medida en la que se agrava
–junto a la caída de los precios del crudo– y ante la incapacidad de producción
doméstica, presiona al Estado a un mayor endeudamiento externo y a la
apresurada búsqueda de nuevos ingresos a partir de la proyección del aumento de
sus cuotas extractivas (en la FPO, en las plataformas gasíferas offshore, en
minería), junto con una flexibilización de las políticas petroleras
nacionalistas y de su soberanía territorial respecto a las empresas
multinacionales, las cuales, ante la situación defi citaria de su contraparte
venezolana, desean que se hipotequen los territorios y la naturaleza del país.
Podemos hacer este ejercicio: si sumáramos los bienes de consumo
fugados, los barriles de petróleo extraídos y no capitalizados debido al
contrabando transfronterizo de gasolina, y le añadimos la enorme fuga de
capitales de los últimos años en Venezuela, que también está vinculada en muy
buena medida a estafas y a la reproducción de economías delincuenciales, lo que
tendremos es una enorme cantidad de naturaleza liquidada domésticamente –una
expansión de la huella ecológica nacional–, que ni siquiera responde a las
exigencias de necesidades básicas de la población venezolana, y mucho menos a
inversiones para salir del modelo rentista/extractivista. Esta modalidad de
fuga de riqueza y formas de défi cit ecológico, allana el camino para la
expansión del extractivismo, y por ende, al avance de las fronteras del
desarrollismo y a la devastación ambiental del país.
c) Disputas
territoriales, órdenes geográfi cos y control de bienes comunes naturales: como ya hemos
señalado, las complejas disputas territoriales que se desarrollan en Venezuela
–atravesadas por disputas de orden geopolítico– están también relacionadas a
diversas formas de reproducción económica. Es fundamental cartografiar los
vínculos que existen entre estas pugnas situadas y la administración y gestión
de bienes comunes naturales. Se trata de un ejercicio exploratorio –al menos
para el caso venezolano–, pero urgente para intentar detectar las formas que
toman estas modalidades de control territorial en el país. Resaltan diversos
controles territoriales mafiosos, como los vinculados a las minas de oro y
extracción maderera del sur del país (estado Bolívar, principalmente en los
municipios Sifontes, El Callao y Roscio). Según el diputado Américo De Grazia,
de la Causa R
por el estado Bolívar, desde hace cinco años, aproximadamente, una serie de
bandas criminales tomaron los campamentos mineros bajo la figura de “sindicatos
mineros”, quienes cobran “vacuna” e imponen su ley30. El periodista Manuel
Isidro Molina ha denunciado esta misma problemática, asegurando que estas mafi
as actúan articuladas con sectores de las fuerzas militares y policiales
nacionales31. El fenómeno ha sido reconocido por el Gobierno Nacional, cuando
quien fuera ministro de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres,
anunciara medidas contra estas mafi as. Cabe añadir los efectos de
contaminación ambiental por el uso incontrolado de mercurio y cianuro, que han
provocado estas actividades en los pobladores de los municipios mencionados.
También destacan las mutaciones que en tiempos recientes ha sufrido el crimen
organizado, con la confi guración de megabandas con armamento de guerra,
capacidad de expansión territorial y dominación de redes de economía ilegal e
informal, que parecen ser el precedente de las llamadas “Bacrim». El diputado
por el PSUV, que estuvo al frente de la comisión presidencial para la reforma
policial, Freddy Bernal, planteaba que esta “cultura paramilitar” se ha ido
extrapolando en diversas partes del país, instalándose en el estado Guárico, en
la zona sur de Aragua, en los Valles del Tuy, en Barlovento, en el sur del
estado Bolívar, en zonas de Caracas e inclusive en la propia Faja Petrolífera
del Orinoco.
Estas formas “irregulares” de disputa política han incluso
permeado la propia industria petrolera. Por ejemplo, en abril de este año
(2015), PDVSA anunciaba que un grupo comando armado saboteó instalaciones
petroleras en Monagas, al oriente del país. En el marco de esta situación,
desde julio de 2015 el Gobierno Nacional ha impulsado la “Operación para la
Liberación del Pueblo” (OLP), que implica intervenciones de choque directas de
los cuerpos de seguridad del Estado en diferentes territorios del país
(rurales, urbanos, barrios periféricos), para “combatir el hampa” –al estilo de
las operaciones en las favelas brasileñas. También se ha declarado estado de
excepción en varios municipios de los estados fronterizos Táchira, Zulia y
Apure, con lo que se pueden suspender las garantías constitucionales. A su vez,
recientemente (10/09/2015) se instaló el Comité de Zonas de Seguridad para
resguardar las instalaciones, recursos y operaciones estratégicas de la FPO. En todo caso, es conveniente
intentar estudiar estas dinámicas en el marco no sólo de disputas entre
sectores de poder político nacional o territorial, sino también de procesos de
acumulación de capital a variadas escalas, y de control y apropiación de
recursos y bienes comunes. ¿Cómo se articulan formas de la política formal con la
informal, de la legal con la ilegal, de la central con la territorial?
Los aná lisis sobre extractivismo deben intentar dar cuenta de las
transformaciones y mutaciones en los mecanismos de poder en estos tiempos de
cambio en América Latina, lo que supondría que también pueden mutar los objetos
del reclamo político y por ende las estrategias de resistencias populares.
Alternativas
Es necesario reconocer las particularidades de la situación
venezolana –poniendo, por supuesto, la mirada en la situación latinoamericana y
global–, para poder intentar plantear algunas vías de resistencias, tránsitos
hacia transformaciones emancipatorias y la construcción de formas sociales
post-extractivistas. En este sentido, puntualizamos las siguientes ideas:
i.
Difícilmente se puedan sugerir nuevos planteamientos de políticas
públicas si no se reactivan las
luchas desde abajo. Todo proceso contra-hegemónico de horizonte social
emancipatorio se mueve y produce a partir de la lucha popular –essu factor
constituyente y originario–, la cual puede generar una recomposición que mejore
las condiciones de disputa, la gestión común de la vida y las posibilidades de
transformación social. Esto, por supuesto, no sólo constituye la propia
historia de la Revolución Bolivariana i.
de Venezuela, sino que aplica para luchas articuladas que intenten
detener los avances de la acumulación por desposesión y de proyectos
desarrollistas y extractivistas que terminan destruyendo tejidos sociales y
ecosistemas.
ii.
En Venezuela hay una potencia política popular sin precedentes que
se ha confi gurado alrededor de unos códigos comunes, de un complejo proceso
identitario que podemos llamar chavismo. Si pensamos en movilizaciones masivas
de calle, a estas alturas esta fuerza se encuentra fragmentada; en la política
en general presenciamos una falta de referentes éticos y políticos, y hay
ausencia de efervescencia y motivaciones sociales que caracterizaron los
primeros años de la Revolución Bolivariana. Pero esto no supone la ausencia
de esta fuerza y de tejidos políticos populares. Dependiendo del tipo de
asimilación que desde el campo popular se dé a estos tiempos de cambio,
podremos presenciar la activación de otro tipo de ciclo de lucha en el país.
iii.
En Venezuela, la proporción urbano-rural es extraordinariamente
sesgada hacia lo urbano, pues casi el 90% de la población vive en ciudades. Es
por tanto necesario reconocer que en el país, paradójicamente, las principales
potencialidades para resistencias contra el modelo extractivista tienen que
nutrirse, en gran medida, de las luchas en las ciudades. En los territorios
clave de extracción (FPO, AMG), las densidades poblacionales suelen ser muy
pequeñas, o bien la población ha sido muy asimilada o subsumida al modo de vida
rentista. Ha sido en las ciudades donde el rentismo petrolero se ha alimentado
con más fuerza, dado que es el lugar donde se concreta la gran promesa
histórica de progreso, modernidad y civilización, “posible” rápidamente a
partir de la masiva distribución de la renta del petróleo. Pero también es el
núcleo de las movilizaciones contra-hegemónicas más potentes –la fuerza del
chavismo popular es fundamentalmente urbana–. En este sentido, en Venezuela uno
de los aspectos más sensibles es una transformación cultural para intentar
trascender la llamada “cultura del petróleo”. ¿Cómo generar imaginarios
críticos ante el modelo extractivista petrolero, en los cuales la gente no sólo
cuestione modos de vida muy vinculados al consumo, sino a la sensibilización
sobre territorios donde no vive?
iv.
Esto apunta a la imperiosa necesidad de construir nuevas
narrativas, en las cuales los venezolanos podamos pensarnos más allá del
petróleo –y ahora incluso de la minería–, más allá del rentismo y más allá de
una política que gira básicamente en torno al Petro-Estado. Es fundamental
asumir que estas nuevas narrativas no deben ser labor de un Estado, sino
principalmente producto de la construcción discursiva de los movimientos
populares. Esto supone plantearse incluso una disputa cultural con el propio
Estado. v. La crisis del capitalismo rentístico venezolano, no sólo refl eja el
confl icto sociopolítico nacional originado por las contradicciones del
sistema, sino que también abre caminos a nuevas oportunidades para pensar y
producir otras modalidades de organización social. Las crisis desarmonizan la
relación que existe entre las ideas hegemónicas y la realidad material, por lo
que se posibilitan la resignifi cación y la reformulación de los paradigmas
sociales reinantes. El desquiciamiento de la economía venezolana y la situación
crítica generalizada han provocado un nuevo escenario productivo, que obliga a
la reactivación de múltiples procesos populares moleculares, urbanos y rurales,
que intentan pensarse más allá del gobierno nacional, pero que además persiguen
confi gurar un entorno de subsistencia, producción y autogestión. Estas
numerosas experiencias representan un sustrato de tejido social
postextractivista y post-rentista de incalculable valor, pero suelen ser poco
difundidas38 . vi. Por último, pero no menos importante, se encuentra la
propuesta de las comunas, impulsada a partir de 2007 por el presidente Chávez.
Se trata de un complejo campo en disputa. Todo el movimiento social
contra-hegemónico en Venezuela, en general, se ha debatido, por un lado, entre
los formatos corporativos que ha propuesto el Estado para administrar las
comunas, y por el otro, entre sus propias modalidades populares de
autogobierno, producidas desde abajo. Las tensiones varían en grados, de un
lado u otro de la
balanza. Pero lo central que queremos resaltar es la
posibilidad abierta de nuevas territorialidades, de otras gestiones de la vida
que tienen relaciones complejas y contradictorias con el rentismo petrolero,
pero que buscan reproducir otros modos de vida en formas diferentes a las
hegemónicas. Bibiografía
1
Sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo
Gallegos (CELARG). Docente de la escuela de sociología de la Universidad Central
de Venezuela. Autor del libro “El fantasma de la Gran Venezuela ”,
mención honorífica del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2015. Leer
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