México: Redes agroalimentarias
de los pueblos originarios, raíces con memoria y horizonte de futuro
29 de agosto
de 2017
A propósito de la cuestionada hegemonía
alimentaria mundial en contraste con las agri-culturas que persisten
contracorriente. A propósito de la invasión de productos alimenticios
industrializados y la pertinente continuidad del uso y disfrute de los sanos
alimentos milenarios.
Por Pio Giovanni Chávez Segura*
A propósito de un
sistema mundo que se derrumba y de los nuevos horizontes civilizatorios,
imparables, que brotan por doquier.
Para variar,
atravesamos una etapa crítica y decisiva en nuestra historia como pueblo mexicano, producto de pésimas decisiones y
acciones de un Estado fallido y ausente que se acumulan por décadas con saldos
lamentables e irreparables. Para muestra un botón, el impugnado Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha significado en estos 25 años
buenos negocios para una minoría de agro empresarios favorecidos, dedicados a
exportar los frutos de esta tierra, junto a los bienes hídricos y minerales,
sumados el trabajo calificado y el futuro incierto de más de dos millones de
jornaleros agrícolas que se juegan la vida año con año.
Como hemos constatado,
a partir del TLCAN no existe un mejoramiento significativo de las condiciones
de vida y del trabajo para la gran mayoría de la población mexicana; por el
contrario, la situación nacional está agravada.
El TLCAN y el modelo
neoliberal también son sinónimos del desmantelamiento de la capacidad
productiva del medio rural, con la exclusión de los pueblos campesinos y
originarios, a los cuales se les condiciona a emigrar o convertirse en
consumidores y beneficiarios de dádivas. Las afectaciones a las agri-culturas y
los espacios rurales son multidimensionales y multiescalares. Con la
predominancia de un paradigma productivista centrado en el papel prioritario
del mercado, con impulso de paquetes tecnológicos con fuertes repercusiones
ambientales, daños a la salud humana y fuertes impactos a la agrodiversidad.
En torno a la profunda
temática agroalimentaria, es indispensable sumar
esfuerzos hacia el reconocimiento de los pueblos originarios por su crianza
milenaria de milpas,
chinampas, huamiles, tlacololes, oasis, tajos y diversos sistemas agroforestales de
inconmensurable importancia ecológica, que aportan una vasta y diversificada
producción alimentaria de alto valor nutricional con tecnologías adaptadas a
condiciones limitantes, cuya trascendencia está documentada continuamente por
estudios etnocientíficos y por diversas áreas del conocimiento.
Van en aumento los
procesos de revaloración y auto legitimación de estos sistemas por sus aportes
ante escenarios de fragilidad climática y como opciones viables ante la
innegable crisis planetaria y civilizatoria que atravesamos como humanidad. Así
las agri-culturas de los pueblos originarios se han convertido en fuentes de inspiración
y aprendizajes para nuevos empeños que están en camino de cultivar
socioambientes sustentables.
La mega diversidad
agroalimentaria que disfrutamos actualmente es sostenida por el trabajo
silencioso y digno de las guardianas y guardianes del patrimonio biocultural de
los pueblos, basados en procesos co-evolutivos entre sociedad-naturaleza
vigentes y dinámicos; fundamentados en relaciones de reciprocidad entre
individuos, familias y comunidades con sus territorios, y con trascendencia a
escala regional y nacional. Su vitalidad se expresa en fiestas comunitarias y
rituales agrícolas, y también en plazas de intercambio semanal o tianguis
tradicionales, en regiones rurales caracterizadas por su fuerte economía pre
industrial, que han logrado resistir desde la era precuauhtémica hasta nuestros
días. Ejemplos que manifiestan la pertinencia de los circuitos de
comercialización cortos, solidarios y alternativos que hoy florecen en
distintos lugares, escalas y formas en México y el mundo.
Los tianguis tradicionales
son también redes agroalimentarias vivas, espacios de intercambio y convivencia coloridos, variados,
ubicados en territorios estratégicos, donde acuden poblaciones aledañas a
ejercer el derecho a la reciprocidad, con venta, compra o trueque de productos
diversos: granos nativos, frutos de temporada, verduras, alimentos
transformados, productos artesanales, plantas medicinales, especies pecuarias y
ornamentales, entre otros.
Estas redes
agroalimentarias nativas subyacen gracias a la capacidad productiva y de
alimentos, bienes y servicios bajo condiciones limitantes de energía y
tecnología y en pequeña escala, sustentadas en conocimientos, prácticas, formas
de organización, semillas nativas, recursos genéticos y enseñanzas relevantes
hacia nuevos horizontes civilizatorios.
Tenemos mucho que
seguir aprendiendo de los pueblos originarios y campesinos que, a contracorriente histórica, han logrado mantener sus
formas de vida, manejo de bienes comunes, agri-culturas y territorios. A la
par, seguir aprendiendo de las múltiples experiencias de la sociedad civil en
general, cuyos empeños construyen mundos más equitativos y contribuyen al
cuidado de los derechos humanos elementales: a la vida con paz, justicia y
dignidad, por el agua y su saneamiento, por el derecho a la alimentación basada
en la agro diversidad libre como bien común para todos, (¡No a los
transgénicos!), por el cuidado de la madre tierra a nivel planetario.
*Colaborador del Grupo
de Estudios Ambientales (GEA A.C.) y partícipe en proyectos de investigación-acción
del Sistema de Centros Regionales de la Universidad Autónoma
Chapingo.
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