Cuando la planta no
deja ver el bosque
19 de agosto de 2017
Por Andrés Dimitriu (Rebelión)
Simultáneamente debe considerarse el delirante dibujo sobre las
imaginarias y crecientes (!) demandas de energía que, en el discurso
economicista “necesita la humanidad”, un cuento sin comienzo ni llegada que
toma como punto de referencia la enormidad de energía quemada durante la era
del carbón, el gas y el petróleo, que está pronto a terminar sea por el
irreversible cambio climático, el agotamiento de hidrocarburos o ambas
condiciones juntas. Claro que pasear mercancías de un lugar a otro suele ser
presentado como síntoma de una floreciente economía, sin embargo no es otra cosa
que un enfermizo frenesí que necesita esconder, para no ser visto, el abismo de
las externalidades que genera. Ocultar las múltiples consecuencias y
ramificaciones, junto al maquillaje verde de gobiernos, corporaciones y no
pocas ONGs, es uno de los negocios más lucrativos pero a la vez necio que se
conozca, porque vivir “verde y feliz” en una punta del mundo a cambio de
destrozar alguna otra no es economía, es saqueo (neo) colonial cortoplacista,
aunque se le encargue a “la tecnología” que arregle el futuro. Quien se tome el
trabajo de analizar la trayectoria completa, no la de las estadísticas
superficiales, de cada mercancía, podrá encontrar respuesta a su curiosidad. En
la Unión Europea
un pote de yogur viaja en promedio 5.000 km incluyendo, en algún momento, su
contenido lácteo, los colorantes, saborizantes y conservantes, desde las
pasturas y los tambos hasta la mesa del consumidor, que tampoco es la estación
final sino que continúa su recorrido en otro invento de la modernidad llamado
basura. Basta con sumar todo el gasto energético de elaboración, envasado,
logística de corta y mediana distancia, transporte refrigerado, almacenamiento,
distribución, publicidad y el petróleo contenido en cada pote (de plástico) y
se podrá convencer que, cada vez que se repite el esquema en productos y
servicios, el andamiaje globalizado actual no solo es inviable, es
irremediablemente idiota. La fabricación de armas, sin contar los daños y
múltiples consecuencias por el uso posterior es, según el SIPRI, Instituto
Sueco de Estudios de Estudios sobre la Paz, de 3 millones de dólares por
minuto, si nos limitamos –otra vez- al cálculo dinerario.
¿Este modelo es realmente una necesidad de toda la humanidad? Afirmarlo sería una temeridad, sin embargo los líderes del G20 insisten, en
Para los líderes del G20 y sus fieles seguidores la respuesta a los desafíos actuales de “la humanidad” se lograría incorporando más tecnología a la actividad humana. Pero no cualquier tecnología sino aquellas que permiten más concentración de poder y control corporativo sobre cada milímetro de la existencia humana. Con esos objetivos económicos y financieros en mente, afirman, se podría cumplir las tibias promesas ambientales del llamado Acuerdo (no vinculante, sino voluntario) de París. Una reconocida opositora a la industria nuclear,
La nuclear sería una de las fuentes energéticas “renovables”, se
insiste en gobiernos y negociantes de energía, obviando de plano varios interrogantes
centrales, entre otros: energía para qué usos, para quién, para qué
exactamente, en qué condiciones y a qué costo social, ambiental y energético a
corto y largo plazo. Al parecer tienen dificultades en distinguir entre
bienestar humano básico con abundancia, con generación y consumo local de
energía en vez de comercio de la misma a grandes distancias, y la devastadora e
inalcanzable zanahoria de la “riqueza” y la híper-producción. Otra
pregunta relevante surge después: ¿si el Titanic usara energías “limpias”
(incluyendo la falsa opción de la nuclear) para navegar a todo vapor hacia el
iceberg, dejaría de ser el Titanic?
El no tan ridículo ejemplo del pote de yogur europeo ¿en qué
sentido es diferente a lo que muy concretamente ocurre en nuestra región, el
país y el MERCOSUR en el contexto de la mega iniciativa de la Ruta de la Seda,
que es lo mismo que la Iniciativa para la Integración de la
Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA)*, pero dicho en
mandarín?
Andrés Dimitriu, docente e investigador
(jubilado), Universidad Nacional del Comahue.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=230448
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